Mircea Cărtărescu, un verdadero titán rumano de las letras (y de las letras rumanas) llegó al Hay Festival detentando un cierto halo de misterio (el solo hecho de venir de los Cárpatos, ya da para ello), pues no era conocido del grueso del público, y leído, se diría que por muy pocos, a pesar de que es de los escritores con más perfil para obtener el Nobel. Apenas si aparecieron sus obras a la venta el tercer día del evento, y no fue sino que pasara su memorable y conmovedora presentación, para que la barrida de las decenas de ejemplares de cada uno de sus títulos fuera total. De ellos comentaré a continuación todos menos uno (obviamente de los que están traducidos al español), pues tengo por costumbre o capricho dejar para después la lectura de al menos un libro de los autores que abordo, con el fin de hacerme a la idea de que aún no lo he agotado del todo. Debo advertir que tras haber leído Cegador en la edición (muy escasa por cierto) de Funambulista, continué con la lectura de El ala izquierda, sin saber que ésta y aquélla, son la misma novela; pero por mor de la traducción, cambia bastante la una con respecto a la otra. Así que, cada lectura me suscitó una reseña distinta, aunque con evidentes similitudes y repeticiones. Mircea (se pronuncia Mirsha) me explicó en la entrevista que me concedió, que las diferencias entre ambos textos obedecían a que Funambulista lo había traducido del francés, e Impedimenta, directamente del rumano.

 


Cegador

Funambulista

Abordar las páginas de este libro no deja de ser riesgoso, pues muchos de sus pasajes pueden afectar la sensibilidad del lector. La narrativa de este genio rumano es una mezcla de recuerdos, alucinaciones, imágenes cribadas por el noctambulismo, y también lo que Bachelard llama ensoñación. Quien narra puede ser un trasunto del autor. La novela es un magistral monólogo interior y un excelso ejercicio de pensamiento verbal, cuya forma es la prosa poética muy cargada de imágenes que le llegan al narrador desde la infancia y se alimentan de su soledad de hijo único. Mircea nunca duerme, es como un autista que desde la fantasmagoría de su buhardilla en la calle Silistra, mira a través de la ventana, su ciudad también fantasmagórica: Bucarest en su pasado y en su presente. La novela es ubérrima en descripciones que van de lo poético a lo grotesco, pasando por lo onírico; en pasajes que superan lo pintado por El Bosco en El jardín de las delicias, e inclusive lo mostrado por Dante en sus estrofas más terroríficas. Ejemplo de lo anterior es el capítulo en el que se narra la singladura de los Badislav para fundar el pueblo rumano. Ello más las dos estadías de Mircea en el Hospital Colentina (una de niño y otra de adolescente) son el insumo para la construcción de una novela sólo comparable con las otras dos que comportan la trilogía Cegador. En Cărtărescu, el mundo es de inspiración, por un lado proustiana (cualquier detalle  dispara los recuerdos) por otro, kafkiana (cualquier imagen  dispara las pesadillas). El último capítulo es total desmesura, si es que no raya en la locura.

El ala izquierda

Impedimenta

Un espacio físico concreto (las calles Silistra y Stefan cel mare, del barrio de Colentina, en cuyo hospital fue internado dos veces, una de niño y la otra de adolescente, experiencias determinantes en su vida) y otro espacio, no material, pero no por eso menos real (el de su mente, memoria, sueños, delirios, recuerdos, visiones, representaciones y alucinaciones) comportan holísticamente el espacio narrativo del autor, siendo el narrador-protagonista, si no él mismo, sí un trasunto cuyo principal insumo para la narración es su infancia, marcada por experiencias, ora oníricas ora surrealistas y por personajes de extraña pelambre, vg: Herman, siniestro tatuador del cráneo de Anca, y hasta su misma madre, Maria, y la tía Vasilica, de quienes Mircea refiere el cómico – trágico inicio de su vida amatoria, la de aquélla con una actriz famosa, muerta después en el bombardeo a Bucarest, y la de ésta con un cantante de jazz proveniente de Nueva Orleans y que resultó ser encarnación de lo grotesco. Ya que lo mágico, lo mítico- legendario y lo fantástico se dan cita en la novela, también lo milagroso, por cuenta de Fray Armando, con poderes de sanación y con el poder de erigirse al final como un nuevo Zaratustra.

En quince párrafos de la novela (que me tomo la molestia de reproducir, después de que los subrayé a lo largo de la lectura), aparece la palabra «cegador», suficiente para que el título de la misma no sea gratuito:

«En aquella penumbra mi madre parecía una gitana olvidada en una silla, junto a su infiernillo, toda oscura y sudorosa, excepto los ojos que captaban el despliegue cegador del cielo de verano».

«De repente el túnel se ensanchaba, se formaban unas arrugas carnosas y blandas y un mundo cegador de mostraba ante nosotros».

«Un sol cegador, matinal, inundaba la habitación, y en la luz insoportable, en el centro, distinguí a mi madre, joven y desnuda, sentada en la cama, con la mancha de lupus en la cadera, con el cabello suelto sobre los hombros, mirándome y dándome la bienvenida con una sonrisa».

«Era primavera y los arbustos de forsitias impregnaban sus retinas con manchas de un amarillo cegador que permanecían incluso cuando apartaba la mirada, como si hubiera mirado al sol».

«Y me pregunto estremecido si no serán así el Juicio Final y la resurrección de los muertos: la extracción de la neurona de cada individuo que haya vivido, la selección y destrucción de los inservibles «allí donde serán el llanto y el crujir de dientes», y la construcción con las más perfectas, de un fantástico cerebro, nuevo, universal, cegador, gracias al cual subiríamos inconscientes y felices, un escalón más del fractal del Ser eterno».

«Empecé a gritar a la vez que él, invadido por el pánico, gritábamos juntos, nos agitábamos juntos, en mi pequeño cráneo de huesos blandos el grito se coloreaba de un amarillo cegador, apocalíptico, vibrante, insoportable».

«Tal vez en el corazón de corazón de este libro no haya sino un grito amarillo, cegador, apocalíptico…»

«Yo había sido secuestrado y arrastrado, desde las estructuras cerebrales que generaban el sueño de este ser que construía nuestro mundo, por el quiasmo y el nervio óptico, introducido por la alfombra policromada de la retina y obligado a contemplar, en medio del globo cristalino, un mundo cegador, cegador…»

«Dos años después, el oficial veía aún ante los ojos un enorme artículo borroso, ilegible, con un titular de dos palmos que en vano procuraba desentrañar, un artículo que tenían en medio un mapa de Europa del Este, el campo de concentración socialista sobre el cual un gran arco que empezaba en Alemania Oriental, descendía por Checoslovaquia, Hungría y Rumania, volvía a subir hacia el centro de la estepa rusa, decía, con enormes letras de molde CEGADOR«.

«Su origen estaba tan alejado que el fuego de cuarzo no habría conseguido llenar la sala como lo hacía si el suelo no hubiera sido un liso y cegador espejo, perfectamente circular, irisado, que arrojaba los más delicados matices de fresa y verde crudo y naranja, coloreando nuestros rostros y embriagándonos con unas emociones confusas».

«Nos encontrábamos (como si nosotros mismos, incorpóreos, hubiéramos descubierto nuestro cuerpo en ese preciso instante, la ciénaga vertical de órganos retorcidos, imbricados unos en otros, la maquinaria blanda y acuosa que generaba continuamente el campo místico de la vida sin ser él mismo vida, la voluptuosidad del amor que no tiene nada que ver con el amor, lo fabuloso del pensamiento, aunque sea precisamente lo contrario) muy cerca de la verdad, del bien y de la belleza, tres nombres para la cisterna de luz del núcleo de nuestras vidas, ese relámpago que, desgarrando nuestro cuerpo desde el cerebro hasta el sexo, los confunde en un solo sol cegador, cegador…»

«Unos extraños procesos químicos se desencadenaban en el grano lechoso antes de transformarse en urna de cristal cegador que arrojaba unos rayos irisados…»

«Y, cuando los jirones de queratina se ennegrecieron y se llenaron de moho, se pudo ver que los insectos tenían esqueleto y cráneo, pero sus huesillos, finos como agujas, parecían del mismo cuarzo cegador que la urna del ombligo de la Tierra».

«Sólo así se superarán los hemisferios, la esquizofrenia y la paranoia; los sexos, el hombre y la mujer, se anularán; los poderes, el señor y el esclavo, se convertirán en uno y, milagro de los milagros, el bien se corromperá a través del mal, para brillar con más fuerza, y el mal se elevará a través del bien para tornarse más oscuro y, cuando se encuentren y se arqueen con el otro, resultarán ser idénticos, luz y tinieblas en una única palabra extática: CEGADOR. «¡Cegador!», gritó también la muchedumbre, tal y como habían gritado unos minutos o siglos antes «¡Tiquitán!».

«Y el deseo cegador, cegador, se rompió con un estruendo de mundos que se destruyen desde sus cimientos, levitó hacia el techo abovedado de la sala, le rompió en añicos y astillas poligonales y, Maria, a nuestros ojos, extendidos ahora por toda la superficie del deseo, les fue concedido ver lo que no puedes, lo que no debes ver jamás, lo que no se puede decir nunca».

Nostalgia

Impedimenta

En este libro se encuentra el relato por el que yo recomendaría iniciar la lectura de la obra de Cărtărescu, «El ruletista», brillante ejemplo de cómo se crea suspenso y de cómo se atrapa al lector; su desarrollo es vertiginoso, y, se diría que se basa en la atracción mórbida de las personas, de nuestra fascinación por ver cómo otros torean la muerte, en suma, nuestra perversión:

«Miraras donde miraras te encontrabas con rostros conocidos: militares y pintores, unos cuantos sacerdotes barbudos, industriales y mujeres mundanas, todos ellos sobreexcitados por la inesperada innovación en el juego de la ruleta rusa.«p.27

El relato, que nos trae a la memoria El club de los suicidas, nos inquieta, por cuanto muestra que cuando de morbo se trata, el sexo femenino no le va en zaga al masculino, las damas no le huyen a semejante espectáculo, en una absoluta desidealización de la Mujer:

«Ni las señoras más refinadas de la sala se cubrían los ojos, en ellos se leía el deseo perverso de ver lo que algunas conocían solo de oídas. el cráneo reventado como una cáscara de huevo y esa sustancia ambigua, líquida, del cerebro salpicando sus vestidos. Por mi parte, siempre me ha estremecido el deseo femenino de acercarse a la muerte, su fascinación por los hombres que huelen a pólvora casi de forma metafísica

Al final, el relato cuyo final lucía muy previsible, da un giro con base en una paradoja.

En el mismo libro, aparece «REM», en realidad una novela corta que puede ser lo más fantástico escrito por Cărtărescu. En dicha novela (si se considera relato, no importa), lo mágico también se da a partir de objetos (una concha, una perla, un termómetro o una máquina de escribir). Como una palabra mágica, REM se repite 43 veces a lo largo del texto. Finalmente el tal REM, es un equivalente al Aleph borgesiano, solo el «Aleph» de  Cărtărescu, sobrepasa al de Borges en multiplicidad y enumeración, pero la idea de linealidad del lenguaje, en pugna con la simultaneidad de las imágenes, se mantiene.

Las Bellas Extranjeras

Impedimenta

El título del libro despista, pues se trata en realidad de una selección de doce escritores rumanos, para ser presentados en diversos escenarios de Francia,como si fueran lo más exótico; son los llamados «adocenados», todos poetas. La experiencia generó en Mircea sentimientos encontrados, tirando a negativos. Columbró sobre todo la envidia tan feroz que existe entre poetas, y los abusos a los estos se someten en una gira. En el libro predomina la auto ironía y el humor corrosivo, aspectos anunciados al vuelo en el relato «Ántrax», que trata sobre la paranoia que podía producir recibir un sobre en tiempos de terrorismo, y sobre las sandeces a las que puede llegar un farsante con ínfulas de artista «scat», posmoderno y majadero. Dicho cuento deviene desde lo humorístico a lo grotesco; pero en el fondo satiriza teorías, corrientes y artistas que confunden arte con basura.


El ojo castaño de nuestro amor

Impedimenta

Tal vez el Cărtărescu más entrañable y conmovedor, el que el lector sentirá más cercano, sea el de los veinte escritos (casi todos autobiográficos y referidos a su infancia) presentes en esta maravillosa recopilación. Casi todos comportan lo que para Bachelard es «una poética de la ensoñación»; son constructos de recuerdo y nostalgia. El que le da el título al libro, recupera lo que para él significó compartir hasta los 5 años el amor de su madre, con su hermano gemelo. «Mi Bucarest», es la relación ambigua que Mircea  tiene con su ciudad de toda su vida. «Ada – Kaleh», es un relato que evoca la isla mítica (sobre el Danubio), evocación que le sirve de pretexto para recuperar los años de dictadura de Ceausescu. «Pontus Axeinos», es un hermoso homenaje al autor de Las metamorfosis y El arte de amar, a propósito de la visita de Cărtărescu a Constanza, la antigua Tomis, donde Ovidio murió exiliado (tema sobre el cual el escritor austriaco Christoph Ransmayr, escribió su novela El último mundo, en 1989).»Los años robados», es un ejemplo magistral de literatura testimonial y vivencial, cuyo corolario es que en el comunismo solo se puede cambiar para peor. «Mi primer vaquero», relata con humor amargo (así suene oximorónico) lo que pasó con su primer blue – jean. Asimismo cuenta en otro relato cómo descubrió (y se hizo adicto) el Nescafé. En un plano menos anecdótico, el ensayo «El gato muerto», gira en torno a los caminos de la poesía rumana de hoy y, a guisa de curso de teoría literaria, sobre la poesía en general. El escrito «Oh, Levante», ofrece las claves para entender su poema más extenso, el cual comento a continuación:


El Levante

Impedimenta

El extenso poema, pasado de verso a prosa, pero con varias estrofas conservadas en su interior, es como un baúl al que le cabe todo: una singladura por el Mediterráneo; guerra entre los rumanos y los turcos; escenas fundacionales de la antigua Valaquia; filosofía y metafísica hasta para regalar, y una buena dosis de lo alucinatorio – fantástico – grotesco, que no falta en la obra de Cărtărescu. Los guiños a otras literaturas (pero sobre todo a autores latinoamericanos,v.g., Borges, Cortázar y Bioy) son sorprendentes, más si se tiene en cuenta la forma como el autor – narrador interactúa con los personajes, cae dentro de la historia y se vuelve como ellos:

Me pregunto qué cuerpo enorme estará sentado ahora a la mesa ocupando mi lugar, escribiendo a máquina en la cocina. Tal vez a partir de ahora la máquina de escribir teclee ella sola para que estas páginas no queden incompletas y desoladoras. Puede que, igualmente, la epopeya escriba por sí misma su final, que cobre vida propia, como las colas desgajadas de la lagartija. La cuestión es que me he convertido en un personaje insignificante de la historia, como un escarabajo atrapado en una bolita de resina. p.161

Solenoide

Impedimenta

Este es el má personal de los libros del titán rumano y,por sus 800 páginas, de seguro, el más extenso. En él deja traslucir todos sus miedos (que no son pocos) y toda su angustia metafísica. Conmueve ver cómo la ceguera y pedantería académica, casi lo anulan para siempre como escritor, cuando su poema La caída, fue, en un concurso, motivo de ludibrio: «Hablaron de mi poema como si fuera el producto de una patología literaria. Como sobre una mezcla de detritos culturales mal digeridos.» ¿Qué pensarán hoy los farsantes sabelotodos, ante la posibilidad de que el mechudo del que se burlaron, sea un gran opcionado al Nobel? El capítulo que Cărtărescu dedica a narrar su experiencia como joven docente («soy profesor de Rumano en la Escuela Primaria número 86 de Bucarest»), es para risas, pero también deja un sabor amargo. Le pasa de todo, pero él se lo toma con estoicismo. Este libro, inclasificable tal vez, muestra que los géneros literarios se están moviendo, que la tendencia es, ni siquiera a la autoficción, sino a la vivencia y testimonio directos. Por ello, el mismo Mircea dice que no sabe lo que es escribir una sola página de ficción, que su mundo interior es el único insumo de su escritura. Solenoide es, en plata blanca, el perfecto complemento de todos sus libros, sobre todo de su trilogía Cegador.

Mi inolvidable encuentro con Mircea:

Cuando lo vi de cerca, no pude dejar de asociarlo a Jimmy Page; le vi más pinta de rockero veterano que de escritor, «el rockero de Transilvania». Sabía que estaba frente a un titán, lo cual me traía intimidado, más teniendo en cuenta que mi inglés b1  (o sea, un poquito mejor que el de turista en chancletas), no resulta confiable. Sinembargo él fue tan solidario que, cuando le expuse esa dificultad,  me dijo que el suyo (su inglés), tal vez era peor. A la postre resultó bastante entendible porque lo habla muy pausado, y detenta eso que los fonólogos llaman, ataque glotal duro. Como en el caso de Zadie Smith, me abrí paso en su persona, entregándole mi artículo escrito en El Tiempo (en el cual, por puro lapsus, escribí Budapest, en vez de Bucarest, a lo cual él no le dio importancia, porque dizque es de lo más común, incluso en Europa). También le señalé que no soy un reportero, sino un profesor que funge de periodista literario, más que todo con fines pedagógicos, lo cual le gustó mucho, habida cuenta de que él es, antes que nada, maestro de escuela. La única condición que puso para que nos sentáramos a conversar, fue que le trajeran un buen café.

P.- ¿Cómo es que en Europa confunden las dos ciudades?

R.-Por la confusión entre Budapest y Bucarest, una vez me preguntaron, estando el Leipzig, cómo estaba el clima en Budapest, a lo que yo respondí que no había estado allá en cinco años.

P.-¿Cuánto tiempo lleva enseñando?

R.- llevo treinta años enseñando literatura rumana a tiempo completo.

p.- ¿Qué tanto hay de usted en el personaje homónimo en Cegador?

R.- El personaje homónimo (Mircea) representa mi identidad interior, no mi identidad social. Este refleja lo que yo siento, cuando mira hacia sus adentros. No es lo que se ve en cuerpo, su cara y su comportamiento. (Hace la comparación con Marcel Proust y su personaje y Kafka con Gregor Samsa. Indica que sus novelas no pretenden ser autobiográficas sino que tienen un carácter simbólico).

En respuesta a si lee a Schopenhauer, me contestó: «Leo de todo; no sé si soy un gran escritor, pero soy un gran lector. Siempre he dicho que es el mayor placer en mi vida. Incluso mi primer recuerdo, desde que era un niño pequeño, me muestra con un libro frente a mí. Si voy al baño, incluso leeré lo que encuentre en los productos de limpieza y en las etiquetas. No sólo leo literatura. También leo sobre ciencias, física cuántica, matemáticas, biología… El cerebro me interesa tanto que la mente es de alguna manera un personaje en mis novelas. Por supuesto, leo novelas y también poesía. Leo literatura moderna y clásica, y casi todo lo que tenga en mis manos.

En respuesta a por qué usa la fantasía y tal vez las alucinaciones: «No combino la fantasía con la realidad. Ellas vienen juntas. Estoy interesado en el conocimiento. En todo lo que el ser humano pueda reunir de su ambiente. Para mí, la filosofía no es diferente a la teología. Para mí, pensar en Dios es lo mismo que las matemáticas, al igual que la poesía.

En respuesta a qué escritores latinoamericanos conoce: «Tengo los mismos dioses que todos tienen; Márquez, Borges, Cortázar, Sábato, Fuentes, Roa Bastos, Carpentier, y muchos otros […] Carpentier es una de mis influencias más importantes. […] Pienso que hay muchas similitudes entre mi obra y las novelas latinoamericanas, porque siento que Rumania es hermana de estos países. Rumania es muy latinoamericana; las personas son muy parecidas, el contraste entre los ricos y los pobres es el mismo, las dictaduras son lo mismo.

En respuesta a si Rumania es el origen de los gitanos: «Hace mil años, los gitanos vinieron de la India, y se situaron en muchas partes de Europa, pero principalmente en los países rumanos y ahí fueron esclavos, como la población negra en los Estados Unidos, y por esto crecieron en número, y terminaron por esparcirse por todo el mundo. Por eso Rumania fue un país importante para los gitanos.

Quise preguntarle por Drácula, pero me arrepentí. Al final, no fueron los veinte minutos de ley lo que me concedió, sino, justamente el doble. Fue muy generoso, al punto de pedirle a mi esposa que se acercara a la mesa para que quedara en las fotos. Para qué ocultar que salí del hotel, demasiado emocionado. No exagero si digo que, tras haber conversado tanto con un escritor que me ha parado el mundo, yo estaba casi levitando.