Esto no es para decirle que le eche “Rubi” a su carro. Tampoco es para explicarle cómo garantizar inmunidad legal cuando ha tenido un percance vehicular con otro actor en la vía. Este texto está dirigido al conductor del automóvil que día a día tiene que batallar las infernales calles de una ciudad y, para empeorar su día, tiene una colisión pequeña que resulta en un rayón. Y le sugiere que deje la pendejada porque su carro, aunque no lo crea, no tiene carne ni hueso. Es solo un gran pedazo de lata que le costó varios salarios, y lo debe tratar como tal. Ni siquiera vale la pena comprar el Rubi.
Como todos los días, hoy pasé por la calle 94 con NQS donde había un desastre de trancón. Ese es uno de los tantos cruces imposibles de nuestra ciudad, que en pocos días se va a convertir en un Hoyo Negro porque por ahí no puede pasar ni un rayo de luz. Al llegar al cruce me encontré con lo que parecía una colisión significativa entre dos automóviles, y con los conductores argumentando su inocencia ante un policía de tránsito. Como eran un hombre (el del carro de atrás) y una mujer (la del carro de adelante), podría haber sido la versión moderna de una canción de Pimpinela.
Al acercarme a evaluar el daño – todo ciudadano debe evaluar el daño de cualquier colisión en vía y empeorar el tráfico circundante lo más posible en el proceso- y mientras generaba hipótesis sobre la posible causa de la colisión (muerte súbita de un conductor, frenos dañados del otro, simple y total incompetencia al volante) me di cuenta de que realmente no había pasado nada grave. De hecho, los dos conductores estaban esmerados en demostrarle al señor agente que sí, que ahí en un infinitesimal espacio de un centímetro cuadrado del bomper del carro de adelante había un rayón. No era nada más. Eran dos personas peleando sobre quién iba a pagar por arreglar un rayón imperceptible al ojo humano, y de paso generando parte del Gran Caos Vehicular del que está preso esta ciudad.
¿Por qué pasa eso? Es decir, ¿por qué se esmeran los conductores en generar problemas donde no existen? Mejor dicho: ¿qué es lo que les hace insistir tanto en que su carro vale la pena como un ser vivo, cuando no tiene alma ni carne ni huesos ni nada que lo haga digno de atención significativa? Por si acaso, un carro es un graaaan pedazo de lata que es increiblemente ineficiente (de hecho solo el 15% de la energía de un automóvil se usa para su fin principal: moverse, y además es uno de los mayores problemas de la sociedad en términos de salud pública (anualmente mueren 1,3 millones de personas en accidentes de tránsito, gran parte causa de colisiones con automóviles y genera 518 billones de dólares de pérdidas al año.
Bueno, en defensa de los conductores: creo que han visto demasiadas películas y por eso se angustian tanto cuando tienen una colisión menor. Y estoy dispuesto a apostar que los dos personajes del episodio que viví hoy se han visto esta escena de Top Secret:
¡Yo de verdad lo creo! Tal vez es porque no le encuentro otra explicación racional a que las personas crean que su carro va a destruirse porque algún otro carro lo haya rozado. Si eso fuera así, tendrían que pedir un psicoanálisis completo, por lo menos las 170 horas reglamentarias… luego de escribir esto me puse a investigar, y me encontré una encuesta del Pew Research Center de 2006 que dice que 31% los encuestados (estadounidenses del común) piensan que su automóvil tiene personalidad. Por si acaso, una definición de personalidad: “es la forma en que pensamos, sentimos, nos comportamos e interpretamos la realidad, mostrando una tendencia de ese comportamiento a través del tiempo, que nos permite afrontar la vida y mostrarnos el modo en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea” (Wikipedia). Si alguien piensa que su carro tiene eso, estamos en la mala.
Entonces propongo lo siguiente a cualquier conductora que ama a su carro más que a su esposo: déjelo. Sí, déeejelooo, así como lo lee. Y después de dos años y un día cántele esto y comience una nueva vida:
(el hombre es un carro…. o un vendedor de carros)
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