He descubierto que la parte más difícil de escribir cualquier cosa es ponerle el bendito título. Podría acudir al valioso recurso del amarillismo para atraer más lectores con frases tipo “Lo apuñalearon por robarle diez millones de pesos” o “Este texto te cambiará la vida… ¡Léelo!” o el infalible “Imágenes exclusivas de siamesas pegadas por el ojo”, pero probablemente se les rompería el corazón cuando empiecen a leer y se encuentren con uno más de mis insípidos desvaríos.

Sin embargo, aunque usualmente procuro generalizar en lo que escribo y ofrecer opiniones que aludan a hombres y mujeres por igual, lo cierto es que esta vez me toca sacar mi lado más *niña* para explicar algo en lo cual no me había fijado dentro de mis múltiples divagaciones: tengo una fijación tremenda con cierto tipo de hombres y voy a tratar de describirlos a continuación.

Las mujeres viven preocupadas por llenar una ficha utópico-técnica previa a la búsqueda de alguien con quien pasar la vida (o el rato) porque primero hay que decantar: que no beba en exceso, que no tenga mañas, que no sea un ex convicto, que no sea gay, que tenga un trabajo, que al menos haya terminado el bachillerato, que diez de las doce palabras que diga no sean groserías, que no se pinte el pelo ni se depile las cejas, que combine bien los colores, que no se ponga los mismos zapatos todos los días, que sus gafas no sean más grandes que su rostro, que no tenga mal aliento, que no tenga complejo de Edipo, que no sea ateo, etc., etc.

Todas esas preocupaciones son tan irrelevantes como entristecerse porque un artista famoso y súper atractivo sale del closet, pues de cualquier manera, hetero o no, hay solo una posibilidad en diez mil millones de tener una relación con él. No obstante (e irónicamente) la única de las enunciadas que probablemente defiendo es justo la que dice que no sea gay, pues con un no famoso, eso reduce en un noventa y nueve por ciento las posibilidades de pasar la vida y en un ochenta por ciento las de pasar el rato. Pero si tenemos en cuenta todas las demás o al menos la mitad, no queda más remedio que resignarse a caer en las manos salvajes de los queridos más nunca bien ponderados hombres de arena.

Se preguntarán ¿qué son hombres de arena? Pues bien, me refiero a todos aquellos hombres que son maleables cuando están húmedos pero que en seco se escurren entre las manos, se desvanecen y desaparecen. Están al alcance, son tan profesionales y tan trabajadores como cualquier mujer, se les puede hablar de tú a tú, en fin, no son imposibles. Pero los hombres de arena son cambiantes, distraídos, un poquito desgraciados, bastante cínicos y aún así detestablemente agradables al ojo y sobre todo al oído. Todo con ellos acaba convertido en una guerra de egos que puede limitar peligrosamente con la tensión sexual o con el hastío. Tal vez es esa falta de romanticismo y la sensación de igualdad que hace que la emoción de un sentimiento Romeo+Julietesco se minimice y se transforme por completo en un conflicto de intereses.

La arena del mar puede ser refrescante en los pies e irritante en los ojos. Nadie quiere que le caiga en la comida, pero es bonito enterrarse en ella y hacer castillitos con palas y rastrillos de colores. Por eso es fácil fantasear con hombres de arena y vivir en esos castillos; construir pasados, presentes y futuros, compararlos con los hombres de tierra y pensar que no tienen nada que ver; endiosarlos, idealizarlos y por supuesto, odiarlos con odio jarocho por soberbios, engreídos e inestables.

Querida lectora, mi consejo como amiga con rabo de paja es decirle que si está interesada en un hombre de arena, ¡Huya!, ¡Es ahora o nunca! Porque el nivel de dispersión es directamente proporcional a su arrogancia y en el hipotético caso en el que se enteren de su interés por ellos, van a optar por la salida más caballerosa que conocen: hacerse los imbéciles y fingir que no pasa nada para seguir mirándola como la hermanita menor.

Querido lector, si usted es un hombre de arena y solo funciona cuando el agua del mar lo moja, tenga mucho cuidado porque es muy probable que se le pase la vida buscando algo que siempre ha tenido al frente y que la ceguera de su propia utopía perfeccionista no le ha dejado ver.

Pero si usted, querido lector, es un hombre de tierra, lo felicito pero le advierto: la mujer que le interesa en este momento le está remando con todas sus fuerzas a un hombre de arena. Eso se lo aseguro.

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