Andrea Wulf                           

Magníficos rebeldes

Taurus

 

Hermoso libro donde los haya es este que contiene la historia maravillosa de cómo se gestó la gran revolución espiritual e intelectual que hizo de la nación alemana (no unificada en lo político, pero sí en lo cultural) la potencia cultural del siglo XVIII. Con un amplio dominio de ese género llamado biografía intelectual (con ribetes de novela histórica) la autora de un laudable libro sobre Alexander von Humboldt, nos muestra lo que significó para la Historia de la filosofía, de la ciencia, de la educación y de la literatura, la convergencia en la pequeña ciudad de Jena (pero con más universidades que toda Europa junta) de pensadores de la talla de Goethe, Schiller (su alter ego), los hermanos Humboldt, los hermanos Schlegel, Fichte, Schelling, Novalis, Hegel (es que parece una enumeración inverosímil) y una mujer (bastante comparable a Mary Shelley) que fue una especie de genio en la sombra, Caroline Böhmer-Schlegel-Schelling, la responsable en buena parte de que las obras de Shakespeare fueran conocidas en Alemania:

“August Wilhelm traducía y Caroline escandía los versos para que fueran musicales […] Era la primera traducción en verso de las obras de Shakespeare al alemán […] Las traducciones de August Wilhelm y Caroline se siguen considerando, en la Alemania de hoy, canónicas. Gracias a ellas, August Wilhelm Schlegel se hizo célebre y los alemanes adoptaron a Shakespeare como poeta nacional.”

El inmenso volumen de Wulf no deja nada por fuera desde el punto de vista histórico, porque hasta permite ver cómo las fuerzas napoleónicas irrumpieron, no sólo en Alemania, sino en aquella ciudad en la que Goethe exhibía habilidades de patinador cuando el invierno congelaba las aguas del río; ciudad en la que los poetas se volvían filósofos y los filósofos poetas, todos eran maestros y discípulos entre sí (así no fueran siempre amigos) y todos hicieron por lo que Hegel llamó el avance del espíritu, auspiciados por el gran invento de Fichte, el Ich o el yo que pasó a ser el sustituto del invento de Platón, o sea, el alma.

 

Mario Vargas Llosa

El fuego de la imaginación

Libros, escenarios, pantallas y museos 

Obra periodística

Alfaguara

 

El tamaño de este precioso volumen, mejor dicho, de este joyero, intimida de entrada y su contenido causa asombro; nos hace pensar que, acaso, el personaje de “Funes el memorioso” es un trasunto de Vargas Llosa. Para quienes no han advertido aún que la faceta del Nobel peruano como ensayista no le va en zaga a la de narrador, este libro les brinda una gran oportunidad. Sorprende la calidad de su prosa y el afilamiento crítico y teórico en escritos de juventud, como ese que explica por qué la literatura es fuego, en el que nos dice que:

“Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán.”

El dominio de Vargas Llosa sobre distintas literaturas (española, latinoamericana, francesa y de otros países) es irrefragablemente profundo, pero no sólo de literatura vive el hombre y Vargas Llosa menos, así que también nos regala páginas críticas sobre bibliotecas, arte, escultura y cultura en general.

Ni qué decir de la panorámica que nos ofrece de la novelística latinoamericana en su sesudo ensayo “Novela primitiva y novela de creación en América Latina”, que en mucho se asemeja al célebre Los nuestros, en el que Luis Harss se inventó el boom. Otras tantas ideas y conceptos son anticipos de lo que el novelista peruano nos ofrecería en La verdad de las mentiras, Carta a un joven novelista y, sobre todo, Historia de un deicidio, uno de los mejores ejercicios de crítica literaria que se han hecho en Latinoamérica.

 

Djuna Barnes

El bosque de la noche       

Seix Barral

 

Escrita en un lenguaje asaz poético y, si se quiere, denso, por no decir barroco, esta obra maestra de la escritora de Nueva York, que está cumpliendo cuarenta años de fallecida, no es mucho lo que tiene que envidiarle al Ulises de Joyce ni a Al faro de Virginia Woolf. Dado el enredo, o mejor, el enjambre amoroso de su trama y el carácter tan complejo de sus personajes, la novela es un escenario que ni mandado a hacer para la observación desde la psicología y el psicoanálisis. A continuación, un botón de muestra:

“Ojos que no ven, corazón que no siente, nos han dicho; sin embargo, la noche y el sueño nos angustian, ya que el recelo es el sueño más intenso y el terror, las riendas. El corazón del celoso conoce el mejor y más satisfactorio de los amores, el que yace en cama ajena, donde el rival perfecciona las imperfecciones de su amante. La imaginación arranca al galope para participar en ese duelo, libre de toda inmovilidad por la que pudieran ser articuladas las reglas de aquel juego oculto.”

En la novela, ambientada en París de comienzos del siglo XX, tres personas (dos mujeres y un hombre) se disputan vehementemente el amor de una joven, que, de haber vivido en esta época, hubiera tenido miríadas de seguidores de todos los sexos y se hubiera convertido en heroína de feministas y símbolo contracultural.

 

Max Pohlenz

La Stoa

Historia de un movimiento espiritual 

Taurus

 

La Stoa era el lugar en el que los filósofos de la antigüedad que más se ocuparon del comportamiento humano, es decir, de la ética, se reunían e impartían sus lecciones; de ahí proviene el distintivo de estoicos, cuyos mejores representantes fueron, según el filósofo alemán, que ha llegado a estudiar como nadie la vida intelectual grecolatina, Séneca, Zenón, Epicteto y Marco Aurelio.

Al comienzo Pohlenz nos ofrece un recorrido por las calles y jardines de Atenas, la Academia y el Peripato, pues ¿cómo no repasar primero el pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles? Así mismo nos pone frente a las ideas de, por ejemplo, Cleantes, Crisipo, Diógenes y Epicuro. El extensísimo estudio del alemán incluye la interesantísima y viable teoría del conocimiento cribada en la Stoa, basada en el logos y lo que llamaron phantasia:

“Nuestro conocimiento de las cosas exteriores descansa en esta phantasia […] Tan pronto como aparece la phantasia, el logos entra en actividad junto con ella. Emite un juicio que, sin duda, no decide en sí sobre el contenido objetivo de verdad de la representación, pero sí, sin embargo, sobre su validez. […] La representación se fija por medio del recuerdo y las imágenes recordadas también pueden aflorar entonces, sin una percepción sensible actual, como mera imaginación (phantasma), por ejemplo, en los sueños o en la locura, como cuando Orestes vio ante sí la imagen de la madre asesinada. En la memoria se forma todo un tesoro de representaciones; la experiencia surge a partir de la frecuente presencia de idénticas imágenes recordadas.”

Juzguen los lectores, sobre todo los filósofos, qué tan lejos estaban los de la Stoa del idealismo trascendental. Lo demás es una ética más basada en el “tu puedes” que en el “tú debes” y en lo que Zenón en su ideario proponía como el verdadero fin de la vida: la unidad de pensar, desear y actuar que no deja surgir ninguna escisión interna (“infeliz quien vive una escisión interna”). A eso se le llama coherencia. Ser como Sócrates, siempre el mismo.

 

Marvel Moreno

En diciembre llegaban las brisas

Alfaguara

 

Nació en Barranquilla en 1939 en el seno de una familia de clase alta. Terminó bachillerato en el Colegio de la Universidad libre y adelantó estudios de Economía en la Universidad del Atlántico; vivió en Caracas y se radicó en París, ciudad en la que dio rienda a su talento literario, hecho manifiesto en la composición de los volúmenes de cuentos: Algo tan feo en la vida de una señora bien, El encuentro y otros relatos, y su gran novela En diciembre llegaban las brisas.

Publicada por primera vez en 1987, esta novela tiene no poco de libro de culto en la narrativa colombiana contemporánea y un puesto digno en la época posterior al Boom, dada la exuberancia de su lenguaje y hermosa reconstrucción de un llamativo universo femenino, sustentado en las figuras de Catalina, Beatriz, Dora, y Lina, personajes que en conjunto detentan las características de su creadora: belleza (en toda la extensión de la palabra), inteligencia y sensualidad. La escritora barranquillera complementa el retablo caribeño compuesto por José Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda y García Márquez. Asimismo, Marvel hizo su contribución a la narrativa moderna al entretejer múltiples historias: la de doña Clotilde del Real, la de la negra Berenice, la de la prostituta María Fernanda, la de doña Adela Portal y Saavedra; la del doctor Vesga y la del negro Changó, entre tantas otras, en un contexto de sociedad clasista-racista, todo narrado por mujeres, en un lenguaje acogedor y fluido y un tono asaz íntimo:

 

HABÍA HABIDO CIERTAMENTE UN PARAÍSO, decía a veces tía Eloísa imperturbable en su poltrona de terciopelo azul turquí, sin que Lina supiera muy bien si su comentario resumía una reflexión o un sueño, porque sucedía siempre a uno de esos silencios en los cuales se aislaba a la caída de la tarde, cuando sus hermanas partían y los ventiladores traían al salón fragancias de esencias moribundas. Un edén recordado con nostalgia, insistía sonriéndole a Lina al advertir su desconcierto, cuya existencia no debía buscarse en el espacio, sino en los tiempos de una antigua conciencia que no distinguía aún el yo de la unidad. Quizá entonces, dolor y miedo se compartían, el amor de sí mismo se extendía a los otros, el fin de uno era resentido como muerte por los demás.”

 

Esta nueva y bellísima edición de la extensa novela premiada como el mejor libro extranjero publicado en Italia en 1989, es un justo homenaje a escritora que en su juventud fue reina del Carnaval de Barranquilla en 1959; que vio adaptado al cine y galardonado con la Cámara de oro del Festival de Cannes en 1985 su cuento “Oriane, tía Oriane”; que llegó a ser escogida por la revista Cromos como una de las cien mujeres más influyentes de la Historia de Colombia; que estuvo casada con el periodista y escritor Plinio Apuleyo Mendoza; que nunca quiso regresar a Barranquilla, para que sus recuerdos sobre la cerrada alta sociedad de mediados de siglo permanecieran intactos y los pudiera verter mejor en su narrativa; esa misma escritora que fue siendo víctima del tabaquismo y del lupus, enfermedad con la que luchó gran parte de su vida, nos dejó, antes de irse con las brisas el aciago 5 de junio de 1995, una novela inédita hasta no hace mucho: El tiempo de las  amazonas. No creo que sea descabellado sustentar la opinión de que Marvel es hasta ahora la más representativa de las narradoras colombianas.

 

Lucy Adlington

Las costureras de Auschwitz 

Planeta

 

Esta obra de género histórico-testimonial permite abordar el fenómeno del Holocausto (shoa) desde inusitada perspectiva, la de mujeres cuyas voces estaban quedándose por fuera de la Historia, pero que fueron afortunadamente rescatadas por la autora (especializada en vestuario histórico) de una obra que hace perfecto juego con la presente: La cinta roja.

Si en la afamada La lista de Schindler, más de mil judíos se salvaron del exterminio por mor de su trabajo en una fábrica cerca del campo de concentración, en “Las costurerasveinticinco mujeres judías confinadas en Auschwitz-Birkenau se salvaron por haber sido seleccionadas para confeccionar la ropa (que exigía alta costura) de las mujeres allegadas a la cúpula del régimen nazi.

“Las mujeres nazis de la élite también valoraban la ropa. Magda Goebbels, esposa del insidioso ministro de propaganda de Hitler, era célebre por su elegancia, y mostraba pocos escrúpulos a la hora de vestirse con creaciones judías, a pesar de la obsesión nazi por borrar a los judíos del comercio de la moda. Emmy Goering, casada con el Reichsmarschall Hermann Goering, vestía con piezas de lujo producto de expolios, a pesar de que aseguraba desconocer la procedencia de sus prendas.”

El libro, con toda su carga dramática, histórica y axiológica, ilustra eso que la filósofa Hannah Arendt denominó la banalidad del mal y, si bien es también soporte de que nuestro destino casi nunca está en nuestras manos, nos deja resquicios para el consuelo.

 

Cristina Piña – Patricia Venti

Alejandra Pizarnik                             

Biografía de un mito

Lumen

 

Solía decir que escribía para no suicidarse; y, sin embargo, el 25 de septiembre de 1972, aprovechando un permiso del hospital psiquiátrico en el que estaba recluida desde hacía cinco meses, y después de haber maquillado a todas sus muñecas, con una sobredosis de Seconal (fueron cincuenta pepas) se puso a salvo de las pesadumbres… tenía apenas 36 años.

Ese destino trágico se cribó desde su infancia, pues su tendencia a engordar, su incontrolable acné, su poco disimulable tartamudeo, y su sentimiento de inferioridad frente a su hermana, minaron su autoestima. Su ansiedad la llevó a usar anfetaminas hasta la adicción.

Menos de cuatro décadas de vida le alcanzaron para estudiar Filosofía y letras, y luego pintura; para traducir poemas de Michaux, Artaud y Césaire; para admirar a Lautréamont y a Bataille; para formarse durante cuatro años en París y para hacerse escritora. Aparte de su maravillosa obra poética, la autora argentina, quizá la mejor de todas, nos dejó una variada producción narrativa, teatral y ensayística. Llaman la atención sus excelentes textos humorísticos que evidencian influencia de Borges, Bioy Casares y, sobre todo, de Cortázar. Todos sus relatos son un borboteo de ironía e inteligencia, y, sus respuestas en las entrevistas publicadas reflejan una inusitada erudición: “pienso en una frase de Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra

Su obra poética, que la acredita como una de las voces más originales de la lengua castellana, se reúne en una cuidadosa edición de Lumen que incluye poemas inéditos que Alejandra dejó mecanografiadas o a lápiz (con tachones y todo), en libretas, cuadernos y papelitos e inclusive escritos con tiza en un tablero. Nacida en Buenos Aires, pero de ascendencia judía, esta escritora y traductora admirada sin reservas por Octavio Paz, nos dejó siete libros de poemas caracterizados por el surrealismo, un evidente tenor psicoanalítico y un gran acento lírico. Están llenos de intimidad, de noctambulismo, de angustia, de fantasmas, de soledad, de sombras, de desencanto; pero, sobre todo, de miedo y de muerte:

Llega la muerte con su manada de huesos/ sonrío sumisa a una niña idiota/ que implora en mi nombre/ juntas (la muerte, la niña y yo)/ no encontramos otro oficio que execrar/ Al final todos se casan: el mar y las olas,/ la noche y lo oscuro,/ el vaso y el vino,/ el anillo y el dedo,/ la muerte y el cadáver”.

Alejandra Pizarnik era ajena a cualquier métrica tradicional, y, despojada de sonsonetes y de rimas, se atuvo siempre a la anchura del versolibrismo y del poema en prosa; en uno de ellos prácticamente anuncia el suicidio: “Como un niño de pecho he acallado mi alma. Ya no sé hablar. Ya no puedo hablar. He desbaratado lo que no me dieron, que era, todo lo que tenía. Y es otra vez la muerte. Se cierne sobre mí, es mi único horizonte”.

Para conmemorar los 50 años de su muerte, la misma editorial que ha publicado su obra y sus diarios, nos trae ahora la biografía que estábamos esperando, escrita con esmero por una profesora y una directora de cine, que desde hace décadas investigaron para dar a luz esta, llamada con acierto, “biografía de un mito.”

 

Adela Muñoz Páez

Brujas

La locura en la Edad Moderna

Debate

 

De esta catedrática de la Universidad de Sevilla, que se mueve entre la ciencia y la Historia (con predilección en la investigación sobre mujeres científicas), nos llega un libro de contenido asaz inquietante. Se trata de una amplia y minuciosa descripción de lo que ha sido una de las mayores manifestaciones del mal que proviene de la especie humana y que cobraría la vida de alrededor de sesenta mil personas, la mayoría mujeres, a lo largo de tres siglos, para más INRI, comenzando la Edad Moderna: “Y cuando terminó la Edad Media, también llamada Edad Oscura, llegaron los tiempos terribles para las mujeres anunciados por El martillo de las brujas, que convirtió la religión del dios del amor en la del dios del terror.”

¿De donde provino semejante locura? De órdenes imaginados, supersticiones, galopante ignorancia; de la ristra de fobias que nunca nos han faltado, de la misoginia; pero, sobre todo, de algo en lo que no se equivocaron Kant ni Schopenhauer ni Freud, a saber, nuestra inclinación natural al mal.

El libro de Muñoz Paez nos pone de presente, con mucha claridad expositiva, temas tales como: Herejías y cruzadas, la Inquisición, los llamados aquelarres, los demonios de los conventos, y un tema que se ha tratado tanto en el cine como en la literatura como capítulo histórico aparte: las brujas de Salem. Y para quienes crean que se puede decir que ya salimos de eso, la mala noticia es que de la horrorosa práctica persisten manifestaciones en pleno siglo XXI.

 

James Joyce

Dublineses

De bolsillo

 

Los quince cuentos reunidos en el presente volumen fueron concluidos por el autor irlandés en 1904, pero se publicaron diez años después. Ningún editor se arriesgaba con un libro que mostraba sin ambages a la sociedad fracasada de Dublín y que contenía referencias poco encomiables a la reina Victoria y a Eduardo VII. En “Las hermanas” el fallecimiento de un cura es pábulo para habladurías de allegados y vecinos; en “Un encuentro” un par de escolares influidos por lecturas del Lejano Oeste, viven una aventura de un día, ausentándose de clase y fungiendo de adultos; en “Arabia” un adolescente enamorado de su vecina, le promete traerle un regalo de un bazar, pero llega tarde y no le puede comprar nada; en “Eveline” una muchacha que ansía irse del país con su novio para intentar una nueva vida, se arrepiente justo cuando el barco va a zarpar. “Después de la carrera” trata sobre cuatro jóvenes que representan un bienestar total que contrasta con la sociedad dublinesa que, en general, pasa trabajos. Algunos dan el salto social y entran en el derroche; en “Dos galanes” un par de amigos de aspecto chulesco zascandilean por Dublín, uno haciendo alarde de conquistas y el otro sirviéndole de asistente; en “La casa de huéspedes” una supuesta pareja de enamorados cede ante la presión que sobre ella ejerce la pacatería de familiares y amigos y termina obrando para darles gusto a todos. El corolario del cuento es (y la frase está escrita) que pueblo chiquito, infierno grande. “Duplicados” es una recreación de la vida de una sirvienta en casa de protestantes, mejor dicho, Joyce le da juego a una desclasada; “Un triste caso” trata sobre un hombre golpeado por el complejo de culpa que le suscitó la muerte de una mujer con la que hubiera podido compartir su vida; “Una madre” trata sobre cómo una mamá pelea por los derechos de su hija artista, enfrentándose a una panda de empresarios timadores. El libro se cierra con el magistral “Los muertos”, un cuento con vocación de novela corta, que es un magnífico retablo de la sociedad dublinesa, a propósito de una celebración navideña, después de la cual, escarbando en el pasado (que debería dejarse quieto), una pareja encuentra motivo para caer en la melancolía.

Se diría sin mucho riesgo de equivocación, que estos cuentos constituyen el embrión o al menos un adelanto de lo que terminó siendo la gran novela de su autor: Ulises.

 

Edmund Wilson

Obra selecta

Lumen

 

Qué maravilla poder disponer de las mejores reseñas y artículos del mejor crítico literario norteamericano de la primera mitad del siglo XX, sobre el cual Christopher Hitchens llegó a decir: “Wilson es quien más cerca estuvo de convertir en Estados Unidos la crítica literaria en un arte”. Fue un verdadero árbitro de la cultura a guisa de como lo fueron George Orwell y Cyril Connolly en Inglaterra, pero más polémico y metido en política, porque fue uno de los que valoró el pensamiento de Marx y no satanizó lo que viniera de Rusia, a tal punto de que llegó a conocer como nadie la literatura de ese país y contribuyó para que allí se publicara la obra de Nabokov. Su instinto y agudeza lo llevaron a ser el primero en justipreciar obras con las que el público norteamericano parecía no avenirse nunca: La tierra baldía de Eliot y, nada más y nada menos, que Ulises de Joyce. Escribió más de sesenta mil cartas y cuarenta libros, con verdadera pasión por la gramática y se convirtió en el faro de los lectores en publicaciones como Vanity Fair, The New Republic, The New Yorker y The New York Review of Books.

Artículos y reseñas hay en el presente tomo de 900 páginas para afinar el gusto de los lectores sobre autores como Proust, Wallace Stevens, Henry James, el marqués de Sade, Dickens, Edith Wharton, Oscar Wilde; su amigo Scott Fitzgerald, Sartre y Joyce. A propósito de este último, da las claves para entender los monólogos interiores que hay en la novela y que constituyen el mayor escollo para quien la lee sin la debida contextualización. Una de ellas es fijarse en cómo discurre nuestro pensamiento cuando nos estamos quedando dormidos.

Que la perspectiva de Wilson (un hombre que no le comió cuento al academicismo; que leyó toda la Historia de Francia y se interesó por el judaísmo) era muy anglófila (salvo por su afición a la literatura rusa), dirán muchos. Cierto. Pero es que en su época la literatura en lengua castellana no era de mayor consumo en Norteamérica.