Como un maravilloso regalo podría ser recibido el par de novelas que se publicaron prácticamente al mismo tiempo mediando el siglo pasado y que, tras larga espera, aparecen por primera vez en español. Tienen en común que provienen de dos de las plumas más connotadas del ámbito de la literatura europea contemporánea; de dos escritoras que dieron lustre a la lengua francesa e hicieron cada una de su vida una novela.

Irène Némirovsky

Los fuegos de otoño (Salamandra):

La vida le alcanzó justo a la genial Irène para terminar esta novela que cabe tomar como una coda de Suite francesa o, acaso, como un movimiento más de la misma. Solo unos días separaron su terminación de la ejecución de la autora por los nazis. Dada la temática y el enfoque de la novela, bien puede emparentarse con Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre, pues el autor francés muestra cómo es el gran negocio de la guerra; cómo esta enriquece a unos cuando muchísimos otros se matan. Dicho de otro modo: Némirovsky y Lemaitre enseñan cómo en la guerra, gentes que no se conocen, se despedazan para beneficio de gentes que sí se conocen, pero que ni se tocan: «Era un mundo cínico, que se vanagloriaba del fango del que había salido. Era la época en que, cuando se le preguntaba a un nuevo rico cómo había ganado «todo ese dinero», el susodicho respondía sonriendo: «¡Pues en la guerra, como todo el mundo!»».

Los fuegos de otoño es un muestrario de la sandez humana; de la estupidez de irse a la guerra como quien se mete en una comparsa, tal como hizo en 1914 Bernard Jacquelain al igual que miríadas de jóvenes que querían ser motivo de orgullo para las familias burguesas de Francia. El azar hizo que Jacquelain sobreviviera y a su regreso, la misma sociedad que lo envaneció como patriota, lo convirtió en un trepador, un mecomoelmundo… ¡Un canalla!

Sabido es que el final de la Primera Guerra Mundial dejó montada la Segunda, de tal manera que cuando ésta empezó, el, a la sazón ya no tan joven Bernard tuvo que volver al escenario bélico, esta vez en compañía de su hijo y predestinado a una especie de singladura griega.

Qué riqueza de recursos narrativos despliega Irene en esta novela póstuma; cómo hasta los últimos días de su vida indagó tan magistralmente en el corazón humano y cómo mostró, que si una obligación le cabe a la literatura, es la de tocar la vida.

Simone de Beauvoir

Las inseparables (Lumen):

Hermosa novela donde las haya es esta, de tono vivencial, compuesta por la célebre escritora y filósofa francesa, quien quizá para quitarle hierro a lo verídico de la historia y darle un matiz ficticio, cambió los nombres de sus tres protagonistas. De este modo, Simone pasó a llamarse Sylvie; Zaza se convirtió en Andrée, y Pascal en el nombre que encubre a ¡miren qué sorpresa!, Maurice Merleau-Ponty. Todos ellos aparecen en la colección de fotografías que el editor reprodujo al final del libro, junto a invaluables documentos iconográficos referidos a la vida de las dos inseparables.

La novela es el testimonio de una amistad, de infancia primero y de adolescencia después, entre dos parisinas quienes, a la hora de hacer cuentas, poco tenían en común, pero que no por eso dejaron de ser «las inseparables».

Publicada en su versión definitiva en 1958, la obra es una feroz toma de posición de la filósofa francesa respecto a la represión familiar y la enajenación religiosa; un alegato en favor de la libertad de la Mujer, más que condicionada, machacada por las creencias y la ideología de una burguesía retrógrada e intolerante, que ni de lejos cabría en la ética kantiana: «»¡Qué esclavitud!», pensé mientras volvía a mi habitación. Ni un gesto que no controlase su madre o su abuela y que no se convirtiese en el acto en un ejemplo para sus hermanas menores. ¡Ni un pensamiento del que no tuviera que darle cuenta a Dios!»

Al margen de lo que pasó en la vida real, el final de la novela no podía ser distinto al final trágico que la autora le dio. No hubiera sido, ni creíble ni justo, que Andrée hubiera terminado resignándose a perder su propio yo, para tristeza, no sólo de ella misma, sino de Sylvie o Simone, su amiga inseparable.

De modo que los lectores de paladar fino tienen cómo darse gusto con este par de novelas que atesora la literatura francesa y que, por fin, ven la luz en español.