Me di cuenta que el gusto por la historia era algo serio – e intenso – el día que me encontré viendo documentales en blanco y negro sobre la caída del Tercer Reich por youtube, un domingo en la tarde. Y aunque ando en proceso de moderación gracias a la llegada de la primavera y su buen clima para disfrutar de la intemperie, confieso que para mí es casi que una necesidad vital adentrarme en los vericuetos del pasado para, a lo mejor algún día, poder entender de qué se trata todo esto que nos rodea en el presente y calmar la incertidumbre que siento por el futuro de la especie.
En esa medida, era imposible desarraigar de este naciente blog la idea de crear una serie histórica – intermitente para no aburrirlos con la misma temática, pero de seguro desarrollo – al estilo Desmarcado. Evidentemente, quiero enfocarme en Colombia y más exactamente, buscar anécdotas aparentemente aisladas o poco relevantes que, luego de un debido análisis, revelen cositas de cara a responder una pregunta esencial: ¿por qué somos como somos?
Estos hechos – verídicos, soportados por fuentes documentales fidedignas –, que he decidido denominar como huepajé para hacerle honor a lo más profundo de nuestra idiosincrasia tropical, son la base de esta serie de entradas y prometen mejorar a medida que mejoren mis habilidades de cazador dentro de la jungla histórica. Las sugerencias son por supuesto bienvenidas.
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El martes 15 de abril de 1856 Panamá era un territorio en su mayoría inhóspito, aún parte de Colombia. Ésta última joven república, por su parte, trataba de sobrevivir los efectos nocivos de múltiples guerras civiles y la herencia desafortunada de un pasado colonial clasista y clientelista. Y Estados Unidos, el gigante del norte, se hallaba en plena consolidación como imperio hemisférico gracias a la apropiación forzada de unas cuantas tierritas al sur – la mitad de lo que alguna vez fue México –, el exterminio de unas cuantas etnias nativas bárbaras y belicosas, y el súbito descubrimiento de una cordillera llena de oro en el salvaje oeste. Este era el panorama en aquella fecha, que como veremos, marcará un hito en nuestra historia.
Ese día las cosas marchaban con absoluta normalidad en la precaria Ciudad de Panamá, población cuya existencia se debía, en dicho momento, al transporte de pasajeros y carga hacia el pujante puerto de San Francisco, California. Luego del descubrimiento casi accidental de inmensas cantidades oro en el oeste norteamericano a principios de 1848, dicha ruta se había vuelto masiva gracias a la creciente demanda de trabajadores e insumos alrededor de la bonanza del metal precioso. Por lo tanto, se le había entregado en concesión a una compañía estadounidense la construcción y operación de un ferrocarril que atravesaba el istmo de Panamá de norte a sur, con el propósito de aligerar el tiempo de un viaje que, de otra manera, podría ser interminable e incierto; de ocho meses contorneando el continente, se pasaba a poco más de un mes gracias a la trampa del tren.
Hacia las 6 de la tarde de aquella jornada, una gran cantidad de pasajeros gringos se encontraban pendientes del abordaje del buque Clipper – que los llevaría desde Panamá a la “City by the Bay” – en numerosos bares y centros de entretenimiento apostados en la zona del embarcadero. Debido a un retraso producido por la inconstante marea, mientras los tripulantes del barco aguardaban de mal humor, gran parte de los pasajeros tenían ya las mejillas coloradas y se comportaban de forma incoherente gracias los mares de bourbon y aguardiente de caña que se habían bebido para conjurar la espera. Los vapores del alcohol, así como el creciente rechazo de los nativos hacia los cándidos visitantes debido a su conducta desidiosa y pendenciera, generaban un ambiente de ánimos caldeados en las calles del poblado.
José Manuel Luna, nativo y resignado vendedor de patilla en la zona del puerto, se encontraba cansado luego de una jornada de muchos pasos andados y pocos pesos ganados; de hecho, ya se iba para su casa a descansar. Pero en el último momento, cuando ya emprendía la marcha, un tal Jack Oliver – nacido en Nueva York, pasajero itinerante y borracho hasta el tuétano – lo abordó para comprarle un pedazo de mercancía. Tan pronto como el vendedor ambulante cumplió con su parte de la transacción, su contraparte decidió no hacer lo mismo, y más bien dio muestras de no querer pagar el módico precio de la refrescante tajada de fruta y además, de increpar al panameño (colombiano) por su cobro. Según documentos históricos que recogen el hecho, esta fue la conversación que sobrevino:
– Cuidado, que aquí no estamos en los Estados Unidos. Págame mi real y estamos al corriente.
– Con gusto, te voy a pagar con el cartucho de mi pistola.
De ahí en adelante, si bien los hechos son confusos respecto a quién tiró la primera piedra, lo cierto es que se armó la de Troya. Media hora más tarde, una turba de nativos enardecidos atacaba los bares, hoteles y dependencias de la Panama Railway Co., mientras arengaba en contra de los permanentes abusos y desmanes cometidos con ocasión de la llegada los gringos en su tierra.
Aunque al principio la policía trató de contener la turbamulta, muy pronto no sólo dejaron de oponer resistencia sino que se unieron al motín. Además de cuantiosísimas pérdidas materiales, 15 ciudadanos norteamericanos y 2 panameños fueron asesinados esa noche, en medio de la violencia irracional producida por una aparentemente aislada discusión callejera entre un tipo con malas pulgas y un borracho maleducado.
Las consecuencias del hecho no se hicieron esperar. En el reporte oficial de los hechos – elaborado por Amos B. Corwine agente comisionado por Estados Unidos para aclarar lo acaecido en Panamá –, se le atribuía absoluta responsabilidad a las autoridades colombianas por no haber impedido el desarrollo del motín, se aseguraba que la suerte y los intereses de los ciudadanos norteamericanos no podían ser dejados “a expensas de una raza brutal e ignorante como aquella que infesta el istmo de Panamá”, y se recomendaba una invasión inmediata con el fin de obtener control sobre la zona, en beneficio de los intereses norteamericanos e internacionales, debido a la posición geoestratégica de la región.
En la próxima entrega veremos cuál fue el desenlace de esta historia y qué intereses yacían detrás de los hechos.