No es por falta de respeto o folclorismo que esta nueva entrada se titula ¡Nairito, mijo!
Se trata más bien de la muestra de un anhelo contenido que guardo desde hace mucho tiempo: la posibilidad cierta de que un compatriota pueda estar en lo más alto del podio del Tour de France, allá en los Campos Elíseos del octavo arrondissement parisino, el 26 de julio de 2015. La carrera más importante del mundo empieza el próximo domingo a la sombra de los molinos de Utrecht, y se antoja emocionante como nunca.
Desde que a principios de los ochenta mi papá me permitió ser su paciente compañero de apoyo a los escarabajos en Europa – cuando las transmisiones radiales madrugadoras nos inundaban de emociones producidas a través de referencias figuradas y pura imaginación –, empecé a sentir y disfrutar el ciclismo como poca gente de mi generación en Colombia. Mientras mis hermanos y amigos vivían fervientemente el amor por la camiseta de sus equipos de fútbol, yo – cual bicho raro como los escarabajos – escondía un radiecito amarillo debajo del saco del colegio para poder celebrar secretamente una etapa, en vez poner cuidado en clase de química.
Y es que sin desmeritar al otro trío de ases que hacen parte, junto con don Nairo Quintana, del póker del ciclismo mundial actual – Alberto Contador, Chris Froome y Vincenzo Nibali –, el orgulloso hijo de la tierrita cuenta con el talento, el apoyo de equipo, la madurez y el recorrido necesarios para pensar en un triunfo. Como pocas veces en la historia de nuestras incursiones en la maravillosa aventura de julio, el Tour ha sido diseñado para favorecer a los escaladores purasangre, y consecuentemente penalizar a de aquellos que, debido a su grandilocuencia física, disfrutan de las contrarreloj y el terreno plano para destrozar a sus rivales peso pluma. Como es bien sabido, los nuestros son menuditos pero suben como cóndores, así que las 6 llegadas en alto que ofrece la Grand Boucle este año se antojan como un plato delicioso, cual cocido boyacense de miércoles en el mercado de Tunja.
Más allá de la mentada historia de Nairo – sobre la que desafortunadamente se han empotrado de forma amarillista mediocres medios de comunicación colombianos para vender papel periódico o pauta publicitaria –, lo que hace diferente a este personaje de los demás ciclistas de nuestro país es su capacidad para comandar mientras es a la vez inmensamente solidario con sus compañeros, así como su determinación para ganar a través de una casi que masoquista actitud de complacencia frente al dolor, lo que le permite llegar a límites insospechados en sus ambiciones de victoria. Incluso, es ya famosa la anécdota sobre un jovencito de 18 años que, en vísperas de ganar su primera gran carrera – el Tour del Avenir, que es una versión para ciclistas menores de 23 años del Tour de France –, se fue a los golpes con un búfalo alemán – cuerpo y cara de bóvido tenía el teutón – que no hizo sino cerrarlo e insultarlo durante toda una etapa. Ese pequeñajo era Nairito, que hoy es Nairo, y ya los únicos rumiantes con los que pelea son los de su finca en Cómbita, cuando quiere que se queden en el establo.
Para quienes no son conocedores de lo que es el ciclismo profesional o del tipo de competencias como la que estamos tratando, el Tour de Francia 2015 consta de 3.360 kilómetros divididos en 21 etapas, en las que los competidores tendrán que afrontar desde caminos empedrados que hacen doler las articulaciones de forma miserable, hasta altas montañas que, bajo condiciones de competencia, han tomado la vida de varios que osaron desafiarlas. En promedio, un ciclista puede perder de 3 a 4 kilos por día gracias a la deshidratación y el gasto masivo de calorías, sin contar con los riesgos inherentes a andar por caminos estrechos, muchas veces con abismos a lado y lado, durante más o menos 5 horas al día. Quintana puede con eso y con mucho más.
Ya en el terreno técnico, hay que decir que la primera semana de carrera representa el mayor reto para nuestro ciclista, ya que la carrera se desarrollará en terrenos planos y peligrosos, en los que los ciclistas europeos son maestros y nosotros meros aprendices. Durante la primera etapa del ciclismo colombiano en el viejo continente, los Lucho Herrera, Fabio Parra y compañía sufrieron como condenados en este tipo de etapas porque no sabían correr sobre terrenos desiguales y fangosos, y no tenían un equipo sólido para arroparlos. Nairo lo tiene y ha aprendido mucho de sus amiguetes hispanos, de modo que es posible pensar en pasar este primer examen con un 8 distinguido. Ya luego, cuando llegan los Alpes y los Pirineos, el cóndor abrirá sus alas y picoteará a quienes osen desafiarlo. Entre más larga sea la subida, más empinada la pendiente, más alta la cima, mejor para Quintana, porque se sentirá corriendo al lado de su casa, cerquita al páramo donde sólo él puede decirle a sus alvéolos que chupen aire suficiente para acelerar.
Y ahí, en la carrera más dura del deporte más duro del mundo, hay un colombiano como favorito. Yo le hago una cariñosa solicitud a quienes se vieron frustrados por la actuación de la selección Colombia en la pasada Copa América: mientras el equipo se recompone – seguro que si – y empezamos con pie derecho las eliminatorias a Rusia 2018, sigan a los colombianos en el Tour de France. Tengan fe, que los nuestros son realmente buenos – al nivel de un James Rodríguez o mejor, de un Lionel Messi – y este julio podría estar lleno de sorpresas.
Antes de finalizar, una respetuosa nota (a quien le interese), a propósito de los desafios que sufre la libertad de expresión en contextos en los que hay conflictos de intereses:
“Si crees en la libertad de expresión entonces crees en la libertad de expresión para puntos de vista que te disgustan. Por ejemplo, Goebbels estaba a favor de la libertad de expresión para los puntos de vista que compartía, igualmente Stalin. Si estás a favor de la libertad de expresión, eso significa que estás a favor de la libertad de expresión precisamente para los puntos de vista que no compartes, de otra forma, no estarías a favor de la libertad de expresión.”
Noam Chomsky
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