
Mis diez novedades bibliográficas recomendadas para la FILBO 2025
Entre ellos
Richard Ford
Anagrama
Lo que hace el gran escritor de Mississippi en este bello libro es adherirse a un género literario, el de la autobiografía (al que le abrió cabida la invención del YO por parte de los románticos), que tiene ilustres antecedentes como Madame de Staël y Goethe en el siglo XIX y Thomas Bernhard en el siglo XX. Se trata de una narración en dos actos, el primero, que recae sobre el padre (cuya muerte en presencia de él fue algo de mucho impacto) y el segundo, sobre la madre. Algunos episodios se han filtrado en su novelística, sobre todo en El periodista deportivo, pero son solo ecos: Frank Bascombe, al igual que Ford, es escritor; perdió a su padre a los catorce años (Ford a los dieciséis) y su madre, al igual que la madre de Ford, murió de cáncer.
Está claro que, sin este libro, los padres del célebre autor de El día de la independencia hubieran sido engullidos por el tiempo y hubieran desaparecido (“Hoy no hay prácticamente nadie vivo que los haya conocido. Y yo soy, por ello, la única persona que conoce estas cosas y puede presentar estas memorias”). Es decir, gracias al libro y gracias a la figuración de su autor en la literatura norteamericana contemporánea, Edna y Parker entraron en la Historia.
Difícil es disociar partes de la narración (y algunas fotografías anejas a ella) del poema de Owen Sheers, Not yet my mother (“Yesterday I found a photo / of you at seventeen, / holding a horse and smiling, / no yet my mother […] although I was clearly already your child.”) y difícil es también disociar todo el relato de esto que alguna vez expreso el poeta Lezama Lima: La infancia es pasarse llorando la muerte de la madre así ella esté viva, y la vejez es pasarse llorando la vida del padre así él esté muerto:
“Y nadie puede perder a uno de sus padres sin pasarse el resto de su vida esperando que el otro muera o se empiece a morir. […] leía la muerte de mi madre en casi todas las cosas de su vida […] En mi horror ante el hecho de su muerte, la vivía por anticipado oscuramente, me aplicaba ese tratamiento preventivo para no venirme abajo por completo cuando llegara el momento.”
Es cierto que Ford en esta autobiografía nos ofrece un retablo de la sociedad norteamericana del medio siglo, en especial de la clase media del Sur y de cómo ésta se fue metiendo en la dinámica capitalista y del consumo; pero el mayor acierto de Ford está en haber logrado hacer una etopeya conmovedora, sobre todo, de su madre y en haber alcanzado lo que terminó haciendo en sus ficciones, ¡tocar la vida!
Un perro de carácter
Sándor Márai
Salamandra
Este último libro de Márai de traducción muy reciente, no deja de ser un divertimento del autor; una obra menor dentro del grueso de su magnífica producción. Sin embargo, en la novela reconocemos en cada página la calidad narrativa y el carácter cristalino de su prosa. En su libro el autor destila un humor finísimo y la ironía que siempre dirigió hacia la clase burguesa húngara, para la época ya aficionada al psicoanálisis. Es precisamente hacia esta disciplina (que, se nota que Márai la tenía por acientífica y falta de rigor) a la que dirige lancinantes diatribas a propósito del comportamiento de Chútora, el “perro de carácter” protagonista del entretenido y punzante libro. Primero deja hablar a la psicoanalista que atiende el llamado de los dueños del perro y rapidito los envuelve en una cháchara en la que, para diagnosticar el complejo que sufre el animal, hace una revoltura de Freud y Levi-Strauss: “no es imposible que el perro tenga un poco de complejo de Edipo: los perros generalmente tienen complejo de Edipo en relación con su dueño, cuya figura sustituye a la figura paterna en su mundo psíquico, como ocurre con el tío en los pueblos primitivos”. Después habla el dueño de la mascota, para expresar su escepticismo:
“¿Sabes?, a veces tengo la sospecha de que estos tipos están convencidos de que han descubierto algo que, en realidad, es simple conocimiento y experiencia, y que ha formado parte de la sabiduría de la humanidad desde los tiempos más remotos…y que su conocimiento es a la verdadera ciencia lo que el conocimiento del alfabeto es a la literatura”
y, por último, habla el narrador, de quien Márai también se sirve para manifestarse sobre el psicoanálisis, haciendo mofa de la actitud, de la autosuficiencia de “las señoras psicoanalistas” (a las que ya se ha referido como sacerdotisas): “Qué bases tan sólidas y seguras; con qué destreza se mueven en esta oscuridad en la que Schopenhauer, por poner un ejemplo, sólo se orientaba a duras penas.”
Izquierda no es woke
Susan Neiman
Debate
Prima facie, lo que propone este sesudo libro “no académico, pero sí filosófico”, como la misma autora lo dice, es volver la mirada hacia el gran hito emancipador y civilizador que fue la Ilustración, para corroborar que sus principales postulados se tienen que rescatar hoy día para enfrentar el tribalismo propio de ideologías que conducen a exclusiones, discriminaciones y marginaciones de todo tipo. Con todo y que los pensadores de la Ilustración, por ser hijos de su tiempo, no se plantearon nunca problemas como el sexismo y el animalismo, fueron anticolonialistas, antiimperialistas, antiesclavistas, anti eurocentristas, y, lo más importante, se basaron siempre en la razón y no en la revelación:
“Los pensadores de la Ilustración fueron los primeros en atacar el colonialismo basándose en ideas universalistas. Para darse cuenta de ello, no se necesita recurrir a los textos más difíciles de la Ilustración; una edición de bolsillo del Cándido basta. Como sucinta diatriba contra el fanatismo, la esclavitud, el saqueo colonialista y otros males europeos es difícilmente superable.”
Este movimiento, tal vez junto con el Romanticismo, lo más constitutivo de la modernidad, inició con la publicación del Diccionario histórico y crítico de Pierre Bayle (¿lo recuerdan? El interlocutor con el que Leibniz debate en su Teodisea) y finalizó en 1804 con la muerte de Kant. Es desde ese universalismo que aderezó todo el siglo XVIII que se le puede hacer frente al tribalismo (propio de ideologías de derecha según la autora); a la denominada cultura de la cancelación, a la que se le conoce con el término “wok” y que promueve o insiste en absurdidades como, la pureza, la intolerancia a los matices y la preferencia por lo binario, por lo cual se le distingue también como “identitarismo”…y ya sabemos lo peligroso que es.
Espíritus del presente
Los últimos años de la filosofía y el comienzo de una nueva ilustración
1948 – 1984
Wolfram Eilenberger
Taurus
Con este extenso libro el filósofo, psicólogo y periodista que edita en alemán la publicación Philosophie Magazine, completa una trilogía sobre el desarrollo de la filosofía a lo largo del siglo XX (comienza en 1919 y termina en 1984, aunque el cierre real debería ser diez años después con la muerte de Feyerabend). El libro bien puede ser asumido como un ensayo filosófico con perspectiva histórica y viceversa o también como lo que quizá en la tradición francesa de Jacques D´Hondt y François Dosse, y la alemana de Rüdiger Safranski (y últimamente la de la inglesa Andrea Wulf) se conoce como biografía intelectual (por cierto, un género muy propicio para abordar la filosofía al margen del ámbito académico).
Los filósofos en los que recae su estudio son en esta oportunidad: Susan Sontag, Theodor Adorno, Paul Feyerabend y Michel Foucault, cada uno en sus diferentes facetas y roles: estudiante, profesor, conferencista, escritor y activista (sin dejar de lado la vida personal). En el caso de Sontag, también novelista y guionista de cine. Eilenberger sigue la metodología empleada en Tiempo de magos y El fuego de la libertad, es decir, no despachando uno a uno a los autores, sino alternándolos hasta llegar al final de la vida de cada uno: Adorno, víctima de un infarto en Zermatt, en agosto de 1969; Sontag, víctima del cáncer en Nueva York, en diciembre de 2004; Foucault, víctima del SIDA en París en junio de 1984, y Feyerabend, víctima de un tumor cerebral en Suiza, en febrero de 1994.
Lo que muestra Eilenberger (con quien tuve la fortuna de cruzar palabras en enero de este año), es que todos tuvieron en común el hecho de que abrieron nuevos caminos para la investigación y la filosofía; enfrentaron valientemente la adversidad (problemas para publicar, ataques de la prensa, desmanes en la universidades, enfermedades, etc.); fueron refractarios al poder, los sistemas y a la teoría como tal; fomentaron una nueva Ilustración (sin relegar a Kant) y todos se ocuparon del lenguaje, los discursos, la política y las estructuras de poder (parapetados, por ejemplo, ora en la Escuela de Viena, ora en la Teoría Crítica o Escuela de Frankfort) y todos, gracias a sus enormes aportes y a su peso mediático y presencia escénica, vivieron (unos más otros menos) una celebridad como de estrellas de rock.
Desayuno en Tiffany
Truman Capote
Lumen
El título cobra sentido en un enunciado de la protagonista de esta magnifica novela corta: “Quiero seguir siendo yo cuando una mañana, al despertar, recuerde que tengo que desayunar en Tiffany´s.”
Holly Golightly o (Lulamae Barneses) es uno de esos personajes de la novelística norteamericana que no se olvidan nunca, está tan bien concebido por su autor, que parece una persona (aunque ontológicamente la diferencia no tendría por qué hacerse). Se trata de la máxima expresión de autonomía e independencia de una mujer (que se mueve al filo de la moral de nicho de la época) en una sociedad y en una ciudad en la que muchos mal viven y muchos más sobreviven, la Nueva York de comienzos de la década del 40. De Holly se le podrá poner el marbete de trepadora, arribista, emprendedora, embaucadora, eso depende. Pero no se podrá negar que tiene principios y por eso no se olvida del amiguete de los bajos fondos que paga condena en la cárcel y semanalmente recibe su visita y por eso se negó a traicionarlo: “Mira, guapito, quizá esté podrida hasta el fondo mismo de mi corazón, pero no estoy dispuesta a dar testimonio contra un amigo. Aunque logren demostrar que Sally dopó a una monja. [—] prefiero que esa policía gorda me secuestre antes que ayudar a que esos leguleyos fastidien a Sally.”
Capote demostró en esta compacta novela que pocos escritores lo igualan en técnica, evidente en cómo trabaja la frase, cómo hace visibles las cosas por medio de analogías, cómo darles voz a los personajes y, sobre todo, cómo describirlos (“parecía tan desplazado al lado de los otros como un violín en un grupo de jazz”; “a la manera de un pulpo rebosante deenergía, agitaba martinis, hacía presentaciones, se encargaba del tocadiscos”). Esa habilidad para el retrato, Capote la manifiesta también en los tres relatos que completan el presente libro, especialmente en Una guitarra de diamantes, al presentar a Mr. Schaeffer y a Tico Feo. Y en cuanto al recurso del símil, ni qué hablar, pues es capaz de imbricar tres en un solo pequeño párrafo: “Una delgada luna amarilla, como una corteza de limón se arqueaba sobre sus cabezas, y bajo la luz brillaban numerosas hilachas de tierra helada como plateados rastros de caracoles. Hacía ya muchos días que Tico Feo estaba encerrado en sí mismo, callado como el ladrón que acecha entre las sombras.”
Como un gesto de justicia poética, pensemos que el gato de la novela es el que Truman Capote tiene en los brazos en la contraportada.
Historia universal de la infamia
Jorge Luis Borges
Lumen
Nueva edición del libro con el que Borges se dio a conocer como narrador y cuentista en 1935. El título alude a las variadas formas de criminalidad y a distintos tipos de criminales y delincuentes (incluyendo mujeres) en diversos momentos de la Historia. Una referencia directa la encontramos en el cuento “El atroz redentor Lazarus Morell”: (“Los caballos robados en un Estado y vendidos en otro fueron apenas una digresión en la carrera delincuente de Morell, pero prefiguraron el método que ahora le aseguraba su buen lugar en una Historia Universal de la Infamia.”), una autorreferencia entre tantas formas de juego literario y de intertextualidades presentes en todo el libro y, desde luego, en toda la obra del autor. En ese juego de referencias literarias destaca la presencia de, por ejemplo, Las mil y una noches y de pensadores como el místico sueco Emmanuel Swedenborg.
El libro (de cierta manera inspirado en Vidas imaginarias de Marcel Schwob) es, en conjunto, un palimpsesto (entendido como texto en el que se notan las huellas de muchos otros anteriores a él) y también como un mosaico con figuras que remiten a épocas lejanas y lugares y personajes exóticos. Una vez que el lector se adapta a la sintaxis concisa, al lenguaje erudito y al estilo casi que barroco (en todo caso denso) del genio argentino, se le puede, no solo entender (que viene siendo la tarea más difícil), sino también disfrutar. En algunos cuentos no falta el trabajo dialectal del narrador para mostrar personajes de habla “orillera”, como es el caso de la joya llevada al cine, “Hombre de la esquina rosada”, cuento policiaco de final sorprendente (donde, quede dicho al pasar, aparece uno de los pocos personajes femeninos de toda la obra narrativa de Borges):
“Arriba de tres veces no lo traté, y ésas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí, a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo […] Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; …”
Lo que dicen “una del montón” cuando vio entrar a uno “que traiba una herida juerte en el pecho” al bailadero de tango: “-Para morir no se precisa más que estar vivo” “y otra, pensativa también: -Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que pa juntar moscas” es Heidegger (y, quizá, Quevedo) en versión barriobajera.
A lo largo del texto se encuentran ejemplos de lo mágico, lo maravilloso, lo lúdico y lo fantástico, más lo épico que no falta, vertidos en una técnica de resumen (porque las historias son muchísimo más extensas que los relatos, ejemplo de ello, “La viuda Ching, pirata”, que daría para una larga serie de televisión, porque lo que ocurre a lo largo de años, se narra en pocos párrafos). De su composición, dijo Borges, que la pergeñó en una época de desdicha. Raro, porque aún no se había quedado ciego.
Hacer la guerra
Simone Weil
Taurus
Esta titánica pensadora francesa, que murió de inanición a los treinta y cuatro años (porque se negaba a recibir una ración mayor a la que recibía un judío en un campo de exterminio), comporta junto con Hanna Arendt y Simone de Beauvoir, el triunvirato de las más grandes filósofas del siglo XX, y, si nos apuramos un poquito, de toda la Historia. Si bien lo ideal para ahondar en su trayectoria intelectual, los libros más indicados sean, Escritos históricos y políticos (Trotta, 2007) con prólogo de Francisco Fernández Buey y El fuego de la libertad (Taurus, 2021) de Wolfram Eilenberger, El presente pequeño volumen es una buena opción para acercarse a las ideas de Weil, a través de cuatro ensayos seleccionados. En el primero de ellos, “La Ilíada o el poema de la fuerza” Weil, para quien no había democracia absoluta ni dictadura absoluta, confirma lo propicias que son las tragedias griegas, con toda su carga axiológica, para reflexionar sobre el destino humano y para comprender por qué (a diferencia de lo que pregonan los majaderos discursos sobre el éxito) existe dignidad en la derrota; que el perdedor puede estar en superioridad moral respecto al ganador, y que, en definitiva, todo triunfo y toda derrota son provisionales. A lo largo del ensayo escuchamos las voces de héroes trágicos griegos tanto de la saga homérica como de las obras de los dramaturgos griegos, pero, ante todo, la voz de Weil interpretando aquéllas: “El fuerte no es nunca absolutamente fuerte, ni el débil absolutamente débil, pero ambos lo ignoran. […] A veces el azar les beneficia; otras veces les perjudica.”
“…un destino ante el que los verdugos y las víctimas son igualmente inocentes, vencedores y vencidos hermanados en la misma miseria. El vencido es causa de desdicha para el vencedor, como el vencedor lo es para el vencido.”
Al final del ensayo aparecen las máximas que son la marca de Weil: no admirar nunca la fuerza (el poder), no odiar a los enemigos y no despreciar a los desdichados.
La magnífica pieza de filosofía política, “No empecemos de nuevo la guerra de Troya” es una reflexión sobre cómo palabras terminadas en “ismo” son fórmulas huecas que casi nunca albergan un concepto o un significado; abstracciones que sin decir nada justifican crímenes y atropellos y que terminan siendo (como ocurre, por ejemplo, con el “nacionalismo”) la trinchera de regímenes totalitarios. Sin ser un bando mejor que el otro (así cada uno crea que sí lo es), cada grupo, con su marbete terminado en “ismo” ostenta un extremismo cuya oposición carece de sentido:
“la oposición entre fascismo y comunismo no tiene rigurosamente ningún sentido […] el antifascismo y el anticomunismo están también desprovistos de sentido […] incluso si se admite con un poeta griego que en Troya estaba solamente el fantasma de Helena, ese fantasma sería todavía una realidad substancial al lado de la oposición entre fascismo y comunismo.”
Ineludibles son los otros dos ensayos,” La agonía de una civilización vista a través de un poema épico” y “¿En qué consiste la inspiración occitana?”.
Escenas de una infancia
Jon Fosse
Random house
Seis relatos completamente independientes conforman el presente volumen cuyo título nos hace recordar al también premio Nobel J.M. Coetzee. Se diría que el estilo predominante es el de estampas narrativas o teselas con que el autor compone un mosaico, alternando el punto de vista en primera y tercera persona. La parte que le da el título al libro es amarga, sórdida y trágica, y se repiten en ella motivos como la soledad y la incomunicación, tan discernibles en las novelas de Fosse.
Tal vez el relato más saliente sea “El pelo de Line”, el extenso y reiterativo monólogo de Knut, quien da cuenta de su fijación en el pelo de su joven amiga (“Porque últimamente, varias noches seguidas, me he pasado la noche en vela pensando primero en Line, en su pelo, en el pelo de Line, porque Line tiene un pelo en el que pienso a menudo, sobre todo cuando me acuesto, porque resulta que cuando me acuesto me quedo pensando en el pelo de Line…”) y de su animadversión hacia su padre, un perdulario que solo le inspira vergüenza: (“Y tal vez tenga algo que ver con que he empezado a avergonzarme de mi padre […] lo que haya pasado a mi padre bien puede tener que ver con eso de que me avergüence de mi padre, porque la verdad es que estoy bastante seguro de que mi padre ha notado que me avergüenzo un poco de él…”).
Se trata, entonces, de un estilo reiterativo que lleva y trae los mismos asuntos siempre, en una especie de letanía o cantinela, cuyo ejemplo máximo se encuentra en “Y ya puede venir el perro”, relato que tiene conexiones con Sobre los huesos de los muertos, de la Nobel polaca Olga Tokarczuk.
El cuento escrito por Fosse en 1991 sugiere una “obra abierta”, pero, en realidad es ambiguo: todo lo que el personaje afirma también lo niega; se convierte en lo que en narratología se denomina “narrador no confiable”. El lector no tendrá claro si el protagonista enterró o no al perro, y, si lo enterró, ¿por qué espera su regreso? ¿mató al fin (como lo anuncia todo el tiempo) al asesino del perro? Lo único cierto es que a quién él pretendía matar, sí lo asesinaron, pero no se sabe quién.
El tercer amor
Hiromi Kawakami
Alfaguara
De esta narradora de Tokio ya teníamos noticia en nuestra lengua, gracias a las traducciones, entre otras, de El señor Nakano y las mujeres; El cielo es azul, la tierra blanca; Algo que brilla como el mar, y su muy celebrada, Los amores de Nishino. La presente novela es, quizá, su apuesta más ambiciosa, por cuanto desarrolla tres historias en distintas épocas, dos de ellas al amparo de los sueños de la protagonista de la historia, que uno llamaría actual. Riko es una mujer cuyo matrimonio fracasado con quien fue su amado desde la infancia, se refugia en sus sueños para sobrellevar la vida:
“Por mi parte, los intervalos en los que no habitaba en mis ensoñaciones de dama de compañía en los tiempos de Heian los dedicaba a la crianza de mi propio hijo. Me hubiera gustado disfrutar más de ese mundo imaginado para escapar de los rigores del presente, la verdad, y movida por esa ansia me forzaba a regresar allí tan pronto como podía.”
Primero se convierte en Shungetsu, una Oiran de una casa de té de Yoshiwara en la era llamada Ero; después, en una dama de compañía de una princesa de la era Heian, de tal manera que la narradora- protagonista no es una mujer sino tres, cada una llevando su propia vida y llegando a un punto en que la vida vivida (que por costumbre llamamos real) no se distingue de las vidas soñadas, dándole de paso, la razón a Schopenhauer e inclusive a los fenomenólogos.
Dado que la autora es Hiromi Kawakami, el tema en cualquiera de las historias es irrefragablemente el amor (y en cada una hay un tercero), y dada la perspectiva histórica de la novela, se compara el amor en el Japón antiguo con el amor en el Japón de hoy y asimismo, la mujer de antes con la de ahora de acuerdo con sus roles sociales. Dicho en plata blanca, los tres centenares de páginas son un recuento de la cultura japonesa en todos sus aspectos (incluida la culinaria, las modas, las formas de hablar, las creencias, los festejos, los castigos y las relaciones de pareja y, quizá, una crítica retrospectiva a costumbres y prácticas sociales que incluyen, por ejemplo, la trata de mujeres y un orden económico que hace pensar que el capitalismo nació hace muchos siglos en Japón.
Guardé el anochecer en el cajón
Han Kang
Lumen
Este libro de poesía de la Nobel surcoreana contiene sesenta poemas distribuidos en cinco partes. Desde lo formal, se advierte el versolibrismo como la constante y muchos versos pareados, aunque apela también al poema en prosa, todo siempre en un tono de conversación en voz baja. En cuanto a su materia poética, toda su poesía está pespunteada por la nostalgia, la soledad, el dolor, la congoja y, sobre todo, la tristeza (¿“Que es eso que sufre dentro de mí? ¿Qué es eso que no me abandona de una vez por todas?”) y sus versos, en especial los de la parte titulada Teatro de la anatomía humana, caen y caen como lágrimas (a veces de sangre): “Tengo ojos que sangran. / No recuerdo que haya tenido algo más […] Solo tengo ojos que sangran.”
El poema más corto, de apenas dos sílabas más que un haikú (consta de un octosílabo y un endecasílabo), es más que elocuente: “Voló un pájaro joven. / Aún no se me secan las lágrimas.” Es decir, primero se envejece un pájaro que acabársele a ella la tristeza; el adjetivo “joven” y el adverbio “aún” son el soporte del poema.
Se diría que la poesía de Kang se llena de significancia si previamente se ha leído su novela Actos humanos; se entiende por qué dice que “Llorar / se me ha hecho un hábito […] las pesadillas / Se me han hecho un hábito”; por qué expresa quedamente: “Si me permites, quisiera hablarte de mi dolor […] quisiera preguntarte la razón. De que yo siga con vida / aunque el alma se haya hecho añicos […] De por qué eso viscoso que se derrama de mis ojos / no es sangre sino agua.”
Por si acaso, el poemario viene en edición bilingüe, las páginas de la izquierda en coreano (observables en ellas cierta armonía tipográfica) y las de la derecha en español.
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