«La muerte del dogma es el nacimiento de la moralidad» (Kant)

La frase es obvia, y no es nada nuevo decir que ser dogmático no genera cosas muy productivas, pero en transporte hace falta. No es difícil encontrar tratados enteros sobre el dogmatismo en investigación, ciencia y en disciplinas específicas, y esencialmente todos concluyen lo mismo: ser dogmático nos hace perder el sentido de lo que estamos buscando, le resta valor a nuestras conclusiones y nos hace menos confiables en nuestra argumentación.

Al parecer, este tipo de discusiones no son tan comunes en el transporte. De hecho, el transporte es peor que muchas otras disciplinas a pesar de su nivel de tecnificación, la cantidad de investigación que se ha realizado durante más de cien años y la gran cantidad de conocimiento y mentes brillantes que están por ahí rondando.

Entonces puede ser útil pasearse por algunos de esos dogmas del transporte y mostrar cómo ninguno puede ser una verdad revelada. A ver:

El dogma del automóvil: este vehículo ha definido la morfología de ciudades enteras. Ha generado peleas memorables entre señoras viejitas con gafas gruesas y magnates poderosos (véase Jane Jacobs vs. Robert Moses, que ha llegado a ser una ópera). Los proponentes del automóvil particular como un bien fundamental de la sociedad moderna dicen que no tiene nada de malo y que es una de las mejores ideas de la Historia. Y…pues para qué le digo que no si sí. El automóvil sí fue un invento increíble (del siglo XIX, pero un invento increíble de todas formas), y sí recorre distancias largas sin tanto problema, y sí se percibe como un vehículo de perfecta libertad. Pero también genera riesgos en vía, contamina, ocupa mucho espacio (o las tres al tiempo). Entonces pues no.

El dogma de la motocicleta: Este dogma es muy parecido al del automóvil, pero un poco más nuevo. Las motocicletas, dicen sus proponentes, incrementan las posibilidades de empleo, generan mayores opciones de acceso y movilidad, son increíblemente versátiles y, además, uno se ve super chévere en ellas (si tiene dudas, véase Top Gun). Pero también tienen un riesgo muy alto (para su conductor y para los demás), reducen la probabilidad del uso de transporte público y muchas veces tienen emisiones más altas que gran parte de los demás vehículos. Además cuando van todas juntas es difícil que le den paso a los peatones. Entonces pues tampoco.

El dogma del transporte público (en general): Aquí la cosa se pone buena, porque no solo hay un dogma por el transporte público como tal sino que hay dos vertientes (descritas después). Los proponentes del dogma del transporte público dicen que es el único sistema de transporte donde todos se pueden subir (se les olvida que hay que pagar, nunca sé por qué olvidan ese detallito), y que es el modo más eficiente de todos en todo sentido. Y sí, es bien eficiente, pero pues tiene un costo para el usuario (excepto en algunas poquitas ciudades como Taichung, Taiwan) y tiene emisiones (así sea eléctrico, hay emisiones en alguna parte). Y, cuando funcionan con muy alta demanda, son muy llenos (sean metros o BRTs, en muchas ciudades se encuentran con más de 6 personas por metro cuadrado y eso es un problema de diseño y financiero mas no de sistema).

El dogma del transporte público- versión metro: La primera (y más antigua) de las vertientes de este dogma es la de los sistemas férreos. Desde que se fundaron a mediados del siglo XIX han demostrado ser sistemas confiables, de alta capacidad y, a juicio de varios autores, cambiaron fundamentalmente la percepción del espacio, del tiempo, de la ciudad, de la velocidad y de la comprensión del mundo (todo eso, y si no me cree léase todo Schivelbusch). Más recientemente se ha profesado su gran eficiencia en consumo energético debido a su propulsión eléctrica. Pero es caro (a veces bien caro) y su mantenimiento después de varias décadas de operación ya es casi insostenible (en 2015 Londres dijo que el mantenimiento general de cuatro líneas costaría 5,5 billones de libras esterlinas – es decir 27’447’115.764.750 pesos colombianos). También se demoran harto en ser construidos y sus costos estimados de construcción son generalmente más bajos que los reales (y su demanda proyectada más alta de lo real, véase Flyvbjerg pero léalo con cuidado). Y parece que ha habido mucha corrupción relacionada con la asignación de estos proyectos en ciudades del mundo en desarrollo. Pero seguramente alguna persona que ha leído hasta aquí ya está bajando al final de la página a hacer comentarios enfurecidos. Amigo lector: no lo haga. Espérese y lea todo porfa.

El dogma del transporte público – versión BRT: Este dogma es como los adolescentes: es super joven entonces todos los que lo profesan se ponen super bravos por todo. A veces uno cree que le van a morder la mano cuando uno les habla al respecto. En palabras más neutras: la vertiente «BRT» del transporte público dice que es un sistema más barato, más rápido de construir y que muchas veces logra tener la misma o mayor capacidad que gran parte de los metros del mundo. Esta idea se ha difundido muy rápido por todo el mundo y se han hecho varias versiones de este tipo de sistemas (véase una base de datos completa acá de muchísimos proyectos BRT en el mundo con datos útiles -la daría también para sistemas férreos pero no conozco alguna bien actualizada ni tan completa-). Pero hay que tener en cuenta que los BRTs pueden ser menos cómodos, sufren más frecuentemente por protestas (no he visto aún una protesta en un túnel de metro) y en algunos casos se han construido con estándares más bajos de lo ideal. A veces también han costado más de lo esperado (y a veces esto es porque les incluyen costos de cosas que no son del sistema, como las autopistas contiguas) y en ocasiones han perdido muchos usuarios (aunque esto pasa en general con todo el transporte público – véase la sección «motos» de este artículo).

El dogma de la bicicleta: Si los dogmáticos del BRT son adolescentes, los de la bicicleta a veces parecen tener rabia (no la emoción sino la enfermedad). En las ciudades donde se ha afianzado el uso de la bicicleta recientemente (gran parte de América Latina, algunas ciudades asiáticas, y varias europeas en la década de 1970), se crean unos grupos de gente que solo quieren pensar en bicicletas, solo quieren dormir con sus bicicletas y sienten que las ciudades solo deberían tener bicicletas por todas partes. Generalmente sus proponentes describen con gran esmero la belleza de aquel aparato, su historia, su ternura, su eficiencia, su equidad… Este dogma, a mi parecer, puede volverse cancerígeno para una ciudad. Así como al principios del Siglo XX se decía que la bicicleta era un peligro (aunque por razones como que daba demasiada libertad a las mujeres), en este momento este dogma se ha convertido en una pasión desenfrenada donde sus jinetes no respetan semáforos ni cruces ni peatones ni nada. Se escudan en que están salvando el mundo para dejar de salvarlo. Y este vehículo no es algo peligroso per se (de hecho es casi risible que un aparato de menos de 15 kilogramos con una velocidad promedio de 17 kilómetros por hora pueda generar problemas) pero su mal uso genera problemas increíbles en las ciudades en términos de inequidad y de irrespeto hacia los demás porque se creen Lords impecables de la movilidad (la palabra con que quiero traducir todo esto es en inglés entitlement, pero no he podido dar con la adecuada en español). Ah, el disclaimer: YO AMO LAS BICICLETAS. Pero también me dan rabia a veces.

El dogma del peatón (?): Sí, pues si hablamos de todos los dogmas pues también hay que pensar en el dogma del peatón. Pero da como pesar pegarle al peatón una palabra tan fea como el dogmatismo. Andar a pie es sencillo y lo más barato que puede haber en el mundo del transporte. No genera riesgo en los demás y no contamina. Y es el modo de transporte al que más se la montan en la ciudad: no le ponen cebras, todos los modos descritos arriba se le echan encima, y lo tratan de pobretón. Es difícil encontrar un dogma ahí, porque sí hay quienes sienten que deben caminar para todas partes y que es un modo fundamental, pero no conozco a alguien que por purito dogma se rehuse a montarse en un bus en lugar de ir caminando veinte kilómetros cruzando una ciudad (aunque sí los hay por necesidad). Pero hay peatones que podría decirse que son irresponsables cuando cruzan una autopista de seis carriles por la pura mitad, o que tambalean en medio de una borrachera buscando su destino. Pero uno podría echarle la culpa de eso a la ciudad donde viven y su diseño… no puedo describir muy claramente ese dogma. Dejemos así.

El problema es que las ciudades están repletas de todos estos dogmas, en muchas ocasiones asignan su dogma a un personaje político, y en el peor de los casos el personaje político se asigna también ese dogma… y esas dos situaciones se nutren a sí mismas, y cuando eso pasa ya estamos todos jodidos. En esos casos yo sugiero leer historia y aprender de La Inquisición, el Holocausto Judío y cualquier otro periodo atroz de la humanidad para caer en cuenta que de los dogmas solo quedan muertos. Como dice mi esposa a nuestros hijos, «me hacen el favor y hacen las paces o no los vuelvo a dejar ver televisión».