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portada PromesaPromesa

Rachel Eliza Griffiths

Random house

La presente novela de la galardonada escritora de Washington es extensa, conmovedora y de gran potencial histórico social. Por su temática, se diría que guarda mucha relación literaria con la obra en general de la también norteamericana Toni Morrison. La novela de Griffiths tiene su soporte en dos familias, una de negros y la otra de blancos, pero, los blancos, por ser pobres, padecen las mismas angustias y exclusiones que los negros, es decir, en la pobreza y en la marginación (y solamente por ello) todos son iguales. Además, existe un tercer factor de “igualación” que es la violencia. Ruby, la amiga de las dos hermanas negras sufre lo suyo con su padre, quien no para a la hora de castigar a su hija por cualquier motivo (o sin ninguno): “Ruby oyó el tintineo de la hebilla de su cinturón mientras intentaba sacarse la otra pierna de los pantalones. Forcejeó con el cuero, maldiciéndolo. Y acto seguido el cinturón ondeó en el aire.” Y las hermanas Ezra y Cinthy Kindred sufren matoneo constante en la escuela, en la calle y donde quiera que vayan:

“Cada día, la nueva profesora hacía como si no estuviéramos, y nuestros compañeros de clase aprovechaban para meterse con nosotras […] no impedía que mis compañeros de clase hicieran ruidos de mono cuando me levantaba del pupitre para ir a sacar punta al lápiz. Los chicos lanzaban bolitas ensalivadas que aterrizaban en mi pelo, y yo quizá no me daba cuenta de que tenía el cabello lleno de esa porquería hasta que acababa la clase y veía que las chicas blancas, con sus colas de caballo lustrosas y petulantes, se reían con lágrimas en los ojos.”

Por donde se mire, esta novela es de un importante tenor axiológico, se presta para una lectura enfocada desde una ética de los valores. El racismo (aspecto al que en perspectiva histórica, la autora dedica todo un capítulo a recordarnos la época en que en el Sur los blancos quemaban y/o colgaban a los negros), la violencia intra y extra familiar; el peso de las supersticiones y los prejuicios y la total falta de miramientos hacia los más desposeídos (todo ello encarnado, inclusive en un solo personaje, la señorita Dinah Alley, la maestra de escuela, verdadero símbolo de la hipocresía, la perversión y la mala uva), están al uso todo el tiempo, pero sobre todo, eso que Adela Cortina bien supo definir como “aporofobia”, el miedo y el rechazo al pobre.

 

La llamada

Leila Guerriero

Anagramaportada La Llamada

Este valiente y doloroso libro responde a las propuestas híbridas o multi género de la posmodernidad; comparte formato con la crónica, el reportaje (que a su vez son géneros literarios), la Historia y el documental rozando la biografía. La autora de Los suicidas del fin del mundo, a través de la amarga peripecia (en el mejor sentido aristotélico del término) de su protagonista, Silvia Labayru, recupera para la memoria social el infernal drama y la tragedia padecidos por los llamados Montoneros, sector de la sociedad argentina compuesto más que todo por jóvenes contestatarios, durante la dictadura militar enquistada en el gobierno desde 1976 hasta 1983.

Lo de “infernal” apuntado arriba, no es adjetivo de relumbrón; tiene nombre, lugar, actores y escenografía propios: los calabozos de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), institución en la que, tras el inicial secuestro (tomando precauciones para que la víctima no alcanzara a ingerir una dosis de cianuro), fueron vejadas, torturadas y abusadas en toda ley (casos hubo, así parezca inverosímil, en que la esposa del militar participaba en la violación) las víctimas de la represión fascista:

“…un sitio de instrucción militar donde, desde el golpe de Estado que se produjo el 24 de mayo de 1976 en Argentina, funcionó un centro clandestino de detención, el más grande de los casi setecientos que hubo en el país. Entre 1976 y 1983, cuando la dictadura terminó, fueron secuestradas, torturadas y asesinadas allí, por los llamados Grupos de Tareas, unas cinco mil personas. Sobrevivieron menos de doscientas. El número total de desaparecidos durante la dictadura es de treinta mil”.

Muchas de esas víctimas se convirtieron en desaparecidos (debido a lo cual surgió el movimiento eterno de las llamadas Madres de Plaza de Mayo), otras tantas perdieron (porque se los quitaron) a sus hijos recién nacidos (“nacieron más de treinta bebés que, en su mayoría, fueron separados de sus madres y entregados a represores que los criaron como hijos propios”), y personas hubo que sobrevivieron, por diversos motivos, no siempre bien vistos ni comprendidos desde éticas restrictivas al uso, y, hoy día, después de cuatro décadas de su descenso de meses al Hades, arrastran como una segunda condena (tal es el caso de Silvia fue secuestrada a los veinte años, embarazada de cinco meses) el lacerante recuerdo de los hechos.

 

portada CORAZON DEL DAÑO, EL (en Espñaol)El corazón del daño

María Negroni

Random house

Irreverente, lúcida, rebelde, autónoma, apasionada, lúgubre, caprichosa, inteligente, ingeniosa, perspicaz, auténtica, irónica, lúdica, discontinua, amarga, retadora, recursiva, histriónica y poética. Así es la pluma que llena las páginas del presente bello libro. Éste está escrito en un tono meditativo, nada lejano del de Marco Aurelio, pero mucho más vivencial, con piso psicoanalítico, aunque con un matiz, pues aquí no se busca “matar al padre” como ordena el canon freudiano, sino a la madre (“Nunca te mataré lo suficiente, madre. Nunca estarás debidamente muerta. Ni siquiera en el tamaño de mi edad”.). Y es que, como una especie de bajo continuo y de estribillo semántico, los malos recuerdos suscitados por la relación contrariada que siempre tuvo con su madre atraviesan toda la obra. Si hay un libro autorreferencial en el que se sienta el peso de una madre, de esas que ocultan su afán de control con el truco “es por tu bien”, “quiero lo mejor para ti”, es éste de la poeta autora de Islandia. Frases ofensivas, ironías, diatribas, insultos, censuras y regaños retumban desde un pasado nada digno de recordación:

“Que me cambie la ropa, gritás. / Que me lave la cara, me quite el maquillaje, que siga en lo ser virgen, sin caer en porquerías, con semejante traza, como animal en celo, parecés una ramera […] Siguen los insultos de dar miedo. / La hostilidad demente. / La maldad en carne y hueso. / Esta es mi casa y mando yo. Si no te gusta, te vas. / (No se me había ocurrido). / Así, yo circulaba por tu casa, sin ningún centro de gravedad, como una refugiada”.

Son tantos los sinsabores; tanto el sentimiento de acoso, que la poeta contempla con estupor o, como mínimo, desesperanza, la posibilidad de no poder quitarse el yugo: “Y a mí, Madre, ¿Me dejarás sana alguna vez?  ¿O te volverás, incluso muerta, subrepticiamente viva, causando todavía más daños?” Y, entonces, ¿cuál es el refugio, el consuelo para Negroni? Evidentemente, ¡la escritura! (“Escribo para no morir”), a pesar de que ella misma afirma (porque lo descubre) que “escribir es penoso” y que “no se incuba un libro así no más”. Y al optar por la escritura como catarsis, acude a muchísimos escritores para que le den su apoyo, de modo que en sus páginas son citados (por lo que el libro es también una casa de citas) , entre otros tantos, Susan Sontag, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Dickens, Guimaräes Rosa y, una que no podía faltar, dado que es la escritora a la que más se asemeja en lo literario (su poética de lo incongruente y de la fragmentación) y porque a lo largo del libro da muestras de tener su influencia y de conocerla muy bien: Alejandra Pizarnik.

 

Tiempo de magos

La gran década de la filosofía 1919 – 1929portada TIEMPO DE MAGOS

Wolfram Eilenberger

Taurus

Tal como lo hizo en su obra El fuego de la libertad – el refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933 – 1943, en la que desarrolló la biografía intelectual de cuatro grandes filósofas del siglo XX (la rusa – norteamericana Ayn Rand, la alemana Hannah Arendt y las francesas Simone de Beauvoir y Simone Weil), este colaborador de Die Zeit y Der Spiegel, pone la filosofía al alcance de un público no vinculado al ámbito académico y lo hace con una enorme capacidad para profundizar en las obras que analiza y con laudable pericia narrativa a la hora de contar anécdotas y hechos históricos:

“El potencial revolucionario bullía sobre todo en Baviera. El 8 de noviembre de 1923 se creó, en la cervecería muniquesa Bürger-bräu- Keller, un problema más cuando Adolf Hitler, protegido por una numerosa milicia de choque, la SA, irrumpió con un disparo de pistola al aire una alocución de Kahr, lo obligó a salir de la sala y llamó a los allí presentes a participar al día siguiente en una marcha sobre la capital, siguiendo el glorioso ejemplo de Mussolini y su movimiento fascista en Italia. Fueron miles los que secundaron el llamamiento de Hitler”.

Para Eilenberger la década que va desde el año posterior al final de la Primera Guerra Mundial hasta diez años antes de la Segunda, es el momento cumbre de la filosofía del primer tercio del siglo XX. ¿Por qué? ¿Quiénes son los protagonistas? Fueron cuatro genios, que comportaron el segundo gran momento de la filosofía alemana, cuyo deslumbrante antecedente ocurrió en el siglo XVIII. El mayor mérito del filósofo, psicólogo y, además, estudioso entusiasta del Romanticismo, fue seguir casi al pie de la letra la propuesta hermenéutica de Friedrich Schleiermacher (teólogo vinculado al Círculo de Jena), pues su estudio abarca las teorías filosóficas, la biografía de sus autores y todo el contexto sociohistórico y cultural en que están enmarcadas las obras. Su método es, pues, tanto “comparatista” como “divinatorio”. De esta manera, nos acercamos a la génesis de propuestas filosóficas de fuste, tales como, Ser y tiempo, de Martin Heidegger (para quien la filosofía es “fundamentalmente atea”); Tractatus lógico – philosophicus, de Ludwig Wittgenstein; Iluminaciones, de Walter Benjamin (para quien los dos conceptos centrales entre los cuales se halla toda existencia moderna son los de “libertad” y “destino”) y la gigantesca Filosofía de las formas simbólicas de Ernst Cassirer, filósofo cuyo debate con Heidegger en Davos (Suiza) en 1929 nos lo narra Eilenberger como si se tratara de una película.

 

portada CuchilloCuchillo

Salman Rushdie

Random house

Treinta y tres años después de la fetua o fatua dictada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, un fanático religioso dizque “al servicio de Dios”, estuvo a punto de hacerla efectiva el 12 de agosto de 2022 a las 10.45 de la mañana en un auditorio de Nueva York, cuando su víctima, el escritor Salman Rushdie se disponía a dictar una conferencia. De tan tremebunda experiencia que le dejó graves secuelas, incluida la pérdida de un ojo, nació este conmovedor, admirable y, sobre todo, valiente libro, que bien cabe en el género literario de narrativa autorreferencial de no ficción. En una situación que le da la razón a Kant en eso de la inclinación natural del Hombre al mal a la que le sigue la disposición original hacia el bien (“en Chautauqua experimenté, casi simultáneamente, lo peor y lo mejor de la naturaleza humana”), a Rushdie lo salvó eso que en ética se llama el impulso moral o también el cumplimiento de esa máxima de Píndaro, “sé el que eres”. ¿Por cuenta de quién?, inicialmente de su amigo septuagenario Henry Reese, y acto seguido, de otras personas presentes en el auditorio:

“Lo que pasó a continuación fue puro heroísmo. Henry afirma que actuó ´por instinto´, pero yo no lo tengo claro. Henry, igual que yo, tiene setenta y tantos años, mientras que el A. tenía veinticuatro, iba armado y solo pensaba en matar. No obstante, Henry cruzó el escenario a la carrera y lo agarró. Yo creo que sería más exacto expresarlo así: Actuó según lo mejor de sí mismo. O sea, metiéndose en el personaje. Su valentía es una consecuencia de la persona que Henry es. Al instante, varios miembros del público obraron también conforme a lo mejor de sí mismos”.

Por donde se mire, el libro testimonial del célebre autor de Hijos de la medianoche (quizá su canto de cisne y el mejor libro que existe sobre la India) se presta para leer en clave ética. Fue con base en el estoicismo que pudo sobrellevar tamaña desgracia y superar la adversidad; fue el conatus o la persistencia del ser, postulado por Spinoza, por lo que pudo sobrevivir:

“Teniendo en cuenta las circunstancias, mi maltrecha anatomía no estaba mal. […] El animal humano es capaz de muchos actos dañinos (y de alguno noble también), pero cuando su existencia se ve amenazada, un instinto poderoso toma las riendas. Fue ese instinto de supervivencia el que me susurró al oído mientras me desangraba allá en Chautauqua. ´Vive. Vive´.

Y eso para no hablar de lo que Hildebrand en su teoría sobre los valores señala como “lo solo subjetivamente satisfactorio” (lo que llena nuestro orgullo y concupiscencia), tan evidente en las paralizantes declaraciones del agresor, cuando el mismo Rushdie en un acto de absoluta superioridad moral lo confrontó en la cárcel. Esa conversación es una invaluable pieza para analizar también desde lo jurídico, lo psicológico y lo literario.

 

Lecciones de Aristótelesportada Lecciones de Aristóteles

John Sellars

Taurus

Este profesor inglés tiene el loable empeño de poner en contacto a un público no necesariamente académico con la filosofía antigua y por eso después de haber publicado un libro sobre los estoicos y otro sobre los epicúreos, nos regala ahora uno sobre Aristóteles, el pensador para quien, según Sellars, “la búsqueda del conocimiento, la investigación, era la actividad más elevada que podía realizar el ser humano”. El libro de Sellars trata sucinta y amenamente, siete temas caros al pensamiento aristotélico, a saber: La vida contemplativa, la naturaleza, el Hombre como animal racional, el Hombre como animal social, los beneficios de la literatura, la vida buena (es decir, la ética) y el tener una vida de indagación. Es un abrebocas que invita a profundizar en la obra de quien fue conocido en Europa (con muchos siglos de retraso) gracias a los comentaristas árabes.

Con Sellars el lector entenderá que la ética aristotélica se basa en un principio llamado el “justo medio”, que es lo más griego que hay, pues para esta cultura, el obrar correctamente consistía en observar moderación y templanza. Aristóteles consideraba los extremos como vicios y la virtud como el mantenerse alejado de estos, aunque aclara que hay actuaciones o conductas carentes de justa medida, es decir, que de plano son rechazables (algo así como que no se puede ser poco corrupto o deshonesto o poco delincuente, o no es menos criminal el que mata a uno que el que mata a dos; se es o no se es). ¿Pero cómo lograr el equilibrio? Sellars cita al estagirita:

“Por lo cual es también una hazaña ser bueno. En efecto, el alcanzar el término medio en cada caso es una hazaña […] de igual manera, también es propio de cualquiera y fácil el encolerizarse y el dar dinero y gastarlo, pero con quién y en qué medida, y cuando, y para qué, y cómo, ya no es propio de cualquiera ni tampoco fácil; por lo cual es bien escaso, elogiable y bello.”

Veamos algunos ejemplos que sí admiten el término medio: Entre la insensibilidad y la intemperancia, está la moderación; entre la prodigalidad y la tacañería, cabe la liberalidad; entre la cobardía y la temeridad, media el valor. Son conductas extremas o viciosas, por ejemplo, la extravagancia, la vulgaridad, la mezquindad, la vanidad y la pusilanimidad. El problema para nosotros es que, en la práctica, por más que uno se instale en un medio, siempre se inclina a un extremo, ya que los extremos son vicio y errores, pero uno más que el opuesto.

El libro cuenta en su introducción, que, en 1996, debido a unas excavaciones, fueron encontradas las ruinas del Liceo, el lugar en el que el filósofo griego enseñaba todo el saber abarcable en su época y que actualmente se encuentra abierto al público. ¡Deberíamos ir allá todos en peregrinación!

 

 

 

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