No son siete novelas lo que contienen las ochocientas páginas de esta “septología” (que bien hubiera podido llamarse heptología), sino una sola colosal novela a la que hay que saber cogerle el ritmo, como quiera que no hay en ella ni un solo punto. Una vez adaptado a ello, el lector ha de ir descifrando la propuesta narrativa y estética del flamante premio Nobel de 2023, cuyo narrador – personaje lo que hace es desarrollar un extenso monólogo que va de la primera a la última página y en el que se cruzan voces de otros personajes; diversos tiempos y espacios; diálogos que pueden ser reales o producto de su imaginación; especulaciones metafísicas; recuerdos propios o ajenos y hasta rezos y oraciones, esto último manifiesto en el hecho de que cada una de las siete partes de la novela se cierra con un Ave María y un Padre nuestro, primero en latín y luego en español (es decir, en noruego en el texto original). Pero si bien el final de cada parte se repite, así mismo ocurre con cada comienzo. Esto en jerga académica literaria se denomina isotopía narrativa, también anáfora (para el caso de los inicios) y rima sintáctica (para el caso de los finales). 

Es así como al iniciar cada parte, el narrador, Asle, quien es pintor, se nos presenta contemplando la misma pintura, se diría abstracta, que será su última creación. Cuando deja de mirarla, dirige su mirada a través de la ventana y se le disparan los recuerdos, cuyo contenido o motivo más recurrente son diversas etapas de la vida de su amigo Asle (más que un tocayo, su alter ego), muy parecido a él en todos los aspectos y también pintor. Y aquí viene lo bueno: en el monólogo de Asle, este piensa en el otro Asle, pero, a su vez piensa en sí mismo desde una tercera persona y, el otro Asle también piensa en el Asle que lo piensa a él. Pero ahí no acaba la polifonía, pues los otros personajes (que son más bien pocos en la novela) también tienen voz en el flujo de conciencia de Asle y también hablan y piensan en él y en el otro. ¿Será que la novela requiere un particular tipo de lector, más bien escaso?  

“y entonces Sigve dice que tienen que acercarse a saludar al Tocayo y Asle enfila hacia el Tocayo, que levanta la vista, y Asle piensa que el tipo sí se le parece, pues sí, Sigve tiene razón, piensa, y Sigve y Asle se acercan a la mesa y Sigve dice que piensa que tienen que conocerse, puesto que no son del todo distintos, dice, y el Tocayo se levanta y le tiende la mano a Asle y dice Asle y Asle le tiende la mano y dice Asle y se estrechan la mano”. Quede dicho al pasar, que en esta obra en la que un personaje es imagen especular del otro, Ales fue primero la mujer del otro Asle y después de Asle, lo cual recalca ese mundo hecho de reflejos y repeticiones. 

Una novela con pespuntes filosóficos: 

Novelas de este jaez, con tan poca acción y sin una trama para resolver, salvo lo que ocurre con Asle (el otro) en el hospital (“y pienso de nuevo que tengo que llamar al Hospital para preguntar cómo está Asle, si puedo visitarlo pronto, porque lleva ya semanas en el Hospital”) y que constituye el dato escondido que, si bien se intuye, solo se resuelve al final, requiere mucha dosis de pensamiento profundo, de un fondo meditativo que el protagonista irriga con ideas de su maestro (el Maestro Eckhart) y con extensas reflexiones de tenor teológico – metafísico: “y es una tontería pensar que Dios es algo finito, algo limitado, algo de lo que se puede decir algo, decía Ales, y tenía razón, claro, pienso y pienso que es imposible que las personas tengan libre voluntad y que a la vez Dios sea eternidad y lo contenga todo,”. 

Absolutamente insoslayable es la presencia de la ética de Emmanuel Levinas, quien, de todos los filósofos éticos es el que menos se aviene con la reciprocidad y quien más se vuelca hacia el Otro. Por eso el título de las partes III, IV Y V, “Yo es otro”, precedidas justamente de una frase de Rimbaud como epígrafe: Je est un autre. Porque lo que uno va viendo a través de la novela, es cómo Asle se vierte en el otro Asle, “volví a Bjorgvin porque se me metió en la cabeza que tenía que visitar a Asle, y me lo encontré tirado en la nieve, y Asle podría estar muerto congelado en la nieve, con el frío que hacía, así que menos mal que volví”; “y luego pienso que debería haber rezado por Asle, y me concentro y ruego a Dios que permita a Asle recuperarse”. 

Huelga decir que en la novela son detectables, se oyen ecos de Spinoza (sobre la persistencia del ser), Leibniz (sobre la armonía preestablecida) y Sartre (sobre la condena de la libertad), lo cual la hace más interesante y profunda. Huelga decir que estamos ante un colosal libro que parece un monstruo de siete cabezas. 

Probables influencias literarias: 

Mucho se repite que Fosse es una especie de Ibsen redivivo y también se le busca parentesco con Beckett (“son textos narrativos, bueno, narrativos lo que se dice narrativos, de Samuel Beckett, dice”); pero lo cierto es que la presencia que más se siente en Septología, es la de Joyce. En primer lugar, por el soporte narrativo en el lenguaje interior, que se hace caótico y casi indiscernible al final, cuando Asle (igual que Molly en Ulises) se está quedando dormido, y, en segundo lugar, porque el monólogo interior de Asle está hecho de contrapuntos, que no más en la última parte suman veintitrés. Recuérdese que Ulises está llena de interpolaciones, paralajes y contrapuntos, lo cual es un recurso narratológico muy de la novela moderna (apreciable, por ejemplo, en Conversación en la catedral, de Vargas Llosa), que puede confundir al lector, debido al cambio súbito del punto de vista, del referente y de la situación: “y entonces Asle dice que a él no le apetece vivir con gente, es muy engorroso, dice, y oigo a Asleik preguntar si estoy bien y con los ojos cerrados respondo que todo bien, me he echado un rato, digo, y estoy ahí tumbado con los ojos cerrados y veo a Ales y a Asle montados en el coche de madre Judit,”.

La ruta de lectura para llegar a Septología: 

Para un lector que quiera leer Ulises, lo mejor es comenzar por Dublineses y seguir con Retrato de un artista adolescente, y para abordar la obra de Fosse aumentando el grado de dificultad hasta llegar a la obra cumbre arriba comentada, la ruta recomendada sería la siguiente: En primer lugar, Mañana y tarde. Esta novela, que no pasa del centenar de páginas, se nutre por partes iguales de discurso de vida y discurso de muerte, mejor dicho, de cómo (y así lo expresa una voz del libro) venimos de la nada y a ella volvemos: “de la nada a la nada”, dice Olai, quien detenta un pensamiento trascendente, a pesar de su condición humilde. El título de esta breve, pero densa novela, en la que pueden pasar decenas de páginas antes de que el lector encuentre un signo de puntuación, alude metafóricamente a ese eros (más bien nacimiento) y ese tanatos, que enmarcan lo que Schopenhauer llama “una breve pausa”, o sea una vida, en este caso, la de Johannes, el protagonista de la novela. Sin llamarse a engaños, de lo que nos quiere hablar Fosse, es de eso que, lejos de ser la edad dorada o cualquier otro eufemismo majadero, es más bien lo que dijo Ciorán, “el castigo por haber vivido”, castigo que comienza con atrofias de distinta clase: 

“pero ¿no tiene una mano entumecida como si se le estuviera durmiendo? ¿no es así? Piensa Johannes, y levanta el brazo y a duras penas consigue levantarlo y entonces mira sus dedos largos y ajados y ve que alrededor de las uñas los dedos se le están poniendo azules 

Uy, no, pero ¡esto qué es? Dice Johannes 

Qué cosa tan rara, dice 

Y prueba a sacudir la mano y no sirve de nada ¿y de qué va a servir? Piensa Johannes ¿y no tiene también la cara un poco adormilada? Pues la verdad es que sí, piensa Johannes, con lo sano que ha estado él toda su vida,” 

Paulatinamente el asunto se va complicando, pues se va instalando también la demencia senil (“y Johannes se vuelve hacia Erna y no la ve por ninguna parte, aunque sí nota su mano fría”). Como es muy propio de la narrativa existencialista de Fosse, sus personajes detentan una condición casi fantasmal; se auto marginan y terminan en la soledad más absoluta. 

La segunda lectura vendría a ser, Blancura, cuyo personaje, sujeto y objeto del monólogo que constituye la brevísima novela, es tan ambivalente, difuso, aislado, obsesivo y mentalmente trastornado como casi todos los personajes creados por Fosse. El relato carece de lo que se entiende por acción, pues, aparte de que el protagonista se queda varado en medio de un bosque, no pasa nada, y toda la trama es un flujo de conciencia pespunteada por alucinaciones por efecto del hambre y la hipotermia. Se diría que, por mor de un guiño surrealista, no raro en Fosse, el hombre termina soñando su propia muerte. 

La siguiente lectura sería la de la afamada Trilogía, novela dividida en tres partes, en las que el tiempo es una sustancia que se estira y encoge y pierde su linealidad. Los abruptos cambios de escenario y temporalidad pueden confundir a un lector no avezado. Fosse parece corroborar la premisa de Spinoza, de que una imagen pasada o futura es tan potente como una imagen presente tan pronto se instala en nuestra mente (“Y Alida piensa que ahora su niña, su niña bonita, su querida, querida niña, también se ha hecho vieja, cómo pueden pasar tan de prisa los años, se pregunta, tan de prisa que da miedo,”). Esta novela nos conduce a pensar que el mundo ficcional del Nobel noruego es un mundo de carencias y desgracias; sus personajes parecen salidos de las páginas de Coetzee (de Desgracia o de La edad de hierro), pero son también indisociables de los de las novelas de Dostoievski y Kafka, y eso ya constituye una combinación letal. La historia de Asle y Alida es triste, brutal y dolorosa. La lección del genio de Haugesund es que, si alguna situación es susceptible de empeorar, lo que cabe esperar es que empeore. 

La penúltima estación antes de la parada final en Septología es Melancolía, extensísima novela que guarda relación intertextual con la ópera Hertervig, de paal – Helge Haugen. Y es que lo que se colige es el carácter mítico del personaje tanto de Fosse como de Haugen. Lars Hartervig es referente ineludible del arte nórdico y nada descaminado sería emparentar, así sea lejanamente, su pintura con la del inglés Turner. En la primera parte de la novela, en la que ya se comienzan a dar indicios de su trastorno mental, la autoafirmación del pintor es reiterativa, “yo soy Lars Hertervig y sé pintar”; “Soy el mayor talento del arte contemporáneo noruego […] No soy cualquiera. Soy Lars Hertervig. Sé pintar”; “Yo soy Lars Hertervig. Nada más y nada menos”. Autoafirmación que conserva inclusive habiéndose consolidado ya su locura, por la cual terminó recluido. En esta novela, más que en ninguna otra de su producción, se nota la vocación teatral de Fosse, puesto que el punto de vista narrativo siempre está anclado en espacios cerrados, se diría opresivos, claustrofóbicos…asfixiantes. De cada uno emana el monólogo interior (su técnica predilecta) en el que el personaje explora su yo; comparte con él sus obsesiones, temores y recuerdos. Estos últimos se entreveran con la experiencia que vive en el momento, de tal manera que el lector puede experimentar confusión. El primer monólogo lo genera el personaje desde una taberna y el segundo, desde un manicomio. En la segunda parte Fosse sostiene la misma técnica, pero ya no es Lars, sino Oline, su hermana, quien lo recuerda. Imposible disociar este monólogo del último de Ulises, solo que el de Joyce (escritor del que Fosse está más cerca) ocurre en la cama y el de Fosse en una letrina.  

Ales junto a la hoguera sería, entonces la última estación. A pesar de su brevedad, esta novela contiene todos los insumos propios de la narrativa del flamante premio Nobel de 2023, tales como, la soledad, la espera, la incertidumbre; la alucinación como consecuencia de la demencia senil, y, para completar la fiesta, el envejecimiento y la muerte. Eso en cuanto al contenido se refiere, porque en lo concerniente a la forma, Fosse no se hace extrañar respecto a un recurso tan suyo, como lo es el entrevero de voces, tiempos, escenarios (aunque esto no varía tanto, porque casi siempre es un fiordo) y episodios, que puede desconcertar y, por qué no, sacar de quicio a no pocos lectores. La presente historia, narrada por un narrador omnisciente que nunca da la cara porque Fosse lo sostiene como dato escondido en elipsis, se desarrolla con base en los recuerdos de una mujer, Signe (que aparece en otras novelas del autor), quien perdió a su esposo, el cual insistió en aventarse una noche al mar a pesar del mal tiempo, en un bote que no le ofrecía ninguna garantía:

“y luego se ve a sí misma acercarse a la ventana y se ve apostarse ante la ventana y mirar hacia afuera, y piensa, ahí echada en el banco ¿cómo pudo desaparecer así? ¿Qué sería de él? ¿por qué desapareció? ¿qué fue de él? ¿por qué desapareció, así sin más? Piensa, siempre estaba aquí, y luego sencillamente desapareció, y la barca, piensa, la encontraron flotando en medio del Fiordo, vacía, una oscura tarde de otoño, a finales de noviembre, hace ya muchos años, veintitrés años hará ya, piensa”.

En realidad, la novela es la evocación de dos muertes; de la muerte de un Asle, a los siete años y de otro Asle mucho tiempo después (recuérdese que Fosse bautiza con el mismo nombre a personajes de distintas generaciones). Como siempre, la escritura del escritor noruego carece de puntos (el primero en todo el texto, lo encontrará el lector apenas en la página 85 y después, si acaso encontrará dos, pero no encontrará punto final) para que su sostenido ritmo poético como de letanía no decaiga y para no interrumpir el flujo de conciencia que tanto lo acerca a Joyce.

El teatro también cuenta: 

Fosse también es autor de teatro y es tal vez en este rubro donde se parece más a Beckett. Los personajes de sus dramas parecen más entes que seres específicos; casi no hablan y todo lo resuelven con monosílabos y dicen más con su silencio que con las mismas palabras que repiten mecánicamente. Y nunca nos separarán, es una obra sobre los estragos de la soledad y el poder de la representación (una imagen pasada o futura se actualiza y tiene la misma potencia de una imagen presente) y la esperanza es siempre una alegría interpelada por la duda. La desesperación es (como en la filosofía de Kierkegaard) una enfermedad mortal. La obra se cierra así: “Comienza a reír, ríe en tono muy alto, luego más suavemente, luego alto otra vez. Gradualmente más oscuro. Oscuridad. La risa se apaga y silencia. Telón.” 

La noche canta sus canciones, es un drama cuyo corolario es: nadie puede estar seguro de qué es lo que quiere; las emociones son terriblemente inestables, y lo peor es que la razón no puede domeñarlas. La obra trata sobre un matrimonio de jóvenes que se mantiene por inercia, ¡pero se mantiene! se presiente que algo tiene que romper la monotonía en cualquier momento y así ocurre. La joven (que ha estado engañando al joven) toma la decisión de irse (con su amante), pero al final vacila. Cuando opta por echar reversa, ya es tarde…la tragedia es inevitable.  

Mientras las luces se atenúan y todo se oscurece, es un drama que nos muestra personajes y relaciones entre ellos, llenos de inseguridad, vacilaciones e incertidumbres. Es el “amor líquido” en “tiempos líquidos” de Bauman; es “la era del vacío”. 

Queda señalada, entonces, la ruta que podría seguir el lector para llegar a Septología, a ese mundo de reflejos y repeticiones, cumbre de la narrativa noruega. ¡Buen viaje, lector! 

Colofón: Poesía completa Volumen I

La única edición disponible de la poesía del más reciente premio Nobel contiene ciento veinte poemas divididos en tres poemarios (Ángel con agua en los ojos, Los movimientos del perro y Perro y ángel), escritos entre 1986 y 1992. Es evidente que el prestigio literario de Fosse se sustenta en sus novelas y sus obras de teatro, siendo, tal vez, la poesía su género complementario. Se diría que el poeta en nuestro idioma que de golpe se le asemeja es Roberto Juarroz, especialmente en “Poesía vertical”, pero tal posibilidad de relación queda en manos de los lectores. El primer poemario, que para su correcta lectura exige estar atento a los encabalgamientos, discurre entre lo surrealista (quizá muy artificioso), lo onírico y lo fantástico: “Mis ojos azules se han apagado desde los ojos/ El oro escarlata del corazón/ Ay mis velas, ¡qué taciturnas arden! / Un abrigo azul me envuelve cuando me hundo. Tú/ Tu boca encarnada que sostiene la noche. [TRAS GEORG TRAKL: Nachts].

El segundo poemario es de contenido más pedestre, pues tiene como referencia su infancia; siempre la presencia de “un niño chico”, “un perro chico”, así como la lluvia y el verdor. Es el poemario en el que más acude a su figura predilecta, la sinestesia: “música violeta”, “suave oscuridad”, “¿oyes la luz de la piedra?”.

En el tercer poemario, que es el más largo y acaso el mejor, sus motivos recurrentes son bien nórdicos, la lluvia, el mar, el fiordo, la navegación y el frío: “…Veo el mar/ Veo, al otro lado del estrecho, las luces de una ciudad/ Veo naves cruzando el estrecho/ y pienso sin pensar/ que puedo ver el mar/ Pero el mar no puede verme/ Veo el mar”.

En la poesía de Fosse no faltan las alusiones a otros poetas (Trakl, Hölderlin y Shakespeare); no faltan los perros que dice adorar, y cunden los ángeles. No podía estar ausente la inquietud metafísica que expresa en sus novelas. He aquí un regalo y que quede todo dicho:

“Nada me convence tanto de la cercanía de Dios como la/ ausencia/ de mis amigos muertos. Dios es mis amigos muertos. / Dios es todo lo que desaparece. / El buen arte es divino: el buen arte es partícipe de lo/ indeterminable, es Dios, en lo determinable. Sin la muerte Dios estaría muerto. / Todo dice que Dios es. Nada dice que Dios existe. / ¿Por qué habría Dios de existir? ¿Siendo Dios? / Existir es estar alejado de Dios/ para que Dios pueda ser y todo por tanto pueda ser.”