Durante el último año y hasta hace un par de meses estuve enamorada de la misma persona. Por supuesto, con los respectivos micro-períodos negación e ira contenida, pero con la convicción mal orientada de saber que todos los demás estaban equivocados y que yo tenía la razón porque de alguna manera, valía la pena. Cuando se cierra un ciclo y uno comienza a evaluar la posibilidad de que tal vez haya sido solo un capricho, empezamos a entender también que una cosa muy diferente es superar una tusa y otra, sobrevivir a una persona. Yo soy una sobreviviente.
Y tal como sucedió cuando conté que me había enamorado de un hombre casado tiempo atrás, el autoproclamarme como una viuda sin cadáver a quien llorarle atrajo una cantidad desmedida de mensajes solidarios y de confesiones tipo Querido Diario contándome que me entendían y se unían a mi causa porque habían pasado, o estaban pasando, en el momento por una inconsolable tusa.
Pero, ¿qué es una tusa? Pues bien: en mi lenguaje carente de cualquier respaldo idiomático y sin que la RAE venga a cobrarme los derechos, puedo decir que la tusa es ese estado físico-psicológico-mental-financiero-socioemocionalen el cual una persona hace conciencia ridículamente tarde de lo mucho que le gusta estar con otra persona y anhela tener un reloj al estilo de Benjamin Button para devolver el tiempo y hacer las cosas exactamente al contrario de lo que hizo. Así evita que la persona en cuestión encuentre razones para abandonarla en ese letargo incómodo, colmado de contradicciones y gástricamente doloroso que los hace cometer las siguientes estupideces:
- Dedicar canciones por teléfono.
- Poner canciones en Facebook y creer que el (la) susodicho (a) entiende el mensaje.
- Emborracharse cada fin de semana para adquirir valor y poder dedicar dichas canciones por teléfono o para llamar a media noche balbuceando un montón de incoherencias que van del insulto a la súplica y viceversa.
- Publicar mensajes de autoayuda, canciones corta venas y cualquier otro signo de debilidad implícita en redes sociales.
- Pensar que es cierto eso de un clavo saca otro clavo cuando lo único que saca un clavo es el anverso de un martillo.
- Escribir quince desvaríos creyendo que alguno va a interpretarse como debería.
Las mujeres, quienes al parecer tenemos una glándula segregando tusanilina 24/7 al lado de los ovarios, nos hemos convertido sin querer en las grandes expertas del tema gracias a esa creencia equívoca sobre el desinterés de los hombres y la victimización recurrente que nos atribuyen. Sin embargo, en mi ejercicio reciente de vivir el duelo con total y desbocada intensidad, sin dejar un solo cabo suelto, con todas las lágrimas derramadas a plenitud y los escritos catárticos listos, consolidados y guardados en los baúles del drama, me encontré con un personaje que, al mejor estilo de Dante en La Divina Comedia, tuvo que pasar por el purgatorio y bajar hasta el infierno para salir a flote en medio de las tormentosas aguas de la tusa que le produjo una mujer cuyo comportamiento errático en vez de alejarlo, lo tumbó de bruces en el pavimento y lo aferró a ella de una forma que ni él mismo, al calor de la taza de café que me invitó ese día, podía explicar.
Balbuceaba. Me parece estar viéndolo en este momento, con su bonita sonrisa y sus hoyitos en las mejillas, daba vueltas en círculo tratando de entender en qué momento los papeles se cambiaron y la insistencia de ella pasó a ser la insistencia suya y la necesidad de ella se convirtió en propia, así como sus angustias, sus miedos y sus batallas a muerte en contra del olvido y las malas interpretaciones. Tal vez fue cuando ella dejó de ser esa muchacha agradable para convertirse en un NO con piernas y brazos, o tal vez cuando él dejó de prestar atención a las nimiedades de su aspecto o de su atuendo para ver que era ella en su mismidad la que le movía el piso como el peor de los tsunamis.
Yo lo escuchaba con atención mientras me bebía la historia a sorbitos de café y me reía ante la contundencia de su revelación. No la conozco, pero sé que es valiente, porque gracias a su relato pude saber que ella le remó con toda el alma mientras él aprovechaba los instantes, los vivía a plenitud y era feliz sin meditar sobre el futuro de esa relación. En cambio ella caía en el eterno error de las mujeres que pretenden verse maduras y actuar de manera consecuente con la situación mientras les crujen las tripas por tenerlo cerca y ponerle un título en la frente sin importar cuál sea: novio, amigovio, tinieblo, marido, amigo con derechos, papá de los hijos, etc., etc., etc. Pero creo que también él es valiente, porque conoce el sabor del duelo y no le da pena probarlo y lo que es más osado: compartirlo conmigo y permitirme acompañarlo con un desvarío. Eso lo convierte, indudablemente, en un sobreviviente, como yo.
No somos nosotras las dueñas del drama ni las víctimas de los desamores, eso no tiene filtro, afecta por igual a los dos géneros y cada uno tiene su manera de vivirlo. Al final del café nos reímos y si no le di las gracias, se las doy ahora porque sé que me está leyendo. ¿Mi duelo? Ahí va, cada vez es menos. Tal como me dijo otro amigo por estos días, ya no sé exactamente a qué lugares quisiera regresar, pero lo que sí sé, es que nada dura para siempre: ni el amor, ni la tusa, ni el duelo, ni el guayabo, ni las lágrimas. Afortunadamente para mí, las letras como la miel, no tienen fecha de vencimiento.
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Blog Personal: Desvariando para variar…