Si hay algo que me causa curiosidad en esta vida es la facilidad que tenemos los seres humanos para mentirnos a nosotros mismos. Es impresionante lo que una buena zona de confort puede generar en nosotros y aún así nos aterramos cuando nos estrellamos con lo obvio y la vida se revela en un abrir y cerrar de ojos.

Hace un buen tiempo conversaba con un buen amigo sobre las relaciones humanas y lo que a nosotros nos parecía normal: ¿qué puede tener de malo que un par de seres del sexo opuesto, heterosexuales, hormonalmente adaptados, sexualmente activos, emocionalmente (casi) estables, físicamente agradables a la vista (y al tacto) sean amigos del alma? Nuestra relación ha sido tan natural con sus altos y sus bajos que cuando me confesó que su novia me estaba buscando con un hacha por la ciudad y había ofrecido una millonaria recompensa por mi cabeza lo único que pude hacer fue soltar una enorme carcajada y decirle: «Me estás jodiendo, ¿verdad?».

No, evidentemente no estaba jodiendo y sí, por supuesto, estoy exagerando. Simplemente habían tenido una minúscula discusión de dos horas y media con pataleta y amenaza incluida donde yo sin querer había sido la antagonista con el papel estelar. Después de reírme por un rato, sorprendida ante tal despropósito, recordé las sabias palabras del papá de Betty La Fea que marcaron la adolescencia de muchos de los de mi generación: «Mija, ¡cuidado que el diablo es puerco!». Tenía tanta razón.

Es cierto, esa mujer, la novia de mi amigo, no me cae bien por razones que no vienen al caso pero que no tienen nada que ver con celos románticos o un deseo oculto de estar en su lugar. Al contrario, aunque al principio de su relación me dio muy duro el tema de la territorialidad y el tiempo que solíamos pasar juntos, él supo manejar todo bastante bien y llegamos a un equilibrio tan perfecto que nos hizo obviar durante todo este tiempo el hecho de que en cualquier momento ella dejaría de pensar que yo era algo así como esa amiga lesbiana con la que iba a cine y a comer de vez en cuando y se estrellaría con la incómoda realidad: su novio disfrutaba salir con otra mujer, y aunque esa mujer (su servidora) no se sienta como una amenaza potencial para ella, bueno, ya saben, ¡el diablo es puerco!

Cuando se lo conté a mi mamá y a algunas amigas, confirmaron lo que yo pensé en el momento pero que no le expresé a mi atormentado amigo: era de esperarse y de hecho… se había demorado. Ya es suficientemente extraño que una mujer y un hombre con bastantes cosas en común convivan como simples amigos en una sociedad donde el apareamiento es la innegable meta, para que a eso se le sume que uno de los dos tenga una pareja que sienta que le están viendo la cara con algo que probablemente está solo en su cabeza, pero que de hecho estaría en la cabeza de cualquier mortal con dos dedos de frente y una gota de sentido común.

De una u otra manera eso me distanció un poco de él. No el hecho de jugar a respetar una relación que jamás he irrespetado ni porque le tema en serio a lo del hacha y la recompensa, aunque podría, uno nunca sabe. Simplemente entendí que quien no me cae bien no es precisamente ella sino la persona en la que él se convierte cuando está con ella. No quiero ser ese alguien por quien tienen que pedir permiso para salir ni que acabemos viéndonos a escondidas. Ya salí con un hombre casado, ya quemé esa etapa y en este caso, ni siquiera estoy recibiendo un beneficio físico o emocional que compense el sacrificio. Tampoco voy a esperar que alguien me escoja cuando no busco que me escojan ni me interesa la parafernalia. Solo estoy tratando de entenderla poniéndome en sus zapatos y pensando que yo hubiera reaccionado exactamente igual y hace mucho, pero mucho tiempo.

Ahora me quedan las cosas agradables que viví con mi buen amigo y que probablemente volvamos a vivir cuando tengamos la oportunidad de tomarnos un café o compartir un evento de amigos en común. Es probable que ella esté, y eso me parece normal. Seguramente tomará su mano con más fuerza de lo acostumbrado y marcará territorio de alguna manera, que espero no sea orinándolo en frente de todos. Yo fingiré demencia y mi interior arrojará un resquicio de celos, porque así somos los seres humanos, nos mentimos con facilidad, para bien o para mal.

Tal vez yo examine su actitud con detalle y por un momento vuelva a ponerme en su lugar. No soy su enemiga y no me interesa nada de lo que tiene, ni mi amigo ni su relación cuasi perfecta con planes de boda y paisaje de hijos y flores en el jardín. Y no me interesa porque todo aquello ya fue mío mucho antes de que ella tuviera siquiera idea y mientras yo cerré el ciclo en paz y con un apretón de manos sincero, ella apenas está aprendiendo a vivir con ese pasado que a todos nos dejó huellas. Y mientras ella se devana los sesos reconstruyendo los hechos que a él muy astutamente se le ocurrió confesarle, únicamente para atormentarse con la posibilidad, yo voy por ahí, sembrando mis letras y cosechando desvaríos, justo donde los grandes amores de la vida han dejado historias dignas de contar.

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