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Ayer vi un video en el cual hay una pareja peleando en la calle y la reacción de los viandantes a sus peleas. ¿Cuál es?: la esperada. Ver tanto a unos como a otras tomar como gracioso el abuso violento al que la protagonista somete a su compañero, es validar ese rol en el que la mujer han tenido que empezar a comportarse como hombre para ganarse un espacio en la sociedad. La moneda de cambio del machismo.

Digo entonces que la reacción es la esperada, porque desde hace décadas ellas han llegado a asumir este patrón, ese que es el modelo dictado, casi sin que nos demos cuenta, por la minúscula minoría: conformada por varones blancos, bien educados, de clase alta, citadinos y propietarios. La que hace que entre más nos alejemos del ideal, más relegados seamos. La dama ha entrado en el juego, y ahora le «toca» comportarse con acento masculino para demostrar que es mejor que el macho y ganarse así un espacio en la sociedad. Y como en el ajedrez: ella es implacable. En un aparte se le oye decir: «¿Por qué no te comportas como un hombre?». ¿Por qué nos produce gracia que él se «deje» abusar? ¿Cómo / cuál debería ser la actitud del chico en esta situación? ¿Y mientras tanto el macho en qué se debe convertir? ¿Contra qué tiene que pelear ahora?

Esta sociedad que devino en una máquina que todo lo sabe, que todo lo controla. Sobremanipulados. Tanto que hasta nuestras respuestas parecen estar escritas en un guión, dictadas no precisamente por un Dios voluntarioso que escribe nuestro destino, porque ya nos liberamos de Él (?) para caer en los brazos de otro; sino por este otro, que antes era un medio y a través de años de sueño americano, se convirtió en un fin: el dinero. Y acá estamos, en la democracia liberal capitalista que nos vigila. Dicho sistema que nos dice que hacer en todo momento: la manera de ser hombres, mujeres; que comer, que ver; como «pensar», actuar, contenernos y reaccionar. En donde la crítica no se soporta porque hay que ser políticamente correctos, en donde buscamos siempre el confort, la comodidad y el fin último: la felicidad. Felicidad que tenemos que pagar en cómodas cuotas mensuales. Porque para esa enfermedad llamada tristeza tenemos Prozac. Parafraseando a Foucault y compañía: en la sociedad del entretenimiento en donde el anhelo de construir un futuro fue reemplazado por un consumismo inmediato. Una estructura increíblemente dinámica, que absorbe cualquier contracultura y la adopta y se la apropia con su mercantilismo: ¿se acuerdan del Punk, del Grunge, el Indie?

Pero siempre hay salidas, como nos recuerda Deleuze, y algunas están en las líneas de fuga del mismo sistema. En su tangencialidad. Veo otro video, la chica: Taryn Brumfitt. En él podemos ver como ella sufre por su cuerpo. Ella siente pena por ser gorda, ser así le supone una humillación. En el video podemos oír a otras féminas describiéndose a si mismas con palabras terribles: gorda, fea, imperfecta. Ella quiere que le ayudemos a hacer un documental para cambiar este sometimiento. Esclavitud que seguro muchos pensarán, como yo, que es autoimpuesta. Porque precisamente así es que nos manipula, nos hace creer que la culpa es nuestra, nos mete mano sin que nos demos siquiera cuenta. Pero cuidado, que no estoy hablando de un «Sindicato» dirigido por el señor Cáncer —el de los Archivos X— No, la verdad es que como dice el dicho: «Los millones se cuidan solos». El capital tiene a la gran mayoría trabajando incansablemente para mantenerse dominando.

Mientras procrastinaba en las redes sociales leí algo así: ¿Qué pasaría si las mujeres se rebelaran y dejaran de consumir de cuanta vaina para estar siempre bonitas y agradar? Algunos dirán que se perderían miles de puestos de trabajo. Yo creo que sería tomarnos la píldora roja que Morpheus nos ofreceY luego me digo que no faltaría el que encuentre la manera de hacer negocio con ello. El tipo que nos vendería la salida. Volviendo a fracasar.

Ve, por fin entendí porque los verdaderos hombres se visten de rosa.

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