Personalmente, siempre he desconfiado de invitaciones a tomar chocolates calientes para el alma o de los planes turísticos para conocer zonas erróneas. Con el respeto que se merecen quienes siguen a personajes como Deepak Chopra o Paulo Coello, no creo que los métodos ni los mensajes de lo que se conoce como autoayuda sean una herramienta eficaz para impulsar al ser humano hacia la superación de sus problemas existenciales y sociales, sino que simplemente actúan como pensamientos híper-positivos que aíslan la atención sobre la realidad y el corazón de los problemas.
En esa medida, esta no pretende ser una columna motivacional ni mucho menos un decálogo de lo que se requiere para ser exitoso. Simplemente quiero manifestar la profunda admiración que siento por algunas personas – que afortunadamente puedo tildar de amigos del alma –, quienes a pesar de haberse encontrado en dilemas importantes respecto del rumbo que querían darle a sus vidas, pudieron hacer que sus decisiones arriesgadas se transformaran en realidades sólidas y gratificantes. De otro lado, también quiero mostrar que aun cuando son dignos de tomar como ejemplo, en un contexto como el colombiano estos casos son absolutamente excepcionales, ya que son muy pocos los que tienen la posibilidad real de decidir sobre lo que quieren hacer, más allá de un instinto de supervivencia que empuja a hacer lo que se puede hacer en una sociedad desigual y bajo disriminación.
Bajo parámetros convencionales, el ideal del “camino de la vida” se asemeja mucho a la canción aquella que empieza con lo evidente: de prisa como el viento van pasando, los días y las noches de la infancia. De este modo, el niño se vuelve adulto para asumir responsabilidades, escoge una profesión que le brinda prestigio y sostenibilidad financiera, encuentra a una pareja para formar una familia, trabaja con ahínco para proveer e ir acumulando capital económico y social, y un buen día decide retirarse para vivir con calidad y sin desasosiego el final de su existencia. Y cuando ésta serie de hechos se replica en una familia, en una sociedad, y en una especie, tenemos una máquina aparentemente construida a partir de engranajes armónicos y coincidentes. Pero sucede a veces que algunos de esos engranajes, antes de ser artefactos, no eran más que piezas de metal recién fundido con buena aleación, pero sin forma ni destinación. Y en ocasiones, no es tan sencillo encontrar una máquina en la cual ser pieza clave o al menos, rotar de forma eficiente.
Felipe
Felipe siempre se destacó por tratar el balón con clase, a lo Enzo Francescoli, y sobre todo por lograr motivar a su equipo hacia la consecución de victorias imposibles. Gracias a esto ganamos un torneo de la facultad siendo un equipo cuya base era unos cuantos buenos jugadores y una manada de troncos – entre los que me incluyo. El amor que este caleño profesaba por el fútbol era evidente, y aunque había decidido entrar a una facultad de Derecho para hacerse abogado, muchos lo veían más cerca de la pelota que del código. Una vez tuvo en sus manos el cartón de una prestigiosa universidad, había que encontrar un trabajo en el mundillo jurídico y así fue que mi amigo terminó, muy tieso y muy majo, en una oficina de litigios penales. A pesar de desarrollar un trabajo correcto y eficiente, había de otro lado algo que no terminaba de encajar en su vida: que su pasión, el fútbol, no fuera parte integrante de su cotidianeidad. Más aún, cuando el agravamiento de una lesión de rodilla lo había sacado casi que definitivamente de las canchas, a no ser por eventuales partidos con “rodillones” los domingos por la mañana.
Un buen día, motivado tal vez por ese espíritu competitivo que tiene el deporte y en un arranque de valentía, Felipe decide renunciar a su trabajo, vender las cositas que tenía, e irse a Argentina a estudiar algo que pudiera acercar esos dos mundos que colmaban sus expectativas: lo jurídico y lo futbolero. A su regreso a Colombia, traía no sólo un nuevo título académico y muchas historias que contar, sino a la compañera de su vida, quien decidió dejar la Buenos Aires del Diego y de Leo para acompañarlo en la tierra del Pibe y James Rodríguez. Con mucha paciencia y claro, con las experiencias traídas de su periplo por el cono sur, logró entrar a trabajar en la Federación Colombiana de Fútbol, donde pudo conjugar todo eso que lo motivaba a ser disciplinado y agudo en su dimensión profesional.
Sin embargo, Colombia era sólo un lugar de paso mientras el verdadero objetivo se consolidaba; gracias a un trabajo impecable en la organización del Mundial Juvenil de fútbol que se celebró en nuestro país en 2011, la Fifa puso sus ojos en su capacidad para gestionar el desarrollo de torneos a nivel global y se lo llevó para sus cuarteles generales en Zúrich. Es seguro que en medio del frío y la sobriedad suiza Felipe extraña la calidez y ambiente de su Cali natal, pero a la vez él es consciente que no sólo está haciendo algo que lo llena a todo nivel, sino que deja el nombre del país muy en alto.
Matiz
Matiz es un tipo largo – el adjetivo “alto” se queda corto – y de pocas palabras. Dentro lo mucho o poco que en tantos años de amistad hemos podido descifrar, además de su predilección por los perros gozques y su oculta ternura sabemos que viene de una familia donde hay grandes joyeros y abogados. Al igual que todos nosotros, nuestro amigo también se entregó a los brazos de la dama de la justicia, que con sus ojos vendados y balanza vertiginosa lo guio por cinco años de clases que encontró en ocasiones interesantes y en otras simplemente desesperantes. Siempre crítico frente a muchas de las cosas que se decían en el aula, Matiz encontró algún tipo de paz en las clases de teoría del derecho, pero aun así tanta memoria y tan poco análisis perturbaban la imagen del abogado que había motivado su decisión de estudiar semejante carrera.
Cinco años pasaron y la graduación le llegó con un gran peso de encima de su espalda retirado, pero también un gran número de incertidumbres alrededor de lo que quería hacer con su vida, y por ende, sobre cómo se proyectaba como persona hacia un futuro. Nunca dejó de lado don Matiz su cercanía a lo estético, que había heredado de sus antepasados joyeros, y por ende siempre hubo voces, quizá murmullos, que le sugerían pensar en que a pesar de ser todo un abogado hecho y derecho, existía la posibilidad de encontrar respuestas en otras lides. Un buen día, mientras adelantaba el oscuro trabajo de abogado en un proceso de liquidación empresarial, Matiz toma una decisión radical y no sólo renuncia a su labor jurídica, sino que decide que quiere empezar de ceros. Con algunos ahorros y la esperanza de encontrar soluciones al otro lado del charco, se va a estudiar diseño a Alemania.
No fue fácil arrancar en un país ajeno, y más aún, cuando se está apostando por empezar una nueva carrera que poco tiene que ver con lo que se había estudiado y ejercido por tanto tiempo. Pero como cuando hay talento las cosas terminan por alinearse hacia la feliz conclusión de los procesos, Matiz no sólo termina de aprender su nuevo oficio, sino que se da cuenta que, a pesar de estar en un país que le brinda algún tipo de estabilidad y un ambiente seguro para desarrollar su talento, valía la pena regresar a Colombia e intentarlo en su nuevo rol. Así es tan pronto mi largo amigo pisa suelo bogotano, consolida una marca de joyas y diseño de lo que usted se pueda imaginar. Si bien hacer empresa en nuestro país es un acto de fe debido a los innumerables aprietos y limitaciones para el emprendimiento, el tipo es tan bueno que poco a poco ha ido construyendo un concepto y una clientela.
La razón: pasión, disciplina, solidaridad y…buena estrella
Creo que a pesar de lo pesimistas que debemos ser frente a todo lo que sucede en esta realidad en la que nos tocó nacer, en la vida sí que pueden haber segundas oportunidades; y cuando se presentan, aquellas deben ser aprovechadas en caso de que exista conciencia de que lo que se tiene o se está haciendo en un momento determinado no es lo que realmente llena nuestras expectativas. Sin embargo, también hay que tener claro que es cada vez es más difícil volver a tomar rumbo, debido a que arrancar una iniciativa de vida nueva puede ser más desgastante a medida que pasan los años.
Puede que a nivel general en este mundo no haya genios. Lo que sí hay es gente con más necesidad, creatividad, cojones o iniciativa que otros, y ahí es donde se marca la diferencia.
De otro lado, también es cierto que este tipo de casos que acabo de presentar – gente que ha sido exitosa en dar giros profundos al rumbo de sus vidas a nivel personal y profesional – no son fruto de una decisión completamente libre, sino que “escoger” algo nuevo es un privilegio de pocos. La mayoría de la gente en Colombia no tiene ni siquiera la posibilidad de asumir su vida como un proyecto de realización y aprendizaje, sino como un acto de supervivencia. De ahí que todo lo aquí escrito tiene el beneficio de inventario de ser un homenaje a personas que incluso podrían catalogarse de no representativas respecto de la mayoría de colombianos, o incluso, de la mayoría de la humanidad. Sin embargo, hablar de ellos es también una forma de poner el dedo en la llaga respecto a las profundas desigualdades estructurales que aquejan a nuestra realidad como especie.
Ahora, en la medida en la que se ha tenido buena estrella y se ha nacido en un ambiente propicio para poder tomar decisiones de vida libres, la responsabilidad con la sociedad crece de forma exponencial. Contrario a lo que se observa en muchas personas, que ante mares de privilegios y oportunidades buscan generar barricadas para que los menos favorecidos no osen entrar a sus dominios “logrados con trabajo arduo y sin cometer ningún hecho ilícito”, creo que entre más se ha tenido, más se debe uno a los demás. No se trata de renunciar a la normalidad de una vida con gustos y preferencias, ni mucho menos de renegar de la abundancia a través de la escasez, pero sí es necesario asumir a nivel interno las obligaciones que se tienen con quienes no tuvieron las mismas oportunidades, y tener la convicción de que la forma en la que el mundo se encuentra actualmente configurado no puede considerarse como normal o inevitable, sino que debe buscarse el cambio. Sólo así sobreviviremos como especie.
Al final de cuentas, lo que se conoce como éxito – creo yo – es el resultado de la amalgama certera del talento y la decisión, pero sólo cuando de por medio hay un proceso serio de preparación y luego de trabajo incansable.
(A los lavaperros)
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