(especie en vía de extinción)

Caminar pocas veces ha tenido prestigio. En el siglo diecisiete quienes caminaban por las vías se asemejaban a los ladrones y los paupérrimos (los que tenían plata iban en carrozas y coches, no se dejen cuentear por exalcaldes…). A finales del siglo dieciocho, caminar era una actividad para poetas, aventureros y excéntricos, pero no para el grueso de la población. Y más cerca a nuestro tiempo, en 1993, un informe de planeación de Los Ángeles decía odiosamente que “El peatón sigue siendo el obstáculo más grande para el movimiento libre del tráfico”.

Bogotá no se aleja de este estigma. En la década de 1930, Germán Arciniegas decía en su «Defensa del peatón» que el peatón en la ciudad era “el desamparo, la desolación, la víctima desconocida”. Décadas después, la capital cambió. Se desarrollaron espacios para los peatones y su desplazamiento al trabajo y de ocio, y se crearon Planes Maestros como el de Espacio Público y el de Movilidad, donde se enfatiza la importancia y prelación del peatón sobre los demás modos de transporte. Basados en experiencias exitosas de todo el mundo, Bogotá había roto todos los paradigmas de ciudades en desarrollo entregándole el espacio necesario a los peatones para llegar de manera segura y digna a sus destinos.

Pero hoy volvemos al siglo diecisiete. Los peatones no son vistos como ladrones pero sí los tratan como delincuentes. Les cierran los cruces con cintas naranja, les regañan por tratar de cruzar donde encuentran una cebra mal pintada, y los hacen caminar distancias ridículamente largas para “colaborar con la movilidad” y “por su propio bien”. Se les dice afanados, irresponsables y violadores de las normas de tránsito.

En cambio, a los conductores de automóviles que se pasan los semáforos en rojo no les dicen nada porque «hay que mejorar la movilidad». Tampoco se les dice nada si se detienen sobre la cebra porque de hecho son los policías de tránsito los que les obligan a pisarlas esperando resolver con esto la interminable congestión exhibida lamentablemente en filas eternas de carros.

Se ha olvidado el arte de caminar, que es lo más equitativo que existe porque es algo que podemos hacer todos (y quienes no, lo pueden hacer en el vehículo más próximo: la silla de ruedas). Por favor: olvídense de la movilidad odiosa y de las supuestas virtudes de la motorización. Acuérdense que todos los viajes comienzan y terminan con un viaje peatonal, y a veces (para los más nobles) un viaje completo es a pie.

(un libro maravilloso para entender la caminata en todas sus dimensiones es «Wanderlust» de Rebbeca Solnit. Super recomendado, ala).