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Mañana y tarde
Jon Fosse
Nórdica/ Deconatus
La presente novela del flamante premio Nobel de 2023 se nutre por partes iguales de discurso de vida y discurso de muerte, mejor dicho, de cómo venimos de la nada y a ella volvemos, y así lo expresa un personaje: “de la nada a la nada”, dice Olai, quien detenta un pensamiento trascendente, a pesar de su condición humilde. El título de esta breve, pero densa novela, en la que pueden pasar decenas de páginas antes de que se encuentre en ella un algún punto, alude metafóricamente, a ese eros (más bien nacimiento) y ese tánatos, que enmarcan lo que Schopenhauer llama “una breve pausa”, o sea, una vida, en este caso la de Johannes, el protagonista de la novela.
Sin llamarse a engaños, de lo que nos quiere hablar Fosse, es de esa etapa de la vida, que, lejos de ser la tal edad dorada o cualquier otro eufemismo majadero, es más bien lo que dijo el filósofo rumano Ciorán, “el castigo por haber vivido, castigo que comienza con atrofias de distinta clase:
“…pero, ¿no tiene una mano algo entumecida, como si se le estuviera durmiendo? ¿no es así? Piensa Johannes, y levanta el brazo y a duras penas consigue levantarlo y entonces mira sus dedos largos y ajados y ve que alrededor de las uñas los dedos se le están poniendo azules
Uy, no, pero ¿esto qué es? Dice Johannes
Qué cosa tan rara, dice
Y prueba a sacudir la mano y no sirve de nada ¿y de qué iba a servir? Piensa Johannes ¿y no tiene también la cara un poco adormilada?, pues la verdad es que sí, piensa Johannes,”
Paulatinamente el asunto se va complicando, pues se instala sin aviso la demencia senil:
“Y Johannes se vuelve hacia Erna y no la ve por ninguna parte, aunque sí que nota su mano fría, piensa, y además ha oído su voz, y ha oído sus pasos, solo que ya no la ve, no se la ve por ninguna parte y Johannes pregunta si Erna está allí y ella no contesta y él le aprieta la mano con fuerza y nota lo fría que está la mano, lo flaca que está
Erna, tienes que responder, dice Johannes
Anda, responde, Erna, dice
¿Dónde estás? Dice”
Como es muy propio de la literatura existencialista de Fosse, sus personajes detentan una condición casi fantasmal; se auto marginan y terminan en la soledad más absoluta.
Poesía completa
William Ospina
Lumen
Este escritor tolimense puede ser uno de los dos o tres poetas vivos más representativos de la poesía colombiana; su trayectoria ya es bien larga y su poesía robusta. De grata recordación es la primera compilación que se hizo de sus poemas en la bella edición de Arte Dos Gráfico y Revista Número, con dibujos de José Antonio Suárez. Aquella edición reunía los poemas escritos entre 1974 y 2004. Ahora se publica, en esmerada edición, toda su poesía escrita hasta la fecha, por lo cual están incluidos dos extensos poemarios: Más allá de la aurora y del Ganges y Sanzetti. Los de este último, 172 en total, conservan el mismo patrón, una métrica que no varía; son poemas de versos alejandrinos exentos de rima (pero no de musicalidad) y se diría que sólo les faltaría el pareado final para asemejarse a la forma del soneto inglés. De algunos, no falta quien piense que son artificiosos o que le parezcan de relumbrón; de otros, se dirá que son herméticos; pero, en conjunto, hay que leerlos como enseñaba don Ramón de Zubiría: de frente y al sesgo, para poder descifrar versos como, “Un tren que cruza las páginas de una novela rusa” (quiere decir, el que espera Ana Karenina); “Balan tropas heráldicas su polvo de estandartes” (se refiere a las ovejas que don Quijote confunde con un ejército, de ahí que el poema se titule Quijano); “Trazó reinos a un niño la palma de Aristóteles” (se refiere a Alejandro Magno); “Del aullido al espasmo la geometría del crimen” (alude al Guernica; por ello el título es Picasso), y así mismo entender que en el poema Blondie, la clave para coger al vuelo que se trata de Marilyn Monroe, es el verso en el que ella lee el Ulysses.
Del poemario sobre la India, hay que decir que es todo un acontecimiento en la poesía colombiana; es un mundo autónomo hecho de pura imagen poética; es un recorrido por un país (que es muchos países) lejano e ignoto y pletórico de dioses y diosas, de templos y pagodas, de saris rojos y blancos; de elefantes y monos, de muertos en sus palanquines rumbo al Ganges; de olor a sándalo, de guirnaldas y de colores, y en todas partes el rostro de Buda. Formalmente cunden el poema en prosa, la prosa poética y el verso libre, a veces muy extensos y narrativos (La doncella de las palmas rojas), a veces tan breves como un haikú: “Vuela de nuevo, no descansa nunca, / el ala muerta de la mariposa”.
El resto del inmenso volumen es ya conocido: épica y mitología nórdica, referencias a la cultura clásica, filosofía oriental, atardeceres y lunas; historias y mitos, homenajes a poetas, y la composición que fácilmente puede ser el mejor poema narrativo de la poesía colombiana: Lope de Aguirre.
El arte de resistir
Andrea Marcolongo
Lo que La Eneida nos enseña sobre cómo superar una crisis
Taurus
¿Cuánta tinta habrá corrido sobre la obra fundacional de la cultura latina (por consiguiente, nuestra) desde que el mismo hombre que se la encargó a su autor, la hizo publicar (contra la voluntad de éste) en el año 19 a.C.? Nadie sabe. Lo que sí podemos saber ya mismo, por cuenta de Andrea Marcolongo, es que serán contaditos los libros con igual o mayor influencia a nivel sociocultural y político que el extenso poema épico-lírico de quien condujo a Dante hasta la salida del purgatorio.
El mérito de la escritora milanesa es haber combinado en el presente libro la erudición con la amenidad y la profundidad con el amor por aquello que se investiga. En muchas páginas, Marcolongo parece conversar con el lector como en cafetería; pero, como diciendo, cuando toca toca, no esconde su envidiable conocimiento filológico, histórico y teórico literario, sin lo cuál no sería completa su hermenéutica de La Eneida. Párrafos como el siguiente lo corroboran:
“Volviendo a la antigua Roma, no tenemos más remedio que admitir que fue la introducción del hexámetro lo que emancipó la versificación latina de su forma primitiva y tosca. Porque el primer romano, sea quien fuere, que decidió responder a la llamada de la Musa y componer versos lo hizo utilizando otro metro: el saturnio. Este verso autóctono tomaría su nombre de Saturno, que como ya vimos en el capítulo dedicado a los pueblos itálicos en la Eneida, escogió el Lacio para refugiarse cuando fue destronado por Júpiter.”
La ganancia de leer el ensayo de Marcolongo no es poca, habida cuenta de que no sólo nos muestra tanto las precuelas como las secuelas de La Eneida, sino las formas equívocas como se le ha interpretado, inclusive en el siglo XX, por cuenta de la vulgar distorsión que en aras de la propaganda fascista hicieron Mussolini y sus seguidores que, ni de lejos iban a entender la obra cuyo autor murió insolado siguiéndole la pista al glorioso yerno de Príamo y Hécuba.
Las cartas del Boom
Julio Cortázar
Carlos Fuentes
Gabriel García Márquez
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
Hasta antes de que se publicara el presente volumen, los tres libros obligatorios para los estudiosos del Boom eran, Historia personal del boom, de José Donoso, Aquellos años del boom, de Xavi Ayén y Nueva narrativa hispanoamericana. Boom. Posboom. Posmodernismo, de Donald Shaw (y con sentimiento de impudor, añado esta referencia de la publicación que hizo la UNISC en Brasil, https://paperity.org/p/237425373/del-boom-y-otras-onomatopeyas-literarias). Pero desde ahora, este será el libro ineludible. No más en la introducción el lector queda enterado de que el único antecedente en cuanto a afinidades entre autores en la literatura hispánica fue la Generación del 27. El extenso epistolario de 207 misivas comienza en 1955 con una carta de Fuentes a Cortázar y termina en 2012 con el mensaje de felicitación por los 85 años, de Fuentes a García Márquez.
Con el contenido de las cartas se puede organizar todo un curso de teoría de la Novela y análisis literario, cuyos ejemplos, claro está provienen únicamente de las obras de los cuatro maestros (aunque hay también comentarios y opiniones sobre obras de los autores que comportan una especie de Boom periférico, tales como Cabrera Infante y Octavio Paz). Del libro también se podría extraer un curso de Historia y de geopolítica y un noticiario de todo lo que, especialmente en los años posteriores a la Revolución Cubana, pasaba en Latinoamérica. Las cartas sirven para comprender por qué la primera y común característica de los cuatro maestros es el cosmopolitismo, eran en realidad ciudadanos del mundo. También evidencian el apoyo mutuo (cada uno leía los manuscritos de los otros tres y generaba críticas o sugerencias y publicaban reseñas o artículos en revistas: “Excelente tu nota sobre Rayuela en Les lettres Nouvelles. En América Latina, los creadores son los únicos críticos válidos”, le dice Fuentes a Vargas Llosa en una carta de 1967) que incluía gestiones con miras a participaciones en eventos, congresos, etc. Es cierto que no hubo más de dos reuniones en las que todos estuvieran presentes, pero así mismo, tuvieron entre manos un proyecto de escribir entre todos un libro sobre las dictaduras en América Latina, que al fin no se concretó. A lo anterior se agrega que no hay una sola carta de ninguno que sugiera un mínimo de envidia por alguna producción, y, muy por el contrario, por ejemplo, cuando se publicó, Cien años de soledad, no escatimaron ni congratulaciones ni elogios.
Los celosos
Sándor Márai
Salamandra
En esta extensísima novela, como de costumbre, el escritor magiar (que siendo en el fondo un filósofo, terminó extraviado en la literatura) nos pone de presente un ambiente burgués que conocía como nadie. Los Garren, protagonistas de esta historia, obran por metonimia, pues representan a toda una clase, muy decadente, por cierto, en un momento histórico (Hungría de entreguerras) en que los que se creían invulnerables empezaron a experimentar penurias. Claro que la soberbia y arrogancia les impedía reconocerlo, hasta que el cinismo y el autoengaño terminan cediendo y se impone lo que Freud llamó “el principio de realidad”:
“En todas las habitaciones agonizaba algo. Por las estancias esparcía una especie de preluto; no era siquiera una sombra, sino tan sólo la ausencia de luz. Para ese duelo previo aún no era necesario ponerse traje negro, bastaba la corbata de colores oscuros, o hablar en voz baja durante las comidas. C0mo si los objetos y las habitaciones muriesen yendo al encuentro de algo que aún no ha dejado de existir; cuando todavía late el corazón y aún duda el cerebro, pero las uñas se amoratan.”
Y como si fuera poco, “el ser para la muerte” heideggeriano, se vuelve irrefragable:
“La casa, las estancias, los muebles, todos se iban inclinando hacia la muerte.”
La pluma de Márai es implacable a la hora de enfilar baterías contra los hijos del otrora rey del comercio y ahora moribundo Garren; una sarta de hipócritas (celosos entre ellos) que mientras visitan a su padre, se hacen los compungidos, pero, al mismo tiempo están echándole ojo a todo lo que se van a llevar, dizque “de recuerdo”.
¡Cómo toca la vida este genio de las letras! Frases de un monólogo de Albert (“Él ya nunca llegará a curarse de su salud, pero yo, gracias a Dios, aún sigo enfermo…A veces me parece que eso es lo único que da sentido a mi vida: esta enfermedad.”) corroboran esa idea en apariencia contradictoria de Kierkegaard, de la posible necesidad de aferrarnos a nuestro propio sufrimiento para afirmarnos en nuestro ser.
La clase de griego
Han Kang
Random House
Esta hermosa novela de la escritora surcoreana es ubérrima en páginas de tenor poético, el cual se advierte, por ejemplo, en el recurso a símiles y sinestesias (“un silencio todavía más nítido e intenso, como el interior de una tinaja a oscuras”, “tu potente voz como de sirena en la niebla”; “nos recibía un silencio límpido”, “No te puedes imaginar cómo tu voz me acariciaba la cara”) Y es que cuando se cuenta una historia de amor entre una joven que carece del habla y un joven que carece de la vista, tiene que imponerse, no sólo el lenguaje poético sino también la imagen poética. En varios capítulos la estructura narrativa es interpelada por estructuras que remiten a poemas:
“He terminado de escuchar tu CD
Y ahora la noche es más profunda que hace un rato.
Tu voz ha impregnado la quietud,
Por eso la siento más cálida hoy.
Todavía faltan tres horas para que salga el sol,
Así que será mejor que duerma un poco.
Cuando apague la lámpara, vendrá la oscuridad,
La noche de mis ojos, que es más oscura que la brea, que
Es casi la misma con los ojos abiertos o cerrados.”
Los protagonistas están unidos, tanto por sus carencias como por su presencia en “la clase de griego” que de hecho también la puede tomar el lector, si es que gusta de la filología y de las lenguas clásicas. Un delicado guiño a la literatura griega es el capítulo 12, titulado “Noche”, todo un periplo de menos de un día…una pequeña Odisea.
Manual de vida
Epicteto
Great ideas – Taurus
Hace dos milenios, años más, años menos, filósofos griegos y latinos conformaron cinco escuelas cuyo cometido era apuntalar una rama de la filosofía que inició con Sócrates y se consolidó con Aristóteles: la ética. Escépticos, epicúreos, cínicos, cirenaicos y estoicos nos legaron principios éticos que le pueden arreglar la vida a cualquiera. Entre los últimos mencionados está el autor del presente Manual de vida, el gran Epicteto, que, junto con Séneca y Marco Aurelio, divulgaron su pensamiento en la afamada estoa. Su principio rector, era tan sencillo como elocuente, carpe diem (aprovecha el día). Buscaban la felicidad sin depender de los placeres ni de lo material; disminuían al máximo sus necesidades; eliminaban las pasiones; se adaptaban a lo que tocara, sabían enfrentar y sobrellevar la adversidad y, sobre todo, le perdían el miedo a la muerte. Setenta y nueve pensamientos en forma de máximas y aforismos comportan el legado de Epicteto, muy propicios para esta época en que todo el mundo quiere figurar, ser reconocido y tener mucha imagen, pero sin saber cómo ajustar las aspiraciones con las expectativas. Se diría que son un antecedente de los actuales discursos de superación, pero no sacados de la nada, sino con sustrato filosófico. Les regalo tres a guisa de degustación:
“No concurras fácilmente a los corrillos, pero, en caso de hallarte en alguno, guarda gravedad y compostura, y no resultes molesto a nadie.”
“Si quieres hacer un papel superior a tus fuerzas, lo desempañarás mal, y dejarás de ejecutar aquel del que eres capaz.”
“Ten siempre a tu vista la muerte, el destierro y demás cosas que se tienen por adversas, pero sobre todo la muerte. Así nunca tendrás en tu ánimo ninguna bajeza, ni anhelarás desmedidamente cosa alguna.”
Le dedico mi silencio
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
Los lectores de Le dedico mi silencio han de saber que, en esta novela, el autor despliega una de sus técnicas narrativas favoritas, a saber, la de llevar dos historias o dos relatos en paralelo, una que discurre por los capítulos impares y otra por los pares, sin que se pierdan los vasos comunicantes o sus contenidos se independicen del todo. En esta novela, por una corriente fluye el relato concerniente a la vida y avatares del músico Lalo Molfino y por otra, mucha Historia peruana, que se remonta a los tiempos de la Conquista y que llega hasta las primeras décadas del siglo XX, época en que el vals peruano tuvo su origen y su desarrollo, no muy distinto, por cierto, del que tuvo el tango en Buenos Aires. Los dos géneros musicales más populares en sus respectivos países nacieron en un ambiente barriobajero (o “vulnerable”, según el majadero eufemismo que se está utilizando hoy en día), pero después (para que no se diga que todo lo del pobre es robado) escalaron hasta enquistar en todos los estratos de la sociedad. En el caso del vals peruano, según se nos cuenta en la novela, el escenario fue el de los llamados callejones de Lima:
“Allí, en los callejones, nacieron los primeros grandes guitarristas y cajoneadores del Perú, así como los mejores bailarines de valses, huainitos, marineras y resbalosas […] Quién hubiera pensado que los callejones de Lima serían el mundo natural de esta música, que allí florecería y poco a poco iría empinándose en la vida social hasta ser aceptada por la clase media y, más tarde, incluso adentrarse en los salones de la nobleza y de los ricos, llevada por la gente joven, que, de forma natural, iba sintiendo la música española algo anticuada y aburrida, sobre todo comparada con la peruana y estas letras con tantas referencias al mundillo de las costumbres locales.”
De modo que esta novela, la última de Vargas Losa, cabe dentro de lo que se denomina novela multigénero, pues en ella convergen, lo urbano, lo musical, lo histórico, lo sociológico, lo cultural (que incluye lo gastronómico y nos deja con antojos de unos chancays con mermelada de membrillo o con quesito de la sierra); lo político, pero, sobre todo, lo social. Esto último, porque es una novela en la que se visibiliza la miseria (personificada, por ejemplo, en la otrora novia de Lalo, Maluenda, que le da su testimonio al cronista, prácticamente a cambio de un plato de comida y a la que casi rechazan en el restaurante en que se dieron cita, por su apariencia de indigente) y porque se le da importancia a un aspecto de la idiosincrasia peruana, como es la llamada huachafería, que al fin de cuentas es como una manera de ser muy sensiblera, acaso extravagante o muy genuinamente popular, paradójicamente con arraigo en la clase media y en la burguesía. Es algo de tanta relevancia, que Vargas Llosa, a través de su narrador delegado, dedicó un capítulo completo para desarrollar un discurso sobre en qué consiste ser huachafo: “La huachafería puede ser genial, pero rara vez resulta inteligente; es intuitiva, verbosa, formalista, melódica, imaginativa y, por encima de todo, sensiblera.”
El infinito en un junco
Tyto Alba
Irene Vallejo
Debate
Este hermoso libro del que se saca una edición tras otra, y ahora se publica en forma de historieta (tal vez para ponerlo al alcance de un público infantil y juvenil), contiene toda la Historia de la escritura y de la forma como este invento sirvió de antídoto para lo que aparece en Cien años de soledad como la peste del olvido. El título alude a la planta de la que se obtenía el primer soporte para la escritura, concebida como un sucedáneo del habla para superar las limitaciones de tiempo y espacio; para dar permanencia a “las aladas palabras”. Tablas de arcilla, piedra, hueso, piel de becerro, a cualquier soporte se acudió para preservar la memoria humana a través de la Historia, hasta llegar al más prodigioso invento: el libro. De manera entretenida, muy documentada y, sobre todo, pedagógica, la autora describe lo que significaron, por ejemplo, las bibliotecas de Alejandría y de Pérgamo (de donde viene el pergamino); las escuelas de amanuenses de Egipto y Oriente Medio; los bardos, aedos y rapsodas y asimismo los comerciantes que trasegaban rollos entre ciudades y países que empezaron a vivir en la aldea global propiciada por los textos escritos.
La historia contada por Irene Vallejo rebosa datos valiosísimos y curiosas anécdotas. ¿Cuál fue el primer libro?, ¿Quién fue el primer coleccionista y bibliófilo?, ¿Quién fue el primer bibliotecario y catalogador?, ¿Cuál fue el primer alfabeto (esa “tecnología aún más revolucionaria que internet”) y cómo se sistematizó?, ¿Cuántas bibliotecas existían antes de la era cristiana?
Todo ello está referido por la filóloga de Zaragoza, quien además nos invita a reflexionar sobre lo que pasa hoy día con la memoria y el conocimiento:
“Ahora mismo estamos inmersos en una transición tan radical como la alfabetización griega. Internet está cambiando el uso de la memoria y la mecánica misma del saber […]. Los científicos denominan efecto Google a este fenómeno de relajación de la memoria. Tendemos a recordar mejor dónde se alberga un dato que el propio dato. Es evidente que el conocimiento disponible es mayor que nunca, pero casi todo se almacena fuera de nuestra mente.”
El desertor
Abdulrazak Gurnah
Salamandra
Se podría aventurar que, por mor de la dimensión axiológica y la estructura narrativa, que incluye a diversos narradores, esta es la mejor novela de Gurnah. El extenso libro nos trae una historia de familia en la que se vislumbran la represión, el chantaje sentimental y la intromisión en la vida ajena. La primera parte (que deja interrogantes que se resuelven al final) plantea un asunto que oscila entre una ética de la hospitalidad y una moral religiosa, ante la llegada a una aldea de un mzungu (término con el que se designa a cualquier europeo o blanco), al que unos guías somalíes despojaron y dejaron tirado. El inglés, una vez recuperado, no pudo sacarse de la cabeza a la mujer que lo había atendido, de modo que se dio a la tarea de pastorearla hasta que finalmente la conquistó; pero pasado el tiempo, se fue por donde vino…y hasta el sol de hoy. La anécdota no dejará de pasar de boca en boca y de generación en generación:
“Él se llamaba Pearce, y un buen día llegó al pueblo dando tumbos y fue a caer en brazos de su abuela Rehana. […] Había pasado días perdido en el monte después de que unos guías somalíes lo desplumaran y lo abandonaran a su suerte. Cuando lo llevaron a la casa, fue su abuela Rehana quien le ofreció el primer sorbo de líquido que había probado en todo ese tiempo. Debió de echarle algo, porque él se quedó prendado de ella desde el momento en que abrió los ojos. Fue la propia Malika, su tía abuela, quien se lo contó de viva voz.”
En las dos partes siguientes, dos de los protagonistas de la historia (Amín y Rashid) cuentan su respectiva versión de los hechos y comprenden que, a pesar de que ha transcurrido muchísimo tiempo desde que ocurrieron, no cesan las repercusiones. Como es de ley en las novelas del Nobel de 2021, se muestran los efectos, tanto del colonialismo como de la colonialidad en los países de la costa oriental de África.
El vacío en el que flotas
Jorge Franco
Alfaguara
Una novela cuyo asunto es la desaparición de un niño desde el día en que una bomba estalló en un centro comercial. Dado que los padres de Richi Cuéllar nunca saben de la suerte de su hijo, para ellos (mas no para los lectores) el dato escondido permanece en elipsis, aunque al final de la novela, el azar hace que irónicamente los padres, sin saberlo, compartan escenario con su hijo.
Destacable en esta novela (muy superior a la anterior del autor, El cielo a tiros) es el trabajo narrativo en varios tiempos y tres peripecias distintas. Quince de los sesenta y cinco capítulos están narrados en segunda persona, para que la voz narrativa explore la conciencia y describa las acciones del redivivo y ahora adulto (exitoso escritor, por demás) hijo de Celmira y Sergio.
Franco tiene el acierto de acudir a la violencia, pero solo como telón de fondo y como el detonante para desencadenar la trama, esto en favor de llevar a cabo una exploración de problemas como la identidad (incluida la sexual), la incertidumbre y el desarraigo. Por ello, el título, El vacío en el que flotas, además de referirse a la novela que convierte al protagonista en escritor de postín, alude a esa condición heideggeriana del ser arrojado al mundo:
“La tuya es una historia corta que comienza con un rapto, o según Uriel, con el niño que nadie reclamó luego de que sus padres murieran en un accidente”. No tienes los años ni las décadas de la historia heredada que tienen los demás. La tuya comienza con Uriel, y la de Uriel contigo. No hay un antes para ninguno de los dos.”
La extensa novela, en la que, lastimosamente en algunos pasajes el narrador se deja llevar por el lenguaje procaz, conlleva un planteamiento moral (un marginado, desposeído y desclasado es quien se hace cargo y hace de padre y madre del desaparecido, aunque nunca queda claro si lo raptó o lo salvó) y un ejemplo de lo que Adela Cortina denomina la ética del cuidado.
La vorágine
Tierra de promisión
José Eustasio Rivera
Penguin clásicos
Si la novela de José Eustasio Rivera se hubiera escrito por esta época, nuestra literatura hubiera experimentado un remezón. Tiene pues, la desventaja de tener un siglo de edad y no haber alcanzado la agitación editorial que hoy día favorece a cualquier novela mal escrita.
El drama y la tragedia marcan esta historia con todas las masacres, con todos los episodios dantescos (porque del viaje de Dante, también está imbuida la novela, así de universal es) sólo que Arturo Cova se ajusta a la violencia que sacude su tiempo; por ello, tanto decapitado y desmembrado; por ello, la explotación infame a los indios y a los peones, en un mundo acicateado por la codicia del “oro” de ese momento: el caucho. Es por el caucho o por la goma que hay explotadores y esclavos; contrabandistas, siringueros, mujeres tramposas; codiciosos y traficantes, a los que todavía no se les llama mafiosos. Hay fiebre, peste, locura, heroísmo, hambre, viajes, venganzas, superstición, salvajismo y muerte para repartir, que demuestra que la violencia en Colombia es endémica. Todo ello narrado en el vigoroso, pero lírico lenguaje de un joven escritor, inexplicable para su época.
Es tal la importancia de la novela del poeta y narrador huilense, que el prestigioso crítico Seymour Menton, en su sesudo estudio La novela colombiana, planetas y satélites (Fondo de Cultura Económica, 2007), plantea que la novelística colombiana se sostiene en cuatro pilares, uno de ellos, La vorágine (los otros tres son: María, Frutos de mi tierra y Cien años de soledad). En el mencionado estudio, Menton aclara que la novela de Rivera va mucho más allá del género en el que se le suele encasillar, el de la novela telúrica, y reconoce el valor universal que tiene, merced al diálogo que establece con obras clásicas. A ello se le agrega que la novela ubica a su autor en el movimiento más importante de las letras hispánicas, unas veces en la segunda generación del Modernismo y otras en una tercera, también llamada posmodernismo, ello debido a la inmensurable calidad poética de Rivera, nada lejos de sus antecesores Rubén Darío y Del Casal y muy alineado con el mexicano Juan José Othón y el uruguayo Horacio Quiroga. Esto se puede corroborar con los 55 sonetos de Tierra de promisión incluidos en la presente edición. De ellos ofrezco unos versos de muestra:
Soy un grávido río, y a la luz meridiana/ ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje;/ y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje/ se oye la voz solemne de la selva lejana.
¿Cómo no volver sobre este libro maravilloso (que está llegando a un siglo de publicado) que durante muchas décadas era lectura insoslayable en el ámbito académico? ¿Cómo no poner en el plano que se merece a esa Odisea colombiana, paradigma de una épica nacional?