Cien mil pesos pagó un señor hoy en la mañana por dejar parqueada una bicicleta durante  un día, una hora y 27 minutos en un Centro Empresarial. Lo primero que me imaginé cuando lo ví es que la tarifa incluyó lavao, polichao, engrasao y hasta ajuste de cambios, frenos, suspensión y de pronto le cambiaron uno que otro repuesto. Porque, ¿cómo más iban a cobrarle tanta plata? Güelcom tu Bógota, mai fren.

Como si no fuera claro ya desde hace bastante tiempo, vale la pena recitar Lo Que La Ley Dicta: Decreto 550 de 2010, artículo 1, Parágrafo 1º: «El valor máximo del servicio por minuto para bicicletas en cualquier zona y nivel de servicio será de diez pesos ($10.oo).» Esto aplica para todos. Y el Distrito lo reiteró hace unas semanas cuando dijo que toooodos tienen que seguir las reglas. Y si tiene rabia por cosas como estas, pues el mismo Distrito nos invita a denunciar sobrecostos en las tarifas llamando al 338700 ext. 4211. Porfa.

De no ser porque tuve una experiencia totalmente opuesta hoy en la mañana, estaría alistándome para jugar la Ruleta Rusa. Esta mañana fui a un lugar a parquear mi bicicleta en un sitio de computadores y el gentil muchacho del parqueadero alargó sus labios y extendió sus brazos y los movió enérgicamente para decirme:

«uy hermanitoooo, ciclas aquí no. No, no, aquí no. En frente, vaya al frente que allá sí se la reciben».

Hasta aquí, me sentía como todo bogotano promedio en bicicleta: despedido,  aborrecido por la multitud subterránea que atiende esas estufas de exhosto. Como si Cortázar estuviera al lado recitando su cuentico de las bicicletas prohibidas en 1962.

Pero no había perdido toda esperanza. A pesar de mis ganas de dar alaridos e invocar el Decreto 550 de 2010 y su artículo y parágrafo sobre cobros, más bien preferí seguir su consejo y crucé la calle donde un lugar tenía un aviso que orgullosamente decía «Bicicletas: $10». Parqueé, hice la vuelta que iba a hacer (que no duraba un día y tanto sino solamente veinte minutos), y cuando volví me encontré con el cobro del joven que atendía:

«ah, es cicla? Toes doscientos pesos, hermanito»

D O S C I E N T O S  P E S O S. Me daban ganas de abrazarlo, y el valor del parqueo fue tan sorprendentemente bajo que tuve problemas para pagar porque solo tenía un billete de cinco mil. Pero es que, ¿quién en esta ciudad espera pagar doscientos pesos de parqueadero? Creo que es igual de probable pagar un parqueadero de doscientos pesos que uno de cien mil.

Estamos en una ciudad de locos. Unos días sale un coro de cuarenta personas a cantar en TransMilenio (y no cobran!), otros días se entran tres muchachitos y bloquean el bus para atracar gente en otro TransMi. Esta mañana, como si fuera un ejercicio de dos Victorinos, a un tipo le cobran cien mil pesos por andar en bicicleta y yo pago doscientos. Cada día estoy más seguro que en esta ciudad van a llover ranas pero todavía me resisto a pensar que vivimos en el mundo del Perro Andaluz. Lo que sí es cierto es que, si siguen cobrando cien mil en los parqueaderos, van a empezar a morir más ciclistas pero del puro susto (cuando vean la factura).