Alexandra de Brigard trinó lo siguiente hace dos días: » […] la vida se nos va en un eterno trancón» y nos da una foto – (en directo aquí ). Para mostrar mi interpretación de su mensaje, les muestro una bienvenida a Bogotá:
Esa sentencia me dejó pensando un rato largo y le respondí brevemente, pero quedé con la idea de que tenía que responder en mayor detalle. Aquí voy:
La velocidad, los vehículos y la combinación entre los dos son una demostración real y en vivo de tres cosas: la historia de La Liebre y la Tortuga, la Paradoja de Zenón, y la Tragedia de los Comunes (los links son para que vayan y se instruyan, Wikipedia los explica maravillosamente bien entonces no tengo que repetirlo).  En esencia, lo que hay que comprender es que la velocidad es un resultado más allá de la distancia y el tiempo, y en ella intervienen muchos más factores: el sueño y la frescura de la liebre, la filosofía del espacio y la avaricia de nuestros coetáneos (o nuestra ignorancia de la increíble utilidad de la cooperación y, en últimas, del Equilibrio de Nash).
Después de comprender estas tres cosas, podemos afirmar que uno, en realidad, decide su velocidad y no es algo que le impongan los demás. Es decir, parafraseando el trino que dio vida a esta breve reflexión, en realidad no se nos va la vida en un eterno trancón, sino que decidimos que nuestra vida se vaya en un eterno trancón. Más que una consecuencia de las decisiones de otros, es un espejo de la forma como decidimos vivir…en tráfico. Los alcaldes, Secretarias de Movilidad, Directoras del IDU y todos los demás actúan como una lupa que incrementa ese reflejo de nuestra decisión: como los espejos que magnifican y nos hacen ver los poros de la piel y la grasa que los rodea.
Un problema es que uno imagina una velocidad según lo que siempre le prometieron,y ahí hay un error: compran un carro por el motor, la rapidez, la grandilocuente descripción de su eficiencia como nos la pintaron en las propagandas en la Motor, y salimos del concesionario con un carro que, aunque huele a nuevo, no anda a más de 10 km/h. Y pasa la bicicleta a su lado a 17 km/h. Y la culpa es de la Directora, de la Secre, del Alcalde. No. La culpa es suya. Porque los que tomaron la decisión de comprar el carro en Colombia fueron más de 300mil en el 2011 y serán más al final de este año. Y porque todos quieren salir para la oficina y volver a su casa a la misma hora. No hay vías que aguanten ni Secre que resuelva. La expresión más clara de la Tragedia de los Comunes son ustedes (no yo, porque yo era el de la bicicleta).
La velocidad no la determina el vehículo sino el sistema en que estamos. Es decir, no se trata de comprar un vehículo que tenga una velocidad teórica alta sino uno que sea eficiente en el uso del espacio y en su paso por el mismo. Los zapatos son una de esas soluciones (yo sé, para viajes cortos), las bicicletas son otro (admítanlo, sirve para muchos viajes) y el transporte público es el otro (el espiche, pero llegan barato y rápido). La forma como se configuran cada uno de los sistemas (los carros en trancón, las bicicletas en ciclorruta, los zapatos montados por peatones en un andén, el transporte público por donde lo dejen), y el vehículo en realidad es lo de menos.
Y volviendo a la vida que se nos va en el trancón: para ser concretos, los trancones son la demostración de  las tres cosas: que la liebre siempre gana, que Zenón tenía la razón, y que la tragedia de los comunes es exactamente eso: una tragedia. Y también, lo mismo pasa si vamos en bicicleta todos todos todos, como en Tsinghua University de Pekin:

Totalmente paradójico, esto de la velocidad y la lentitud.
Ah, espero que Alexandra me perdone por usarla de Conejillo de Indias para esto. Que conste que me dio permiso de citarla!
@carlosfpardo