Cuando una persona crece viendo telenovelas de la tarde en casa de la abuela, empieza a forjarse una idea utópica y un poquito errada de los amores intensos e imposibles que al final resultan ser milagrosamente posibles.
Como miembro (¿o miembra?) de la Asociación Nacional de Mujeres poco Diestras en el Arte de la Conquista “Asomasoquistas” y Fundadora del Instituto Nacional Para la Conservación del Resquicio de Dignidad que Queda después de Remar Tanto “INCOREMATA”, lamentablemente he sido una de las perjudicadas por el síndrome de Rosalinda (delirio de heroína de telenovela lacrimógenamente incomprendida) que viene acompañado además de interminables clases de crochet y dos agujas que acababan por dejarnos los dedos hormigueando. Probablemente esa sea la razón por la cual siempre relaciono el amor con un problema de circulación en las yemas.
El amor en la televisión es tan predecible que, entre el romanticismo, la cursilería y la obviedad, uno siempre sabe que los dos primeros nombres que están escritos en el cabezote de presentación van a terminar juntos sin importar cómo, cuándo, dónde o por qué. Luego de eso, asumimos simplemente que se quedaron así y se hicieron viejitos viendo el amanecer.
¿Pero qué pasa si en la vida real no funciona igual? Cuando la gente decide casarse siempre me hago la misma pregunta, ¿qué fue eso tan definitivo que los hizo imaginarse que será para toda la vida?, ¿no les asusta casarse y después encontrar el verdadero amor? Y si ha sido un amor de esos tomentosos y llenos de adversidades como en película, pero que al final se logra, ¿qué tal que les pase lo que le pasó a Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera? Que cuando por fin tuvo oportunidad de acercarse a Fermina Daza, siendo ella aún una jovencita que daba todas las señales de corresponderle (llevaba varios días idealizándolo y peleando por no poder verlo), al encontrarse con él frente a frente dio un paso atrás con una excusa tan ambigua como confusa: «bueno, como que siempre no… ¡chaito!». Se casó con otro, vivió su vida, tuvo sus hijos, y cuando ya cerró todos sus ciclos y llegó a esa edad donde se le descolgaban los pellejitos, volteó de nuevo a mirar y ahí sí «está bien, entonces sí…». ¿Eso no les asusta?
Lo sé, seguramente me estoy poniendo paranoica. Pero es que después de conocer el caso de un amigo cercano que decidió vivir con la novia después de varios años de relación y su respuesta cuando le pregunté por qué, fue algo como «vamos a probar que podemos convivir sin asesinarnos en el camino», me quedé pensando que debe haber un detonante definitivo para la monogamia mucho más grande y contundente que la dopamina y las mariposas en el estómago.
Para evitar herir susceptibilidades y perder valiosos seguidores diré que vamos a hablar de la cuñada de la esposa del primo tercero de una amiga del colegio de la hermana del mejor amigo del sobrino de mi vecina Lulú, cuyo nombre será cambiado para proteger su identidad (y porque en esta cadena de parentescos ya no sé quién es quién). La susodicha en cuestión no presenta signos de bipolaridad ni le conozco antecedentes psiquiátricos, pero sus actitudes de los últimos meses, o al menos lo que las redes sociales me han permitido conocer, me han hecho replantear la idea del amor eterno e inolvidable como el que cantaba la finada Rocío Durcal.
En menos de lo que dura un parpadeo pasó de invadir las redes con mensajes deprimentes sobre lo difícil que es terminar una relación de muchos años y la imposibilidad de recoger del suelo los pedazos de alma que se le regaron con la partida del objeto de su afecto, para tener a la semana siguiente (o bueno, dos semanas después) una foto de perfil con su nuevo amor de la vida por siempre y para siempre jamás y de ahí para acá, ni con espátula se pueden quitar las costras de melcocha que cubren el muro de mi Facebook.
Y es una persona tan buena y tal dulce (de verdad, sin sarcasmo) que lo único que se me ocurrió pensar es que se merecía ser feliz y seguir adelante. Lo que me impactó fue lo rápido que sucedió todo, especialmente porque para mí el tiempo ha perdido repercusión en mis relaciones y mis decisiones. Ha pasado un buen lapso desde que terminé con el último novio formal pero tampoco he estado del todo sola. Los periodos de compañía repentina, sin embargo, han sido cortos pero sustanciosos, lo cual me ha permitido revalidar el significado de la palabra instante y entender mejor de qué habla Fito en esa canción genial cuyo título tomé prestado para este desvarío.
Pero pensando justamente en eso, en los instantes y en lo frágil que es la expectativa, me di cuenta que no siempre encontrar un amor después de tener otro tiene que representar el abandono del primero y que si es verdad lo que se dice sobre las siete mujeres que corresponden a cada hombre, no es nada descabellado que una mujer se enamore de dos hombres al mismo tiempo aunque acabe convertida en una bola de estambre.
Es una especie de machismo selectivo donde cada uno representa tres punto cinco y van sumándose y restándose puntos a diario, como le pasa a otra amiga a quien cada vez se le hace más difícil explicar por qué sigue viviendo con su marido si tiene novio para el fin de semana. Tal vez será porque ninguno de los dos es cien por ciento malo ni cien por ciento bueno o simplemente porque los tres necesitan equilibrar karma, lo cierto es que mientras el mundo que la rodea sigue atormentándola con el asunto de la infinita y necesaria monogamia, yo le pediré permiso y algunos detalles que me permitan construir un desvarío futuro sobre los juicios que solemos hacer sin escuchar todas las versiones.
Y mientras tanto procuraré neutralizar el Corazón de Parqueadero que me tocó para ver si así me uno al status quo y le hago caso al médico alternativo que me amenazó con mi propio reloj biológico. De él aprendí que no es lo mismo decir que «la vida es una sola» a que «una esté sola toda la vida». Lo primero será abandonar el síndrome de Rosalinda y dejar de sufrir por el «siempre» para concentrarnos en el «hoy». Y después… tal vez termine las clases de crochet con la abuela a ver si vendo unas cositas o definitivamente me dedicaré a escribir poesía y desvaríos por encargo, como hizo Florentino Ariza cuando Fermina lo dejó.
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