La presente y muy extensa novela de uno de los mejores escritores españoles contemporáneos, no necesariamente es la continuación de Berta Isla, pero sí es un perfecto complemento. Ya sabemos de la tendencia de Marías a los dípticos y trilogías (cuyo ejemplo máximo es la denominada Tu rostro mañana, compuesta por 1 Fiebre y lanza, 2 Baile y sueño y 3 Veneno y sombra y adiós) de modo que su narrativa es para lectores de fuste. Ello al margen de que lo es también para lectores con gusto por el idioma bien tratado.

En la anterior novela, al pasar una noche con una mujer, Janet Jefferys, el protagonista Tomas Nevinson se metió en la grande, arruinó su matrimonio y dañó su vida y la de su esposa, Berta Isla. A cambio de no ser acusado de un asesinato que no cometió, pero que nadie le iba a creer que no cometió, se convirtió en espía o “topo” para su gobierno y, con el tiempo, se le declaró desaparecido.

En Tomás Nevinson, la plausible continuación de Berta Isla, al mismo espía de esta novela, le es encomendada la peor de las misiones, pues, de ser cierta la sospecha de sus jefes, tendrá que ajustarle cuentas a una mujer identificada como Magdalena Orué (pero, de seguro muy camuflada hoy) por un par de añejos atentados terroristas, a nombre de ETA y de IRA. Dos atentados cuya presencia dentro de la narración, constituyen en muy buena parte la realidad objetiva de la novela (objetividad que viene apuntalada con la dramática fotografía de la página 98), pues son hechos muy reconocibles en la Historia más bien reciente, no sólo de España, sino de Europa. El recuerdo de los veintiún muertos (cinco de ellos, niños) y cuarenta y cinco heridos, consecuencia del estallido de un carro bomba en un centro comercial el 19 de junio de 1987, es el acicate para que se busque hacer justicia, mejor dicho, para vengarse de quien perpetró el atentado, por muy mujer que sea. De paso, Marías deja claro que, a la hora del crimen ideologizado, las mujeres no se quedan en zaga y que no hay ninguna razón para creer que no se avienen con la violencia o que no le jalan al terrorismo:

“No pude evitar cierta sorpresa, aunque no era raro encontrar a mujeres entre los terroristas, a veces con altas responsabilidades, ni en España ni en los dos bandos de Irlanda del Norte ni en ningún otro lugar […] Las había habido en Alemania e Italia y no digamos en la Unión Soviética, en Latinoamérica y en los países de Oriente Medio, incluido desde luego Israel, en todas partes mujeres con saña.”

 Son tres las mujeres en cuya vida Nevinson, alias Centurión, tiene que irrumpir y a quienes tiene que rastrear para encontrar a la culpable y acto seguido, cumplir la orden que le llegue. Entre Inés Marzán, Celia Bayo y María Viana, está la antigua terrorista. Con las tres se tendrá que involucrar, a riesgo de encariñarse (o de ahí para arriba) con alguna o acaso con dos o, ¿por qué no con las tres? El problema, que deviene del dilema moral para Nevinson, es que, si se equivoca, se llevará por delante a una inocente y, para mayor INRI, dejará sin castigo a la culpable. A medida que avanza la trama de la novela, el lector puede ir poniendo a prueba su intuición y su capacidad deductiva. Que si la terrorista es esta o aquella; que si Nevinson dará con la que es o no; que si el topo, una vez que le atine a la culpable cumplirá la orden que le den y cuando se la den o no. Al fin y al cabo, la novela comporta tanto el género negro como el policiaco, que no son lo mismo, aunque a menudo se les confunde.

Cabe la posibilidad de que quien funge de cazador sea el que termine cazado, porque, es obvio que una terrorista tiene instinto y no tiene que hacer un curso para defenderse. Cabe también esperar que a quien le ha caído semejante misión, le puedan los escrúpulos de tener que ejecutar a una mujer, pues como él mismo lo expresa nada más comenzando la extensa narración, “Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se les toca, no se les pega, no se les hace daño físico y el verbal se les evita al máximo”. Y el lector no se puede quedar tan ancho, como si sólo estuviera leyendo para entretenerse, pues no le podrá hacer el quite a la reflexión en torno a temas como, el cumplimiento del deber, el servicio a la patria, la justicia, la moral, el terrorismo, los principios éticos; el siempre sospechoso sentido de pertenencia, el fanatismo, el mal y la violencia, de la cual nadie, por bueno que se crea, está exento: “La gente está llena de remilgos cuando no está involucrada directamente ni la acción le pilla por medio, y se torna despiadada cuando lo está, cuando ve cernirse el peligro sobre ella y sobre sus hijos.”

De hecho, Marías no deja de hacer lo que ha hecho en todas sus novelas, reflexionar que da miedo, “La crueldad es contagiosa. El odio es contagioso. La fe es contagiosa. La locura es contagiosa. La estupidez es contagiosa. En nada de eso debemos caer” “La gente adopta una fe y se pone muy seria, después solemne. Empieza a creerse cuanto viene amparado o envuelto por esa fe, y entonces se vuelve estúpida. Si se la contraviene enloquece de rabia, no consciente que se le llame estúpida ni que se ponga en tela de juicio lo que constituye su totalidad y su repentina razón de ser. A partir de ahí desarrolla un odio meramente defensivo, irracional, hacia cuantos no comparten su fanatismo. Y a los que lo combaten abiertamente los trata con crueldad. Cuando la gente descubre esta última, se instala en ella y la esparce, y tarda mucho en hastiarse de su aplicación.” ¿Qué tal el latigazo? Marías no deja pasar ninguna anécdota sin universalizarla (las más de las veces con guiño shakespereano, como ya nos tiene acostumbrados) y, lo más inquietante, es que muchas de las reflexiones encajan con nuestra realidad actual. Miremos, por ejemplo, esta, a propósito de marchas y protestas:

“Y pensé: ´No hay que prestarse nunca a esas congregaciones de masas, a esas comuniones laicas, aunque uno se sienta tentado por responsabilidad y civismo y después emocionado, inflamado. Por algo las convoca sin parar todo el mundo. Da igual que la causa sea justa, que se deba elevar una protesta, en todas se corre el peligro de abandonar el juicio y verse envuelto por el sentimiento, lo que todos los manipuladores, religiosos o no, de derechas, de izquierdas, patrióticos, pretenden exacerbar para dirigir voluntades. Es imposible sustraerse enteramente a su fuerza, y la gente acaba haciendo lo que nunca estuvo en su propósito hacer en solitario ni volverá a estarlo: la gente lincha, insulte, escupe, ataca, celebra la decapitación, destruye edificios, descuartiza y machaca […] Sienta bien ser muchedumbre, reconforta ser chusma sin obligaciones particulares.”

A juzgar por el párrafo citado, qué difícil es hallar en la literatura española a un psicólogo de masas, a un intérprete de la conciencia gregaria de la gente, a un analista del entramado social y no digamos ya de los sentimientos, como Javier Marías. Con él se entiende al vuelo eso que la filósofa alemana Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, pues con nada prende mecha.

Con la trama de Tomás Nevinson, Marías demuestra una vez más, que “vivir en el engaño es fácil y es nuestra condición natural”; que nadie tiene el destino en sus manos; que el gobierno sobre nuestras vidas es ilusorio y que nadie sabe con quién se mete. Dos de tres mujeres que llevan una vida tranquila de pueblo, ni se imaginan que tratan casi a diario con su posible verdugo (“Dos de aquellas mujeres no eran Magdalena Orué, a buen seguro, y no se merecían ningún mal por lo tanto, ni siquiera se merecían el acecho y la observación a que las sometía. Ignoraban que alguien, Miguel Centurión, el nuevo profesor de inglés de un colegio, les buscaba su posible ruina, el hundimiento, y las amenazaba en silencio como ave de mal agüero…”), y un hombre que ya se creía retirado del oficio, que creía que su deuda ya estaba saldada, de repente es sacado de su cotidianidad y metido en semejante berenjenal “Nunca se está fuera del todo. Y a quien cree que sí, le basta con dar un paso para estar otra vez dentro.” Así mismo, sesenta y seis personas que salieron cualquier día de su casa, nada más que a comprar o a pasear muy seguros de que al rato estarían de vuelta, terminaron siendo víctimas de un bombazo.

Autor de obras maestras como Los enamoramientos, Así empieza lo malo y Mañana en la batalla piensa en mí, el veteranísimo autor madrileño, de sobrados méritos para ganar el Nobel y que se convirtió en uno de los baluartes de la lengua castellana desde que publicó su primera novela, Los dominios del lobo a los 19 años y la segunda, Travesía del horizonte a los 21, nos regala en estas casi 700 páginas (en las que pone montones de citas literarias para jugar con el lector), una trama policiaca, una novela negra, urbana y psicológica; un riguroso y nada complaciente análisis de la sociedad y un texto de excelsa prosa con pespuntes filosóficos que constituyen una invitación a reflexionar sobre el mal y la violencia. ¿A qué esperar para leerlo?