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Llevé a mis dos hijos a ensayar el SITP. De paso, lo ensayé yo también por primera vez y además, escribí este post (y puse a trabajar un rato a mi hija para ello, nada grave, luego verán).

No hay nada más idealista que la idea de decir que las ciudades que sean posibles para los niños son las que toca construir. Mejor dicho, existen discusiones enteras donde la tesis fundamental es que una ciudad debe ser pensada primero para los niños y luego para los demás. Estas discusiones se mezclan a veces con las ciudades para las personas en sillas de ruedas, las que son para las personas en bicicleta, para los viejitos y las que son para las mujeres. Todas tienen sus amigos, enemigos y extranjeros (a la Camus). En cualquier caso, yo destiné un rato de mi lunes festivo a ensayar por lo menos una parte de esa hipótesis de las ciudades para los niños: llevar a mis dos hijos de A a B en el Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá.

La motivación para hacerlo fue de dos lados:

– El primero fue que mi hija estaba haciendo planas la semana pasada y, cuando estaba pensando en palabras que comenzaban por S dijo “SITP” y luego argumentó “es que veo ese aviso en toodaaas paaarteees” (creo que quería decir “esque mi papá dice esa sigla todo el tiempoooo”).

– El segundo fue que, durante una comida con amigos, todos menos mi esposa y yo eran totalmente ignorantes con respecto a cómo se usa el SITP, dónde se consigue la tarjeta y, en general, eso cómo se come.

Entonces me dispuse a pararme con los dos muchachitos en la estación más cerca que encontré en el punto A de nuestro recorrido y esperar el bus ahí:
Ninos esperan SITP

Sí, estuvo interesante esperar el bendito bus 421 y saberlo distinguir entre los muchos (¡MUCHOS!) buses de SITP que pasaron por ahí. Parecía una carrera entre los muchachitos y yo para ver cuál podía ver más rápido el número del bus (mi hijo, al no saber leer con sus tiernos 4 años, quedó descalificado pero creía que sí podía leer los números y gritaba cuando venía alguno “ese no eees”).

Por fin, y después de haber detenido a dos vehículos azules del SITP y preguntarle a su cordialísimo conductor por su destino, tomamos el bendito bus con la ruta 421. Los chinos pasaron por debajo del torniquete (no fue tan difícil, vieran) pero yo igual pagué (“todo niño mayor de 3 años paga y ocupa puesto”, me enseñó el añejo Código de Tránsito que tanto me he leído). Mi vista desde el puesto:

Ninos andan en SITP

“Papá, caben 16 personas porque son 16 sillas, dice ahí”. Y… pues sí, digamos que en condiciones de operación ideal podría decirse que la operación esperada es donde cada persona que entra va a poder sentarse… mucho le falta a esta niña por comprender las dificultades financieras de un sistema integrado donde la meta de 4 personas por metro cuadrado es un sueño lejano y hay que contentarse con la cifra más realista de 6 personas por metro cuadrado (y utilizar el sistema más bien con 7-8, como en el metro de Pekín con sus trenes formados a martillazos y sus túneles forjados a punta de sudor y cincel).

El viaje duró 15 minutos y se subieron otros dos pasajeros en los 5 kilómetros que recorrimos…. aclaro: era lunes festivo, 8 de la mañana. Otra cosa será cuando nos montemos entre semana al mismo bus a ver qué tal nos va.

Nos bajamos en el punto B, nuestro destino. Y pues, como buen intenso que soy (además psicólogo), le pregunté a los enanos estos “bueno, es mejor venir en carro o en bus hasta acá?”. El más enano de los dos me dijo “en bus”, la menos enana dijo “sí, en bus”. Y cuando les pregunté por qué, me dieron estas razones:

– “Es más rápido” (pues en lunes festivo, puede ser cierto, pero tal vez era más bien por la sensación de montaña rusa que da ir por plena carrera 11 en un bus de esos con vías desocupadas)

– “Es que en Transmilenio es más lleno” (eso no respondía mi pregunta, pero igual valió la pena apuntarlo)

– “Es que no tiene que ir a tantos lugares” (esta no la entendí, pero pues digamos que sí).

Pero la mejor respuesta la dio mi hijo cuando me iba enumerando razones por las que prefirió llegar en bus:

“Es que en el bus puede ir más gente”

Mi Hijo para alcalde, por favor. ¡O por lo menos para Secretario de Movilidad! Carajo, uno que lleva todos estos años leyendo libros, dando presentaciones y viajando a sitios y no puedo dar una frase más breve para explicar de manera tan sencilla algo que es tan obvio. Con esa frase me volvió a convencer de que sí vale la pena promover esta cosa del transporte público, que una ciudad que funciona es una donde se usa mejor el espacio y se busca dejar a un lado la alienación. Y que la gente es lo más importante de una ciudad, no sus vehículos.

SITP - dibujado

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PERFIL
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Carlos Felipe Pardo es un colombiano con maestría en urbanismo de la London School of Economics que trabaja en temas de transporte sostenible, desarrollo urbano y calidad de vida. Le ha tocado ir a más de 60 ciudades en Europa, América Latina, Asia y África a dar asesorías, presentaciones y cursos sobre esos temas. Ha escrito libros y capítulos (unos más buenos que otros), varios de los cuales están en la página de su organización Despacio.org

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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