Mientras otros piensan en ir más rápido, Paris piensa en ir más despacio. Y no es una frase retórica, lo voy a explicar con ejemplos clariticos de cómo la capital francesa ha logrado implantar políticas para ir más despacio (o menos rápido, digamos).
Sí, estoy en Paris. No es por dármelas, en realidad estoy aquí porque estoy gorreando hotel de mi esposa (no es propietaria, solo le pagaron pieza unos días) entonces me vine pa’ acá con millas de otros viajes, y pues de una vez aprovecho para ver cómo van las cosas.
Yo vine por primera vez a París en 2005. Estuvimos aquí durante tres días y juro que una de las cosas que pensé (y eso que era antes de meterme a esta vaina de ir despacio y todo eso) que era la ciudad europea donde los carros iban más rápido y eran más guaches… me acuerdo que cruzando una calle me dio susto porque nadie quería parar, era como cruzar una avenida en Lima (pero en lugar de carros japoneses de segunda, había Peugeots), igual de peligroso.
Pero desde 2007 han comenzado a «revivir» una comprensión de la vida urbana en las calles, algo que ha sido espectacularmente bien comprendido en el resto de los espacios urbanos de esa ciudad pero que solo hace 5 años hicieron clic con el tema de transporte y velocidad. No es por nada que Paul Virilio se quede sin aliento cuando describe la velocidad con su dromofobia exasperante (que él llama dromología).
En 2007, de hecho el día de la bastilla de ese año, se inauguró un sistema de transporte público que revolucionó la comprensión de las bicicletas, de compartir, del transporte en general (no me importa decirlo: fue más importante que TransMilenio en el año 2000): el sistema era el Velib (su nombre es una especie de abreviación de las palabras bicicleta y libertad), y empezaba con 20.600 bicicletas en estaciones que quedaban a 300 metros de cada uno, donde cualquier ciudadano que se registrara podía usar la bicicleta sin pagar durante 30 minutos o menos (varias ciudades siguieron, entre ellas Bogotá trató de implementar un sistema así durante dos semanas y murió tristemente).
El plan de las Velib no venía solo, y por eso fue que triunfó: venía complementado por más medidas, como construcción de infraestructura para bicicletas, semáforos exclusivos para este medio de transporte, y una política reorientada hacia el transporte de personas y no de vehículos. Entre esas medidas, se permitió circular a las bicicletas en contravía, y también se implementaron zonas de velocidad máxima de 30 km/h.

El resto es historia, y bien conocida. Después de 5 años de reorientar políticas de transporte (incluyendo la prohibición de construir más autopistas, permitir que los ciclistas pasen semáforos en rojo y crear un sistema de préstamo de carros – autolib – para complementar el de las bicicletas) caminar y montar en bicicleta por Paris es mucho más interesante (y placentero) que hace 7 años cuando vine por primera vez.
Pero… puede mejorar. Yo sé, es PARÍS (insértese tono angelical) y qué hago yo criticando la ciudad reconstruida por Barón Haussmann hace más de un siglo… pero sí es cierto que todavía van a toda mecha algunos, en particular las motos. Lo que sí me parece digno de rescatar es que ésta es una ciudad que estuvo embebida por «la belleza de la velocidad «, cortesía de Le Corbusier quien propuso tumbar todo (TODO!) y reconstruir la ciudad para tener su Ville Radieuse (gracias al Señor nadie le hizo caso). Es una ciudad que estuvo al servicio de la velocidad durante más de 60 años, y ahora está lentamente volviendo.
Ahora piensen en Bogotá: Le Corbusier llegó en 1947, hizo unos planes (están buenos, en términos teóricos, malos en términos micro) y se fue en 1951 después de 5 visitas y algunos madrazos (pero varios aplausos). Nunca hemos tenido ese germen de la velocidad tan metido en nuestra cabeza (algunos conductores de vehículos amarillos sí, y otros que siguen viendo cómo le va a Montoyita creen que son él y que están en Monaco cuando van por La Séptima con su cachucha al revés). Entonces, ¿por qué no empezamos a ir despacio y listo? ¿Cuál es toda la lora con ir rápido? Ese cuento nos lo vendieron hace rato, y en realidad a mí me suena igual de «moderno» a la gomina. Admítanlo, si París pudo, Bogotá puede.

@carlosfpardo