El evangelio según Jesucristo

José Saramago

Alfaguara

 

Uno de los atributos de la posmodernidad es el descentramiento de los grandes discursos, de las grandes verdades y de las historias oficiales y únicas. El evangelio es la historia de la vida, doctrina y milagros de Jesucristo, repetida por los cuatro evangelistas que componen el primer libro canónico del Nuevo Testamento: Lucas, Juan, Marcos y Mateo. Se considera una verdad sagrada e indiscutible, aunque se admite la existencia de evangelios apócrifos. La actitud posmoderna de Saramago lo lleva a cuestionar, repensar y re-escribir el contenido del evangelio, sólo que la función de su discurso no es doctrinaria sino estética. Se trata de una novela, de una ficción, que debe ser leída y apreciada como tal, sin armar el alboroto que armaron El Vaticano y muchos católicos. El primero de los 24 capítulos es una magistral interpretación de un grabado de Durero sobre la crucifixión, es decir, es un capítulo que habla del arte (pictórico) dentro del arte literario). El libro gravita alrededor de un acontecimiento: la matanza de los santos inocentes, que originará el gran complejo de culpa de José y la gran pesadilla de su vida, lo que a su vez será la terrible herencia de Jesús. José oye por casualidad a dos soldados comentar la orden de Herodes y su única reacción es la de correr a la cueva para salvar a su hijo, pero no hace nada para prevenir a los padres de los demás niños, es decir peca por omisión, y en adelante nunca dejará de soñar con ese episodio. La gran audacia de Saramago es crear su infaltable historia de amor, cuyos protagonistas son Jesús y María de Magdala, mujer enloquecidamente enamorada, que es capaz de quemar su casa e irse con tan sólo lo que tiene puesto, detrás de un hombre que tiene menos que ella. Lo que nos deja la novela es un Jesucristo más humano, más sufriente y desamparado ante el rigor de su predestinación. A él le toca en esta oportunidad el inevitable descendit al espacio órfico de los personajes de Saramago.

El evangelio según Jesucristo, cuya nueva edición presento, es un contradiscurso aunque novelesco, que habla de la predestinación de Jesús, de la ética de Dios y de la del diablo, del encuentro de Jesús con Dios y con el diablo. Se plantea todo el problema teológico y el precio tan alto que pagará la humanidad en su cristianización, pero no es ni el primero ni el último texto que nos enfrenta desde otra perspectiva a uno de los mitos más grandes de la humanidad.

 

Las mil naves

Natalie Haynes     

Salamandra

 

Novela hermosa donde las haya y que tiene como fuente surtidora casi toda la tragedia griega, comenzando por la homérica. La gesta de Ilión, adaptada en su momento por el italiano Baricco, no deja de encantarnos, y si algo, de manera conductista, consigue la escritora de Birmingham es que nos veamos impelidos a instalarnos de nuevo en la saga de Homero, pero también en los dramas de Esquilo y Eurípides, en donde aquélla tiene continuación. El título alude (en cifras redondas, porque se quedó corta) a la cantidad de barcos que por causa de una infamia pudieron ganar viento en Áulide para invadir Troya.

Se diría que el matiz particular de la autora está dado por la potencia de lo femenino que, contrario a lo que se piensa, existía en el mundo griego más antiguo. No es sino reparar en el irrefragable protagonismo de, por ejemplo, Clitemnestra, Penélope, Electra, Briceida y Helena, por el lado aqueo, y así mismo de Hécabe, Políxena, Casandra y Andrómaca, del lado troyano. Y ni qué decir de las deidades (que le quitan hierro al machismo): Hera, Afrodita y Atenea, cuál más, cuál menos, vanidosa, influyente, ecuánime, acogedora y poderosa; “Lo que más me divirtió fue escribir la escena en que las diosas compiten entre sí por una manzana de oro”, dijo la autora en su colofón. Huelga decir que disfrutará por partida doble de este palimpsesto griego, el lector que más conozca de esa literatura.

 

Lecciones de epicureísmo

John Sellars

Taurus

 

Tal como lo hiciera en su anterior libro, Sellars nos muestra cómo la filosofía no tiene por qué ser únicamente tema de académicos e ilustrados o un saber ajeno a la vida cotidiana. Si en aquella oportunidad hizo énfasis en la filosofía estoicista, en ésta trae más a colación el epicureísmo. Entre las dos escuelas (así como en las afines -cínica, escéptica y cirenaica-) hay más afinidades que diferencias. A Epicuro le cayó la mala fama de que para él todo debe estar supeditado al placer y la vida tiene que ser, como se dice, una sola dicha. Y no es así. Lo que promovían “los del Jardín” era arrimarse a placeres sencillos sin dejarse esclavizar por ellos; no tanto buscando el placer en sí, sino más bien evitando el dolor, pues la misma ausencia de éste, es ya una sensación placentera, como placentera es la vida intelectual. En realidad, la clave de la ética epicúrea está en poder quitarnos de encima necesidades que no tenemos, para así alcanzar libertad y autonomía.

Lo que se conserva de la obra de Epicuro y que le sirve de insumo al profesor Sellaras, se puede rastrear (y yo ya lo hice) en esa joya libresca de la antigüedad que es Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, del controvertido Diógenes Laercio, en donde el sabio de Samos tira lancinantes diatribas como esta: “Y no es impío quien suprime los dioses del vulgo, sino quien atribuye a los dioses las opiniones del vulgo.”

 

Lucha y metamorfosis de una mujer

Édouard Louis

Salamandra

 

En su primer libro, Para acabar con Eddy Bellegueule, la joven revelación de la narrativa autobiográfica y/o testimonial francesa, no se guardó nada para compartirnos del matoneo de que fue víctima, tanto en su casa como en el colegio. En el segundo libro, Historia de la violencia, se entregó a la reflexión metafísico-existencialista con origen en su drama personal y fuerte carga psicológica. El título del libro que siguió es más que elocuente: Quién mató a mi padre. En esta reciente entrega del testimonio de su vida, pone muy en entredicho los cuenticos de “infancia feliz” o “familia maravillosa”. Su padre era algo peor que el peor de los enemigos, y su madre, no tanto; pero no se salva de la pusilanimidad, la estupidez, la estulticia y, haciendo sumas y restas, tampoco de la maldad.

El libro de Édouard Louis podrá parecer gris, doloroso y pesimista; pero nada ajeno al poder catártico y balsámico que tiene la escritura literaria, sobre todo si, como es evidente en este caso, es auténtica:

“Me dijeron que la literatura nunca debía parecer una exhibición de sentimientos, pero yo sólo escribo para hacer brotar sentimientos que el cuerpo no sabe expresar.”

Al final, la novela termina siendo un intento (no fallido) de reconciliación con su madre.

Mi nombre es nosotros 

Poemas

Amanda Gorman

Lumen

 

De esta poeta laureada como la primera Joven Poeta Nacional de Estados Unidos, cuyo lenguaje literario se sintoniza con el de su compatriota Toni Morrison, no sólo por su talante poético, sino por su tenor social en pro de los desclasados y los pobres (que ahora, por absurda moda, eufemística y perversamente llaman vulnerables) nos llega este inmensurable volumen con su obra poética. Sus versos, siempre libres, es decir, no atados a ningún rigor métrico hablan del dolor, de la soledad y el abandono, sobre todo con motivo de la actual pandemia. Pero su actitud no es contemplativa sino solidaria (“no me llames yo, / mi nombre es nosotros”).

La fabulosa edición bilingüe del libro contiene siete poemarios ubérrimos en caligramas y juegos formales, a saber: Réquiem, Un naufragio en cada hombre, Los ojos de la tierra, Memoria, Expiación, Furia & fe y Resolución. De entre todos ellos son citables los siguientes versos, que acaso sirvan de botón de muestra de una obra que ha tenido (y seguirá teniendo) innegable impacto:

“La mascarilla no es velo, es ventana. / Qué somos sino lo que vemos en el otro.”

“No permitamos que nadie deba de nuevo/ comenzar, amar o terminar en soledad.”

“Nuestras heridas son también ventanas. / A través de ellas vemos el mundo.”

“El mundo es redondo, / no hay modo de alejarse del otro, / porque incluso entonces/ volveremos a juntarnos.”

“Algunos días, solo necesitamos un lugar/ en el que sangrar en paz.”

 

La muerte del prójimo

Luigi Zoja

Fondo de Cultura

Qué gran curso de ética es este del pensador y psicoanalista italiano, autor de la titánica obra Paranoia. La locura que hace la historia. Tal vez las primerísimas y las postreras páginas de la sesuda reflexión del autor en este libro sean prescindibles, pero el resto es demoledor. ¿De verdad trajo tanto progreso la hipercomunicación de hoy? ¿Cuál es en realidad el servicio y el aporte a la cultura de los tales influenciadores? ¿Qué vino siendo en últimas la globalización? ¿Por qué nos gusta tanto la espectacularización del crimen? ¿Por qué nos volvimos (dándole la razón a Tarantino) adictos a la violencia? ¿En qué momento nos dio por dividir el mundo en exitosos y perdedores, asumiendo que estos últimos son objeto de desprecio? Y ¿para qué tanta pantalla y tanta conexión, si lo que estamos es deshumanizando al prójimo?

El hombre, dice Zoja, “es un ser social: Siempre ha necesitado de los demás hombres, en todo sentido. Hoy en día sus funciones pueden ser en gran parte sustituidas por máquinas (por ejemplo, la computadora), pero la presencia humana no puede ser sustituida: la lejanía de los otros causa una privación que representa un verdadero daño psíquico. El hombre que está solo se deprime, y, en un círculo vicioso, un hombre deprimido es un hombre al que le faltan las fuerzas y el empuje para salir al encuentro del prójimo.”

Todas estas inquietudes son abordadas por Zoja mediante invaluable soporte filosófico, antropológico y literario. Tras su lectura podemos llegar a la conclusión (registrada por Kant, Roudinesco, Freud y unos cuantos más) de lo irreversible de nuestra inclinación natural hacia el mal.

 

 

A orillas del mar

Abdulrazak Gurnah 

Salamandra

Corolario de esta buena novela del flamante premio Nobel de 2021, es que convertirse en exiliado por motivos de persecución, es salir de un infierno para entrar en otro. Así se lo hace saber, sin ambages, el funcionario que recibe a Shaabán, el protagonista, que después de una penosa singladura desde su país africano, llega a Londres a pedir asilo:

“Quién lo haya persuadido para meterse en esta aventura le ha hecho un flaco favor, se lo aseguro […] Puede llevarle años que acepten su solicitud y aún así es posible que lo manden de vuelta de todos modos. Nadie le va a dar trabajo. Se sentirá usted solo, desdichado y pobre, y si enferma no habrá nadie que lo cuide. ¿Por qué no se ha quedado en su país, donde podría envejecer en paz? Esto del asilo es para jóvenes que buscan trabajar y prosperar en Europa, ¿no cree?”

El anciano logra evitar la deportación mostrándose atontado y más vulnerable de lo que es, triunfo pírrico, porque, tiempo después, al dar con un compatriota que ya está aclimatado en el exilio, la reconstrucción de un pasado tormentoso le amarga la vida hasta no poder más.

El autor (que tiene un homónimo dentro de la novela) asume una actitud literariamente posmoderna, pues una de las historias que cuenta nos la refiere desde puntos de vista diferentes, es decir, empoderando como narrador a varios personajes que nos llevan a la conclusión de que no existe una verdad que sea la verdad y que, como sentenció Nietzsche, “no hay hechos, sólo interpretaciones”.

Repujada de imágenes poéticas y alusiones a la saga homérica, la novela es (como ya Gurnah nos tiene acostumbrados) un discurso anticolonialista.