Salman Rushdie
Random house
Treinta y tres años después de la fetua o fatua dictada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, un fanático religioso dizque “al servicio de Dios”, estuvo a punto de hacerla efectiva el 12 de agosto de 2022 a las 10.45 de la mañana en un auditorio de Nueva York, cuando su víctima, el escritor Salman Rushdie se disponía a dictar una conferencia. De tan tremebunda experiencia que le dejó graves secuelas, incluida la pérdida de un ojo, nació este conmovedor, admirable y, sobre todo, valiente libro, que bien cabe en el género literario de narrativa autorreferencial de no ficción. En una situación que le da la razón a Kant en eso de la inclinación natural del Hombre al mal a la que le sigue la disposición original hacia el bien (“en Chautauqua experimenté, casi simultáneamente, lo peor y lo mejor de la naturaleza humana”), a Rushdie lo salvó eso que en ética se llama el impulso moral o también el cumplimiento de esa máxima de Píndaro, “sé el que eres”. ¿Por cuenta de quién?, inicialmente de su amigo septuagenario Henry Reese, y acto seguido, de otras personas presentes en el auditorio:
“Lo que pasó a continuación fue puro heroísmo. Henry afirma que actuó ´por instinto´, pero yo no lo tengo claro. Henry, igual que yo, tiene setenta y tantos años, mientras que el A. tenía veinticuatro, iba armado y solo pensaba en matar. No obstante, Henry cruzó el escenario a la carrera y lo agarró. Yo creo que sería más exacto expresarlo así: Actuó según lo mejor de sí mismo. O sea, metiéndose en el personaje. Su valentía es una consecuencia de la persona que Henry es. Al instante, varios miembros del público obraron también conforme a lo mejor de sí mismos.”
Por donde se mire, el libro testimonial del célebre autor de Hijos de la medianoche (quizá su canto de cisne y el mejor libro que existe sobre la India) se presta para leer en clave ética. Fue con base en el estoicismo que pudo sobrellevar tamaña desgracia y superar la adversidad; fue el conatus o la persistencia del ser, postulado por Spinoza, por lo que pudo sobrevivir:
“Teniendo en cuenta las circunstancias, mi maltrecha anatomía no estaba mal. […] El animal humano es capaz de muchos actos dañinos (y de alguno noble también), pero cuando su existencia se ve amenazada, un instinto poderoso toma las riendas. Fue ese instinto de supervivencia el que me susurró al oído mientras me desangraba allá en Chautauqua. ´Vive. Vive´.
Y eso para no hablar de lo que Hildebrand en su teoría sobre los valores señala como “lo solo subjetivamente satisfactorio” (lo que llena nuestro orgullo y concupiscencia), tan evidente en las paralizantes declaraciones del agresor, cuando el mismo Rushdie en un acto de absoluta superioridad moral lo confrontó en la cárcel. Esa conversación es una invaluable pieza para analizar también desde lo jurídico, lo psicológico y lo literario.
Alicia Jurado
Jorge Luis Borges
Lumen
Uno de los temas no literarios (se diría más bien filosóficos) en los que Borges más incursionó, fue el budismo, en mayor medida que, por ejemplo, la cábala, que también le interesó. Y tal vez fue el budismo la ruta para llegar a la filosofía de Schopenhauer (sobre todo en lo que atañe a los deseos y el egoísmo), dado que el filósofo alemán no fue ajeno al pensamiento que en su época llamaron oriental. El presente volumen contó con el concurso de su amiga Alicia Jurado, y en él quedan diferenciados el budismo chino, el budismo Tántrico, el Zen y el Lamaísmo, como también sus antecedentes, el Sankhyam y el Vedanta. Asimismo, quedan explicadas las doctrinas budistas, la Rueda de la Ley y el Nirvana; la cosmología budista y la Transmigración, y, al inicio del libro se compara al Buddha (que significa el Despierto, el Lúcido) histórico con el Buddha legendario, todo ello en el tono conversacional con el que Borges había dado su conferencia sobre el budismo en su famoso ciclo conocido como Siete noches.
El budismo, según nos dice Borges, es la religión más difundida del mundo y coexistió con la filosofía presocrática, desde que el príncipe nepalí, Siddharta o Gautama proclamó las cuatro “nobles verdades y el óctuple sendero”. De eso hace veinticinco siglos. Además de una religión (que es más que nada interna, pues termina siendo una disciplina que el hombre se impone) el budismo es cosmología, mitología y metafísica; es también un sistema que puede prescindir de su creador, es decir, que se podría negar que el Buddha existió, poque lo importante no es él sino la Doctrina (que se puede seguir o elegir, no importa si su seguidor pertenece a otra religión. De ahí el carácter tolerante del budismo). A continuación, reproduciré algunos de los principios éticos budistas citados al final del libro de Borges, en los que fácil se advierte una familiaridad con ideas éticas de Spinoza y de Schopenhauer:
“El odio no puede nunca detener el odio; sólo el amor puede detener el odio; esta ley es antigua”.
“Si en la batalla un hombre venciera a mil hombres, y si otro se venciera a sí mismo, el mayor vencedor será el segundo”.
“No hay fuego comparable a la pasión; no hay mal comparable al odio; no hay dolor como el de esta vida carnal; no hay dicha superior a la paz”.
“En este mundo producen felicidad la bondad del corazón, la moderación para con todos los seres. En este mundo producen felicidad la ausencia de las pasiones y la superación de los deseos. Pero la destrucción del egoísmo es en verdad la felicidad suprema”.
William Ospina
Random house
Doce ensayos completamente ajenos al formalismo y a la jerga académica conforman este magnífico libro que atrae por la diversidad de sus temas, la hondura de las reflexiones y el manejo del lenguaje. Se impone en el libro el énfasis en lo literario, sobre todo en la poesía, bien sea porque nos hable de poetas (Baudelaire, José Manuel Arango, Dante) o bien sea porque nos regale su interpretación de un poema (“El barco ebrio” de Rimbaud) o porque nos comparta principios de su poética, que al hacerse extensiva a la pintura y al arte, deviene teoría estética. Sobre esto último, mención aparte merece su ensayo (indirecto, pues se lo atribuye, sin necesidad, diría yo, al rey Felipe IV), “Un bastidor, un perro y una corte”, en el cual desarrolla toda una semiótica de Las meninas, pintura en la cual, incluyéndose a él mismo y a un perro, Velázquez montó con doce personajes en total, toda una escena, que bien puede ser el inicio de la modernidad:
“No le ha bastado a Velázquez con pretender que los perros tienen la misma dignidad que los humanos, ni que los criados y los bufones tienen la misma o mayor importancia que los nobles: con todo el espacio disponible, ha dedicado a la corte la mitad inferior del cuadro, y ha dejado en la mitad superior el espacio prácticamente vacío.”
Memorable curso de poética, que nos trae como en sordina las conferencias de Borges, es el ensayo cuyo título es una de las kenningar (las metáforas de los vikingos, que tanto apasionaron al poeta argentino), “El camino de la ballena”, y memorable es también el que lleva por título, “Donde hay una cicatriz hay una historia”, que es al fin de cuentas un discurso poético de carácter alegórico-político. Se diría que el intitulado “Y la luna servía para mirarla mucho”, se puede leer como una teoría de la lectura (“la más noble y salvadora de las adicciones humanas”) y un esbozo de la corriente denominada estética de la recepción. Ello por ideas como esta:
“leer de verdad no es consumir sino crear, y a menudo son los lectores quienes les revelan a los autores qué fue lo que en realidad escribieron. El autor no es dueño del sentido de lo que ha escrito. Un creador escribe, no para comunicar algo que ya sabía, sino para descubrir algo que ignoraba.”
Finalmente, por el calado de su reflexión sociopolítica (sin excluir la ética), es de agradecer y compartir el ensayo que le da el título al libro y que al mismo tiempo le sirve de colofón.
Benjamín Labatut
Anagrama
Tal como lo demostró en Un verdor terrible, este genial escritor chileno sustenta su originalidad en la forma como combina en su construcción narrativa, la ciencia (sobre todo la física y las matemáticas), la Historia y la literatura; es decir, sus libros, sin renunciar a la elaboración estética, son una invaluable fuente de conocimiento. El volumen que nos ocupa narra la vida del matemático húngaro János von Neumann, pero no lo hace desde el punto de vista de un solo narrador, sino desde los testimonios de las mujeres, los familiares y los científicos que lo conocieron, envidiaron, admiraron y padecieron. Por ejemplo, Eugene Wigner es asaz elocuente al decir que “En este mundo solo hay dos tipos de personas: Jancsi von Neumann y el resto de nosotros” ¿qué tal? Y con pocas certeras pinceladas retrata a quien él ya desde la época de colegio consideraba “un alienígena”:
“me explicó la teoría de conjuntos (una de las bases de la matemática moderna) de una forma tan simple e ingeniosa que todavía me cuesta creer que un niño que aún no había empezado a afeitarse pudiese tener una comprensión así de profunda […] En la escuela fue una pesadilla para los profesores mediocres y un regalo del cielo para quienes lo usaron como asistente en sus clases, pero nunca le gustó presumir frente a los demás. Al contrario, parecía avergonzarse de su inteligencia.”
La novela muestra algo que está pasando en este momento, pero que la sociedad obnubilada por el desarrollo tecnológico no se percata: los estragos que puede hacer la razón instrumental cuando carece por completo de una guía filosófica; de hecho, la energía atómica terminó pasándole inevitable factura al genio que quedó sentenciado a una muerte lenta y dolorosa en 1956, dejando como legado el portento tecnológico bautizado como “Maniac”.
Probablemente los mejores capítulos de la novela son los últimos, en los cuales se narra con un alto grado de dramatismo y laudable intensidad narrativa los torneos en los que sistemas computacionales se enfrentaron a los campeones del mundo en el difícil juego del Go. Capítulos que nos permiten elucidar los alcances y posibilidades de la Inteligencia Artificial
Jon Fosse
Random house
A pesar de su brevedad, esta novela contiene todos los insumos propios de la narrativa del flamante premio Nobel de 2023, tales como, la soledad, la espera, la incertidumbre; la alucinación como consecuencia de la demencia senil, y, para completar la fiesta, el envejecimiento y la muerte. Eso en cuanto al contenido se refiere, porque en lo concerniente a la forma, Fosse no se hace extrañar respecto a un recurso tan suyo, como lo es el entrevero de voces, tiempos, escenarios (aunque esto no varía tanto, porque casi siempre es un fiordo) y episodios, que puede desconcertar y, por qué no, sacar de quicio a no pocos lectores.
La presente historia, narrada por un narrador omnisciente que nunca da la cara porque Fosse lo sostiene como dato escondido en elipsis, se desarrolla con base en los recuerdos de una mujer, Signe (que aparece en otras novelas del autor), quien perdió a su esposo, el cual insistió en aventarse una noche al mar a pesar del mal tiempo, en un bote que no le ofrecía ninguna garantía:
“y luego se ve a sí misma acercarse a la ventana y se ve apostarse ante la ventana y mirar hacia afuera, y piensa, ahí echada en el banco ¿cómo pudo desaparecer así? ¿Qué sería de él? ¿por qué desapareció? ¿qué fue de él? ¿por qué desapareció, así sin más? Piensa, siempre estaba aquí, y luego sencillamente desapareció, y la barca, piensa, la encontraron flotando en medio del Fiordo, vacía, una oscura tarde de otoño, a finales de noviembre, hace ya muchos años, veintitrés años hará ya, piensa”.
En realidad, la novela es la evocación de dos muertes; de la muerte de un Asle, a los siete años y de otro Asle mucho tiempo después (recuérdese que Fosse bautiza con el mismo nombre a personajes de distintas generaciones). Como siempre, la escritura del escritor noruego carece de puntos (el primero en todo el texto, lo encontrará el lector apenas en la página 85 y después, si acaso encontrará dos, pero no encontrará punto final) para que su sostenido ritmo poético como de letanía no decaiga y para no interrumpir el flujo de conciencia que tanto lo acerca a Joyce.
Vidal Fernando Peñaranda Galvis
ECOE
Tanto en el presente libro como en otro del mismo autor, que lleva por título Ser e infinitud, la apuesta es por la trascendencia y por lo que para el gran teórico de la ética Dietrich von Hildebrand, es lo intrínsecamente valioso, es decir, lo que no es “solo subjetivamente satisfactorio”; la apuesta, entonces, de Peñaranda es por una escritura que transmite valores. Él mismo deja entrever en un párrafo de su narración lo que ha sido su enfoque como docente, a saber, la ética: “Los matices y la excepción singular se desorbitan, al transmutar en el ser, lo conveniente del deber está determinado por ética y verdad, fieles acciones para sus congéneres.”
Los ocho capítulos que constituyen Edén Mágico, que también admiten una lectura como de partes independientes, son de incuestionable tenor axiológico, pues en ellos la vida es valorada en todas sus formas; con el mismo ímpetu afectivo (para ponerlo en términos de Max Scheller) con el que los jóvenes aldeanos salvan de morir ahogados a un “agónico armadillo” y a dos nutrias, un perro, Titán, que salta las barreras del puro instinto, salva a un valeroso muchacho, Kazán. ¿Por qué habría de valorar más o menos una vida que otra? En este “edén mágico” hay espacio y atención (todo tiene “importancia”, diría Hildebrand) para todos y para todo, y ese todo se llama la naturaleza.
Es este un libro de género impreciso, porque en sus páginas se juntan la fábula, el drama, el relato juvenil, pero no deja de advertirse un insospechado tenor mito – poético de aspiración metafísica: “Los más fuertes tienen la esperanza puesta en la contingencia del tiempo, esperando qué trae el hado, escudriñan el horizonte con la mirada perdida. Reconciliados en las copas de los árboles; impotentes expían la piadosa misión de los dioses, bullen los espectros en la pesadumbre del alma.”
Aparte de lo señalado en las anteriores líneas, huelga señalar también que el verdadero protagonista del libro de Peñaranda es el lenguaje mismo; se trata de la posibilidad de reconciliación con la sonoridad y afectividad (por qué no, también efectividad, como diría Borges) de las palabras y de su poder lúdico, porque es evidente que a Peñaranda le gusta jugar con ellas:
“Ateridos de hambre y de frío pasamos al río/ Viva el sutil taconeo con zapateo/ Hurra, hurra, aviva el pisoteo/ Bravo, bravo liebre ágil y tonta/ No es boba la nutria, acaricia y afronta. /Arrojado el que a nado ha pescado/ En el río y sin comer bocado. / Tímida y mustia pasó la ovejita/ Álgida y fina pasó la gallina/ Se hundió en cacareo, rebuzna no afina parece pollina/ Mojada y con frío revoloteó la perdiz/ Triste y sin aliento ya no era feliz/”
De modo que, para el lenguaje, la imagen, la sonoridad y el ritmo de la escritura y teniendo en cuenta los valores que ésta transmite, este libro es todo un “edén mágico”.