Admito que al saber que me encontraría con él, sentí temor y algo de aversión; estaba incómodo y pensé que por nuestras aparentes diferencias ideológicas pudiera presentarse una situación difícil. Por fortuna, las condiciones de nuestro encuentro (una reunión familiar) se prestaron para disipar esas percepciones negativas que tenía y me permitieron acercarme a ese hombre como un ser humano igual a mí.
Sus motivaciones para ingresar a un movimiento revolucionario y las razones para abandonarlo eran -y son- preguntas importantes y muy difíciles de responder. Por eso, temas como su alineación política, su postura frente a la guerra, ante el Gobierno, el Estado, la economía o la propiedad privada fueron irrelevantes. En ese encuentro, las preguntas importantes fueron sobre asuntos cotidianos: la comida, el clima, el fútbol y la familia. En ese momento, en el que bajamos la guardia, acompañados de una cerveza fría y buena comida, nuestros encuentros fueron más valiosos que nuestros desencuentros.
Pensé, equivocadamente, que al escuchar a un ex guerrillero me encontraría de entrada con un “enemigo”; con alguien definido por sus acciones y por su pasado, alguien interesado en convencerme de su visión del mundo. Pero lo cierto, es que en ese ejercicio de escucharlo y de compartir con él, nuestra mayor diferencia fue deportiva; él es hincha de Santa Fé y yo de Millonarios.
Sé que no es razonable que este encuentro privado, para mí una lección de vida, sea un ejercicio que pueda ser repetido por todos los colombianos. Hay millones de historias y casos supremamente complicados, que por supuesto desconozco, y es de esperar que para sus protagonistas “bajar la guardia” sea muy difícil. Pero soy optimista, quiero creer que estamos preparados para vivir y relacionarnos con la diferencia, con quien no piensa como nosotros y quiero pensar que somos capaces de brindar segundas oportunidades.
Cuando nos enfrentamos a situaciones extremas y tan delicadas como el conflicto colombiano, insisto en que estrechar las distancias es mucho más valioso que ampliarlas. Pienso que en el fondo, más allá de nuestras ideologías, de nuestros partidos políticos, de nuestras visiones del mundo y de nuestros equipos de fútbol, todos queremos lo mismo: queremos que no haya hambre, que haya trabajo, queremos una vida digna, que haya oportunidades y queremos vivir en paz.
Trabajar sobre estos puntos de unión con el “otro” es una oportunidad para construir algo muy valioso. Si en lugar de condenar y juzgar nos preocupamos por entender y analizar, nos estamos acercando a una realidad en la que todos, como iguales, a pesar de nuestro pasado, podemos trabajar por un bien común.
En cierta medida, aunque distinta, la Academia es un reflejo de esto. Es un camino difícil, es un espacio para los errores y las equivocaciones, para las correcciones y las reivindicaciones; es, en últimas, un mundo en el que el error es muy valioso porque se entiende como la esperanza de una segunda oportunidad, como una posibilidad de mejorar.