Volviendo a la novela póstuma, hay que decir que su primer capítulo podría ser leído como un cuento, pues se observa en él la clásica estructura de introducción, nudo y desenlace; el párrafo final (“Sólo cuando cogió el libro de la mesa de noche para guardarlo en el maletín se dio cuenta de que él le había dejado entre sus páginas de horror un billete de veinte dólares.”) está redactado de tal manera que, la ironía que contiene lo cierra, pero también da pie a un final abierto por si Gabo quisiera reanudar la narración, que fue lo que al final hizo. Al reanudarse el relato, el autor ya tendría claro que la novela se sostendría acudiendo a las repeticiones, así que, en lo que el narrador nos relata, la protagonista termina haciendo en total cinco viajes a la isla, en cada uno de los cuales tiene un encuentro amoroso. Por eso cada capítulo rima con el anterior y con todos los demás, y el último, con un final tan sorprendente como magistral, cierra por completo la trama.
La soledad de la protagonista:
Hasta su última obra Gabo no dejó de ser el poeta de la soledad, es ese el motivo recurrente de toda su narrativa y sobre el que recae su cometido estético en toda su obra. La protagonista de En agosto nos vemos carga con el peso de su soledad, a pesar de que tiene una familia de estructura convencional burguesa de esposo una hija y un hijo, producto de un matrimonio bien avenido, pero que, con el desgaste de veintisiete años, se sostiene, según se colige, merced a la tolerancia mutua y una también mutua cortesía afilada. Es una soledad que ella sobrelleva leyendo libros de literatura (entre los que se cuentan, El lazarillo de Tormes, El extranjero y El viejo y el mar y una reconocida antología de cuentos fantásticos), refugiándose en la música y con la expectativa de su viaje (siempre una travesía de cuatro horas) a una innombrada isla del Caribe, como ya se señaló, el 16 del mes “de los calores y los aguaceros” de cada año. Es esa soledad y un incontrolable sentimiento de vacío lo que hace que, en cada visita al cementerio, el único lugar solo donde no se sentía sola, desahogue sus cuitas en la tumba de su madre y lo que la impulsa a tener los encuentros amorosos de cada viaje. Aquí cabe recordar que los amores en la obra de Gabo siempre son difíciles o contrariados y en ese sentido, esta novela no es la excepción.
Lo que quedó de la versión inicial del primer capítulo:
Como ya quedó dicho en las primeras líneas de esta reflexión, el primer capítulo de En agosto nos vemos, se publicó hace veinticinco años. ¿Qué tanto se cambió en la versión final? Mucho. Se cambiaron palabras y frases, se remodelaron oraciones y hasta se suprimieron párrafos enteros (uno de ellos bastante largo, que daba cuenta de la comunicación que tenía Ana Magdalena con su madre muerta). Algunos de los cambios pueden ser significativos (como el de reducir en seis años la edad de la protagonista al iniciar la novela) y otros de plano afectan el sentido, como es el caso de que ya no fue la mujer la que tomó la iniciativa y convidó a una copa al hombre, sino al revés. Con el fin de que el lector se forme un juicio, miremos, por pura curiosidad, dos de los párrafos que fueron eliminados:
“Empujó sin esfuerzo el portón oxidado, y entró con el ramo de flores en el sendero de túmulos tragados por la maleza con escombros de ataúdes y saldos de huesos calcinados por el sol. Las tumbas parecían iguales en el cementerio desamparado con una ceiba de grandes ramas en el centro.”
“Había acabado de limpiar tres tumbas, y estaba exhausta y empapada de sudor cuando logró reconocer la lápida de mármol amarillento con el nombre de la madre y la fecha de su muerte veintinueve años antes.”
Según la nota del editor Cristóbal Pera en los anexos, fueron cinco las versiones que tuvo la novela y transcurrieron cinco años entre la primera y la última, que tiene como fecha el 5 de julio de 2004. Es de mucha importancia prestar atención a estas palabras del editor: “Su memoria ya no le permitía encajar todas las piezas y correcciones de su versión última, pero la revisión del texto fue por un tiempo la mejor manera de ocupar sus días en el estudio haciendo lo que más le gustaba hacer: proponiendo un adjetivo aquí o un detalle que podía cambiar allá.” Es decir, queda claro que García Márquez terminó la novela, pero es posible que no le haya podido hacer las correcciones que hubiera querido. En esta novela póstuma, es al García Márquez de siempre a quien leemos ¡A Gabo lo que es de Gabo!