Con inquietud y asombro, recibimos los resultados de la votación del plebiscito para refrendar el acuerdo entre el Gobierno y las FARC. El ejercicio democrático del dos de octubre demostró un amplio rechazo a la guerrilla, una apatía generalizada, una profunda polarización y puso en evidencia la ausencia del pensamiento crítico en las reacciones de la ciudadanía.
A pesar de todo, no encuentro especialmente preocupante la victoria del “no”. Creo que estamos lejos del escenario apocalíptico que algunos predicen: que va a volver la guerra, que las FARC se van a volver a armar, que todo está perdido. En muchos sentidos y en especial si se logra concretar un nuevo acuerdo lo antes posible, este alto en el camino es una oportunidad para construir una propuesta más incluyente y demostrar a la guerrilla que a los colombianos aún les pesan sus acciones violentas. El sinsabor de toda la jornada, desde las campañas hasta los resultados, me lo produce algunas de las reacciones y la facilidad con la que, a falta de herramientas, algunos pasan a extremos ideológicos.
En menos de siete días nos enfrentamos a las reacciones de los partidos, a marchas multitudinarias, reacciones políticas extremas y el reconocimiento de un premio Nobel. Desafortunadamente, todo este desfile de noticias impactantes estuvo acompañado en algunos casos, de una mentalidad de “barra brava” que se asienta sin mucha dificultad en los colombianos y que es, en gran parte, responsable de que nos sigamos matando.
Para no abrir paso a esta mentalidad, que nos conduce a extremos, es necesario que especialmente la Academia, insista en el desarrollo del pensamiento crítico para que, con argumentos, la ciudadanía pueda hacer frente a las trampas de instituciones tan poderosas como el sistema político.
Preocupa también que, tratándose de un asunto de tanta importancia, que mueve a millones a las calles, la abstención haya sido tan alta. A simple vista, pareciera que el silencio, que no hizo falta en las marchas estudiantiles, sobró en las urnas. Esta situación deja ver una brecha enorme entre los ciudadanos y el sistema político que los representa. Reducir esta distancia es una tarea que recae en las manos de los educadores.
Más inquietante aún es que nos dimos cuenta de la facilidad con la que las maniobras políticas pueden encender la llama de revanchismos, venganza y fanatismo. Es triste darse cuenta que los grandes perdedores de la jornada hayan sido el pensamiento crítico y la reflexión. Sin duda, para una población votante con estas herramientas, hubiera sido más fácil vencer el abstencionismo, ver más allá de la guerra sucia partidista, de la indignación colectiva, del espectáculo y los escándalos.
Fernando Dávila Ladrón de Guevara
Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano