Se bajaron un montón de tipos, no tenía idea de que él tenía una banda, mucho menos lo que esa banda llega a representar en Bogotá. Pues ahí estaba yo, entre los groupies, parado al lado de Eduardo Arias y no me le despegaba. Le seguí hasta el lugar en donde los esperaban y logré entrar como si hiciera parte de ellos.
Claro, hasta que llegó el control. El señor de la seguridad llegó con lista en mano. Yo no estaba apuntado en ella. Él preguntó entonces quién era yo, y al oír mi nombre me pidió mi cédula. Yo no la tenía encima y pa’fuera pues colao.
—¿No trajo la cédula? —me preguntó Eduardo.
—No. Pero sin lío. Haga sus vainas y hablamos cuando a usted le quede tiempo.
—Espéreme afuera. Ahora salgo.
A escasos pasos de donde había entrado antes, me quedé esperándolo. Eduardo salió a los pocos minutos y ahí recostados contra una pared me presentó a algunos de sus conocidos y logramos intercambiar algunos comentarios. Tuve la oportunidad de decirle desde cuando le conocía, porque le admiraba y lo que yo hacía. Y hablando de su banda, en una falta de tino fatal, llegué a:
—Y ¿Cómo se llaman?
—Hora Local.
—¿Y a qué suena? —pregunté inocente— ¿hace cuánto la tenés?
—Rock, pop rock. Hace como siete años, pero desde hace un par vamos en serio. Hoy haremos ruido.
—Pensaba que era de tu proyecto de Drum & bass.
—No, nada.
Le vinieron a buscar para una entrevista y luego ya era la salida al escenario. Nos despedimos y yo me quedé esperando a verlo en su actuación allí en el patio de la Alzate Avendaño, lugar en donde estaba el Festival Centro. Me encontré con Hugo Ospina. ¡Ah vergüenza sentí con Eduardo! Hugo me habló sobre Hora Local, me contó que es una banda que viene «dando lora» desde finales de los 80, que se ha vuelto a dejar oír desde hace un par de años. Menos mal tenía idea de lo que hacía el señor Arias.
Pero bueno, el tiempo pasó rápido en la charla con Hugo. Pasamos al patio donde era el toque. Solo un par de minutos después y muy puntuales estaban empezando los Hora Local. Ahí estaba Eduardo parado como el frontman que no es. Impávido ante el público, inmóvil como imagen de cera. Él es el relator, el comentarista de fondo y algo hace con los teclados y un iPad mientras los demás se sacuden y hacen mover a sus fieles —eso son—. El contraste era chévere entre los demás y Eduardo, y ese contraste hace que la puesta en escena sea especial. Yo estaba solo, no conocía ni una de sus canciones, no pude cantarlas como los demás, mas, como el mismo Eduardo que acababa de conocer, no se mi hizo extraña en tanto que hay mucha carga de la cotidianidad bogotana, y de mi lejana adolescencia en tiempos de Zoociedad como para que sea una música de otros.
Ellos se fueron y yo pasé al otro escenario a ver a los punkeros Peste Mutantes, los que me recordaron que durante mi adolescenciaRodrigo D, no futuro fue quizá la primera película colombiana que yo vi en donde no estaba el Gordo Benjumea tratando, con mucho esfuerzo y escasos resultados, de hacernos reír. La primera vez que se mostraba en cine que había una revolución estética en Colombia. Una a la que nosotros los que la vivimos le estamos debiendo la consabida revolución ética que se supone la debe acompañar. Es una pena que tanto roquero, metalero y puntero de esas épocas sea ahora un gordito, godito más.
Al final, otra vez hablé con él un poquito más largo. Quedamos de mantener el contacto y él se despidió de mí con humor.
—Esa sí se parece a vos —dijo al ver a mi hija—. No mentiras, el monito también.
Ve, la verdad es que la deuda es grande sabés.
¿Sabés qué es la Berlinale? No importa la respuesta, mejor pasate por acá donde está el condensado.
Relatos en: El Galeón Fracaso
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