Oí decir: «Que queden los que son» en referencia al papel de un primíparo en el Mundial de Brasil. Estas palabras no fueron pronunciadas por un alemán, italiano o brasileño, nada de eso, las dijo un comentarista bastante reconocido en nuestra tierra. Si seguimos su teoría, Colombia debería estar empacando maletas junto a la Costa Rica a la que él se refería.
Basándome en los números de la historia futbolera, historia escrita por los triunfadores, esta que en últimas nos entrega la llamada tradición, puedo decir que en la sudamericana, según los puntos logrados en Copas América, ocupamos el séptimo lugar superados por las potencias de siempre más Paraguay, Chile y Perú; en cuanto al abolengo mundialista, pues estamos de puesto treinta y ocho, y podemos ver que algunos países a los cuales normalmente miramos por encima de los hombros, están encaramados sobre los nuestros en la tabla de posiciones. Además de los sudamericanos nombrados, aparecen los de las CONCACAF como Estados Unidos, México. Puedo asegurar, no sin pesar, que nosotros en este deporte no somos mayor cosa.
Normal es que los que están arriba sigan queriendo estar allí. Nadie quiere soltar el puesto para que otros reciban los benéficos, cualquiera que estos sean, de ocupar esa posición. Claro que la tradición y la historia se deben conocer y respetar siendo esta la única manera que tenemos para aprender, pero después de conocido y asimilado cualquier conocimiento es casi una obligación cambiarlo, transformarlo. Al proceso seguido para satisfacer esta urgencia lo hemos llamado progreso. Y es que esta urgencia, para bien o para mal, está embebida dentro de las más importantes características del ser humano, así existan los conservadores, es más, ellos son fundamentales dentro del camino transformador porque tampoco hay que cambiar por cambiar y ellos nos ayudan a seguir conectados con las tradiciones que nos han traído hasta donde hemos llegado. Y ahora si me permiten, les recuerdo que este entretenimiento fue inventado por los ingleses, que ha venido siendo afectado por los latinos desde que llego a estas tierras. A los inventores, ellos solo una vez campeones, ellos eliminados en primera ronda en un país sudaca, país este que la ha sabido ganar cinco veces, no es que les haga mucha gracia. Pero, les pregunto a los seguidores de status quo, ¿cómo sería entonces ese fútbol?
Al fin y al cabo esto sigue siendo lo de siempre. Que más puedo decir si tenemos un balón alemán hecho por mujeres porque fue tercerizado en Paquistán, —¿allá es más barato? Seguro—, mientras los europeos critican los gastos de la organización del país anfitrión, acá los jugadores les toca jugar a las trece horas para que ellos, los que se quejan, puedan ver el partido sin trasnocharse y los patrocinadores queden satisfechos. Todo esto, en un mundo normal, sería una aporía, pero no lo es, porque hace rato nos acostumbramos a poner la materia prima y ellos a vendernos el producto terminado. Y nos quedamos con las boronas. La globalización también llegó, y hace mucho, al fútbol. ¿O me van a decir que esto no es una Champions League redefinida? Los dueños de las mejores ligas eliminados.
Pero divago, vuelvo al argumento inicial. Lo triste o desconcertante es ver que, en el caso que nos compete, existan personas que, a pesar de no haber disfrutado del sabor de esas mieles, sigan apostando por que nada cambie. Por extraño que parezca, a muchos les gusta mantener el orden de las cosas, a los que les gusta que nada cambie, que todo se quede igual, que las cosas sigan como están porque así debería ser y abrir espacios, así sean los propios, para que otros participen, o se ganen esas posiciones es algo que va contra natura. Al fin y al cabo el fútbol es solo un reflejo de la sociedad en donde el mismo esta embebido, raro fuera que no, y este comportamiento se ve en todos los ámbitos; nos basta recordar a las bases, normalmente empleadas y pobres, de los partidos de derecha en cualquier parte del globo: la mundialización de la estupidez.
Ve, y muchos decimos que acá no hay racismo…
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