Me acuerdo que muchas veces mi mamá, cuando yo estaba de vago, me decía: «La pereza es la madre de todos los vicios». Una vez, mientras estaba en lo mismo pero ya en Chapinero, leí el complemento del dicho materno: «… Y como toda madre se debe respetar». Sabrán ya perdonarme ustedes que a pesar de ser este el mes del padre, y que dentro de pocas horas no nos vamos a acordar de nada más en el mundo, hoy quiero reivindicar a esa madre maltratada.
Después, ahíto por el discurso que los dueños echan: «hay que ponerse la camiseta»; siempre bien acompañado por el: «no solamente ponérsela, sino sudarla» a la vieja usanza del jefe directo; buscando explicarme a mi mismo, tratando de entender porque esa frases se me hacen vacías y sin sentido; llegue a una conclusión bastante simple: la pereza nos hace hacer ser imaginativos, creativos, impulsa el desarrollo y la técnica. La vagancia es parte fundamental de la definición de Ser Humano. Pero nosotros, siendo sus hijos, nunca hemos sido agradecidos con esta madre. Siempre la ignoramos. Como dicen los españoles, pasamos de ella buscando otras razones a nuestro desarrollo sin llegar nunca a explicarlo, así sea en parte, a través de ella. No hay que esforzarse mucho para darse cuenta que desde tiempos inmemoriales nos hemos dedicado a pensar en la mejor manera en la que seamos capaces de trabajar menos, por un lado, mientras por el otro buscamos una buena razón para que dichos inventos no nos hagan lucir como vagos gandules. Esta aclaración nunca pedida es la que nos revela culpables, esa buena explicación que le damos a cada innovación, es la que lleva a denostar a nuestra mal amada madre. Fácilmente leemos entonces: que podremos realizar el mismo trabajo pero más rápidamente y mejor, que así vamos a tener más el tiempo libre; alguno se atreven tímidamente a decirnos que vamos disfrutar haciendo lo que de verdad nos gusta; otros aún más utópicos menciona que podemos invertirlo con la familia; pero en últimas, mis queridos, e insisto en el facilísimo de mi argumentación, lo que queremos es ocuparnos en lo que realmente nos llena. Es decir, en hacer nada, en mirar pal’ techo. Pensar… en las del gallo, sí.
No me vengan pues a decir que tenemos herramientas porque nos gusta trabajar mucho. Si fuera así, inventos como el tractor, el ascensor, la aspiradora no hubieran podido reemplazar anteriores soluciones para los retos planteados. Mas, ¡ah esfuerzo que nos ha costado pasar del fuego a la rueda, de estos y el ábaco a la imprenta y de allí a los portátiles y al smartphones! —vocablo que uso también por flojera, porque decir teléfono inteligente le quita lo segundo a ese conjunto de palabras pudiendo usar solo una más corta. Recuerden que le hemos llamado a esto economía del lenguaje—. Pero… Un momento, sentado acá en el avión, veo a una parranda de vagos que con sus nuevos aparatitos escriben, hacen cuadros de excel, responden correos represados y todo mientras estamos de vacaciones. ¡Las maravillas que nos deja el avance tecnológico! Ya hemos logrado hacer ver lejano el confín que diferenciaba entre el placer y el trabajar. Estos gadgets, además de cargar toda nuestra vida con ellos, nos permiten borrar las fronteras entre los diferentes momentos de la vida haciendo que no necesitemos terminar uno para empezar con otro, como en antaño. Ahora hemos logrado estar constantemente conectados con el trabajo. Hemos de estar, se volvió imperativo. Ya no nos podemos desligar de él tan fácilmente. Porque devino normal trabajar estando de vacaciones, estar disponibles en cualquier momento. ¿Y el tiempo libre prometido? Pues al parecer (?) el tiro nos salió por la culata. Hoy en lugar de tener más tiempo tenemos menos, en lugar de trabajar menos tenemos que cuidar el puestico porque nos hemos convertido en fungibles de este gran aparato. De alguna manera buscando respuestas en la ciencia y la técnica nos hemos perdido.
Viendo lo que nos enseña la madre naturaleza —otra madre maltratada por su prole— llego a la conclusión que no hemos sido capaces de aprender de su ejemplo. Aún seguimos estancados trabajando más en lugar de hacerlo mejor. Al menos yo trato de seguir en lo mío, y como lo advertí allá arriba esta es una explicación simple, de otra forma tendría que trabajar mucho para hacer un ensayo, o un artículo científico que luego ninguno de ustedes leería. Si ya al revisar los comentarios que hacen (?) ustedes a estas cortísimas entradas, descubro mi terrible incapacidad de mantenerlos leyendo lo suficiente para lleguen hasta el punto final. Y así me alcanzan a llegar los ecos de: «qué pereza leer todo eso que este man escribe». Sí, lo hago en un blog; sí, porque promocionarme; sí de manera gratuita; sí, también, para El Tiempo que pertenece a quien pertenece. Y súmenle que voy camino a Brasil al Mundial.
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