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Como si antes del martes pasado James fuera etéreo, la etiqueta más popular en Twitter en Colombia fue: #JamesEsReal. Hubo otras como #ElSueñoesReal, o #BienvenidoJames, que coparon nuestros aparatitos. Confirmando que para saber los titulares de mañana hay que leer Twitter hoy, los portales de los periódicos nacionales se llenaron con estas tendencias. Un sentimiento de apocamiento se apoderó de mí y no pude dejar de sentirme frustrado y abochornado.

Ese júbilo nacional se transformó en mí en pena. Ninguna envidia, sino porque me pregunté: ¿será que otros países celebran así la llegada de un jugador a un equipo de élite? Me percaté del afán por mostrar las buenas cosas que tenemos; tarea apenas empezada. Volví a sentir nuestras ganas apremiantes de hacer parte de este planeta, de entrar en él por una puerta, grande o pequeña pero puerta, no por un hueco como es costumbre. Noté todas esas ganas reprimidas de ser reconocidos más allá de la coca, porque en el exterior el top of mind sobre Colombia no es Shakira ni Gabo, ellos siento decirlo, no aparecen, y algunas veces al nosotros afirmarlo la pregunta que sigue es un incrédulo: «Really?». De pronto por ello hacemos nuestros los triunfos de cualquier paisano, sencillamente porque es el colombiano que supo sacar la cabeza de esta felicidad sin sentido que nos emburundanga. Este nuevo ídolo llega para unirse a los pocos asideros que atesoramos para agarrarnos y sostener el discurso inocente de grandeza que nos rodea.

Y el sueño se hace Real, y es el día de la presentación, y Daniela es nuestra Victoria —Beckham—, y llenamos el Bernabéu, y un aficionado se mete a la cancha, y celebramos que el gran James lo haya salvado. Le aplaudimos porque aseguramos que así somos los colombianos: queridos, empáticos. Sin meterme con «el qué dirán» les pregunto, ¿qué lectura le dan afuera? ¿Será que los colombianos no saben portarse? Me temo que sí. El gran gesto de humildad de James se pierde por el mal ejemplo que trasmite al redimir al infractor y, aupar la creencia de que tenemos el derecho a hacer lo que nos da la gana y salir bien librados. Porque todo lo podemos negociar o en últimas recurrir a dar lástima y pesar. Espero que él tenga la suerte de poder mantenerse en el pedestal ganado. Confío en que triunfará. Pero ruego para que en un aciago momento, tengamos la misma grandeza que él ha tenido para no llegarle con improperios y ataques.

Para ejemplificar el punto: triste que un país que viene vanagloriándose desde hace décadas con ser poseedor del mejor café, ande rasgándose las vestiduras por la llegada de una cadena de tiendas de café gringa que nos viene a enseñar a tomar tinto (?). Pero la verdad es que esta bebida no es consumida a nuestra usanza, lo beben a la italiana, en cuento que muy pocas personas conocen que ese producto es colombiano. Nos hemos demorado mucho en ir más allá de la materia prima. Y como la esperanza nos señala que siempre debemos buscar el camino, pues es él, James, el Real, que es un grande, y Nairo, y Rigo, y Cuadrado, e Ibargüen, y otros, casi todos menores de treinta años los que nos van a mostrar por donde están las puertas para entrar al mundo.

Entonces la frase pedante y chauvinista que usamos afuera: «así no es en Colombia», empezará a tener algún sentido para el foráneo que la oye. Esta ya no será entendida como explicación a las buenas o malas maneras en las que hacemos las cosas, sino como que tenemos la nuestra. Los arriba mencionados y otros tantos son nuestro escuadron de élite para que el planeta nos vea con diferentes ojos, para lograr mostrar nuestra cosmovisión. Hasta que llegue el día en que podremos pedir un tinto, no un americano, en Starbucks y no nos mirarán con cara extraña.

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La curiosidad me llevó a probar y a seguir probando. Ella trajo al cine, la música, los libros, la filosofía y la voluptuosidad. Así fue como de ingeniero electrónico llegué escribir y trato de no perder la elegancia en ello. Mi principal derecho: contradecirme.

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