Cuentos reunidos
José Donoso
Alfaguara
Disponer de catorce cuentos del escritor que siempre fue el más seguro candidato a ocupar el quinto sillón de los que conformaron el boom latinoamericano, es todo un gusto literario. Que la calidad de los cuentos de José Donoso está a la altura de la de sus novelas, queda fuera de duda una vez leídos, entre otros, “Veraneo” y “Fiesta grande”. Se diría que “Paseo”, “La puerta cerrada” y “Santelices” son el germen de novelas cortas. En “Tocayos”, dos marginados intentan juntarse, pero el destino se les opone; en “Una señora” un hombre, que nos recuerda al don José de Todos los nombres, de Saramago, se obsesiona por una mujer que apenas conoce; “Dos cartas” enseña hasta dónde puede llegar la ilusión por una amistad y la necesidad de comunicarse; “El dinamarquero” es una triste historia de una mujer de pueblo; “El charlestón” narra las peripecias de un borracho y “China” es un pequeño retablo barriobajero.
Como los de la brasilera Clarice Lispector, los del peruano Ramón Ribeyro y los del uruguayo Juan Carlos Onetti, los cuentos del chileno José Donoso, están compuestos con gran precisión y economía de medios y tienen como protagonistas a los que hoy llaman perdedores; personajes de vida gris, vapuleados por la vida, que disponen como único patrimonio, la dignidad de la derrota.
La vida de Chéjov
Iréne Némirovsky
Salamandra
En El viaje de las palabras, la española Clara Usón terminó haciendo un homenaje a Chéjov, dejándonos un retrato del escritor ruso, que cuenta como biografía. Ahora llega a nuestras manos el homenaje a Chéjov que la gran Iréne Némirovsky terminó de escribir en 1940, es decir, dos años antes de morir a manos del nazismo. Gran retrato en toda la extensión del concepto es el que configuró una de las mejores escritoras del siglo XX sobre uno de los genios del siglo XIX. En esta biografía parece como si Némirovsky hubiera atendido las recomendaciones de Goerges Liébert (uno de los grandes biógrafos de Nietzsche), citado por Francoise Dosse en La apuesta biográfica: “la mayor cualidad requerida por un biógrafo es la empatía, a la que hay que añadir la calidad estilística de un escritor […] Hay que meterse en la personalidad de alguien, vivir dentro de alguien, es decir, ser habitado por él.”
Y la empatía de la autora de Suite francesa hacia Chéjov es total; parece que hubiera trasegado la infancia de éste en Taganrog, en el seno de una numerosa familia siempre hacinada, siempre enferma y bajo el trinquete de un padre violento y completamente embrutecido por la religión. Parece que hubiera acompañado a Chéjov en su penosa singladura para convertirse en médico altruista de campesinos que no tenían con qué pagarle por sus servicios y en el cuentista ruso más celebrado.
El mundo de la Antigüedad tardía
Peter Brown
Taurus
Libro muy propicio para esclarecer el período que se tiene como el más oscuro de la Historia, muy a la manera de como lo hizo Foucault en sus indagaciones históricas (que él llamó arqueología), es decir, analizando momentos clave de transiciones y cambios. Por ejemplo, cómo la denominada cultura pagana fue desplazada por el cristianismo:
“Hasta finales del siglo VI un amplio círculo de ‘helenos´ se mantuvo en sus trece contra la ´teosofía bárbara´: el cristianismo. Representa un tributo a su prestigio notar que, en el mundo griego, ´heleno´era la palabra para designar al ´pagano´.”
El historiador irlandés, en el presente estudio pone en entredicho ideas muy repetidas por la historiografía tradicional, como esa tan de ley, de la decadencia del Imperio romano, pues según él, “El mundo romano se transfiguró en el mundo cristianoromano, sin que ello implicase decadencia.”
El libro da cuenta, entre otros acontecimientos, de la muerte del mundo clásico y el surgimiento del islam. Y, lo mejor, escrito sin regodearse con la jerga académica.
El matarife
Sándor Márai
Salamandra
Lo primero que hay que advertir es que esta pequeña joya narrativa de quien bien podría ser considerado el mejor escritor húngaro de todos los tiempos, no es apta para animalistas. El solo título es suficiente para entender el porqué. Sin embargo, la novela va más allá de la vida de Otto Schwarz, su protagonista, como simple matarife, pues se narra también la guerra, el ambiente urbano, el clima político y la lucha de clases durante el primer tercio del siglo pasado europeo:
“Como buen soldado que era, siguió destacando en el combate hasta el final de la guerra y resultó levemente herido dos veces. Cuando el frente se desintegró, volvió a Berlín con las primeras tropas revolucionarias.”
La novela, a la que a pesar de la dureza de su tema no le falta la consabida cuota de prosa poética tan propia del autor de La gaviota y Divorcio en Buda, tanto por su comienzo como por su inesperado e impactante final, nos siembra una profunda inquietud respecto a la inclinación de los seres humanos hacia el mal.
La muerte contada por un sapiens a un neandertal
Juan José Millás
Juan Luis Arsuaga
Alfaguara
Quienes se entretuvieron de lo lindo y aprendieron mucho con el anterior libro de este tándem fabuloso, con esta segunda parte les va a pasar igual. Aunque parezca evidente que la escritura como tal, corre por cuenta de Millás y las ideas provengan de Arsuaga, el texto se sostiene en una especie de diálogo socrático que le da mucha coherencia y nunca deja caer el interés del lector. El libro es una prueba de que la literatura y, en especial el género novelesco, se puede renovar (o refrescar) estableciendo sinergias, en este caso, la que se da es entre Novela y ciencia.
De la manera más amena, Arsuaga le explica a Millás (y de paso a nosotros) en qué consiste la vejez (que no es lo mismo que el envejecimiento); por qué unas especies son prácticamente inmortales (como la rata topo) y otras viven muy poco (el pulpo, por ejemplo, no vive sino tres años); cómo es que obran la selección natural y la “selección sexual”; por qué “lo normal es ser negro. Lo anormal es ser blanco.” Y así mismo, por qué eso de que la naturaleza es sabia, es puro mito (“Todos los biólogos evolutivos están de acuerdo en que en la naturaleza no hay pensamiento, ni sabiduría ni hostias. Pura genética y puro cálculo de probabilidades, nada más. Punto.”) y “por qué existe la vejez solo en los seres humanos modernos, en los animales del zoo y en los domésticos.”
Vale la pena repetir los versos de Idea Vilariño citados por Millás, para que, según cada quién, entender mucho o entender poco:
“Qué fue la vida/ qué/ qué podrida manzana/ qué sobra/ qué desecho.”
Las gemelas de Auschwitz
Eva Mozes Kor
Lisa Rojany Buccieri
Este impactante libro consta de dos partes de distinto género. La primera corresponde a lo que se conoce como narrativa de no ficción, en la que la sobreviviente del Holocausto, Eva Mozes Kor cuenta cómo fue su infierno vivido en el campo de exterminio nazi en compañía de Miriam, su hermana gemela. Ellas dos, al igual que cientos de gemelos, fueron usadas por el siniestro Dr. Mengele para sus experimentos. Lograron sobrevivir merced a la oportuna invasión del ejército ruso a Alemania y a eso que el filósofo Spinoza llamó “conatus” o persistencia del ser:
“Ahí estaban, en el duro, frío y apestoso suelo…muertas. En ese momento comprendí que también podría sucedernos a Miriam y a mí, pero entonces, me juré en silencio que haría todo lo que estuviera en mis manos para asegurarme de que no terminaríamos muertas como aquellas niñas […] Desde el momento en que salí de la letrina concentré todo mi ser en un solo objetivo: sobrevivir un día más en ese horrible lugar.”
La segunda parte pasa del relato a un discurso más analítico en el que interviene la segunda voz del libro, la de Peggy Tierney, una especie de guardiana de la memoria de la valerosa mujer que hasta su muerte en 2019 supo no ser indigna de sus sufrimientos.
¡Vuelvan caras, carajo!
Rafael Baena
Alfaguara
“¡Vuelvan grupas!” gritaban los chapetones cuando la furia llanera se les venía encima; “¡vuelvan caras!” gritaba Páez a sus lanceros cuando era menester girar en redondo y enfrentar a la caballería española. La trepidante narración de Baena nos mete en el centro mismo de las batallas libradas por la soldadesca neogranadina, armada tan sólo de lanzas de punta quemada, pero irrefragable coraje, contra el intimidante ejército del imperio español: Casanare, Las queseras, San Fernando, Vargas, Puente de Boyacá y Carabobo, son los escenarios de la gesta escrita para emocionar al lector. Con qué solvencia lingüística y literaria, Baena nos deja una completa etopeya de los protagonistas: Bolívar o “Tío por supuesto” o “El viejo” o “Culoeyerro”; Santander, Páez, Rooke, Anzoátegui, Morillo, Barreiro, pero, por encima de todos y en justicia, el “Negro” Juan José Rondón y sus catorce guerreros (con los que volteó las tornas en Vargas cuando era inminente la derrota) entre los que se contaba al sargento Inocencio Chincá: “¿Cómo se va a perder si ni mis llaneros ni yo hemos peleado? ¡Déjenos hacer una entrada!” fue la frase famosa que el “Negro” le espetó a Bolívar, y, enseguida, éste lo conminó con otra no menos célebre. “Haga lo que pueda coronel, ¡salve usted la patria!”…y la salvó, y tuvo tiempo para celebrar con Hortensia y sus muchachas y con su entrañable amigo, el capitán escocés Angus Malone (el narrador de la historia) antes de morir a causa del tétano meses después. ¡Libro que, en esta nueva edición, es muy propicio para revivir nuestra épica!
Cómo viajar con un salmón
Umberto Eco
Lumen
En este libro que reúne cuarentaicinco artículos que Eco publicó en la revista L´Espresso entre 1986 y el año de su muerte, se mezclan maravillosamente la erudición, el ingenio y el humor. Todos tienen el sabor de lo cotidiano y de lo que le quita pesadez a la vida. Se diría que el célebre semiólogo italiano los escribió, no tanto para entretener al público asiduo a su columna, sino para divertirse él mismo, cosa que se advierte desde el primero de la serie, “Cómo hacer el indio” (por si se tercia hacer el papel en una película). No deja de ser útil para un bibliotecario, “Cómo organizar una biblioteca pública”. Extraños e hilarantes consejos nos ofrece en “Cómo evitar enfermedades contagiosas”:
“Evitar encontrarse en zonas atacadas por cabezas nucleares: ante la visión del hongo atómico tiende uno a llevarse las manos a la boca (¡sin habérselas lavado!), murmurando ´¡Dios mío!´.”
“Cómo seguir las instrucciones” nos recuerda a Cortázar, pero hay otros tantos para entretenerse: “Cómo comer en el avión”, “Cómo no saber la hora”, “Cómo reconocer una película porno”, “Cómo escribir una introducción” (que es un vainazo a los ensayistas que se pasan de relleno con los agradecimientos), y el que le da el título al libro, que muestra los engaños del progreso tecnológico.
El arte de perder
Elizabeth Bishop
Random House
En su versión portátil, nos llega un poemario de una de las voces poéticas aclamadas y premiadas de Norteamérica, la poeta de Worcester, profesora de Harvard que terminó viviendo en la misma ciudad en la que se suicidó Stefan Zweig. Su poesía es de una sencillez engañosa o aparente, pues en ella se aprecia un tono asaz subjetivo de imágenes y versos repetitivos, como aquel con el que cierra nueve estrofas dedicadas a su amiga, la también poeta (también genial) Marianne Moore, “por favor, venga volando”.
Cualquier motivo, el más trivial o cotidiano le servía de insumo para darle misterio: “En Worcester, Massachusetts, / acompañé a mi tía Consuelo/ a su cita con el dentista/ y me senté a esperarla/ en la sala de espera.” La poesía de Bishop nace de su sensibilidad hacia todo lo que la rodea, a fijarse en lo que para todo el mundo pasa desapercibido: “Cada barcaza remolca por el río/ una poderosa estela, / una gigantesca hoja de roble de luces grises/ sobre el gris más apagado, / y detrás van las hojas reales flotando/ río abajo hacia el mar.” Con Bishop, además de aprender a escribir sencillo, se aprende que “No es difícil dominar el arte de perder.”
La mirada quieta (de Pérez Galdós)
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
El nuevo libro del Nobel peruano es una magnífica muestra de un género que cada día consigue más adeptos (incluido quien pergeña estas líneas), a saber, el de la biografía intelectual, que tiene, tal vez, al alemán Safranski y al francés Dosse, como máximos representantes. El retrato que hace Vargas Llosa a ese escritor de aluvión que fue Pérez Galdós, es asaz completo, pero de raro no tiene nada, porque Vargas Llosa había aflojado la mano desde hace rato con autores como Flaubert, Víctor Hugo, Onetti y el mismo García Márquez. Para lograr un estudio de estas características, aparte de una disciplina monacal (que a Vargas Llosa siempre lo ha distinguido), se requiere mucho aliento para escribir, pero, sobre todo, músculo como lector; ser una especie de corredor de fondo en lectura, puesto que no abundan los que, como el escritor peruano, con ánimo de describirla, interpretarla y valorarla, se haga cargo de las veintiocho novelas, veinticuatro piezas teatrales y, de ñapa, las cinco series de relatos llamados Episodios nacionales, de que consta la producción de ese gigante a lo Balzac, que fue don Benito: “…no hay ninguno de sus contemporáneos que haya dejado una obra tan monumental como la suya. Probablemente fue el primer escritor profesional que hubo en España”.
Si nos ponemos en modo académico, habrá que señalar que lo que hizo Vargas Llosa fue toda una hermenéutica (comprensión, interpretación, explicación), abordando las obras, tanto en su contenido como en los aspectos técnicos y estilísticos, y, al tiempo, llegando a la entraña misma del autor. Por esto nos enteramos de que el realismo de sus novelas se debe a sus viajes por toda España para documentarse; de que vivió en un país, no en retroceso, sino en caída libre; de que tuvo en Los papeles póstumos del club Pickwick y en La comedia humana, sus dos modelos a imitar; de que, así como Gauguin terminó pintando sus últimos cuadros ciego, él también terminó escribiendo sus últimas novelas ciego; también nos enteramos de que, a pesar de su apuesta sentimental por la Pardo Bazán, permaneció soltero, y de que el 5 de enero de 1920 treinta mil lugareños asistieron a su entierro.
Las obras de Pérez Galdós que el autor que inició el boom tiene en mayor estima (tome nota el lector) son: Fortunata y Jacinta, Misericordia, Doña Perfecta, Torquemada en la hoguera y El amigo manso. En las demás, si bien lo más atrayente (el exlibris de don Benito) es “la mirada quieta”, es decir, como de retratista, muestra que, como decía Shakespeare, hasta en el mejor paño cae la mancha:
“Su gran defecto como escritor fue ser preflaubertiano: no haber entendido que el primer personaje que inventa un novelista, lo sepa o no, es el narrador, y que éste es siempre (personaje implicado o narrador omnisciente) una invención del autor que da independencia y autonomía a las historias. A pesar de escribir tantas novelas, esto no lo entendió nunca.”
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