Nos espera una semana de movilizaciones, oficialismo y oposición se medirán. Se vienen proyectos de cambio importantes; la Reforma a la Salud, por ejemplo, busca una reestructuración total en la prestación del servicio que pone al Estado en un papel protagónico al entregarle la administración y gestión de los recursos del sistema. De la misma manera, se radicarán reformas al sistema pensional y al régimen laboral. Para el Presidente, sus iniciativas acabarán con la injusticia social que vive Colombia y materializarán el mandato recibido de los sectores populares que lo eligieron. Para la oposición y los independientes sus proyectos llevarán inevitablemente a un retroceso de décadas en esas materias.

¿Qué está pasando en el Gobierno? Ya podemos hacer algunas evaluaciones de gestión y ánimo. Ya tenemos una idea de los nuevos aires. El ambiente de impredecibilidad, poca experticia técnica y división es evidente. Las críticas a la ministra de minas Irene Vélez por sembrar la dudas entre los mercados y al ministro de transporte Guillermo Reyes por sus excesos autoritarios, y amenazas contra la administración de Bogotá, han acrecentado la distancia entre gobierno y ciudadanía. Mientras tanto, el Presidente se ha mantenido ausente, muy activo en redes sociales y eventos internacionales, pero emocional y errático cuando está presente.

¿Hay un norte?, ¿Quién dirige la orquesta? El presidente tuvo que salir a responder porque ningún analista o comunicador del país tenía certezas al respecto. Primero dijo: «Vamos a cumplirle a las mayorías ávidas de cambio que se expresaron en elecciones». Por varios meses se le vio reunirse con diferentes lideres políticos y sociales, escuchar críticos, convocar «diálogos incluyentes», pero el ánimo democrático parece haberle llegado al límite. Al parecer, la cuestión ahora es solo con algunos.

Anoche concluyó el evento de lanzamiento de sus proyectos advirtiendo: «No propusimos un Pacto sobre la base de un pueblo que se arrodilla para que nada cambie». Volvió sobre sus pasos y nos recordó al Petro amenazante de las campañas del pasado. Al mismo que hablaba de la lucha de clases que propiciaría el ajuste de la deuda histórica. Al que muchos pensaron que dejaría de lado los excesos de la confrontación política para gobernar con altura y para todos.

Durante los últimos meses tuvo el beneficio de la duda. Muchos pensábamos que este gobierno estaría abierto a la deliberación política sana, pero eso cambió cuando las declaraciones engañosas y equívocas de sus funcionarios se volvieron pan de cada día. En ruedas de prensa se le escuchaba al ministro Ocampo llamar a la calma tras declaraciones nacionales e internacionales de sus colegas. «No se va a acabar con la exploración y explotación de hidrocarburos», «No vamos a aumentar presión fiscal sobre empresas», «No vamos a acabar con las EPS porque el Estado no tiene la capacidad para atender la prestación del servicio de salud», pero nada ha podido menguar la preocupación. Sus colegas ministros se han reafirmado e inclusive lo han llamado a reconsiderar. Después vinieron los despidos y renuncias de los expertos en ministerios y agencias que evidenciaban improvisación en dirección de algunas entidades. Luego, ante los primeros cuestionamientos y criticas, llegaron los ataques a la prensa y los ultimátums al legislativo y al judicial. «Si no están conmigo, le dan la espalda al pueblo». La cosa comenzó a alarmar.

Tan grave estaba la situación que el senador Roy Barreras, nuevo adalid del Pacto Histórico y actual presidente del Senado, tuvo que salir a medios buscando tratar la intransigencia patológica que aqueja a la ministra de salud Carolina Corcho para asegurar la estabilidad del apoyo de los partidos declarados como de gobierno, hoy más distantes que nunca. Cabe decir que esta vez les asiste la razón, las reformas se hicieron a puerta cerrada. Obviaron el trámite prelegislativo del que tanto habla la jurisprudencia constitucional y no fueron transparentes con la opinión pública.

El proyecto de reforma a la salud radicado no difiere mucho de los borradores presentados en noviembre y diciembre, el espíritu y el contenido es muy similar, ¿qué fue lo que supuestamente se discutió y acordó con la sociedad civil y los gremios?. Se tomaron enero para evitar cuestionamientos y disfrazar de «consensuado» al documento presentado.

Los esfuerzos por mantener la cohesión de las mayorías parlamentarias parecen haber fracasado. Ya sabemos que entre Conservadores, Liberales y Verdes no están de acuerdo con el contenido de la reforma porque la posición radical de la ministra Corcho, esa de entregar los recursos de la salud a los políticos regionales de turno para que los administren, se impuso frente a todo pronóstico razonable.

Ni hablar del ministro Alejandro Gaviria que, tras posar como muro de contención de la democracia liberal para justificar su inclusión en el gabinete, fue completamente ignorado. No importó el listado de críticas que filtró a los noticieros y periódicos frente a la indiferencia profesional de sus colegas. «O le baja a la crítica o se va», le dijo practicamente Laura Sarabia, jefa de despacho del presidente. Ni siquiera el propio Petro se tomó el tiempo para llamarlo al orden.

Los Partidos Liberal, Conservador y la U no apostarán por los proyectos si van como van. Ya cargan con demasiadas deudas históricas como para sumarle la destrucción de lo bueno que se ha conseguido. Aún me quedan dudas sobre los Verdes, están en una situación difícil. Ellos a veces dicen que sí y a veces que no. Sabían cómo eran las cosas con Petro pero igual siguieron adelante. Hoy Claudia López vive las consecuencias de su apoyo de la peor manera, poniendo en entredicho su capacidad de liderazgo y comprometiendo la construcción de la primera línea metro. Sin ellos tampoco hay mayorías.

El presidente Petro me desconcierta. Entiendo que se ponga firme con la defensa de sus paradigmas ideológicos, comprendo que envíe mensajes de fortaleza frente a las presiones burocráticas y políticas de congresistas, gobernadores y alcaldes, pero no entiendo por qué compromete los acuerdos en los que ha avanzado por imponer cambios antitécnicos e inoportunos.

Cuando un político llega al poder debe priorizar lo materializable sobre la teoría. El país y la coyuntura no demandan un gobierno revolucionario, ni un gran reformador, requieren uno eficiente y transparente que nos ayude a sobreponernos de la crisis económica mundial y enfrente con serenidad los retos que vendrán. No necesitamos probar nuevas fórmulas, necesitamos trabajar en las que hay para seguir avanzando.

Dejémonos de símbolos, marchas y retórica. Presenten sus proyectos, pero dispónganse de buena fe al trámite y al espacio que la Constitución dispone para hacerlo: El Congreso de la República. Debatan con rigor técnico y jurídico cada materia y encuentren las mejores alternativas. No es necesario sacar a la gente a las calles para presionar a los congresistas, la oposición y la prensa.

Los llamados al Estado de Opinión riñen con el Estado Constitucional que nos rige. Si el Presidente continúa con el dogmatismo que caracterizaba su forma de hacer política —y lo usa para gobernar— el cambio no tendrá futuro. Sin cambios, el clamor social expresado en las elecciones pasadas no se canalizará y nuestras relaciones políticas y sociales se verán seriamente deterioradas. Evitemos una crisis.

 

 

@GabrielCasadiego