Mientras tenía lugar uno de los más espectaculares e increíbles capítulos de la historia del Tour, en pleno día de la fiesta nacional francesa, yo me encontraba trabajando en una ranchería en la mitad de La Guajira. Sin poder acceder a ningún tipo de información sobre la etapa, imaginaba una predecible lucha Quintana-Froome sobre el asfalto que rodea el Mont Ventoux, el “Gigante de Provenza” que ya había servido como escenario de batalla entre estos dos gladiadores en el verano de 2013.
Preveía un ataque demoledor de cualquiera de los dos a tres kilómetros de meta, que los distanciara definitivamente del resto de corredores, y que los encausara hacia una definición cerrada de la etapa, ad portas de la contra-reloj de mañana.
Qué equivocadas eran mis previsiones. Cuando por fin pude acceder a la historia y los resultados de la etapa, no pude contener una exclamación de sorpresa.
Primero, porque me decían que Froome era líder del Tour -algo muy normal, teniendo en cuenta su indiscutible fortaleza-, y que Nairo no era sino cuarto, debajo de Yates (a 47 segundos) y Mollema (a 56 segundos), perdiendo 1:01. Como lo manifestó alguien en twitter, esto nos enseña que Nairo Quintana no es una deidad sino un gran hombre que, al ser un mortal, también tiene días de sufrimiento sobre la bicicleta. El colombiano es sin duda uno de los mejores pedalistas del mundo, pero ni tiene el mejor equipo -Movistar no es Sky- ni es -en este momento- mejor que Chris Froome. Al lanzar su feo pero demoledor ataque “licuadora”, el británico reveló que hoy por hoy es el candidato número uno a la victoria. Es más, también hay que reconocer que Porte y Mollema están en un nivel superlativo, y que por ende la grand bouclé tiene más ilustres y candidatos de los que se pensaba.
Y segundo, porque me contaban que detrás de ese resultado hubo sangre, sudor y lágrimas, con una alocada etapa que se tornó dramática debido a una absurda caída de Froome, cuando dominaba la etapa, por culpa del camino estrecho y las motos de la televisión francesa. En medio de un natural desespero, el británico decidió actuar como triatleta y arrancó en franca carrera hacia la meta. Luego llegaría una bicicleta de asistencia, que en todo caso no podría montar de forma debida ya que sus zapatillas, como las de la cenicienta, no servían sino para un tipo específico de caballito de acero, la Pinarello hecha a la medida de Chris.
El caso es que luego de haberse confirmado su percance como parte de las incidencias de la carrera -aparecía perdiendo tiempo hasta con Nairo-, e incluso de haberse sugerido que podría ser sancionado -o incluso expulsado del Tour- como consecuencia de su conducta, la organización de la carrera tuvo que aceptar su responsabilidad negligente en los hechos, y le dio el tiempo de Mollema. Por ende, se reacomodaron las cosas y tenemos a un líder fuerte y bien encaminado. ¡Qué locura, pero qué justo!
Aún queda mucho recorrido y muchas oportunidades para que aquellos que han sufrido se rediman, o incluso para que aquellos que han sabido aprovechar las ventajas tácticas o la fuerza superior claudiquen. Sin embargo, también es cierto que, habiéndose marcado una tendencia, es muy difícil que ésta vaya a variar sustancialmente. No me cabe la menor duda que Quintana luchará con pundonor, hasta el final, por la victoria del Tour. Pero a partir de su natural condición humana y de la clara superioridad de Froome, es de esperar que el 2016 no sea -aún- el año de su victoria en los Campos Elíseos.
Ojalá la gente sepa entender que estas cosas pasan, y que no hay que condenar a alguien que lo único que ha hecho es entregar su vida por una causa deportiva y en nombre de un país. Veremos qué pasa mañana en el crucial ejercicio contra el reloj.
Nos “vemos” mañana, con más Desmarcando la Ruta del Tour”
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