Estamos obligados a padecer la verdad.
Esquilo
Hace un par de días me llegó un librito de Simon Critchley que por su tamaño llama a engaños. El filósofo británico, celebre por libros como How to stop living and start worring… , es reconocido por su brega con el nihilismo contemporáneo. Además, junto a Žižek, él es uno de los pensadores más afanados por la tragedia. Sin embargo, para él, a diferencia del esloveno, la tragedia va unida inseparablemente a la comedia.
Así pues, mientras que Žižek ve apenas un cambio de la antigua tragedia patética griega a la tragedia burlesca en la Modernidad, con la idea hegeliana por la cual la historia se presenta primero como tragedia y luego como farsa, su soporte, Critchley, se desmarcó de esa línea de pensamiento cuando nuestro autor ve es el asomo de lo ridículo dentro de la tragedia. Para Critchley el héroe trágico es un “auténtico imbécil” al que el destino somete por algo que él cree que vale la pena. Para el británico la tragedia es la tecnología que usamos para hacernos cargo tanto del pasado como del presente repletos de malas jugadas cuyos resultados no nos abandonan y tanto sí nos dejan sin muchas esperanzas de cara el futuro: “La tragedia es un fracaso por el cual ganamos sabiduría”.
Pero eso nosotros ya lo sabíamos por boca de Maturana. Lo nuevo que deja la reflexión de Critchley en Tragedia y Modernidad —el librito este— son las preguntas que hace sobre la actualidad de la tragedia en la vida contemporánea y si siguen siendo válidas la posición romántica según la cual las tragedias provienen de terribles errores y faltas de inteligencia individuales; al contrario de las comedias al pasar estas por un tipo de individuos. Lo que sigue vigente, de seguro, es que a cada sujeto, tanto en la Antigüedad como en la Modernidad, le siguen quedando las preguntas que le espolean en este camino de espinas: ¿qué debo hacer? ¿qué pasará conmigo? ¿cuál camino tomar? Y lo recuerda mientras se desmarca, parafraseando a su prologuista Ramón del Castillo, de los “trágicos cool”, esperando no ser un extra de alguna película de zombis. Su horizonte de tragedia va más allá de la guerra y en The Faith of the Faithless, menciona del Castillo, ya la violencia tiene a la religión como acompañante. “Los cómicos salen del circo y dan paso a los místicos”. Qué buen material para Louis C. K.
Y aunque el filósofo propone no tomar al humor como una antesala de la fe, acá me toca decir que para contraejemplo ahí está Colombia. Uno de los países más felices del mundo. El mismo que votó No al referéndum “porque mi patrón me dijo que nos tocaría recibir a un guerrillero en la casa” y donde los jóvenes que aparecen en fosas comunes “no estarían recogiendo café”. ¿Es un chiste o solo tenemos mucha fe? “Si supiera te diría que sí, pero no sé. No se sabe” dijo el gran Diomedes. Y es que para Critchley la tragedia va tres pueblos más allá de la desgracia. No es el destino de lo que habla la tragedia griega, es cuando se aprieta la rienda al ese caballo llamado destino hasta hacerlo desbocar: “La tragedia requiere cierta complicidad de nuestra parte” nos dice el pensador.
¡Y cómo no! Miren no más a los que hemos venido eligiendo como gobernantes para darle 5 estrellas a este libro. El que además no para de recordarnos casi con desilusión y desconfianza que la gran enseñanza que nos llega de la tragedia es que “Quien niega el pasado se expone a ser destruido por él”. Y así vivimos nosotros repitiendo la horrible noche, haciéndola chiste y sin ninguna fe en que vaya a aclarar. Así quedé después de leer todo el librito.
Ve, y también tien un par de libros de Bowie.
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