Las vidas de Jesucristo y otros salvadores del mundo antiguo
Catherine Nixey
Taurus
Este libro que es un complemento de La edad de la penumbra le puede estallar en las manos a no pocos lectores, sobre todo a aquellos que siempre han creído a pie juntillas todo lo que traen los discursos religiosos y la mitología judeocristiana. Porque, tal como lo hizo en su anterior libro, esta historiadora de Cambridge no se anda con chiquitas a la hora de desbaratar imaginarios y prejuicios fijadas por la tradición. Recordemos que la costumbre es el peor enemigo de la razón (Bayle dixit). Por supuesto que el libro es una “herejía” porque no se aviene a ningún dogma ni bula ni nada parecido, sino que es una revisión de ellos, a la luz de un sustrato histórico documentado. Miremos no más este ejemplo, a propósito de la navidad:
“Pero ni el buey ni la mula (que podemos ver en tantas tarjetas navideñas, en tantos villancicos y en tantos cuadros) se mencionan en los Santos Evangelios. Se alude a ellos, en cambio, en otro Evangelio antiguo, uno en el que, en el momento del nacimiento de Jesús, el mundo dejó de dar vueltas…”
En lo que más insiste Nixey es que un personaje como Jesús no era ni único ni exclusivo en una época plagada de adivinos, sanadores, augures, “resucitadores” y profetas (algunos sedicentes hijos de Dios o enviados y otros no), tales como, Asclepio, Apolonio (“En los Evangelios, el nacimiento de Jesús viene marcado por la aparición de una estrella en Oriente; el de Apolonio lo es por la visión de un rayo en el cielo […] Tanto Apolonio como Jesús resucitan a los muertos […] Tanto Apolonio como Jesús acaban irritando lo suficiente a las autoridades como para ser llevados ante un tribunal por los romanos”) y Simón el mago. El recorrido histórico de Nixey a lo largo de dos milenios es laudable, con soportes nada desdeñables: murales, frescos, esculturas, narraciones y pinturas antiguas y medievales, así como fuentes históricas que incluyen a Celso, Estrabón, Suetonio, Tácito, Porfirio, Heródoto, Plinio (el viejo y el joven) y los mismos Evangelios (pero bien leídos y con hermenéutica rigurosa) incluidos algunos naturalmente proscritos por la Iglesia.
Y otros cuentos inéditos
Julio Ramón Ribeyro
Alfaguara
Un sencillo prólogo de Santiago Gamboa les da la entrada y un breve epílogo de Alonso Cueto les da la salida a cinco cuentos inéditos, todos magistrales, del que lleva el marbete de mejor cuentista peruano. El que le da el título al libro y pintaba para novela narra la singladura nocturna (al estilo de After dark, de Haruki Murakami) de un niño que juega a ser adulto, pero se estrella de frente con una realidad para la que no está preparado: “La noche había terminado. De todo ese viaje solo le quedaba un recuerdo confuso, donde no podía distinguir lo real de lo inventado, y una fatiga cruel le curvaba la espalda y hacía pender sus brazos como dos ramazales”. Es este cuento al que, en un buen ejemplo de “paratexto” alude la imagen de la carátula. En “La celada” se propone un juego de espejos, una duplicación o una proyección que nos trae como en sordina a Borges, Cortázar y al israelí Etgar Keret. “Monerías” nos induce a reflexionar sobre nuestra responsabilidad hacia los animales no humanos. “Espíritus” es un entretenido relato sobre una sesión de espiritismo en París, con muy buen dato escondido en elipsis al final. En “Las laceraciones de Pierluca”, un grupo de artistas pasan las vacaciones en la costa española a la espera de negociar sus pinturas, pero uno de ellos, enajenado con su trabajo, abusa de sus entradas al mar y…
El libro se cierra con un dosier de indudable valor, no solo anecdótico, sino también pedagógico y literario, pues muestra, en sus propios mecanuscritos, las enmiendas, tachaduras, adiciones y supresiones que Ribeyro hizo en las composiciones.
Residencia en la tierra
Pablo Neruda
Lumen
Bella edición de colección del poemario, tal vez, más surrealista de la poesía latinoamericana, prologado esta vez por uno de los mejores poetas chilenos de todas las épocas, Raúl Zurita. Residencia I comprende treinta y tres poemas, compuestos entre 1925 y 1931; Residencia II reúne veintitrés poemas, escritos hasta 1935, y hay una Tercera Residencia con poemas escritos entre1935 y 1945 que no figura en la presente edición. Si de escoger un poema por puro capricho se tratara, el que lleva por título “Colección nocturna” sería buena elección, por su ritmo y sonoridad, el discurrir de los versos (siempre libres en combinación con blancos o sueltos, aunque en poemas como “La noche del soldado” y los que le siguen, la tendencia es suprimir el verso y darle paso al poema en prosa) y sus imágenes sinestésicas (“Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas, / sueños cuyos latidos me quebrantan: / su material de alfombra piso en silencio, / su luz de amapola muerdo con delirio.”).
En este poemario del poeta cónsul, viajero, político y cosmopolita, no falta ni el artificio casi inevitable en el surrealismo, ni los versos de relumbrón (“en tu rayo de luz se dormía / afirmado como una espada”; “Qué espesa luz de leche”; “La espesa rueda de la tierra / su llanta húmeda de olvido / hace rodar, cortando el tiempo / en mitades inaccesibles.”).
Cabe asegurar que en “Residencia” hay un afán de Neruda por darle prioridad y sustentar el tenor poético de sus versos en la imagen, muy por encima de la melodía y del logos del poema, en el que el significado nunca se descubre a primera vista.
Estos poemas de quien en 1950 recibió junto con Pablo Picasso, el Premio Internacional de la Paz, fueron traducidos al bengalí, hindú y urdú, convirtiendo así a Neruda en uno de los poetas más universales del siglo XX.
Ulla Lenze
Salamandra
La trama de esta estupenda novela se extiende desde 1925 hasta 1953, en un movimiento pendular, más que todo, entre 1939 (lo que transcurre en EE. UU.) y 1949 (lo que transcurre en Alemania). Solamente un capítulo de los escenificados en Nueva York ocurre en 1925; de haberse extendido a más, la autora hubiera terminado escribiendo una segunda Manhattan transfer (la gloriosa pieza de John Dos Passos). La novela, a pesar de que arrastra un tema de espionaje con un trasfondo de preguerra, no es ni emocionante ni trepidante y tampoco tiene suspenso; pero sí es tan interesante como entretenida y, sobre todo, dado que se basa en hechos reales, aporta datos e información de época, tal vez desconocidos para el lector y no asociados a la Historia oficial. Y es que suena raro que en EE. UU. Hitler hubiera tenido adeptos y que el nazismo, al principio, haya sido mirado con buenos ojos por los norteamericanos, pues hasta sede tenía el partido nazi y se convocaban mítines en el Madison Square Garden.
Lo mejor de la novela de la filósofa de la Universidad de Colonia es la parte de Norteamérica, cuando “el operador de radio” Josef Klein se ve involucrado en labores de espionaje y se relaciona (en todo sentido) con otra radioaficionada. La agitación política del momento y el desarrollo urbano de una pujante Nueva York llena de inmigrantes en busca de oportunidades; el tráfago urbano; la actividad teatral, el cine y, sobre todo, la música (más concretamente, el jazz, con sonado protagonismo de artistas como Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Duke Ellington, Louis Armstrong y Chick Webb) convierten la obra en encomiable exponente del género novelesco urbano:
“Caminaron en dirección al sur, con el espléndido hotel Plaza a la vista. Él le contó que Central Park le gustaba especialmente en esa época del año, cuando los árboles desnudos dejaban ver los edificios […] Le habló de la Feria Mundial de Nueva York, que iba a inaugurarse en dos meses con novedades como la televisión y el lavaplatos, y un gran encuentro de radioaficionados {…] Alzó la vista y miró los rascacielos rodeando el parque como una dentadura inmensa e irregular.”
La parte de la novela, con Klein ya de vuelta a su país, cuando había terminado la guerra y vive como arrimado en la casa de su hermano Carl, sosteniendo una relación ambigua con su cuñada, pierde intensidad respecto a la parte de Norteamérica, pero aporta equilibrio narrativo y ensancha la trama.
Bolívar
Indalecio Liévano Aguirre
Taurus
Nueva edición de la biografía de Bolívar escrita por uno de los grandes historiadores que ha tenido nuestro país. Lo primero que se advierte en la escritura de Liévano Aguirre es que muchos pasajes del libro parecen escritos por un poeta y novelista consolidado. Los treinta y siete capítulos contienen la Historia de Colombia y la de Venezuela; pero, más que eso, la verdad conmovedora de lo que fue un destino trágico.
El libro tiende a explicar por qué lo más caro a nuestra idiosincrasia es ser envidiosos, traicioneros, injustos, egoístas y ambiciosos (a costa del daño ajeno). De todo ello fue víctima “el hombre de las dificultades”. No lo mató la guerra en diecisiete años, ni el atentado que le perpetraron doce ciudadanos y veinticinco soldados, del cual lo salvó Manuela; no lo mató el tabardillo en la campaña del Perú ni las descomunales travesías de páramos y llanuras (la mayor duró cuatro meses entre Lima y Caracas). Lo mató la desilusión y el horror…o más bien el asco. Calumnias, vituperios, apodos, leguleyadas, mentiras, ataques arteros y traiciones. Lo traicionó Santander, por ínfulas y ganas de poder; lo traicionó Córdoba, por pura debilidad; lo traicionó Páez, para ganar en Venezuela la celebridad del mismo Bolívar; lo traicionaron en Perú y en el sur, porque allá tampoco resistían el peso de su gloria, y, para completar, mataron a traición a su amigo del alma, al único militar que le fue fiel aun cuando era tan grande como él: a Sucre. Leer este episodio causa mucho dolor, pues el mariscal de Ayacucho viajó desde Lima para despedirlo en Bogotá y no alcanzó; le dejó una bella carta como sólo los grandes hombres y amigos pueden redactar, la cual le llegó a Bolívar después de la noticia del asesinato, hecho que le dio al Libertador el tiro de gracia, pues ya era a la sazón algo más que un espectro. Tres fueron sus viajes a Europa, el último de ellos, definitivo, pues en éste se trajo a Miranda para iniciar la revolución.
Todo lo esencial en una biografía fue tenido en cuenta por Liévano en esta exhaustiva investigación (en la que aparecen, por ejemplo, las diez mujeres que más influyeron en la vida de Bolívar, comenzando por Hipólita, la negra que lo crio) que no le va en zaga a la que hizo sobre Núñez.
De Sócrates a Víctor Frankl,
Un viaje único por la historia de la filosofía
Rafael Narbona
Rocaeditorial
Lo que este profesor madrileño nos trae en este meritorio libro es una historia de la filosofía que nos sirva para aplicar (si cabe el término) las enseñanzas y pensamientos de los filósofos de todas las épocas a nuestra propia vida. Por tanto, si bien el libro puede utilizarse en el ámbito académico, su enfoque (y por ahí derecho su destinatario) es mucho más abierto; en últimas, es un manual de vida y pensamiento, que, a diferencia de los manuales de autoayuda, tiene un sustrato (y sustento) filosófico que lo hace muy fiable.
El recorrido comienza en la Grecia antigua con Arquíloco de Paros, sabio donde los hubiera, cuyos consejos son hoy día de una utilidad invaluable, para capotear el qué dirán y el fracaso (que terminó siendo el remplazo del infierno y del coco):
“aconsejaba no prestar atención a los comentarios maledicentes, pues la vida es breve y no hay que desperdiciarla afligiéndose con chismes […] Arquíloco aconseja no alardear de los éxitos ni hundirse ante los fracasos. Hay que saber disfrutar de las cosas buenas y no rendirse ante la fatalidad. Solo el hombre que conoce sus límites podrá vivir satisfactoriamente.”
Esto último como para quienes creen y repiten que uno puede hacer y alcanzar todo lo que se propone, o que el destino de cada uno está en sus propias manos, y majaderías de ese estilo.
Narbona explica por qué Safo de Lesbos es el más antiguo antecedente del feminismo moderno; por qué hemos de aprender de los pitagóricos, iniciadores de lo que se conoce como “vida contemplativa” y primeros en utilizar la palabra “cosmos”; por qué son tan importantes y pertinentes, filósofos como Zenón de Elea (“nos enseñó que la muerte y la realidad no siempre coinciden, lo cual nos puede ayudar a relativizar nuestras impresiones y emociones”), sobre todo en esta época en que cualquier cosa es “verdad” solo porque otro lo dice o lo publica (“debemos poner siempre entre paréntesis nuestra interpretación de la realidad”). Y ni qué decir de Empédocles, quien decía que “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, y qué tal Demócrito, que nos libera del embeleco de la inmortalidad y nos hace responsables de todo lo que hacemos.
En fin…el recorrido del profesor Narbona, ameno, por cierto, y exento de insufrible jerga académica, abarca epicureísmo, estoicismo, cristianismo; Edad Media, Renacimiento, la modernidad y llega hasta la posmodernidad, mostrando el irrefragable legado de tantos “Maestros de la felicidad”.
A sangre fría
Truman Capote
Lumen
Nueva y magnífica edición de un clásico contemporáneo que borró los límites entre lo novelesco y lo periodístico y que trae a cuestas a más de dieciocho millones de lectores en Estados Unidos. A mediados de los sesenta, la novelística norteamericana experimentó un sacudón. Acababa de publicarse una obra de la cual su autor ya había hecho adelantos leyendo partes en público, creando al mismo tiempo un gran suspenso sobre cómo sería su final. Se trataba de una novela cuyo desarrollo y, sobre todo, su desenlace, dependía de cómo fuera el colofón de los acontecimientos narrados, en la vida real; es decir, se trataba de una novela – reportaje. Capote, más reportero que cualquier otra cosa al inicio de su carrera, supo de un múltiple asesinato en un pueblo de Kansas. El objetivo de Dick Hickock y Perry Smith, era robar; no encontraron la fortuna que, por rumores, pensaron que había en el rancho, de modo que terminaron matando, y la policía los cogió en menos de nada. La genialidad de Capote consistió en manejar y aprovechar los hechos, no como noticia, sino como asunto narrativo que había que ir acrecentando conforme el par de asesinos le fueran soltando información.
¿Cómo logró Capote conocer los móviles y detalles del crimen? En primer lugar, no se hizo ningún juicio sobre ellos, ni moralizó sobre lo que hicieron; se ganó su confianza (en cierto modo, se aprovechó) y tuvo mucha paciencia. Entre juicio, condena, apelación y todas las idas y venidas que un proceso suele tener, pasaron años, hasta que los culpables fueron ejecutados (en presencia de Truman, por petición sentida de los condenados) y así, concluida la historia en el ámbito real, se pudo terminar en el ámbito literario. El cine ya ha dado buena cuenta de este relato que puso en entredicho el concepto de novela como ficción.
La ética en la era de la ingeniería genética
Michael J. Sandel
Debate
El libro de este filósofo de Minneapolis pone el dedo en la llaga en asuntos muy sensibles, tratables en bioética. Uno de ellos es adónde nos puede conducir moralmente la ingeniería genética, habida cuenta de los resultados ya conocidos en el mundo de la práctica de la eugenesia auspiciada por el nazismo. En Estados Unidos la sociedad, la industria y sectores de la ciencia ya se habían a procesos de esterilización eugenésica (no voluntaria), pero atisbaron la pendiente resbaladiza y se detuvieron.
Sandel muestra también cómo la industria del espectáculo domina tanto sobre el deporte, que no importa a qué costo (humano) se obtengan los triunfos. Critica a una sociedad perfeccionista (de ahí el título del libro) y ambiciosa que arrambla con la infancia de los futuros triunfadores (por eso, el guantazo no solo va dirigido a entrenadores, sino a lo que él denomina hiperpaternidad o “epidemia de intrusión y competitividad paterna”); a una sociedad obsesionada por optimizar (eufemismo empleado para no utilizar las palabras esclavitud y explotación) el rendimiento en todo. Critica también a una sociedad hipócrita, que desacredita la investigación sobre células madre, bajo creencias religiosas, premisas falsas y argumentaciones falaces:
“En la medida en que algunas personas mantienen convicciones religiosas firmes sobre esta cuestión, se piensa a veces que no es un asunto abierto al análisis o a la argumentación racional. Pero eso es un error. El hecho de que una creencia moral pueda basarse en una convicción religiosa no la exime de recibir objeciones ni la inhabilita para encontrar una defensa racional.”
El libro es, en últimas, una invitación a revisar todas las éticas con enfoque utilitarista y a columbrar los verdaderos beneficios de algunas prácticas médicas y a reflexionar sobre las actuales formas de selección “natural”.
Tríptico de la infamia
Pablo Montoya
Random House
Bellísima edición conmemorativa de la obra que consagró a su autor hace diez años. El tríptico del ganador del premio Rómulo Gallegos, alude al testimonio que en pintura y grabado dejaron tres pintores para la posteridad. A cada pintor le corresponde un capítulo y la narración se explaya a partir de la obra del artista.
En el primer capítulo, en el año 1565, los hugonotes intentan conquistar tierras de la Florida para el rey Carlos IX. Parte de su estrategia es aliarse con las tribus de Saturiona, que guerreaban con Utina. Es una guerra feroz que, con la ayuda francesa, pone en ventaja a Saturiona. Ya cuando planean un primer regreso para reencauchar la expedición desde Francia, llegan los españoles enviados por Felipe II a sacar de “sus tierras” a los herejes franceses quienes son víctimas de una masacre. Entre los pocos que lograron salvarse y huir a Francia va el pintor le Moyne con las “fotografías” de la época sobre lo que vio en estas tierras, y con el cuerpo tatuado a guisa de testimonio.
La segunda parte del tríptico es una tabla de 94×154 cm. En ella, el pintor pinta a dieciséis personajes que representan a los diez mil hugonotes y a sus asesinos en la noche de San Bartolomé (agosto de 1572). Es el segundo testimonio, ahora de otro pintor, François Dubois, de la infamia católica. La última parte la conforman los diecisiete grabados de De Bray, sobre las brutalidades de los conquistadores españoles en nombre de su único dios y de su rey, en el llamado Nuevo Mundo. Dichos grabados son un intento por reproducir lo narrado por Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Novela escrita con valentía, conciencia histórica y altura moral.
Alejandra Pizarnik
Lumen
Con prólogo de Luna Miguel y epílogo de Gabriela Borreli Azara, se pone nuevamente en circulación la obra de la extraordinaria escritora argentina, a la que ya es hora de dejar de leerla solamente en clave de su suicidio, ocurrido en 1972, cuando, aprovechando la salida que le dieron en su lugar de internamiento y tras haber maquillado todas sus muñecas, ingirió medio centenar de pastillas de Seconal sódico. Es posible que en un proceso de deconstrucción , así como se pueden hallar atisbos de atracción por lo mórbido y lo violento (por ejemplo, en “Torturas clásicas”) se puedan encontrar en sus enunciados, versos y prosas indicios de que su vida tendría un final trágico (“Yo estaba en el pequeño jardín triangular y tomaba el té con mis muñecas y con la muerte”; “A la hora de morir uno canta para sí, no para los demás”; “Los años pesan sobre mis hombros”; “escribo para no suicidarme”), pero leerla solo con ese sesgo empobrece su obra. La literatura de la celebrada escritora argentina es toda una multiplicidad: poesía, relato, cuento, teatro y prosas sueltas, y se diría que su principal herramienta poética es la imagen y su más visible sustrato artístico es el surrealismo:
“La desparramada rosa imprime gritos en la nieve. Caída de la noche, caída del río, caída del día. Es la noche, amor mío, la noche caliginosa y extraviada, hirviendo sus azafranadas costumbres en la inmunda cueva del sacrosanto presente […] El sexo y sus virtudes de obsidiana, su agua flamante haciéndose en contra de los relojes.”
El presente volumen, que puede pasar por antología, no incluye lo que en sentido estricto entendemos por poemas (aunque la poesía la tiene regada por todas sus composiciones) y consta de veintisiete textos que ya estaban incluidos en ediciones de su prosa completa y sus diarios. En ellos no faltan lo misterioso, lo macabro (ver “La Condesa Sangrienta”), lo siniestro; la erudición, el humor (“La pájara en el ojo ajeno”); lo filosófico, y versos de laudable factura como este: “Entretanto, la muerte cerró los ojos, y tuvieron que reconocer que dormida quedaba hermosa”.
Ser humano
Cómo nuestra biología ha moldeado la historia universal
Lewis Dartnell
Debate
Magnífico libro en el que el autor muy sabiamente combina la ciencia (en especial la biología) con la historia y la antropología. Lo que hace el científico inglés es analizar cómo distintas variables biológicas presentadas desde la prehistoria han determinado drásticos cambios sociales y políticos e inclusive, para muchas naciones, han desviado el curso de su historia. Por ejemplo, miremos el caso de la dinastía de los Habsburgo: la proliferación de matrimonios endogámicos con fines políticos fue degenerando individuos, hasta que, con el último vástago, el rey Carlos II (un cúmulo de deformidades por las que lo llamaron el Hechizado) la dinastía llegó a su fin: “Parece que Carlos era congénitamente incapaz de engendrar hijos. Las generaciones de endogamia y los trastornos recesivos cada vez más numerosos por fin habían tocado fondo.”
De paso, Dartnell explica las verdaderas razones por las que diversos estados monárquicos adoptaron la poligamia en su doble expresión, de poliginia y poliandria, en vez de la monogamia. No se trataba de una promiscuidad gratuita, sino con fines políticos.
Otro ejemplo de influencia de la biología en la historia es el de cómo enfermedades endémicas como la malaria y la fiebre amarilla sirvieron de escudo a países tercermundistas que estaban siendo invadidos o colonizados por potencias europeas. Si los escoceses que auspiciados por el Proyecto Darién fundaron Nueva Caledonia, no hubieran sido diezmados por las epidemias y su colonia hubiera prosperado, sus descendientes en Centroamérica serían aficionados al Scotch Whisky y no a la chicha.
Capítulo bien interesante es el que da cuenta de cómo la quina resolvió la guerra en Norteamérica en favor de los rebeldes locales y cómo en el siglo XVIII Saint-Domingue (hoy Haití) no terminó siendo colonia inglesa, porque las tropas británicas, perfectamente inadaptadas a las enfermedades tropicales cayeron como moscas. Todos los países africanos codiciados por los europeos tuvieron la misma ventaja biológica, hasta que las potencias lograron sintetizar vacunas que les permitieron contrarrestar las epidemias.
En conclusión, si el filósofo inglés Richard Firth-Godbehere en libro Homo emoticus logró exponer cómo las emociones han empujado el curso de la historia, Lewis Dartnell en este libro logra mostrarnos cómo ello también ha ocurrido por mor de la biología.
Jorge Franco
Alfaguara
Desde la sala de espera de urgencias de un hospital de Medellín, un perdulario, que solo es nombrado una vez en toda la novela, recuerda su vida al lado de Rosario, la mujer sicario, la mujer fatal, que en ese momento está siendo atendida tras su ingreso la noche que la balearon. Los dieciséis capítulos de la novela que inauguró o consolidó (junto con La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo) el género de la sicaresca, están escritos con el lenguaje procaz que detentan sus pocos personajes y refleja el oscuro mundo de las comunas de Medellín y, como en sordina, la tragedia que el país vive a causa del narcotráfico.
Rosario es visiblemente el personaje casi único; todos los caminos, siempre malos, conducen a ella. Tiene por costumbre matar dando al tiempo un beso y un balazo; pone a hervir en agua bendita sus balas antes de usarlas; atrae por igual a sicarios y a capos del cartel, y su vida es una cadena de infortunios, goces pasajeros y venganzas, cuyo eslabón inicial fue la violación que sufrió siendo todavía una niña y que después le sirvió de pretexto para ganarse lo que se convirtió en su apellido: “Tijeras”.
Pero uno de los aciertos y aportes de Franco es haber convertido (por mor de la figura de la personificación) la ciudad escenario de los hechos en actante del relato, aportando así al desarrollo de la novela urbana colombiana:
“Medellín está encerrada por dos brazos de montañas. Un abrazo topográfico que nos encierra a todos en un mismo espacio. […] Medellín es como esas matronas de antaño, llena de hijos, rezandera, piadosa y posesiva […] Algo muy extraño nos sucede con ella, porque a pesar del miedo que nos mete, de las ganas de largarnos que todos alguna vez hemos tenido, a pesar de haberla matado muchas veces, Medellín siempre termina ganando.”
Los autores casi nunca prologan sus obras, pero tratándose de la edición (lujosa, por cierto) con la que se celebran los veinticinco exitosos años de la novela que lo posicionó en la literatura colombiana, la voz de Jorge Franco en su mirada retrospectiva de su novela constituye un apreciable valor añadido.