La muerte del actor Pablo el Peatón (Paul Walker) nos tiene en shock a muchos. El mayor shock que yo tengo es porque no sé si finalmente van a sacar la última película de su Saga «Rápido y Furioso», de la cual no me he perdido ni una sola entrega y me las he visto todas por lo menos dos veces, y las que mi esposa resume perfectamente con tres palabras: «carros, armas, tetas». Mi resumen es más largo: «una película que se trata de ir a toda mecha, burlarse de la policía, dar balazos y actuar como si todos estuvieran en segundo de primaria».
(este era Pablo el Peatón, por si acaso – Foto efe)
Y sí, hay cosas de muy mal gusto como comer con los codos en la mesa, poner música a todo volumen en TransMilenio y hablar de sí mismo en tercera persona. Pero el comportamiento de más mal gusto que puede existir es criticar a un muerto. Yo lo voy a hacer, y pido perdón pero esta crítica es irresistible (además, ya la hizo mi amigo Todd Edelman en Facebook entonces yo solo en realidad me estoy copiando).
Antes de continuar, léase esta nota aclaratoria del autor: Hay muchas historias de personas que mueren por ir a altas velocidades. Unas de ellas lo hacen embriagados con consecuencias nefastas para los demás (por ejemplo, cuando atropellan a alguien y esa persona muere). Hay ocasiones en las que la situación es aún peor porque el conductor está embriagado, atropella y mata a alguien pero él (el borracho al volante) sigue vivo. Estas situaciones las conocemos, y tristemente en Bogotá y Colombia se han visto casos de ese estilo… al ver la muerte de Paul Walker, quien murió en un carro y contra un poste y no hirió a nadie más que él mismo, hay que admitir que no es justo compararle con un borracho que atropella, mata a alguien y después se escapa. A raíz de muchos comentarios que llegaron a este post cuando lo publiqué la primera vez, me parece justo y necesario hacer esa aclaración: no estoy diciendo que Paul Walker haya sido una mala persona, sino que su personaje (y las circunstancias de su muerte) actúan como una señal de que algo anda mal en la forma como percibimos la velocidad, la hombría y, en general, nuestra posición ante la vida y la muerte propia y de los demás. Pero no por eso deja de ser ilustrativo el hecho, y de ahí que este post fue modificado para dejar de ser tan ácido como antes pero sigo teniendo la misma posición ante el fenómeno de la velocidad y su percepción de parte de la sociedad contemporánea. Al respecto sugiero al lector que consulte la obra de Paul Virilio, la de Barbara Adam, la de Carl Honoré, James Gleick, la de Ivan Ilich (el de «Energía y Equidad») y cualquiera de los que aparece en las referencias de esos libros. En cualquier caso, agradezco a los lectores por dar su opinión (a veces de manera no muy cortés) y a los editores de los blogs de El Tiempo por darme también su punto de vista (de manera muy franca pero muy respetuosa y cortés). Ahora sí sigo describiendo mi posición:
La historia de la muerte de Pablo el Peatón a más de 200 km/h cuando iba con un amigo para un acto de beneficencia de su ONG en el Porsche Carrera GT que destruyeron es infaliblemente simbólica (es cierto, el no iba manejando, pero iba en el carro). Mejor dicho, es una de esas noticias que uno pensaría que está inventada por un tabloide si no fuera porque es totalmente cierta, y el sarcasmo de la situación es tristemente irresistible:
– La persona que se murió era de apellido «Peatón» (o caminante, pero ese sirve menos para mi retórica), y al mismo tiempo era la estrella de seis películas que se tratan de circular en automóviles a velocidades ilegales por vías urbanas donde podían estar caminando niños, personas ancianas y en general cualquier ciudadano que no tendría por qué sufrir por las consecuencias de la adrenalina de otros. Esta situación y la triste relación entre el apellido del actor (Walker) y la labor de su personaje (conductor a toda velocidad) me acuerda de esta estrella del cine animado (cuyo nombre, coincidencialmente, también es «Peatón» – el Sr Walker) que se convierte en un personaje totalmente distinto al ponerse al volante («Mr Wheeler» – algo así como «el del volante»):
– El Sr Peatón murió en un carro a toda velocidad sobrepasando tres veces el límite de velocidad permitido de la calle por donde iba. Y no estaba en una película. Es decir, se perdió la diferenciación entre la persona que vivía una vida normal y fuera de peligro (Walker) y la del personaje que sí vivía su vida al borde de abismos (O’Conner, el personaje). Mejor dicho: la situación de la muerte de Walker hizo parecer que vivía su vida de manera tan inusualmente peligrosa como la de O’Conner, y asemejarse a una persona que tal vez no quería ser en la vida real. Finalmente, pareciera como si esa inmortalidad de las películas, donde todos salen ilesos después de una explosión mayor a la de Hiroshima (bueno, con un raspón leve), fuera algo que se les diera para su vida aquí en lo terrenal. Y, muy tristemente, no fue así. El de verdad se murió. Y creo que esto nos da una lección a todos los que a veces (o todos los días) nos tenemos que poner al volante… en resumen: no conduzca su carro como O’Conner porque usted y tal vez alguien más termina como Walker. Solo es en las películas que se sobrevive a esas situaciones espeectaculares. Y uno comienza a comprender que el mensaje del final de todas las versiones de Rápido y Furioso tienen una razón de ser: el texto que dice algo así como «no trate de hacer esto… lo hicieron personas experimentados en lugares cerrados y controlados». Pero el problema es que la película entera nos lo hace ver como si fuera verdad, como si Rome y O’Conner y Mia y Letty y Toretto estuvieran de verdad conduciendo a muchos kilómetros por hora por calles transitadas por peatones, niños, señoras con coches, y todo como si nada. Eso, perdón, está mal.
(foto de @realpaulwalker)
Entonces la reflexión de Todd Edelman cae como anillo al dedo (gracias a Claudio por traducirlo):
«Ok, él era un tipo simpático que amó a su familia y a su perro, etc. Él era un adicto a la velocidad, un «romantizador» de lo rápido. Esto anula sus buenas acciones. ¿Necesitó tratamiento? ¿Nuestra estúpida sociedad considera siquiera la adicción a la velocidad como una enfermedad? Es triste cuando alguien muere, pero muchos más morirán mientras se continúe la adoración a personajes como él».
Y sí, estoy totalmente de acuerdo con cada palabra que dice Todd y no tengo mucho más que agregar. Ahora: atrévanse a pasarse el semáforo en rojo o a dárselas de los muy machitos en piques a las 4am. Eso que le pasó al Sr Peatón es de verdad verdad verdad, solamente era en la película donde rompían las reglas del tránsito, la gravedad y la vida y les perdonaban culpas y terminaban todos felices echando birra en un asado riendo de lo acontecido. Aquí en lo terrenal la cosa va en serio. Y si van a actuar como si estuvieran en segundo de primaria, háganlo como Danny Macaskill.
(y espero que esta vez lo haya podido explicar mejor que la primera vez que escribí este post)