Dicen que la única forma de lograr un funcionamiento adecuado de la democracia es a través de una ciudadanía empoderada y participativa, entendiendo, eso sí, a la participación desde dos de sus facetas: elegir y ser elegido. Comunidades comprometidas y educadas eligen bien y ejercen control sobre las decisiones de aquellos que resultaron victoriosos. Ciudadanos conscientes del valor de lo público y de la incidencia de las actuaciones administrativas en sus vidas y su futuro ejercen este deber con suficiencia e integridad. Lastimosamente no es una característica común en la práctica, en el país la indiferencia política es generalizada, unos pocos eligen a conveniencia y ungen con funciones públicas a quienes buscan riqueza y reconocimiento en el poder estatal.
Nuestro sistema político se ha venido viendo superado por esta contradicción, los controles que deberían servir para blindar a los procesos electorales de la ilegalidad no se ejercen. Por ejemplo, la entrega de avales, garantías del cumplimiento de los requisitos de ley para la inscripción y de las calidades de los candidatos, se ha desnaturalizado y reducido a una compraventa de capitales económicos y políticos. Los partidos, movimientos y grupos significativos de personas ya no edifican programas fundados en el interés general, mucho menos promueven liderazgos transformadores, sino que se preparan para hacer parte de una contienda cuya única finalidad es obtener un posicionamiento viable para adueñarse de la burocracia y aumentar el rendimiento de sus negocios. Bien concluía Álvaro Gómez Hurtado: «El país está gobernado por un régimen al que lo que le interesa son las complicidades». Los partidos, y demás, se han convertido en herramientas para concretar intereses corruptos de políticos y negociantes.
La situación ha adquirido una complejidad inusitada, ¡vaya dilema en el que nos encontramos! ¿Cómo pueden resultar soluciones ante particularidades que superan a la lógica? porque así es, acaba con el sentido común imaginar a unos pocos trabajando en contra de sí mismos –entendidos como seres sociales– y de la sociedad que los acoge con miras a satisfacer su ambición insaciable. Parece exagerado pero no lo es, el drama está allí, en la cotidianidad, en noticieros y periódicos, en la vida real.
Hace unos meses, por ejemplo, la justicia condenó a un personaje que venía lucrándose, en una alianza evidente con caciques regionales, de los dineros dirigidos a solventar los programas de alimentación escolar de los niños y niñas más vulnerables de varios departamentos. En vez ofrecer refrigerios y almuerzos con una carga nutricional significativa entregaban raciones miserables, se dice que una se dividía hasta en ocho partes y, en el peor de los casos, compuestas por alimentos en mal estado, comida podrida. Ni la salud, ni las obras de infraestructura para proveer servicios públicos básicos, se han salvado. Han desaparecido los dineros destinados a su financiamiento condenándonos a la insostenibilidad. Así las cosas, no hay control, respuesta o sistema que resista.
Parece que todos hicieran parte de estas redes tendidas en contra del progreso de la sociedad, unos apoyan cínicamente a quienes directa o indirectamente los benefician y otros los favorecen con su silencio cómplice. No hay distinción que valga; ricos y pobres, viejos y jóvenes, se han hecho parte, gracias a su condescendencia y permisividad, de un régimen injusto y abusador que viene gobernándonos, con algunas excepciones, desde hace casi medio siglo. La lucha contra la corrupción lleva toda la historia reciente ocupando un lugar privilegiado en tiempos electorales.
¿Qué hacer ante un panorama tan desalentador? ¿Cómo encarar a un enemigo omnipresente y omnipotente? En mi opinión, la única respuesta reside en las mismas gentes que originan, con su voto, el ascenso de estos inhumanos. Sí, inhumanos, porque su conducta no es propia de seres razonables y sociables, tal como nos definió Aristóteles. Necesitamos comprender y divulgar nuestro papel en la democracia, exigir a nuestros representantes y estar atentos a su gestión. Hacer que cada elección cuente. Tenemos que tratar de definir hacia dónde debería ir la sociedad y trazar un camino hacia dicho fin, llegar a un acuerdo sobre lo fundamental. Porque no se trata, como algunos intelectuales escépticos sugieren, de resignarnos a las consecuencias de un andamiaje imperfecto e incorregible, ya que dicha incorregibilidad aparente jamás ha logrado apaciguar la inquietud constante por el perfeccionamiento que caracteriza a nuestra especie.
Generalmente la realidad supera a la ficción, aun así la democracia no es una ficción de la que podamos darnos el lujo de prescindir.
@GabrielCasadieg