Hace más o menos veinte años la gente se escandalizaba de los dichos y las acciones de un par de tipos de rara estirpe y pinta subnormal. Habiendo iniciado su carrera en los medios bajo el padrinazgo de Carlos Vives, se encontraban en el pináculo del rating de la radio joven en Colombia. Con un dominio absoluto de la franja de la mañana, Martín de Francisco y Santiago Moure llegaban a la cabina de una famosa emisora de rock y procedían, sin ningún tipo de reparo, a repartir ráfagas de ironía y ridiculización a diestra y siniestra. De lunes a viernes y durante dos horas, estos pintorescos personajes no tuvieron piedad de nada ni nadie, pues mientras las víctimas fueras más reconocidas mucho mejor salía la escena.

Yo era uno de los que escondía el audífono debajo del saco del colegio para oírlos. Yo fui parte de la generación que los veía como una especie de “héroes anti-héroes”, debido al desparpajo con el que decían ejercer un “sagrado derecho a la crítica” que se justificaba en “la función social del humor”. Un tipo de rebeldía que, la verdad sea dicha, todos ansiábamos tener, pues de otro lado la cruda realidad nos decía que teníamos que actuar bajo los cánones de la mojigata sociedad colombiana y pensar de acuerdo a los designios de la moda, los arribismos o la corrección política de la época.

Confieso que de vez en cuando, por pura nostalgia, busco grabaciones antiguas de dichas faenas radiales y me rio de las pesadas entrevistas que hacían a gente realmente inocente. Por ejemplo, actores de programas infantiles -como Coco y Tomillo, los de Oki Doki- que se creían estrellas, pero que en realidad eran objeto de sarcasmo debido a su evidente ausencia de popularidad y talento. O también gente del común, inocentes que por la emoción de que su voz saliera en radio se sometían a preguntas morbosas respecto de su sexualidad o hábitos culturales, lo cual terminaba con comentarios de doble sentido y risas protuberantes por parte de los locutores. Y qué decir de todo aquello que sucedió con su paladín, el famoso Carlos Molina alias “Cerdo” o “Profesor Idiota”, que literalmente se dejó hacer hasta que de él quedó la caricaturesca imagen que aún hoy todos tenemos.

Con el tiempo, de Francisco y Moure recibirían grandes sorbos de su propia medicina y la vida les entraría a recordar que el karma sí existe. Al final, parece ser que asumieron que ese talento innato que habían utilizado con el propósito de ganarse el pan diario a través de la ridiculización de la gente podía ser usado para fines más inteligentes y menos torpes. Y así es como surge su mejor proyecto, “El Siguiente Programa”, que no sólo proveyó una interesante versión tragicómica de lo que es nuestra idiosincrasia nacional, sino que propició buena crítica social. De alguna forma hubo un proceso de evolución alrededor de estos personajes, si bien hoy en día el uno no es el mejor periodista deportivo y el otro tampoco se destaca como el mejor actor de teatro.

Todo este cuento melancólico me sirve para, finalmente, poner sobre la mesa el punto importante de esta reflexión. En el caso de la actual radio juvenil en Colombia hay que usar el aforismo “todo tiempo pasado fue mejor”. Acercarse a los dominios de estas emisoras es percibir un olor a mediocridad, que en términos generales denota una crisis de creatividad sin precedentes y un problema ético de fondo. Se da cuenta uno que si bien sus manejadores pretenden obtener los mismos resultados que se obtenían hace veinte años -rating y connotación pública a través de una apología a la rebeldía y a lo alternativo-, el resultado final es un patético y muy peligroso remedo. Si se analizan los contenidos de los programas que hoy en día se producen en dicho contexto, se encuentra que hay evidentes patrones discriminatorios y que enfatizan los defectos o condiciones de las personas como medio para generar audiencia. Aún más, en repetidas ocasiones se despliegan comentarios machistas y poco respetuosos de la integridad de las mujeres, que son proyectadas como objetos sexuales. En resumidas cuentas, se insulta la inteligencia de los jóvenes colombianos porque se asume que aquellos tienen la intención de consumir entretenimiento basura. Igualmente, se lleva a cabo una práctica sistemática de alabanza y promoción a valores superficiales y violentos frente a la diferencia. Y lo preocupante es que todo esto sucede bajo la bandera de lo mediático y la excusa del negocio.

En ese sentido, resulta imposible obviar lo acontecido con el locutor de una emisora de Medellín -poco importa el nombre, ya todos sabemos quién es. Como ha sido suficientemente ilustrado a través de diversos medios, el susodicho grabó de forma secreta un video en el cual aparece una mujer caminando, y posteriormente lo publicó en su cuenta personal de una conocida red social. Por supuesto, no sólo se trató de una difusión sin el consentimiento de la afectada, sino de un montaje enfocado a mofarse de las condiciones particulares de dicha persona, en la medida que se ambienta con una canción popular que describe, de forma irónica, el caminar dificultoso de una mujer. Independientemente de que esto haya ocurrido fuera del alcance del medio de comunicación donde esta persona trabajaba, es muy grave pensar que un personaje como este se encuentra al mando de una emisora de gran alcance.

Lo anterior no puede catalogarse sino como la evidencia de una crisis ética dentro de nuestra sociedad, que es promovida por el afán mercantilista del negocio sobre el que están empotrados los medios de comunicación, así como por la mediocridad inherente de ciertas personas que trabajan en dichos medios. Hace veinte años teníamos antihéroes que nos invitaban a pensar diferente y sí, es posible que bajo dicha consigna se hirieran los sentimientos de algunas personas y se generara uno que otro complejo. Pero no recuerdo yo que se atentara contra la integridad de las personas con el fin de generar burla por lo que se quiere proyectar como “diferente” o “anormal”. Mucho menos que se transmitieran ideas machistas como consignas de imitación.

Al final la cuestión sobre la cual hay que reflexionar no es tanto el nivel de las emisoras, sino que su precariedad a nivel de creatividad e integridad es probablemente un reflejo de la sociedad colombiana. Puede ser que todo este artículo, enfocado en visibilizar un fenómeno con el fin de sugerir la necesidad de un cambio, no sirva de mucho porque el problema es diferente, es decir, que se trate simplemente de que así es como somos y que, por ende, el futuro de la juventud colombiana se encuentre imbuido por conceptos éticos vacíos, chabacanos mecanismos de comunicación social y precarios referentes culturales. Ojalá no sea así y pronto surjan nuevos de Franciscos y Moures en vez de Miras o Trespalacios.