Un año más vieja, un año más hermosa a pesar de sus profundas contradicciones. La semana pasada Bogotá cumplió 477 agostos y, en medio de una de las peores crisis institucionales de su historia, las encuestas de cara a las próximas elecciones de alcalde se mueven incipientemente. Una de las pocas cosas claras que hay respecto de la intención de voto de la gente es que, una vez más, no habrá un candidato que pueda alardear ventaja significativa respecto del resto de sus adversarios, ni mucho menos alguien con un dominio anticipado de cara a los comicios de octubre.

De acuerdo a la última indagación adelantada (alianza Red + Noticias, Caracol Radio, y Cifras y Conceptos), a dos meses de las elecciones hay un empate técnico entre tres viejos conocidos de la política tradicional, quienes representan corrientes políticas más o menos distinguibles: Clara López (Polo Democrático) Rafael Pardo (Partido Liberal y Partido de la U)  y Enrique Peñalosa (Independiente y Cambio Radical). Como para poner la cosa más apretada aún, un cuarto mosquetero aparece en escena: el voto en blanco, que alcanza los niveles de popularidad de los ya mencionados aspirantes al Palacio de Liévano. Finalmente, bastante más atrás, un tal Pacho Santos y su rocín Centro Democrático dan brinquitos para no perder definitivamente el ritmo de los trotones aspirantes.

¿A qué se enfrentará el nuevo alcalde de Bogotá a partir del primero de enero de 2016? Decir que a una ciudad incluyente, próspera y segura sería tapar el sol con dedo, porque nuestra urbe nunca ha estado más cerca de parecerse a un caldo de cultivo de caos y revolución. Pobreza y desigualdades sociales por doquier; infraestructura indigna en una de las ciudades más grandes e importantes de la región; niveles de inseguridad que no bajan a pesar de repetidos intentos de pacificación; ausencia absoluta de sentido de pertenencia y cultura ciudadana; y hasta odio de clases. Si bien es cierto que las comparaciones son odiosas, creo que desde el remesón del 9 de abril de 1948 la capital de Colombia no se enfrentaba a un panorama tan crítico.

Por supuesto, a la hora de establecer responsables, sería no sólo ingenuo sino torpe endilgarle culpa exclusiva al mandatario de turno o a un período específico de gobiernos. Que quede esto bien claro: Bogotá es la que es hoy en día debido a que durante mucho tiempo se conjugaron de forma cotidiana corrupción, falta de planeación y ausencia total de solidaridad. Si bien es cierto que, por un lado, administraciones anteriores a la llegada de la izquierda al poder introdujeron reformas muy positivas para la urbe a nivel de cultura ciudadana y movilidad, y que de otro lado muy recientemente se saquearon las arcas de la ciudad a partir de la llegada al poder de un proyecto político de izquierda, nuestras infortunas son estructurales y de vieja data.

En ese sentido, creo que Bogotá requiere dos tipos de medidas de cara a su rehabilitación y encausamiento hacia un futuro más próspero:

Por un lado, su estabilización durante el próximo período debe prescindir del gobierno de los movimientos que representan la izquierda en Colombia. Insisto, si bien los problemas actuales de la ciudad no son consecuencia directa y exclusiva de la presencia de la izquierda en el poder, es justo y necesario que lleguen nuevos aires. Es justo porque independientemente de la individualización y sanción de los directos implicados de los actos de corrupción y soberbia que han afectado a la ciudad, esta corriente política debe asumir su responsabilidad por haber acogido y propulsado las candidaturas que terminaron en la elección de dichas personas. Y es necesario, porque los cambios, desde que no traigan consigo la destrucción de lo bueno que se logró con antelación, son positivos. En conclusión, lo que menos necesita Bogotá en este momento es continuidad política. Teniendo tan pocas opciones Carlos Vicente de Roux, pienso que Rafael Pardo representa una alternativa válida.

De otro lado, y a más largo plazo, Bogotá necesita su propio proceso de paz. No estoy hablando aquí de un asunto de conflicto armado entre rebeldes e institucionalidad, sino de una disputa de naturaleza social que existe entre los ciudadanos. Si bien la corrupción reciente fue un detonador certero de muchos problemas, aquellos no surgieron de forma espontánea con ocasión de la llegada de la izquierda al Palacio de Liévano ni mucho menos debido a sus opciones de gobierno hacia la justicia social. Este es un estigma que hace parte de la historia misma del país, y que refleja el drama general que la virulenta combinación de violencia y desigualdad le ha generado a nuestra sociedad. La ciudad caótica y violenta en la que hoy vivimos, es en gran medida el resultado de lo que sucedió en el resto del país con ocasión del agravamiento del conflicto armado interno en los últimos años, cuando se generaron grandes flujos de desplazamiento forzado hacia la capital, que no estaba preparada para afrontar semejante situación. El resultado: una urbe desbordada de gente y bajo crisis humanitaria, en la que además la falta de solidaridad para con los recién llegados generó que aquel tsunami demográfico se transformara en un nuevo escenario de discriminación e indolencia.

En esa medida, si bien es cierto que la ciudad afronta graves problemas a nivel de infraestructura e inseguridad, la búsqueda de soluciones a los problemas relacionados con pobreza y desigualdades sociales debe seguir siendo prioridad. Esto no quiere decir que los inconvenientes que se deben asumir en otros frentes son menos importantes, sino que más allá de las convicciones políticas de quien está en el poder hay una serie de objetivos normativos a los que debe apuntarse, como el de una sociedad más justa e incluyente.

Para terminar, uno espera que la gente mantenga la actitud fiscalizadora e incisiva respecto de todas y cada una de las políticas y actos de gobierno del nuevo burgomaestre, así como lo fueron con el saliente alcalde. Ojalá los medios de comunicación adopten la misma disposición censora que no perdía oportunidad para mostrar hasta el más mínimo fallo cometido por los funcionarios de la administración distrital, sin mencionar las frugales y profundas investigaciones que se realizaron con el fin de encontrar nexos entre quienes estaban en el poder y las mafias que tanto daño le han hecho a la ciudad. Sólo imaginen cuán útil hubiera sido esto si dicha labor se hubiera iniciado en períodos anteriores, y no sólo con ocasión de la llegada de un “exguerrillero y militante de izquierda” a la Alcaldía de Bogotá.

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