Más allá del folclórico júbilo que el presidente Santos le ha querido imprimir al reciente hallazgo del galeón San José en algún lugar del Caribe colombiano, este importante suceso se puede leer también como una fuente de recordatorios y oportunidades para el país.

El galeón San José es un recordatorio para Colombia respecto de la importancia de proteger nuestros intereses soberanos como estado independiente, aun cuando vivamos en un mundo globalizado. Esto implica no sólo la salvaguarda del territorio –lo que no se hizo bien en relación con el archipiélago de San Andrés y Providencia, por ejemplo– sino también de lo económico. Me refiero puntualmente a los recursos naturales que están siendo extraídos de forma masiva por compañías multinacionales, que beneficiadas por innumerables normas y prebendas que facilitaron su llegada al país, al final le dejan a Colombia muy poco más que unas regalías insólitamente bajas y una que otra ‘obrita’ para sus programas de responsabilidad social. Así como las potencias extranjeras sacaban de forma masiva nuestros recursos en el siglo XVIII, hoy en día nos enfrentamos a algo similar. Aun cuando nos quieran vender la idea de que se trata de un proceso económico normal en el contexto del mundo global en el que vivimos, lo cierto es que la cosa no es tan rentable desde el punto de vista de lo que ganamos a nivel fiscal.

De otro lado, la forma en que el galeón se hundió y estuvo desaparecido por tres siglos nos recuerda también que la amenaza de la violencia, infortunadamente, ha estado presente durante toda nuestra historia. Si bien hoy en día el país no se enfrenta a casos concretos de guerra o beligerancia con otras naciones –más allá de los eventuales maullidos desabridos de algunos vecinos–, nuestro conflicto armado interno es una realidad que debe ser resuelta lo más rápido posible a través de los canales que se han creado para ello, tales como la ley de víctimas y el proceso de paz con los actores armados insurgentes. De otro modo, el barco de la paz se irá alejando cada vez más de nuestras costas y nuestra esperanza de un futuro mejor para nuestros hijos se hundirá en el profundo abismo de los radicalismos políticos.

Igualmente, no hay que olvidar que el San José fue encontrado a través de los esfuerzos de instituciones públicas nacionales –la Armada Nacional, el Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Este es un recordatorio respecto de la necesidad de apoyar con verdadero compromiso el desarrollo de la ciencia y la tecnología en Colombia. El proceso que tuvo como resultado el hallazgo de la centenaria nave se dio gracias a la aplicación de tecnología de punta y la intervención de capital humano calificado. Si queremos continuar con esta senda y poder ser autosuficientes, debemos empezar por crear una base de conocimiento y experticia suficiente para que nuestro desarrollo no dependa de afuera, sino de la capacidad de nuestra gente, que ya ha demostrado de sobra que tiene iniciativa e imaginación.

De otro lado, el hallazgo de la centenaria embarcación no deja de ser una oportunidad para el país en varios aspectos:

Primero, a nivel memorístico, Colombia accede finalmente a un importantísimo conjunto de piezas y artefactos que son y serán una de las muestras insignia de nuestro patrimonio nacional. Esto tendrá una función muy clara: enriquecer nuestro diverso acervo histórico para recordarle a las generaciones futuras lo que fuimos, lo que somos como resultado de los procesos sociales que nos han acompañado como el resultado del encuentro de varias culturas, y lo que podemos ser dependiendo de las decisiones que tomemos.

Segundo, a nivel de justicia socioeconómica, puede pensarse que el tesoro que yace en el fondo del mar –y especialmente aquello que no sea destinado a engalanar nuestros museos– debe tener una destinación pública y orientada a satisfacer intereses sociales de la región. Si bien el San José es de “todos” los colombianos, sus frutos están atados al Caribe y en esa medida deben servirles a sus habitantes –especialmente a los grupos étnicos–, que sin duda tiene necesidades generales. Que no sólo se quede esto en un bonito museo en Cartagena sino en la consecución de beneficios concretos para la gente del común, que de alguna forma fueron quienes se vieron más afectados por el saqueo de América por parte del colonizador europeo.

Finalmente, desde un punto de vista simbólico, este descubrimiento puede contribuir en el proceso de consolidación de una identidad nacional que aún no tenemos del todo en Colombia. Somos un país joven y, a diferencia de otros pueblos, carecemos de elementos que nos generen un sentido de pertenencia. ¿Por qué un galeón hundido en el siglo XVIII podría llegar a serlo? Porque para bien o para mal, es una evocación del encuentro de dos mundos que nos ha traído tanto cosas positivas como negativas, pero que sin duda define lo que somos hoy en día.