Esta semana se llevó a cabo en Bogotá un Diálogo de Alto Nivel Rio+20, relacionado con todos esos compromisos que los países juran cumplir pero no siempre lo logran. Bogotá se emperifolló, puso a disposición buses y taxis eléctricos, prestó la Plaza de Artesanos y el Auditorio Huitacá de la Alcaldía y, además, hizo premiaciones y comidas en el Museo Nacional. Y… ¿qué sacamos de esto?

Yo fui invitado como ponente a Rio+20. No porque valga mucho la pena lo que tenga que decir, sino porque trabajo con mucha gente que sí vale la pena oír pero que en esta precisa ocasión estaban de vacaciones en Ljubljana y pues, ni modo, me pidieron que diera una presentación (y de paso me boté en bicicleta de la tarima de ponencias en una bicicleta del IDRD).

En su discurso ante todos los invitados super chéveres (VIP, en el idioma logístico) el domingo en la Alcaldía, el Alcalde Petro dio gala de sus propuestas en movilidad: ciclocarriles por doquier (que él insiste en llamar ciclovías y nos confunde a todos), restricciones al automóvil particular, mejoramiento de la calidad del transporte público y expansión de la flota «cero emisiones». Guau, ¡qué visión, qué ideas, qué optimismo! Yo me sentía ad portas de vivir como los Supersónicos, con esos carritos que solo sonaban con un chirrido y en casas que estaban en el cielo… yo salí super contento del recinto este domingo y dije «qué berraquera, es cierto que en esta ciudad tenemos mil cosas chéveres. Mí mismo, has estao equivocao…«.

Y vino la cruda realidad del imperante concreto a darle bofetadas a mis ilusiones…

Caminando por la Séptima me encuentro con esta maceta:

(La flora de mi ciudad)

Continúo mi camino y, buscando usar mi bella tarjeta de Tullaveplus «espeshial edishon» me dispuse a usar el afamadísimo sistema TransMilenio, pero al llegar a la estación del Museo del Oro:

(cerrada porque por aquí debe ir más bien la Bogotá Humana a pata pelá)

«Mí mismo, eso debe ser solo en este barrio. Más bien echemos pa’l norte» me dije a mí mismo. Y me fui para Usaquén donde quise caminar por sus calles coloniales…

(admito que estoy gordito pero tampoco me la monten tanto)

No pude más. Me encerré en mi casa a comer deditos de chocolate – el único remedio efectivo para la depresión urbana profunda, el anti-blasé que sentimos algunos que todavía queremos nuestra ciudad. Dormí. Me desperté el lunes con ganas de vivir mi ciudad y dispuesto a creerle al Señor Alcalde con sus increíbles propuestas y buscando ver esa Gran Ciudad de la que estaba hablando. Y me monté en mi bicicleta rumbo a las primeras conferencias del evento de Rio más 20. Pero la cruda realidad me seguía zarandeando sin cesar. Empezó con la bicicleta eléctrica rauda y veloz, campante por la ciclorruta que se ha dicho en todos los tonos y documentos legales que es para que circulen vehículos no motorizados:

(Un «León con Suerte». Debe ser porque no les ponen comparendos)

Me dio susto. Quién sabe, de pronto de vuelta me atropella una de esas máquinas sin regulación. Me acordé de la Tarjeta Tullaveplus y me monté en TransMilenio para volver a mi casa, y en medio de mi trayecto me encontré con uno de aquellos que muy amablemente me pedían disculpas si estaban incomodándome pero el Señor Jesucristo es la Verdad y a él no se le discute nada. Y así dice:

(esa es una Gibson Les Paul, ¿no?)

No, imposible. No es real, esta debe ser otra ciudad porque la que dijo el Alcalde es otra. Mi viaje en el bus rojo terminó y por fin llegué a mi destino:

(Esque es una nueva entrega de ¿Dónde está Javier?)

«No más. Esto no es cierto. Esta no debe ser mi ciudad. Me voy a pellizcar porque es imposible que tanta cosa pase en tan poco tiempo y me desilusione… esta ciudad no es así». Convencido de que todo había sido un sueño, me armé de valor y dije «esto tiene que parar. Lo único que me falta es encontrarme a alguien montado en una bicicleta creyéndose que va en un carro. Eso sí ya sería la tapa…»…

(«el otro mes le pongo radio, pere y verá»)

…y justo aquí fue que me di cuenta que todo tenía que ser una pesadilla… me restregué los ojos y dije «mí mismo, esto ha sido todo un sueño. Pero la pesadilla no es mía, es del Alcalde Petro». Y ahí caí en cuenta que Rio más 20 es otra experiencia agridulce que se compone de muchas bellas palabras, frases maravillosamente construidas, y discurso ampliamente calculados. Pero lo que realmente necesita el mundo es dejar de proponer tantos Diálogos de Alto Nivel y comenzar a realizar Acciones de Alto Nivel. Porque si el mundo se acaba en medio de una gran bola de fuego, las páginas y páginas de buenas propuestas se quemarán entre todas las demás buenas intenciones que muchos alcaldes supieron decir ante auditorios de VIP.  Nos toca más bien remangarnos y ponernos las pilas, porque de esta no nos vamos a salvar si seguimos proponiendo cosas, formulando estudios y después durmiendo tranquilos porque los informes quedaron bien escritos. En Bogotá desde el 2011 tenemos un plan de estacionamiento en vía, desde hace ya meses está el proyecto de cobros por congestión, y desde hace semanas debería haber estado licitándose el sistema de bicicletas públicas. Pero como lo que importan son los discursos y los renders (¿renderings? ¿renderations?), nuestra ciudad va a seguir igualitica hasta que alguien apague el computador y diga «oiga, algo de esto hay que hacerlo realidad». ¿Quién se pide empezar?