La celebración del Día Internacional de la Paz, el pasado 21 de septiembre, no podría ser más pertinente. Aunque cualquier momento es bueno para celebrarla, reflexionar sobre cómo vivimos la paz en nuestra vida cotidiana es un ejercicio que no estamos acostumbrados a hacer, pero que considero vital para que el desarme no sea solamente en las selvas y montañas del país.
Para muchos colombianos, que hemos vivido la guerra a distancia, a través de las pantallas, la búsqueda de la Paz es una lucha que no hemos sufrido en carne propia y hoy no me quiero referir a ella. Quiero que pensemos en unas guerras muchísimo más inofensivas, incomparables a las que vemos en los noticieros, quiero pensar en las guerras que luchamos en la calle, contra extraños, dentro de un Transmilenio; en las guerras que vivimos en nuestros hogares, que nos enfrentan contra enfermedades y que nos impiden hallar nuestra propia paz.
Ya sea por costumbre, por imitación o por falta de herramientas, es difícil negar que somos parte de una cultura, que en muchos escenarios, acepta y valida comportamientos agresivos. La mentalidad sectaria de las barras bravas, el afán de algunos por imponerse sobre quien es diferente, la facilidad con la que reaccionamos ante una postura controversial y la agresividad extrema con la que usualmente suceden los intercambios de opiniones en la web, son algunos casos, seguramente experimentados por muchos, que dan cuenta de la toxicidad y alcance de una cultura violenta, desacostumbrada a pensar pacíficamente.
No hay solución fácil a esta problemática, pero en este momento, en el que tenemos una oportunidad histórica de repensarnos como país y como sociedad, es importante que pensemos en cómo estamos librando estas pequeñas guerras, pues aunque no las estemos peleando con sangre y fuego, sí estamos conviviendo con ellas.
En un nivel personal también las peleamos. No podemos evitarlas y tampoco podemos ganarlas siempre, pero ante su inevitabilidad, es necesario encontrar las herramientas para enfrentarlas de la mejor manera. Este es otro de los retos a los que se enfrenta la Educación; brindar a la sociedad esos instrumentos para garantizar y multiplicar una cultura de Paz, tarea que los educadores hemos descuidado.
Es una meta difícil pero no imposible, no la siento tan lejana cuando pienso que, por lo menos, estas pequeñas guerras están dentro de nuestro alcance y aunque naturalmente nos enfrentan a una crisis, es gracias a ellas que podemos hallar nuestra paz, la paz de cada uno y de nuestros corazones.
Fernando Dávila Ladrón de Guevara
Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano