A Gabo lo que es de Gabo, a propósito de su novela póstuma
Antes de leer la novela póstuma de Gabo, cuyo primer capítulo él mismo publicó en una revista en abril de 1999, las preguntas que no dejarán de hacerse los lectores son, ¿qué tan lejos o cerca está la escritura respecto al resto de su obra? ¿cuán diferente puede ser su propuesta estética? ¿qué tanto pudo haber decaído su talento en la etapa final de su mester literario? De entrada, habrá que decir que Gabo no abandonó su prurito de escribir con el oído, es decir, conservó el equilibrio en las frases y párrafos y, sobre todo, mantuvo el cuidado por el ritmo y la sonoridad (“se concedió un minuto de nostalgia para contemplar las garzas inmóviles que planeaban en el vapor ardiente de la laguna”; “y lo único que le quedaba de su noche loca era un triste olor a lavanda en el aire purificado por la borrasca”). Siempre depositario de la poética del modernismo, se sostuvo también en el cuidado por la imagen poética y por estimular la sensibilidad en el lector, acudiendo, por ejemplo, a las tres figuras retóricas más socorridas en la estética modernista: la primera de ellas, la sinestesia (“sintió que el brandy se había encontrado con la ginebra en alguna parte de su corazón”; “triste olor de lavanda”; “cuidado milimétrico”; “el tenue olor de su miedo”; “con el ánimo a rastras”; “El silencio que quedó después del grito permaneció vitrificado por varios días en el aire de la casa”); la segunda, el oxímoron (“Era el único lugar solitario donde no podía sentirse sola.”; “con el terror delicioso”) y la tercera, por supuesto, la adjetivación, tan de su pecunio (“el alboroto atronador de los pájaros y el vuelo fantasmal de las garzas”; “un vello espeso y tierno como musgo de abril”; “el alba azul de la laguna”; “el mar estaba manso y fresco”). Como casi toda su narrativa conocida, el primer capítulo de la novela póstuma de Gabo transcurre en ambientes que transmiten deterioro, vejez, decadencia, en los que se engasta la soledad de sus personajes, los cuales llevan una vida monótona, hecha de repeticiones y de hábitos que no se modifican. Por ello Ana Magdalena Bach repite el viaje por años cada 16 de agosto; no modifica la hora ni cambia de florista, además de que la recoge el mismo taxi. En su novelística anterior, encontramos a un coronel jubilado que lleva más de quince años yendo todos los viernes a la oficina del correo a preguntar si hay carta para él; a unos gitanos que cada año llegan a un pueblo a mostrar toda suerte de inventos y artilugios; a un viejo dictador que cada noche apenas recibe en su habitación siempre la misma comida, la arroja por el inodoro y vuelve y se encierra pasando “las tres aldabas, los tres cerrojos, los tres pestillos”; a una pareja de ancianos que en su luna de miel navegan río arriba y río abajo y no van a dejar de hacerlo por el resto de su vida; a un “general en su laberinto”, que en el colofón de su vida, tiene entre sus rituales de insomnio, tomar todas las noches un baño caliente antes de meterse en la cama; a un cura que todas las noches trepa por el muro de un convento para colarse en la celda de una niña; a un hombre dando vueltas, días y días por El Vaticano, cargando el ataúd con el cuerpo incorrupto de su niña, buscando la posibilidad de que la canonicen; a un antiguo enamorado que regresa a un pueblo con las alforjas repletas de cartas que le envió su amada durante veinte años, todas sin abrir, etc., etc. ¿Lo ven? Gabo no dejó de ser Gabo. Pero hay más afinidades. En agosto nos vemos, nos trae, como en sordina, el cuento de García Márquez, “María dos Prazeres”. En él, una mujer muy entrada en años, que cree que pronto va a morir, adiestra a su perro para que vaya todas las semanas a visitar y llorar sobre la que será su tumba y así mismo recibe semanalmente la puntual visita de su último cliente, el conde de Cardona, “que siguió visitándola el último viernes de cada mes para cenar con ella y hacer un lánguido amor de sobremesa.”
Volviendo a la novela póstuma, hay que decir que su primer capítulo podría ser leído como un cuento, pues se observa en él la clásica estructura de introducción, nudo y desenlace; el párrafo final (“Sólo cuando cogió el libro de la mesa de noche para guardarlo en el maletín se dio cuenta de que él le había dejado entre sus páginas de horror un billete de veinte dólares.”) está redactado de tal manera que, la ironía que contiene lo cierra, pero también da pie a un final abierto por si Gabo quisiera reanudar la narración, que fue lo que al final hizo. Al reanudarse el relato, el autor ya tendría claro que la novela se sostendría acudiendo a las repeticiones, así que, en lo que el narrador nos relata, la protagonista termina haciendo en total cinco viajes a la isla, en cada uno de los cuales tiene un encuentro amoroso. Por eso cada capítulo rima con el anterior y con todos los demás, y el último, con un final tan sorprendente como magistral, cierra por completo la trama.
La soledad de la protagonista:
Hasta su última obra Gabo no dejó de ser el poeta de la soledad, es ese el motivo recurrente de toda su narrativa y sobre el que recae su cometido estético en toda su obra. La protagonista de En agosto nos vemos carga con el peso de su soledad, a pesar de que tiene una familia de estructura convencional burguesa de esposo una hija y un hijo, producto de un matrimonio bien avenido, pero que, con el desgaste de veintisiete años, se sostiene, según se colige, merced a la tolerancia mutua y una también mutua cortesía afilada. Es una soledad que ella sobrelleva leyendo libros de literatura (entre los que se cuentan, El lazarillo de Tormes, El extranjero y El viejo y el mar y una reconocida antología de cuentos fantásticos), refugiándose en la música y con la expectativa de su viaje (siempre una travesía de cuatro horas) a una innombrada isla del Caribe, como ya se señaló, el 16 del mes “de los calores y los aguaceros” de cada año. Es esa soledad y un incontrolable sentimiento de vacío lo que hace que, en cada visita al cementerio, el único lugar solo donde no se sentía sola, desahogue sus cuitas en la tumba de su madre y lo que la impulsa a tener los encuentros amorosos de cada viaje. Aquí cabe recordar que los amores en la obra de Gabo siempre son difíciles o contrariados y en ese sentido, esta novela no es la excepción.
Lo que quedó de la versión inicial del primer capítulo:
Como ya quedó dicho en las primeras líneas de esta reflexión, el primer capítulo de En agosto nos vemos, se publicó hace veinticinco años. ¿Qué tanto se cambió en la versión final? Mucho. Se cambiaron palabras y frases, se remodelaron oraciones y hasta se suprimieron párrafos enteros (uno de ellos bastante largo, que daba cuenta de la comunicación que tenía Ana Magdalena con su madre muerta). Algunos de los cambios pueden ser significativos (como el de reducir en seis años la edad de la protagonista al iniciar la novela) y otros de plano afectan el sentido, como es el caso de que ya no fue la mujer la que tomó la iniciativa y convidó a una copa al hombre, sino al revés. Con el fin de que el lector se forme un juicio, miremos, por pura curiosidad, dos de los párrafos que fueron eliminados:
“Empujó sin esfuerzo el portón oxidado, y entró con el ramo de flores en el sendero de túmulos tragados por la maleza con escombros de ataúdes y saldos de huesos calcinados por el sol. Las tumbas parecían iguales en el cementerio desamparado con una ceiba de grandes ramas en el centro.”
“Había acabado de limpiar tres tumbas, y estaba exhausta y empapada de sudor cuando logró reconocer la lápida de mármol amarillento con el nombre de la madre y la fecha de su muerte veintinueve años antes.”
Según la nota del editor Cristóbal Pera en los anexos, fueron cinco las versiones que tuvo la novela y transcurrieron cinco años entre la primera y la última, que tiene como fecha el 5 de julio de 2004. Es de mucha importancia prestar atención a estas palabras del editor: “Su memoria ya no le permitía encajar todas las piezas y correcciones de su versión última, pero la revisión del texto fue por un tiempo la mejor manera de ocupar sus días en el estudio haciendo lo que más le gustaba hacer: proponiendo un adjetivo aquí o un detalle que podía cambiar allá.” Es decir, queda claro que García Márquez terminó la novela, pero es posible que no le haya podido hacer las correcciones que hubiera querido. En esta novela póstuma, es al García Márquez de siempre a quien leemos ¡A Gabo lo que es de Gabo!
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