Al son de un verano intenso – luego de un invierno con temperaturas de hasta -30 grados, cualquier calorcito estival se siente como la canícula europea –, Toronto se ha puesto sus mejores galas para recibir a más de 7.000 atletas que se encuentran compitiendo en los Juegos Panamericanos, cita que cada cuatro años celebra la contienda fraternal alrededor del deporte y prepara a los atletas del hemisferio occidental para la cita olímpica del año siguiente.

A pesar de la sobriedad e informalidad que caracterizan a los canadienses, el buen tiempo les cambia el humor de forma diametral y tratan de disfrutar cuanto sea posible el hecho de estar vivos y poder deambular a la intemperie, sin tener que usar botas de nieve, chaqueta de plumas de ganso y gorro de lana, para no congelarse. En esa medida, desde el momento mismo en que uno se sube al metro ya se respira aire de Panamericanos. Numerosos avisos anuncian la irremediable llegada de las competencias e invitan a la gente a llenar los escenarios deportivos para alentar a sus atletas. Banderitas blanquirojas con la hoja de maple se reparten en la calle, y hasta la CN Tower – el ícono arquitectónico de la ciudad con sus 553 metros de alto – parece adornada con los colores de los juegos. Hay conciertos y actividades lúdicas a lo largo y ancho de la ciudad, como si se tratara de una última oportunidad para que la gente demuestre que no son sólo una sociedad civilizada y respetuosa de las leyes, sino que además tienen sangre en las venas.

Y allí estamos nosotros; una pareja colombiana común y corriente, que construye un proyecto de vida en un lugar ajeno al de sus familias, amigos, alegrías y cuitas. Un lugar que han escogido para asumir una experiencia de vida alternativa, alrededor de proyectos educativos y profesionales que los han sacado de su zona de confort, pero que los hacen los más afortunados gracias a las experiencias vividas y lo aprendido en la marcha. Toronto es nuestra casa interina, y no nos queríamos quedar por fuera de su fiesta panamericana, por lo que luego de mucho luchar por unas boletas, logramos conseguir un par de entradas para ver algunas finales de la gimnasia olímpica.

Y bueno, yo hubiera querido ir a las pruebas de atletismo – pensaba al principio –, pero dado que las boletas eran asignadas por sorteo y que su precio no bajaba de 100 dólares – que son un potosí cuando se es estudiante, con eso se hace mercado una semana –, igual había que sentirse afortunado y disfrutar del evento.

Recuerdo haber oído el nombre Jossimar Calvo algunos años antes a propósito de su primera medalla panamericana, en las justas realizadas en Guadalajara en 2011, cuando apenas contaba con 17 años y cursaba grado 11 en el Colegio Oriental 26 de Prados del Norte en su Cúcuta natal. Me acuerdo que los medios de comunicación, con su característico oportunismo, aprovecharon la aparición del “niño maravilla de la gimnasia colombiana” para hacer el tradicional recuento de su infancia difícil debido a la pobreza y la separación de sus padres, y que gracias al deporte la mala fortuna se había transformado en gloria y esperanza. Cómo a sus 6 años le había pasado algo similar a lo que a Oliver Atom – para los que no se acuerdan, el protagonista de la serie Supercampeones – cuando se le apareció un entrenador que vio en él un prospecto de figura y se lo llevó a entrenar al Coliseo Eustorgio Colmenares, de la capital norte santandereana. Cómo tuvo siempre a Jesús Romero – un gimnasta coterráneo que había quedado cuadripléjico por una caída durante una competencia en 2002, a las puertas de la consagración – como la inspiración y el modelo a seguir. Todo un personaje Jossimar Calvo, pero así como uno oye algo sobre alguien, el tiempo va borrando las impresiones iniciales y al final todo queda en anécdota.

El martes en la noche, luego de una rápida revisión en internet de las pruebas que íbamos a ver y sus participantes, le conté satisfecho a mi mujer que tendríamos a dos colombianos en escena, ya que no sólo estaría compitiendo el susodicho sino también Hugo Giraldo, un veterano del equipo colombiano de gimnasia y que también nos ha brindado muchos triunfos en el pasado. Al tener limitados conocimientos en materia de gimnasia – yo se alguito de ciclismo y veo fútbol porque es mi herencia cultural – la cosa se quedó ahí, y me fui a dormir sin tener realmente emoción ni expectativas. Estaba más pendiente de la etapa del Tour de Francia del día siguiente, donde Nairito Quintana las tenía verdes con el británico Froome.

El Coliseo Ricoh, lugar donde se desarrollan las competencias de gimnasia olímpica, está ubicado en el corazón del Exhibition Complex, donde año a año se lleva a cabo la feria exposición de Toronto –algo así como el Corferias capitalino. Normalmente usado para ver a los Marlies, un equipo de la segunda división de hockey, el coliseo se presentaba imponente para acoger las finales femeninas de piso y caballete, así como las masculinas de salto de potro, barras paralelas y barras fijas. Pasado el mediodía del miércoles 15 de julio, las gradas del coliseo se encontraban prácticamente colmadas de público – en su mayoría niños, sus mamás y uno que otro abuelito portando la bandera canadiense. Nosotros, ya acostumbrados a la puntualidad sacrosanta que se practica en este país, nos habíamos apostado en las sillas asignadas para el momento en el que el simpático animador del evento empezó a nombrar a los atletas participantes en las pruebas del día.

Jossimar venía de coronarse campeón de la copa mundo en Eslovenia el pasado abril, y el lunes ya había demostrado que tenía la firme intención de convertirse en la figura de Colombia en los juegos panamericanos cuando ganó su primera medalla de oro de la competencia en el caballo con arzones y el bronce en la competencia combinada. En el pasado ya había quedado aquel oscuro día de 2010, cuando acongojado y desmoralizado pensó en el retiro luego dehaber sido apartado del equipo que competiría en los Juegos Olímpicos de la Juventud por una serie de malentendidos administrativos. Desde las gradas lo vimos entrar tranquilo, con caminar pausado, y concentrado hasta el punto de casi chocar con uno de los jueces que se desplazaba hacia el lado opuesto del complejo. Respetando las prebendas de la veteranía seguía a su compañero y amigo Jorge Hugo, quien seguramente se ha convertido en un mentor para todo aquello que el entrenador Jairo Ruiz no alcanza a percibir desde afuera de las colchonetas.

Cuando uno está arriba como espectador y es inminente el inicio de la competencia donde un compatriota va a desplegar su fuerza y pericia, las emociones son encontradas. Por un lado, hay mucho orgullo por esa persona que ha hecho esfuerzos innumerables para salir adelante, y de paso dejar en alto el nombre del país a través de una competencia deportiva. Y del otro, hay un poco de pesimismo; ¿será que si es posible que este chino pueda ganarle a todos estos tipos, que le llevan una cabeza y se ven tan tranquilos como si estuvieran entrenando en el patio de su casa? Aún más, el pesimismo se transformó en serias dudas justo en el momento en que la dulzura de las vocecitas de niños, mamás y abuelitos se transformó en un bramido de bisonte, cuando en escena aparecieron los competidores canadienses y estadounidenses. Esta gente parece tranquila pero de un momento a otro se transforman en hooligans curtidos, cual estadio inglés de los ochenta.

No sería propio que describiera aquí los movimientos que Jossimar ejecutó en los aparatos; no sólo porque no dispongo del conocimiento requerido para expresarme con propiedad, sino porque la lírica es una cosa que cuesta relatar, y a lo mejor está reservada para ser apreciada de forma directa cuando los sentidos están bien agudos. Lo cierto es que su interpretación de la barra fija y las barras paralelas logró que de forma unánime, el coliseo contuviera su respiración y al final explotara en un mar de aplausos y vítores aun cuando el galardonado no fuera uno de los suyos.

Era evidente que el muchachito de trusa azul y roja era el mejor de todos, y así fue como ante la complacencia del público y el reconocimiento del locutor del evento, los jueces le entregaron dos soles dorados. La bandera colombiana se alzaba imponente por encima de los gallardetes canadienses y estadounidenses. El himno sonó corto pero bonito, muy a pesar de nuestras desafinadas voces, que en todo caso eran dos huérfanas emocionadas ya que desde la distancia estas cosas son muy especiales. Y Jossimar Calvo sereno; mientras recibe sus medallas, piensa ya en lo que se viene de camino a los Olímpicos de Río de Janeiro en 2016.

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