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William Ospina

Pondré mi oído en la piedra hasta que hable

Random House

Lo que en las primeras páginas se insinúa como una biografía de los hermanos Humboldt, deviene narración con pespuntes poéticos de lo que se puede considerar la Odisea americana. La singladura por estas tierras del alemán que puso a los ojos de los europeos la exuberante naturaleza de América, en compañía de Bonpland (recogiendo por el camino a los baluartes de la ciencia, Mutis, Caldas y Montúfar) es casi inverosímil. Hubiera dicho Carpentier: “esto es real, pero es maravilloso”.

Uno de los insumos de que dispuso Ospina para retratar al gran Wilhelm Humboldt, es La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, pero la bibliografía visitada es muy amplia y con ella el autor da a su novela el toque denso de realidad objetiva que bien complementó con la dosis de realidad imaginaria que hace de la novela, por histórica que sea, una obra de ficción. Se diría que quien no disponga de los referentes históricos la podría leer como los antiguos leyeron a Homero. Se diría, además, que, sin dejar de asombrarse por las gestas de un puñado de científicos aventureros espoleados por la hinchazón romántica de su época y el amanecer de la Ilustración, el verdadero protagonismo de la humboldtiada (permítaseme el desliz analógico) es la naturaleza. Es ella, potenciada por el efecto de la imagen que le da la prosa poética de Ospina, la que habla y hace por medio de sus ríos, tan anchos que no dejan ver la otra orilla; sus volcanes y nevados; lagos y selvas, inimaginables para cualquier europeo:

“Lejos, al sur, hay un punto donde la cordillera de los Andes, que viene maciza y enorme desde los glaciares australes, que cruza erizada de volcanes la frontera entre Argentina y Chile, que después atraviesa el viejo mundo de los incas con todos los bellos colores de la aridez: rosado de arcillas y blanco de areniscas de cuarzo y rojo de hierro y verde de filitas de magnesio y pardo de las rocas terrosas cuaternarias y amarillo mostaza de las areniscas sulfúricas; esa mole de montañas que abruma al mundo con sus cumbres blancas sobre la línea ecuatorial, se llena de repente de vegetación y se abre al fin en tres ramales distintos antes de descender hacia el caribe.”

Pasajes como este soportan el concepto de sobrenaturaleza de Lezama Lima, el poeta cubano para quién sólo mediante la imagen (y la metáfora) es entendible la naturaleza. La novela cierra su círculo con episodios de la gesta independentista latinoamericana.

 

Mario Vargas Llosa

Un bárbaro en París

Textos sobre cultura francesa

Alfaguara

Este ineludible volumen para los lectores de Vargas Llosa trae, incluyendo el Discurso de ingreso a la Academia Francesa, veinte valiosos ensayos, todos referidos a la cultura francesa, cuyo arco temporal va desde 1967 hasta 2016. Por sus páginas desfilan sus grandes amores literarios: Víctor Hugo y Flaubert. Al primero lo presenta como el autor occidental sobre el que más ha corrido tinta después de Shakespeare

y un genio comparable a Mozart por su precocidad. Al segundo lo presenta como el descubridor del actor más importante de la Novela moderna: el narrador.

El Nobel peruano no para mientes a la hora de ensalzar, por ejemplo, a la abuela de Gauguin, Flora Tristán, puesto que se le adelantó con sus planteamientos al mismísimo Marx y fue el gran antecedente “en la lucha por los derechos de la mujer”. Otra mujer que cae en su radar es Simone Beauvoir, autora, según él, del “canto de cisne” de toda la novelística del movimiento existencialista, Los mandarines. A los otros dos famosos de tal movimiento, Vargas Llosa les dedica extensas reflexiones, saliendo mucho mejor librado Camus (presentado como todo un caso de rebeldía y de superación personal) que Sartre, por quien se deslumbró en un comienzo y se le evadió por completo de sus afectos años después, cuando perdió su norte respecto a la función de la literatura.

En ese ejercicio en que es asaz brillante Vargas Llosa (encontrarle las costuras a la obra de cualquier escritor que concite su interés) causa gran impacto la hermenéutica de autores como Bataille (de quien prologó un libro de obras escogidas) y de Céline (“el último maldito”), una especie de heredero del pesimismo (bien fundado) de Schopenhauer: “En Céline no hay la menor intención crítica frente a esa humanidad obtusa y estúpida que describió con intuición genial. Para él, el mundo es así, los seres humanos están hechos de ese apestoso barro y nada ni nadie los mejorará.”

En fin…la apología de la cultura francesa y la deuda que con ella tiene el mundo occidental, queda suficientemente expuesta en el discurso final de este “bárbaro” que dijo un día, que era un peruano que quería ser un escritor francés.

 

Indalecio Liévano Aguirre

Núñez

La biografía definitiva de uno de los presidentes más importantes de Colombia

Prólogo de Eduardo Santos

Taurus

De esta memorable biografía se puede decir que está a la altura del personaje que la suscitó. El apreciable prólogo que le hizo el presidente Eduardo Santos sería suficiente orientación para el lector, pero dada la amplitud del contenido del libro, se puede acrecentar su exégesis. La obra que a su autor le sirvió como tesis de grado en 1944 es toda una multiplicidad: ante todo la Historia de Colombia en lo que atañe al siglo XIX; un tratado de economía; una teoría política, y la puesta en escena de la vida de un gran estadista, guardadas proporciones, tan determinante para el futuro de su país como lo fue Lincoln. El país le cupo en la cabeza y más le cupo mientras le sirvió desempeñándose en Inglaterra; siempre estaba uno o dos pasos delante de lo que acontecía a nivel social y económico, al punto de salvar a Colombia de la total bancarrota, de una vertiginosa caída en abismo a causa de una muy desequilibrada balanza comercial, según la cual, se dependía de la exportación de tabaco, añil y frutas, pero había que importar de todo. Eso para no hablar de la forma indolente como gobiernos ineptos hasta decir no más (los gestores de la fatídica Constitución de Rionegro), dejaron agotar las reservas de oro. El laudable trabajo del Dr. Liévano Aguirre no es mera descripción ni recuento, sino que analiza, se detiene en aspectos que podrían pasar desapercibidos o perderse en lo anecdótico. Hay que ver no más, cuántas cosas pueden ser ignoradas (aún hoy) sobre la Constitución de 86 y de los alcances que tuvo y apuntalaron el prestigio del bien llamado Regenerador como estadista:

“Dictadura y anarquía, extremos viciosos entre los cuales se movió invariablemente el Estado colombiano durante un siglo, fueron sustituidos por el establecimiento de un Estado vigoroso y respetable […] La teoría de los derechos individuales absolutos, que nuestros partidos recibieron como sagrada herencia de la Revolución Francesa, fue sustituida por la de los derechos del individuo limitados por el interés social.” P. 348

Núñez queda retratado como luchador incansable, conciliador y visionario que en muchas de sus ideas sorprende por una sutil cercanía a las de Marx y en otras por cómo se anticipó a las de Sartre. A lo mejor, como poeta, no merece el severo juicio que le ha deparado la crítica (por ejemplo, Andrés Holguín), pues en el libro, entre tantos versos que Liévano cita, algunos denotan autenticidad y fina hechura, en especial los que buriló motivado por la nostalgia, como este quinteto final:

“Así ¡oh dolor! No sé cómo llamarte, / aunque mi corazón tu espada parte/ en mil pedazos al cebarse en él, / no sé si de la vida en el abismo/ son en definitiva un jugo mismo el néctar y la hiel.!

 

 

Jorge Luis Borges

Adolfo Bioy Casares

Alias

Obra completa en colaboración

Lumen portada ALIAS - BORGES, JORGE LUIS/BIOY CASARES, AD - Libro Físico

Borges y Bioy o “alias” H. Bustos Domecq o “alias” B. Suárez Lynch, comportan la autoría de siete libros de cuentos, por primera vez agrupados en un solo volumen, para regocijo de los lectores del más célebre dúo literario argentino. Lo curiosos es cómo los dos autores terminaron escribiendo en colaboración. Un tío de Bioy le pidió a éste redactar un folleto comercial para La Martona, la empresa de lácteos de la familia; Bioy involucró a su adlátere para que saliera de apuros económicos y entre ambos acometieron la publicidad del yogurt, la cual resultó un fracaso, pero les generó el entusiasmo por seguir escribiendo juntos. De este modo incursionaron en el género que a los dos más les apasionaba en ese entonces: el relato policíaco. El reto era crear el personaje que a guisa de Poirot o de Sherlock Holmes resolviera los entuertos. El hallazgo vino a llamarse Isidro Parodi, no graduado en escuela de detectives ni mucho menos, sino en peluquería y con una imputación a cuestas que le significó una condena de veintiún años de presidio. Allá van a buscarlo quienes van detrás de un crimen o detentan alguna acusación; don Isidro los escucha y a punta de deducciones formula la solución del caso. Ese es el primer indicio de originalidad del autor, llámese Bustos Domeq o Suárez Lynch (en ambos casos por apellidos de los abuelos de uno y otro). El resto del atractivo de los cuentos se da, sobre todo, por mor del trabajo dialectal, una especie de porteño, unas veces elegante y pretencioso y otras barriobajero, según el perfil del personaje, pero que, si uno tiene paciencia y lee con ánimo hedonista, acaba por encontrarle el humor: “-No sé dónde queda Nápoles, pero si alguien no le arregla este asunto, a usted se le va a armar un Vesubio que no le digo nada.”; “Estaba sin maquillar y, mujer al fin, huyó a su camarote para que yo no la sorprendiera sin su coraza facial. Encendí uno de los pésimos cigarros del joven Bibiloni y, filosóficamente, me batí en retirada.”

Lo demás corre por cuenta de la imaginación y habilidad para enredar, desenredar y lograr un final sorprendente, como en “Las noches de Goliadkin”, en que un ladrón arrepentido se hace matar en un tren, para que un diamante que había hurtado volviera a manos de su dueña. Otro ejemplo: “Las doce figuras del mundo”, por cómo don Isidro resuelve un entramado de inmigrantes libaneses: un asesinato encubierto con trapacerías de árabe. También “El testigo” (casi ilegible, por cierto, por el registro idiomático, entre rebuscado e hilarante en que está escrito), en el que un tal Sampaio relata cómo una niña que dejaron a su cuidado murió de susto en un sótano.

 

Albert Camus

El hombre rebelde

Random House 

La publicación de este monumental ensayo filosófico de Camus en español es todo un acontecimiento, tanto para la filosofía como para la literatura y contribuye a la elucidación del pensamiento de la corriente existencialista. La densa obra está estructurada en cinco partes, cada una encaminada a exponer las distintas formas de rebeldía examinadas por el autor (metafísica, histórica, artística) y las diversas formas de ser rebelde, como la del crimen o la del simple nihilismo. Camus hace una inquietante descripción-reflexión de, por ejemplo, el terrorismo individual y el terrorismo de Estado (ubérrimo en escenarios para 1951, año en que Camus publica la obra). No sería aventurado afirmar que, en uno de sus capítulos, el premio Nobel nos regala la que podría considerarse a la sazón, la mejor interpretación del marxismo, que aún admitiendo su carácter utópico, no deja de tener un irrefragable sustrato ético:

“Ciertamente, no les faltó razón a quienes insistieron en la exigencia ética que yacía en el fondo del sueño marxista. Hay que decir, precisamente, antes de examinar el fracaso del marxismo, que en ella residía la verdadera grandeza de Marx. Puso el trabajo, su degradación injusta y su dignidad profunda en el centro de su pensamiento. Se alzó contra la reducción del trabajo a una mercancía y del trabajador a un objeto. Recordó a los privilegiados que sus privilegios no eran divinos, ni la propiedad, un derecho eterno.” ¿Qué tal?

Pero acá viene el otro martillazo: “Dio mala conciencia a quienes no tenían derecho a mantenerla en paz y denunció, con una profundidad inigualable, a una clase, cuyo crimen no residía tanto en haber tenido el poder cuanto en haberlo usado para los fines de una sociedad mediocre y sin verdadera nobleza.” ¡hermoso y contundente!

Para quienes piensan (odiosa y estúpidamente) que la inteligencia, el talento y la sabiduría están en directa proporción con la clase social, es bueno recordarles que este potente filósofo era un hombre sencillísimo, hijo de una sirvienta y un obrero; por ello vale la pena extractar algunas, llamémosle frases, de esta mente tan esclarecedora, tratando de minimizar el riesgo de citarlas fuera de su contexto:

“La reivindicación de la justicia desemboca en la injusticia si no está fundada primero en una justificación ética de la justicia.” P.272

“En sociedad, el espíritu de rebeldía solo es posible en los grupos en que una igualdad teórica esconde grandes desigualdades de hecho.” P.35

“El rebelde metafísico no es, pues, con certeza ateo, como podría creerse, pero es forzosamente blasfemo. Simplemente, blasfema primero en nombre del orden, denunciando en Dios al padre de la muerte y el supremo escándalo.” P.42

“En lenguaje simple, el hombre no es reconocido y no se reconoce como hombre mientras se limita a subsistir animalmente. Toda conciencia, en su principio, es deseo de ser reconocida y saludada como tal por las otras conciencias. Son los otros los que nos engendran. En sociedad, únicamente, recibimos un valor humano, superior al valor animal.” P.184

 

Umberto Eco

La memoria vegetal

Lumen, era

Antes que ser medievalista, semiólogo y novelista, el célebre autor de El nombre de la rosa, era, ante todo, un bibliófilo. Su más grande pasatiempo fue perseguir libros antiguos y de contenidos raros, además de husmear rarezas en cualquier biblioteca y archivo del mundo. De resultas de lo anterior, Eco nos legó este volumen póstumo de contenido variado, erudito y pletórico de curiosidades. Por ejemplo, un capítulo dedicado a las majaderías de los expertos (a quienes el filósofo Žižek, considera una plaga que cree saber mucho de algo y es ignorante en todo lo demás, pero que infortunadamente son el objetivo de la educación de hoy). Expertos (es decir, nuevos bárbaros) que, cada uno en su momento, descalificaron obras como, Madame Bovary, Santuario, Ulises, La máquina de tiempo, El espía que surgió del frío y Los Buddenbrook. Otros que despotricaron de una de las sinfonías de Beethoven y de pinturas, tanto de Picasso como de Rembrandt.

En otro capítulo, con base en extensa bibliografía, Eco juega con la muy trillada hipótesis de que Shakespeare no fue el autor de sus obras, sino Bacon. Pero con el añadido de que a su vez Shakespeare fue el autor de las obras de Bacon. Mediante una suerte de dialéctica hegeliana, Eco resuelve proponiendo un tercer autor anónimo.

Interesante es también el capítulo o conferencia “Monólogo interior de un e-book”, que es en realidad una especie de hipálage, puesto que al objeto (el e-book) le han sido transferidas las emociones y el desconcierto del sujeto que lee en ese soporte.

Lo mejor del libro es, tal vez, la conferencia que le da su título y que atañe a lo que estamos viviendo por cuenta de “la memoria mineral”, “la de los ordenadores, cuya materia prima es el silicio”. Su idea es que vamos camino de cumplir la alegoría o anticipación de Borges con su personaje Funes, ya que, según Eco, “el ruido absoluto y la abundancia de información puede generar absoluta ignorancia.”

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