Pilar Quintana
Alfaguara
Entre las veinticuatro entregas del Premio Alfaguara, figuran hasta hoy las novelas de cuatro escritores colombianos, tres de ellas con bastante acierto: Delirio, de Laura Restrepo en 2004, El mundo de afuera, de Jorge Franco en 2014 y en 2021, la de Pilar Quintana, Los abismos.
Dicha novela, que ya está saliendo a la venta, es concebible dentro de un género o tendencia intimista, que además nos permite recuperar el ambiente de los años del betamax, cuando las divas de la pantalla eran Bo Derek y Farrah Fawcett, se bebía Castalia y los niños aprendían con Plaza Sésamo, todo ello visto a través de los ojos de Claudia, una niña caleña, a quien, por mor del hogar disfuncional en que le tocó vivir, se le impuso madurarse biche.
Una parte de la trama transcurre en la ciudad de Cali y otra en un par de fincas, una de ellas rodeada de abismos; pero, sobre todo, en espacios cerrados, casas de gente medio acomodada de la ciudad. En el caso de Claudia, su casa, además de tener muebles y ornamentos muy de la clase pequeñoburguesa, dispone de un espacio al que ella denomina “la selva”, porque no le cabe una planta más; pero, si nos apuramos un poquito, tiene otra connotación, un sentido añadido en consonancia con la maraña de emociones y dilemas morales de todos los miembros de la familia.
La historia de Los abismos es pues una historia de familia; de una muy común y corriente, en la que la vida de cada uno de sus miembros, en especial los padres de Claudia, se va precipitando a un abismo. Y la que quiere llegar primero es la madre de la niña, quien, como ya se dijo, piensa como grande: “Entonces lo vi en sus ojos. El abismo dentro de ella, igual al de las mujeres muertas, al de Gloria Inés, una grieta sin fondo que nada podía llenar.”
¿A cuáles mujeres se refiere Claudia? A las que, de haber existido a la sazón las redes sociales de hoy, hubieran sido tendencia por la forma como murieron, tan propicia para el consumismo de lo que Vargas Llosa llama “civilización del espectáculo”: Karen Carpenter, Grace de Mónaco y Natalie Wood, a las que en el recuerdo de la madre de Claudia se unen, Gloria Inés (su amigueta) y Rebeca, cuya desaparición constituye el dato escondido en hipérbaton de la novela.
La madre, la “tocaya” de Claudia es todo un ejemplar (el señor de la casa también, pero ella lo opaca): cachonea de frente al marido (ganándose la complicidad de su hijita al precio de unos tenis de marca), mantiene ocupadísima leyendo todo el día en su cama las revistas de consumo femeninas, coquetea en las fiestas con el que le guste, y, poco a poco se va alcoholizando, en un proceso autodestructivo cuyo final, Pilar Quintana (con mucho acierto) prefiere dejárselo al lector.
Leer esta novela es como tomar agua fresca. Su escritura es fluida, diáfana y amena; desde su inicio se advierte lo que será el principal recurso a lo largo de sus 246 páginas, el ritmo y la sonoridad amparada en la enumeración. Ese inicio es una magistral descripción de ambiente con la que la novela pica en punta. Después se va salpimentando con frases de símiles bastante afortunados, casi siempre provenientes de Claudia, quien, a la hora de la verdad, en compañía de su muñeca Paulina apela a la ironía para no dejarse llevar por la amargura en medio de esa “selva”:
“Lucila era apenas un poco más alta que yo, aunque ancha y cuadrada como un montacargas.”
“Un hombre calvo y pequeño con un cuerpo en forma de garfio”.
“Igual de altiva que una yegua”.
“Las sábanas se sentían frías como la barriga de un lagarto.”
“Quise sonreír y me salió una mueca de huérfana.”
Es pues un acierto haberle concedido el Premio Alfaguara a esta novela sobre gente muy común y corriente, de vida tan mediocre y prosaica, que nada la detiene en su camino a “los abismos”.
Vladimir Nabokov
DEBOLS!LLO
Lo asombroso de este ameno curso dictado por el autor en dos universidades norteamericanas, es que un ruso, prácticamente se haya aprendido de memoria El Quijote; lo haya estudiado con tanta seriedad (hace inventario de las victorias y las derrotas y resume cada uno de los capítulos) y lo haya ventilado en un ámbito tan distinto al de la cultura donde se originó la obra. Pero una cosa es el conocimiento de Nabokov sobre la obra y otra su entendimiento. Para él, Don Quijote es un libro cruel, que no tiene nada de humorístico: “He señalado que tomar este libro amargo y bárbaro como muestra de lo humano y lo humorístico es una actitud y un juicio que no tienen fundamento.”
Pero lo que no hizo Nabokov fue ver esa crueldad en el contexto tanto social como estético de la novela, tan español del siglo XVII. Claro que hay episodios que se pueden juzgar como crueles, pero es que en la obra hay de todo, como en botica. A Nabokov se le pasó, por ejemplo, cómo la obra al terminar el sexto capítulo (hasta donde ya había una Novela Ejemplar) le dio paso a una nueva episteme, es decir, a la modernidad. Se le pasó también lo que hizo que Edward Riley escribiera un libro titulado, Teoría de la novela en Cervantes. Nabokov dice que las técnicas y los recursos narrativos de Cervantes, ya estaban presentes en las novelas de caballería. Cierto. Pero la novela que trascendió fue la de Cervantes, no las otras ochenta que se publicaron antes que El Quijote, ni la única que se publicó después, la quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros.
De todas formas, es mucho lo que aporta Nabokov en este curso, de por sí ameno, a todos los que (incluido quien pergeña estas líneas, con perdón) hemos estudiado y admirado la obra. Y una cosa es cierta, la dice Nabokov y que sirva de lección: “Ni que decir tiene que para poder escribir sobre un libro hay que leerlo.” Como quien dice, el que no lea, que se calle.
Sofi Oksanen
Salamandra
En esta oportunidad, la novelista de Finlandia, nos trae una historia que tiene mucho de realismo social y de trama de novela negra (que en algo nos recuerda a Purga). Ahora no se trata de tráfico de droga ni de trata de personas, sino de una mafia muy particular, la del negocio de pelo, que tiene doble cotización en el mercado, si lo consiguen en Ucrania: “Ninguna le había preguntado de dónde sacaban el pelo, sólo querían saber el precio y asegurarse de que era ucraniano.” Y miren esta curiosidad que, si Sofi la refiere, quién quita que sea cierto: “Y eso que aquí las cosas no son tan salvajes como en Sudamérica: en Colombia, secuestran a las chicas para robarles el pelo, igual que en muchos lugares de Venezuela- Allí se tapan el cabello en los lugares públicos para no incitar a alguien a tratar de quitárselo.”
Tal motivo es aprovechado por Oksanen para regalarnos, a propósito de cabellos exóticos, la historia de Elizabeth Siddal, la musa de Dante Gabriel Rossetti. A la muerte de su mujer, el poeta inglés puso en su ataúd unos sonetos (Gajes del romanticismo, de los que no se libró el prerrafaelismo). Seis años después, Rossetti exhumó a su mujer (Gajes del gótico, de los que tampoco se libró el prerrafaelismo), con el fin de recuperarlos, pero se encontró con la sorpresa de que “al contrario que el cuaderno de poemas, los rizos cobrizos de Elizabeth habían resistido el paso del tiempo, que incluso habían seguido creciendo hasta desbordar la caja de madera.” Para que vean que no fue invento de Borges.
Norma, la protagonista de la novela, tiene mucho por resolver, y los mafiosos fineses, que además redondean con el negocio de alquiler de vientres, no le quitan el ojo de encima, máxime si ella quiere saber si la muerte de su madre peluquera, fue de verdad puro accidente.
Peter Sloterdijk
Ediciones Godot
Filósofo de muy extensa obra enfocada hacia lo sociopolítico y la Historia del siglo XX, es este alemán que goza de laudable traducción al español. El presente y breve libro, contiene sesudas reflexiones sobre lo que él llama el cinismo moderno, una actitud que asumen los políticos y los gobernantes, cuando se cansan de ser hipócritas: “En sus cinismos, los gobernantes muestran que están cansados de llevar las máscaras de la hipocresía.”
Al interpretar el título del libro, nos enfrentamos al hecho de que esa llamada epidemia obedece a que quien engaña, siempre encuentra a quien quiere ser engañado, y en ello juegan papel preponderante los medios de comunicación, que hoy día “son menos medios informativos que portadores de infecciones. Lo que pretende ser información no suele ser más que emoción, envenenamiento y destrucción del juicio público.”
Para Sloterdijk la votación para sacar a los ingleses de la Comunidad Europea, fue perversamente conducida por los medios, mediante mentiras. Dice que vivimos la época en que sin recurso a la mentira y a una realidad paralela, en muchas partes del mundo no se puede gobernar. El ejemplo de Estados Unidos durante la administración Bush y la administración Trump (a quien llama “payaso desinhibido”) es lapidario. Berlusconi, Sarkozy y Tony Blair también se llevan lo suyo.
Causa sensación el apoyo en una cita de San Agustín sobre los Estados (si Nietzsche la conoció, debió haberla celebrado mucho), tanto por su rareza como por la demoledora vigencia que en no pocos casos puede tener: “Qué otra cosa pueden ser los Estados más que bandas de ladrones agrandadas, tan pronto como la justicia se hace a un lado?”
Juan José Millás – Juan Luis Arsuaga
Alfaguara
Este entretenido libro es un ejemplo de cómo la literatura puede sobrevivir a la feroz competencia que representa para ella la andanada de distracciones auspiciadas por la actual tecnología. Se trata de una novedosa forma de Novela, escrita a cuatro manos, sin trama propiamente dicha ni personajes ficticios y cuyo protagonista es la ciencia. Digamos que un autor, Millás, es quien narra y responde por la literariedad del libro y que el otro autor, Arsuaga, es quien aporta todas las ideas y una información a todas luces llamativa. En estas páginas (que terminan desembocando en la tumba del genio Ramón y Cajal, a guisa de homenaje) se puede entender mucho sobre la vida en las Tierra, la evolución de las especies y la filogénesis humana, porque todo lo que se dice está muy bien sustentado científica y antropológicamente. Se diría que uno de los propósitos del autor duplex, es desbaratar imaginarios de mucho arraigo en la sociedad e inclusive en el ámbito académico:
“En el Paleolítico no se vivía treinta años, como suele decirse, sino que la mortalidad infantil era muy alta y el promedio de muertes arrojaba esa cifra.
-Entonces ¿un hombre de Altamira no era un viejo ya a los treinta años?
-¿Qué dices? Estaba mejor que uno de cincuenta de hoy. Se pasaba la vida haciendo ejercicio, comía carne magra, vivía al aire libre, sin contaminación. No tenía un gramo de grasa. La medicina recomienda ahora llevar una vida como la del Paleolítico.”
Violet Moller
Taurus
Este libro maravilloso se complementa muy bien con títulos como, El sueño de Sancho, de Manuel Lozano Leyva; El infinito en un junco, de Irene Vallejo, y La edad de la penumbra, de Catherine Nixey. Son del mismo género y en muy buena medida hablan de lo mismo. Moller nos presenta una Historia de las ideas y de cómo emergió y se desarrolló el conocimiento, sobre todo científico en el mundo clásico. Lo mejor es las pruebas que aporta en favor de culturas como la árabe y la egipcia; de la antigua Persia; en ciudades españolas como Toledo y Córdoba y posteriormente en Palermo, Venecia y Salerno, esta última como receptora de la primera facultad de medicina. El libro rescata obras de inmensurable importancia para la ciencia: la triada alejandrina compuesta por El Sílabo, de Galeno; Elementos, de Euclides y Almagesto, de Claudio Ptolomeo que “comparte con los Elementos de Euclides la gloria de ser el texto científico más extenso todavía en uso. Desde su concepción en el siglo II hasta finales del Renacimiento, esta obra determinó la astronomía como ciencia”.
Corolario del libro de la historiadora inglesa, es que la deuda de la cultura mundial con los antiguos, más que todo con los del Medio Oriente, es impagable, no importa que la europeización del conocimiento o una suerte de Eurocentrismo, nos haga pensar otra cosa. Alejandría, Antioquía, Atenas y Rodas, fueron grandes capitales intelectuales del mundo antiguo, desde 300 a.C. hasta entrada la Edad Media, cuando, para no ir muy lejos, Aristóteles empezó a ser conocido en Europa, gracias a las traducciones que hicieron los filósofos árabes.
Albert Camus
Random House
“Mamá se ha muerto hoy. O puede que ayer, No lo sé. He recibido un telegrama del asilo: «Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame». No quiere decir nada. A lo mejor fue ayer.”
Así comienza una de las novelas más importantes de la literatura francesa y de la novelística contemporánea, publicada en 1.942 y que seguramente influyó para que a su autor, uno de los representantes del existencialismo, le concedieran el Nobel en 1957, “por su importante producción literaria, que ilumina con lúcida seriedad los problemas de la conciencia humana de hoy.”
Ese fue a la sazón el dictamen de la Academia Sueca, pero parece de la semana pasada, porque la novela vuelve a editarse cada tanto (como ahora lo hace Random). Su protagonista, Meursault, es un auto marginado, un bajado del mundo, acaso un antihéroe, al que la muerte de su anciana madre le deja indiferente, actitud que no encaja con la moral burguesa, y, más que la contingencia de haber matado a un hombre, en circunstancias que tiene que aclarar el lector, es esa actitud lo que hace que se le juzgue. Si hay alguna novela que nos inquiete y nos haga pensar si la vida tiene sentido o no, es esta. El tenor sórdido y, si se quiere absurdo de la novela; su escritura adaptada a la psicología del personaje nos trae, como en sordina, el estilo de Kafka.