«El hombre piensa, Dios ríe» – Milan Kundera.

Es el lugar más apropiado para tener esta conferencia: la Paris agridulce de los ataques horribles de hace unas semanas. Aquí es donde se está negociando el gran acuerdo del clima que, en principio, va a generar cambios fundamentales en la forma como los gobiernos toman decisiones sobre su economía y política para reducir emisiones. Y aquí es donde uno ya no se sienta en los cafecitos a comer algo sin pensar que algo terrible puede pasar en cualquier momento. Es lo mismo que piensan en las pequeñas islas del Pacífico: que hoy están ahí pero que tal vez en unos años ya ni siquiera existan. Las nuevas Atlántidas, cortesía del cambio climático.
La COP (Conferencia de las Partes) que se está realizando esta semana y la próxima en París es una gran serie de reuniones de gente muy importante y muy inteligente que discuten cosas increíblemente complejas para “negociar” un acuerdo donde todos los países van a comprometerse con algo. Ese algo no sabemos qué es (pero nos dan chismes de vez en cuando) ni sabemos qué tan bueno va a ser –pero muchos dicen que tienen la buena esperanza de que va a ser “un buen acuerdo”. Las sesiones son ultra organizadas, cada persona tiene una escarapela que define si uno puede entrar a la zona azul (donde están los países) o la zona verde (donde puede entrar cualquier ser humano), pero incluso dentro de la Zona Azul también hay niveles de acceso. Y el programa se definió hace meses y el orden y duración de cada intervención se mide con cronómetro. La cosa es súper organizada.
Cuando uno va a ver cómo se negocia el tal acuerdo (borrador del 5 de diciembre aquí), se da cuenta de que las cosas funcionan de manera interesante. Las delegaciones oficiales de cada país tienen reglas muy detalladas de cómo pueden participar en la Conferencia, al punto que no pueden sentarse a almorzar con alguien de un país que no sea su aliado –ni siquiera tomarse un cafecito.
También se organizan como un ejército, de tal forma que puedan dar seguimiento permanente a temas cruciales. En ocasiones lo hacen hasta altas horas de la noche para poder incluir frases clave en el momento en que todos los demás están cuasi-dormidos (pero eso a nadie le gusta admitirlo).
Yo no veo esto como una negociación. Lo veo como una pelea diplomática entre países que demuestran su fuerza y poder mediante estrategias altamente elaboradas de persuasión. Y sí, la verdad está en la persuasión, pero no creo que deba negociarse con poder sino buscando mutuo acuerdo.
Pero lo que más me impresiona es el método de revisión del documento de acuerdo. Durante todo el año estuvieron muy juiciosamente redactando un documento que, en estas dos semanas, revisan párrafo por párrafo para ver cómo debería ser la versión final. Y ¿cómo lo hacen? Leen cada párrafo en una plenaria y dan la palabra a cada representante país para decir si están de acuerdo o no con cada formulación. “Yo pondría un paréntesis aquí porque eso puede quitarle énfasis”, dice una. “Yo optaría por agregar el artículo ‘el’ al principio de la frase”, dice el otro. Y así, como si fuera un trabajo de primer semestre de universidad, con la diferencia de que aquí se está negociando un acuerdo global con más de cien países. El avance es glacial (en un tema que no debería serlo).
Si me preguntan a mí, que en realidad soy apenas un observador –eso dice mi escarapela y creo que me merezco el título– yo habría organizado esta cosa de manera distinta. Si me dicen que esto es una negociación, pues pondría a la gente a negociar y no a encontrar estrategias para ganar. Para eso existe la teoría (y práctica) de la negociación, pero aquí parece que usan en cambio el libro de Sun Tzu.
Si me dicen que hay que generar un documento escrito con el acuerdo, trataría de utilizar cualquiera de las metodologías de talleres que existen (¡cualquiera!) y también trataría de meterle google drive al cuento: al final de cuentas, es un documento escrito de manera colaborativa y ese tipo de herramientas son para eso. Pero leer un párrafo y pedirle a los demás que den su opinión diciendo dónde debería ir la coma es casi un chiste. A veces me siento en un Truman Show del Clima.
Una cita famosa de Einstein es lo que le dijo a Niels Bohr: “Dios no juega a los dados con el universo”. Para los físicos clásicos (y parte de los modernos) la frase era totalmente lógica. Pero para los físicos cuánticos la cosa es tal cual, la realidad física como un juego de azar, y de ahí la respuesta de Bohr que también se volvió famosa: “Deje de decirle a Dios qué debe hacer con sus dados”.
En ese contexto, yo creo que Dios (o quien sea) sí juega a los dados y que nosotros estamos tratando de decirle qué debe hacer pero no tenemos tanta suerte lográndolo. Ni siquiera terminamos de entender el juego que está jugando, en realidad.
Y yo ¿qué hago mientras tanto? Imprimir afiches con mensajes clave, hacer resúmenes, tomar fotos y echar Twitter mientras oigo presentaciones diciendo cosas que no son inesperadas (los efectos del cambio climático, las posibles avenidas de mejoría, lo que no estamos haciendo para mejorar pero que nos costaría menos que lo que generalmente hacemos). Al final de cuentas, entre el señor barrendero y yo hay poca diferencia en términos de los efectos positivos que estamos generando para el mundo… y me da una rabia y desesperanza increíble. Si me pidieran volver a empezar, sería el lustrabotas que admiró Einstein o el lava vidrios que describió Kundera y esperaría a que todo esto se acabe. Porque este mundo ya se volvió inviable hace rato.