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Al decir que en Francia viven, mal contados, más de 6 millones de musulmanes y que casi un 4 % de la población total de Alemania tienen raíces turcas podría llevar a cualquier despistado a pensar que este grupo humano se ha integrado bien en dichas sociedades. El Movimiento por los Derechos Civiles en E.U.A., que tuvo lugar entre 1955 y 1968, consiguió que los derechos civiles y la igualdad ante la ley empezaran a funcionar para los negros y luego para otras minorías. Al menos en el papel. Se podría pensar que el actual presidente Obama es una prueba viviente del éxito de esa lucha dada hace apenas sesenta años. Una dulce y venenosa mentira.

 

 

Los hechos recientes son el tsunami que empezó a llegar a ambas costas del Atlántico norte. El discurso xenófobo ha salido del closet. En E.U.A. la presidencia republicana, de derecha, de Trump es cada vez más probable; la ultraderecha francesa apenas es controlada por una alianza entre conservadores y socialistas; hace pocas semanas en tres estados alemanes pasó por primera vez en la historia que un nuevo partido, el AfD —Alternativa para Alemania, llegase a los parlamentos federales: la derecha radical. ¿Neonazis? No, pero… La posición despectiva y cuasi aristocrática de catalogar a estos grupos como «una muchedunbre ignorante» ha sido como gritar enfrente de una montaña que no da eco sino que reverbera el mensaje hasta hacerlo irreconocible.

De un lado, se culpa de derechización de los ex pobres al volverse clase media —remember Petro—. Un cuento pacato y falto de luces como el que más. Porque al menos el diagnóstico es más simple, el problema es más sutil y la solución casi imposible para la izquierda al ser lo que es. No es que a los trabajadores ahora anden desinteresados por sus salarios en cuanto sí han entendido mejor que nadie lo del «fin de la historia». Por lo anterior dan por sentado que sus ingresos no irán a mejor ni con la izquierda ni con la derecha. Así, al acabarse esa lucha económica, toca salvar los muebles y son los valores son los que importan. Las clases bajas siguen siendo menos educadas y más religiosas y la única ideología que se acerca en asuntos para ellos claves como matrimonio gay, aborto, eutanasia, drogas, seguridad, Dios y por supuesto que la migración como asunto social es la derecha. Y a pesar de que la clase trabajadora del país receptor ve al migrante como el enemigo que les quita el pan de la boca sus vistas no llegan a ver a quienes se llevan esos puestos de trabajo. ¿Trump va a cerrar su maquila en México y llevarla a E.U.A.? Por su puesto que no. La derecha no se ve culpable en su papel de «socializador de pérdidas del capital y privatizador de sus utilidades», dentro de un juego donde este nuevo capitalismo parece una quinceañera asustadiza que solo puede estar donde se le cuide y trate bien porque sino se va.

Desde la otra orilla, en varias ocasiones en la historia de E.U.A. el problema han sido los migrantes. Donde han llevado del bulto irlandeses, italianos y ahora latinoamericanos (hispanos para ellos) que son explotados en tanto mirados con desdén. Integrados a medias: trabajan, pagan impuestos, pero por sus derechos nadie da razón. Hace apenas 73 años Europa necesitó reconstruirse con mano de obra barata. Por la divina Ley de la Oferta y la Demanda, ¿adivinen quiénes la llevaron y de dónde llegó? Sí, de allá. Y los que ahora son ‘indeseables’ trajeron a esas mujeres cubiertas hasta la coronilla y ellas tuvieron hijos. El resto es historia. Han vivido la vida sin dar muchos líos. Hasta ahora. Porque la discriminación dentro del sistema educativo y el mercado laboral, ni hablar de la social, los deja sin salidas y los hace ir a extremos. Y también para ellos la respuesta es Dios, en su caso Ala.

La última estación de la esperanza cuando humanamente no se pudo. La falta de oportunidades incrementa el fervor religioso en unos y otros y las disculpas para el fanatismo son cada vez menos complicadas de encontrar. La tensión y en miedo aumentan, los bombardeos no paran, las bombas estallan. Un profesor preguntó a uno de sus alumnos que si quería ser un perro de rico, feliz y bien tratado, pero estúpido, o ser Sócrates con todas sus preguntas existenciales. Ya ustedes se imaginan la respuesta. Sin embargo, también se oye a muchos explicando su falta de pensamiento crítico en el hecho de que están cansados después del trabajo y entonces mejor poner la cabeza en remojo. Viviendo como perros entrenado de rico.

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La curiosidad me llevó a probar y a seguir probando. Ella trajo al cine, la música, los libros, la filosofía y la voluptuosidad. Así fue como de ingeniero electrónico llegué escribir y trato de no perder la elegancia en ello. Mi principal derecho: contradecirme.

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